jueves, 5 de enero de 2017

Tiempo de Realeza - año 7 AC - reyes por un Tiempo (partes 1 a 8)

Tiempo de realeza – año 7 ac – reyes por un Tiempo






Parte 1
Parado sobre el promontorio tenía una vista soberbia del estrecho canal llamado Bósforo, que sería dominado por “su” ciudad. De un lado, la entrada al pequeño Propontis, que algún día llevaría el nombre de Mármara, del otro el Ponto, que las generaciones futuras conocerían como Mar Negro, con sus costas llanas tan ricas en tierras fértiles y granos;  a sus pies esa ciudad aun en obras donde se transformaba la entonces humilde Bizancio, fundada por Byzas frente a la “ciudad de los ciegos” hacia ya 600 años, en la Nueva Roma destina a ser la nueva capital del enorme imperio que le tocaba presidir; “su” capital.
Todo parecía marchar bien, desde que se deshiciera de Licinio gobernaba solo y nadie tenía poder como para osar oponérsele, por lo que se podía dedicar de lleno a una de sus grandes pasiones, construir, algo que le fascinaba casi tanto como gobernar.
Gobernar, eso sí era algo digno de hacerse. Tantos hombres y mujeres, tantas vidas dependiendo de sus decisiones, cada uno con sus cosas, sus dioses y creencias. Se quedo un rato con ese pensamiento, “los dioses”, ¿Qué creer?, porque de eso se trataba, de creer, pues nadie tenía pruebas de nada, aunque todos sostenían que el dios que adoraban era el verdadero, desde los antiguos griegos con sus misterios a los sencillos romanos con sus dioses agrícolas o los sofisticados orientales con sus creencias tan fastuosas, sin dejar de lado a esas gentes monoteístas de las provincias de medio oriente.
Esos eran el futuro, lo podía ver claramente con su visión de avezado político, en los monoteístas estaba el futuro, eran muy activos y tenían una fe ciega en su Dios.
En vano sus predecesores los habían perseguido, cuanto más se los atacaba más fuertes se hacían. Si, sin duda ahí había algo, pero ¿Qué?.
Comprendía claramente que constituían una fuerza a la que era necesario catalizar en beneficio propio, por eso había decidido apoyarlos, por eso y porque…porque podían tener razón, la historia que contaron los viejos Pablo y Pedro era fascinante, ¿y si fuera verdad?. No había forma de saberlo. Al pueblo no le importaba eso, con la fe les alcanzaba; pero él quisiera algo más; su corazón sentía simpatía por el nuevo credo, pero su mente deseaba algo más, alguna prueba. Tal un nuevo Tomas.
La idea le avergonzaba algo, pero él no era hombre de fe ciega, por más que hubiese adoptado el emblema de la cruz para ir a la batalla y esto hubiese significado la victoria, su espíritu deseaba algo más, por eso y no solo por política, eludía el bautismo que tanto le pedían los cristianos que aceptara.
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-Señor- le llamo alguien desde abajo. Dignamente, como correspondía a su cargo, le dirigió la mirada, interrogando sobre la razón de que se le interrumpiera cuando disfrutaba de contemplar la perla más grandiosa de sus dominios.
-Señor- volvió a insistir humildemente el hombre- hemos encontrado algo que requiere su atención.-comento, y al notar que el emperador lo miraba, aclaro -Unas extrañas reliquias-
Más reliquias, la zona estaba plagada de ellas, ser la encrucijada de la civilización durante 600 años tenía esas consecuencias, era inevitable; pero, bueno, la gente sencilla era así, todo le llamaba la atención y creían siempre haber encontrado algo distinto, extraño, especial. Como sea, el encanto se había roto, así que bajo de la roca y acompaño al hombre.
Con paso ágil se dirigió, siguiendo al hombre que lo había llamado, hacia el lugar donde se llevaban a cavo las obras para la construcción de su futuro palacio, en un lugar cuidadosamente elegido por él, que guardaba celosamente las razones de ello. La belleza del lugar daba una buena explicación a quien preguntara.
Al llegar se le acerco, obsequiosamente, el encargado del turno. El emisario que había ido a buscarlo saludo humildemente y se retiro.
-Cesar, venga por aquí, con cuidado por favor- indicándole unas escaleras que descendían a uno de los posos de la construcción, un lugar indicado expresamente por él. En las paredes de roca, a los costados de una rampa que descendía lentamente en espiral, se encontraban una serie interminable de puertas, algunas ya completamente despejadas y otras apenas insinuadas por sus dinteles.
El corazón le latió con fuerza al comprender que quizás los misterios eleusinos tuvieran su fundamento real. Por su puesto su rostro, tan impasible como el de las estatuas que lo representaban, no dejo traslucir ninguna emoción, hubiese sido impropio de su rango.
Luego de recorrer la zona ordeno retirar a todo el mundo y resguardar el lugar. A partir de ese momento nadie podría estar allí sin su autorización expresa.
Así permaneció el predio, sellado a cal y canto, transformándose en uno de esos lugares de los que nadie habla. El deseo del emperador era ley.
Años más adelante todo quedo comprendido dentro de un proyecto mucho mayor. Cuando “Hagia Sophia” fue consagrada allá por el año 360 solo unos pocos hombres, a parte del emperador mismo, tenían noticia de su existencia y así siguió hasta el fatídico año de 1453 en que todo se perdió y el lugar desapareció.
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Luego de aquel suceso, como correspondía, la vida siguió su curso, la ciudad creció, el imperio creció. La gente llego, algunos se quedaron, otros partieron, los amigos fueron envejeciendo, los enemigos también, él los acompaño.
En todo momento se abstuvo de tocar las puertas, tenía por cierto que eran un poder muy grande, aun para el emperador. Era algo que en algún momento debería encarar, pero no hasta que se sintiera capaz, o próximo al final.
Hubo rebeliones, momentos en que todo estuvo a punto de perderse, y reconquistas, momentos en que todo volvió a encaminarse. Hubo héroes (más bien heroínas, y no pudo evitar una lagrima de recuerdo por la emperatriz) y no tanto (recordó íntimamente avergonzado). Con el tiempo el fin se fue acercando. De apoco sin darse cuenta fue llegando a ese momento en que, aunque no lo queramos, se impone el balance final; los recuerdos de lo hecho y lo no hecho, lo que paso y lo que no y las dudas, los ¿Qué habría pasado si…? los ¿Podre hacer algo aun…?
La transformación del imperio había sido no grande, ¡enorme!, aunque no todo había ido tan bien como hubiera deseado. Muchas cosas habían cambiado.
El ejército había vuelto a hacer respetar el nombre del imperio. La economía era nuevamente prospera, en parte gracias al gran aporte que le hizo al acuñar su nueva moneda que tenia exactamente la cantidad de oro que decía tener y en la que todos podían confiar.
Las leyes se habían revisado y compilado en lo que esperaba fuera una obra que trascendiera su tiempo, una legislación más clara y humana, fuertemente influenciada por los preceptos cristianos.
Los cristianos, cuando llego al poder estos eran una minoría perseguida, ahora eran un verdadero poder dentro del estado y él era el poder sobre ese poder, como emperador era Pontífice, la máxima autoridad religiosa. Pero era difícil serlo, la generalidad de los cristianos no escapaban a los males del mundo, estaban desunidos, se habían transformado en los peores enemigos de ellos mismos. Vivian continuamente discutiendo sobre quién era el más importante, quien tenía más razón, que teoría era más verdadera, y enojados si no se les daba la razón, no solo eso, porque muchas veces no les alcanzaba con que se les diera la razón; para estar contentos necesitaban que se destruyera a los otros. Preferían verse muertos antes que dar el brazo a torcer….eso era descorazonador, aunque muy útil para gobernar, cuanto menos se soportaran entre sí más difícil seria que alguien pudiera disputarle el poder. Pero era muy decepcionante y él ya estaba muy viejo para eso.
Así estaban las cosas la doctrina de Jesús era divina, pero el comportamiento de la mayoría de la jerarquía eclesiástica era muy humana.
Ante este panorama la duda era inevitable, en privado se cuestionaba muchas cosas ¿Valía la pena ser cristiano?  ¿No se habría equivocado al apoyarlos? ¿Qué seguridad podía tener que Jesús había nacido? . Se sentía como Tomas, eso le molestaba. Y, sin embargo…
De pronto se decidió, había algo que tenía que saber y ya era tiempo. Se acercaba la Navidad y el frio apretaba, se sentía viejo y necesitaba calor.
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-¡El emperador!- grito el chambelán que lo iba a despertar todas las mañanas
-¡¿Qué?! ¿Qué pasa con el emperador?- fue la pregunta generalizada
-¡que no está! ¡Que ha desaparecido!-
El revuelo en palacio fue general. En vano se lo busco por todos lados, no estaba en ninguna parte. Temiendo lo peor se hizo rastrillar las aguas cercanas al palacio y más allá, hasta donde razonablemente las corrientes podían haber llevado un cuerpo que cayera en ellas. Nada
Literalmente era como si se lo hubiese tragado la tierra.
Con la mayor discreción posible, para no atemorizar al pueblo, se encargaron rogativas al Patriarca, y se reunieron los funcionarios y familiares para decidir el curso de acción. ¿Qué hacer? ¿Dónde podría estar? Era necesario, aunque más no sea, encontrar su cuerpo.
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Parte 2
-¡Otra más!, pero ¿Qué está pasando? ¿Qué dicen los técnicos?-
-Que están trabajando en eso, pero que aun no dan con la falla- contesto Ernesto- dicen que se quedaran fuera de horario de ser necesario-
Salvador corto el intercomunicador, siempre lo mismo, habría que tener paciencia, pero en ese momento él no la tenía. Abrió un cajón, saco una llave que coloco en la terminal, luego introdujo un código de 16 dígitos y la versión electrónica del manual del director apareció en la pantalla. Tenía que averiguar qué estaba pasando antes de que la falla del sistema se hiciera crítica.
¿Estarían sufriendo algún ataque? No sería raro, con tanto terrorista dando vueltas suelto por ahí.
-Permiso señor- Le interrumpió Angustias – hay alguien que quiere hablar con usted-
-Dígale que vuelva más tarde, ¿no ve que estoy ocupado?-
-Si señor, pero dice que lo envían del ministerio y que es urgente, o algo así, no le entiendo bien-
-¿Del ministerio? ¿Qué dice? ¿Esta bromeando? Del gobierno querrá decir-
-No, no, el insiste que es del ministerio- insistió Angustias- Me ha mostrado una carta credencial que lo acredita, pero yo no le he visto nunca-
-Bueno- suspiro resignado Salvador, ¿Qué otra cosa podría pasar hoy?- dígale que pase-
-¿Le pido a los guardias que lo desarmen?, el no quiere dejar sus armas en recepción-
Salvador levanto a desgana la vista de la pantalla, como interrogándola.
No hizo falta que Angustia intentara una respuesta. La puerta del despacho se abrió abruptamente y un fornido legionario ingreso por ella, sin muchos miramientos y se cuadro firme ante él saludando con el brazo derecho en alto, al mejor estilo fascista. Un frio recorrió la nuca de Salvador.
-Ave Exarca, Nomen mihi est Marcus – se presento
-¿Qué?, Angustias, un traductor urgente- pidió, ignorando que Angustias siempre había sacado buenas notas en Latín.
No hizo falta que viniera nadie, en esos momentos ingresaba Salvatus González, el agente del ministerio destacado en la Cádiz romana.
-Buenos días señor- saludo- disculpe, está muy apurado y no he logrado contenerlo-
-¿Qué es esto González?- urgió Salvador
-Ya le explico, deme un minuto por favor- pidió el mencionado González, al tiempo que, en latín, se dirigió al legionario explicándole algo y rogándole alguna otra cosa. El soldado pareció estar de acuerdo, bajo el brazo y se paro marcialmente en posición de descanso.
Luego, dirigiéndose a Salvador previo pedir confidencialidad, lo que obligo a que Angustias, bastante ofendida, abandonara la oficina, le conto una extraña historia relacionada con el soldado allí presente y la posibilidad, según el mismo decía, de que el ministerio dejara de existir, o de hecho nunca existiera, si no se rescataba a su jefe.
¿Y quién era su jefe?
¡Nada menos que el emperador Constantino!
Salvador no podía dar crédito a lo que oía, ¿sería esa la explicación a lo que estaba sucediendo?
Desesperadamente consulto el “Manual del Director” que aun permanecía abierto en su ordenador. Por la expresión de su cara pareció que sus temores se confirmaban.
Aparto la vista del manual, se reclino en la silla, junto sus manos frente a su boca, como si fuera a rezar; medito unos segundos y luego, reparando en el legionario le pidió a González que lo alojara adecuadamente en el ministerio, explicándole que ya estaban trabajando en el tema y que lo llamarían ni bien tuvieran una respuesta. González acepto con un si de cabeza
-          Y, González, regrese lo antes posible, tenemos que hablar- le pidió Salvador cuando salía.
Mientras González regresaba busco en los correos electrónicos archivados, hasta que lo encontró. Efectivamente ahí estaba, miro la fecha y comprendió, había llegado durante el tiempo que se había ausentado durante aquella expedición a las misiones guaraníes del 1600. El sistema lo había archivado automáticamente al no ser abierto durante el tiempo estipulado y él no lo había advertido. Solo restaba esperar que no fuera demasiado tarde para subsanar el error.
-Así es amigo. Es verdad, aquí está todo como usted lo advirtió. No tiene usted responsabilidad alguna en el tema. Ha hecho bien en traerlo- acepto ante el patrullero- Me imagino el problema que esto debe ser para ellos, tanto o más que para nosotros.- suspiro - ¿y que sugiere usted que hagamos?-
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-          ¿Entonces vamos?- interrogo Pacino
-          No veo que haya otra alternativa- Afirmo Alonso
-          Sin embargo, es todo tan disparatado- objeto Amelia
-          Si, efectivamente lo es – acepto Salvador - ¿pero que no lo es en este bendito ministerio?-
-          Repasemos de nuevo la situación- Pidió Irene
Salvatus González volvió a explicar, sucintamente esta vez porque ya todos habían escuchado la historia, como se había involucrado en este problema. Volvió a referir el susto de muerte que se llevo la última vez que, al regresar a Cádiz en el 30 ADC, se encontró con Marcus apareciendo por una puerta contigua en los baños de la ciudad y como al querer, por curiosidad, entrar por esa puerta el legionario lo descubrió y casi lo mata. Fue para evitar pasar a mejor vida que se identifico como agente del ministerio y, para su sorpresa el legionario lo soltó,  le conto la extraña historia que ya sabían y le pidió ayuda. Eso los había llevado hasta allí.
-          Guau, no sabía que España hubiese conquistado Roma, siempre pensé que había sido al revés- se asombro Alonso
-          Y así lo fue- le explicó Pacino.
-          ¿Entonces que hace el ministerio en todo esto?- Pregunto Amelia.
-          Como sabéis – comenzó a explicar Salvador- nuestro ministerio se articula a partir del reinado de Isabel l. Eso es conocido por todos. Lo que casi nadie sabe es que no es el único ministerio posible…- aquí la situación se puso difícil de explicar- bueno, parece que los Bizantinos tuvieron su ministerio y que fueron quienes dejaron instaladas varias de las puertas que dieron origen al nuestro, las que permanecieron “perdidas” hasta que le fueron reveladas a Isabel I.-
-          Pero si es así y se nos está pidiendo que vayamos a otro ministerio ¿Cómo podremos hacerlo?- la duda de Pacino era la de todos.
-          Pues, pare eso contaremos con la ayuda de Marcus-
-          ¿Esta misión no la pueden hacer ellos solos?, ¿Por qué tenemos que intervenir nosotros fuera de España?- volvió a cuestionar Amelia siempre tan atenta.
-          Porque el ministerio Bizantino aun no se crea, el es el único agente activo allí - fue la sucinta respuesta de Salvatus González.
-          Y ese parece ser el problema que nos relaciona con todo esto- aclaro Ernesto- parece ser que sin el ministerio Bizantino el nuestro, ni la mayoría de los otros, existirían nunca-
-          De hecho este problema explicaría los “inconvenientes” que hemos estado teniendo- y no dijo más porque el tema era estrictamente confidencial.
-          Si como dice hay muchos otros posibles ministerios, y cualquiera podría ayudar, no me queda claro, - cuestiono Alonso -¿Por qué debemos ir nosotros?-
-          ¿Preferiría que fueran los de Argentina?-
Marcus miro extrañado sin comprender. Nadie dijo nada más, tomaron sus instrucciones y marcharon a vestuarios a cambiarse.
Parte 3
Al atravesar la puerta se encontraron en unos baños, desiertos a esa hora, lo que los ayudo mucho a sobre llevar la sorpresa de ver aparecer, a último momento, a Amelia.
-¿Qué miran? ¿Se pensaban que me iban a dejar como cuando fueron a Sudamérica?-
No había terminado de digerir que no la llevaran a la misión a las misiones guaraníes.
Los hombres se miraron, se encogieron de hombros y siguieron al centurión que ya atravesaba la siguiente puerta.
Al cruzarla se encontraron en un recinto abovedado, pobremente iluminado, que daba la sensación de una obra en construcción abandonada. Había escombros y polvo por todos lados. Se veían unas pocas puertas, la mayoría notablemente deterioradas, daban impresión de no haber sido abiertas en mucho tiempo.
-¿y bien? ¿Ahora qué?- pregunto Pacino
- No sabemos, por eso los hemos llamado a ustedes para que nos ayuden con este misterio - contesto Marcus
Extrañamente nadie reparo en el hecho de que le entendieran sin necesidad de traductor.
-          Bueno amigo- dijo Alonso dándole una palmada en la espalda a Pacino- tu eres el detective aquí. A trabajar-
Alagado y molesto a la vez, Pacino asumió su papel de policía de investigaciones. Comenzó por recapitular los hechos conocidos, tratando de encontrar fisuras o pistas ocultas en el relato, que pudieran darle algún indicio sobre el paradero del emperador.
¿Dónde podría estar? ¿Qué le habría pasado?
-          Bueno, yo creo que lo primero que deberíamos hacer es ir a la ciudad – concluyo luego del análisis.
-          Yo no – disintió Amelia
-          ¿Cómo?-
-          ¿Por qué?-
-          Bueno, yo no sé mucho de pesquisas y esas cosas, pero de limpieza entiendo bastante- dijo mientras pasaba el dedo por el polvo de la banca de mármol en la que se había sentado.
-          Al que se ría lo mato- amenazo al ver, por el rabillo del ojo, aparecer sonrisas en las caras de los compañeros.
Luego, levantándose, se dirigió a una puerta en especial y señalando la empuñadura de la misma dijo
-          Esta limpia. En el polvo del suelo hay huellas y las telas arañas están rotas. Alguien ha pasado por aquí hace poco- Hizo notar.
Alonso, discretamente, con la mano derecha cerro la boca de Pacino, que la tenía tan abierta como los ojos.
-          A donde da esta puerta- Pregunto cuando pudo recuperarse del asombro.
-          No se- fue la escueta respuesta del Bizantino
-          Pues, veamos – dijo Alonso al tiempo que la abría.
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Se sentía como un niño haciendo una travesura. Por un instante fue tremendamente feliz. Bastaba con imaginar las caras en la corte al ver que no estaba…ha, como quisiera verlas, cuantas víboras se delatarían….y la felicidad se le esfumo.
De todos modos no esperaba demorar demasiado, sería solo una vueltita, llevaba años dándole vueltas al asunto y creía tener bastante claros los pasos a dar para llegar hasta su objetivo. Si hasta era posible que volviera antes que lo echaran de menos.
Le costó algo de trabajo llagar a las puertas. No podía quejarse contra nadie que no fuera él, se veía que su orden se había cumplido y nadie había tocado nada desde aquel día en que le avisaron que las habían descubierto. Cuando regresara tendría que recordar felicitar al centurión a cargo, quien quiera que fuera.
Con decisión leyó los distintos signos en las puertas, hasta que encontró los buscados. Con su bastón rompió las telas arañas que la sellaban, y acciono el picaporte. Para su sorpresa la puerta se abrió sin dificultad, como si lo estuviera esperando.
Al atravesarla se encontró en….no habría sabido decirlo bien, parecía como un lugar de oración, ¿una sinagoga quizás? No, no, esa estatua de un romano al lado del altar lo desmentía. Bueno, qué más daba, camino con buen paso hacia lo que parecían las puertas principales, sin dudarlo las abrió y salió. Afuera el sol de dio de lleno en la cara y lo cegó momentáneamente.
El bullicio era ensordecedor, parecía día de mercado por la actividad que se veía en todas partes.
Pensó unos instantes, ¿hacia dónde se dirigiría? No tenía ni idea de cómo era esa ciudad, ni siquiera sabía si era la ciudad correcta.
Camino por la calle principal, atestada de gente rara, con vestimentas “antiguas”. Vio algunos soldados, pero no eran romanos, seguro. Eso lo inquieto un poco.
Luego de andar entre la gente, prestando oídos a lo que conversaban, tuvo la certeza de que la mayoría lo hacía en arameo o algún dialecto similar. Eso le alegro. Parecía la ciudad correcta.
Recorrió los puestos del mercado hasta que creyó escuchar a alguien hablando en griego. Se arriesgo y le pregunto por el lugar que estaba buscando.
El interpelado entendió las palabras pero fingió no entender la frase. Lo miro de arriba abajo, sin duda debía ser una persona importante, sus vestimentas eran lujosas. La codicia se despertó en su interior, algo se podría obtener de ese viejo.
Con ladina obsecuencia se hizo repetir la pregunta, mientras su mano izquierda, oculta tras la espalda, hacia inequívocas señas a un par de mozalbetes que estaban cerca. Estos no se hicieron repetir la indicación y solícitos se acercaron por detrás del emperador para robarle.
Mientras él prestaba atención a lo que le decía el mercader, intentando entender las indicaciones, uno de los muchachos tiro de la bolsa que llevaba en la cintura….recibiendo un estoque que casi le secciona el brazo.
Espada en mano los encaro y los hizo correr. Aun era el soldado de valor que había sido, sonrió para si. Cuando se volvió para ajustar cuentas con el griego, este ya había desaparecido.
Por supuesto, como ha sido siempre, luego del intento de robo, y sobre todo por la respuesta dada, se armo un corrillo de chismosos que alborotaron el lugar y a la policía no le gustan los alborotos. Que a un ciudadano lo roben o incluso lo maten es una desgracia personal que no altera mucho la paz social, está asumido, hasta donde es posible, que es  parte de los riesgos diarios de salir a la calle. Pero que la gente se junte y empiece a hablar y quejarse, eso ya es otra cosa. Una reunión así puede derivar en tumulto y los tumultos no son agradables para los gobernantes.
Sin muchos miramientos los soldados que había visto anteriormente, (eran la policía local), lo tomaron por los brazos tratando de apresarlo, y eso era algo inaudito. Nadie ponía una mano sobre el gran Constantino y se salía con la suya.
La pequeña batalla fue breve y rotunda, en dos movidas los policías se hallaron derribados y doloridos. Y él corriendo para desaparecer de allí.

Parte 4
La Galilea estaba revuelta, algo pasaba en ella, la gente estaba inquieta y la calma era engañosa.
Cuando Galilea se ponía alerta toda Judea también lo hacía.
El procurador y las autoridades locales sospechaban que los zelotes tramaban algo. Semejante deducción no era ningún esfuerzo de inteligencia, los zelotes siempre tramaban algo, y si no lo hacían lo hacían lo mismo, eran una buena escusa para mantener los controles sin que la gente proteste demasiado.
En el puesto de control, en el camino a Belén, el sol estaba cayendo y los soldados estaban prontos a cerrar la barrera, los que no pasaran deberían volver a Jerusalén si no querían dormir al sereno. Y la mayoría no lo quería, las temperaturas del desierto se ponían bien bajas de noche.
El decurión se acerco al soldado y dio la orden, por ese día no pasaba más nadie, salvo esas gentes que estaban ahí cerca, se veía que la mujer estaba a punto de dar a luz y no podría regresar a la ciudad.
Al pasar se identificaron como naturales de Nazaret, en Galilea, con destino a Belén, para el censo.(1)
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Con precaución Alonso cruzo el umbral e ingreso en una sala fresca y desierta. A un costado, en realidad al fondo de la nave porque la puerta estaba a un lado, se veía un altar, o algo que podía serlo, y una estatua de un hombre con toga.
- Augusto - aclaro Amelia al verla luego de pasar la puerta.
-¿Quién?-
-El primer emperador Romano-
-Ah ¿y? -
Hacia el otro lado había una puerta importante, posiblemente el ingreso al recinto.
-¿Qué hacemos?- pregunto Amelia
-Pues…vayamos a esa puerta…- empezó a indicar Pacino, pero no termino la frase, porque de pronto la puerta se abrió violentamente y por ella entro un hombre a la carrera, como huyendo de algo.
-Ave Cesar- escucharon saludar a Marcus que se había cuadrado militarmente con la mano derecha en alto.
-¡Marcus! ¿Qué haces aquí?- pregunto pero no espero la respuesta, prestamente ordeno- vamos, todos por la puerta, hay que salir de aquí- y empujo a Amelia de regreso, luego paso Salvatus, que estaba al lado de ella y estaba por pasar Pacino cuando se produjo el temblor.
Fue una cosa extraña, pues no tembló del lado de la puerta donde estaban, el templo permaneció quieto. El temblor fue del otro lado, del lado de Bizancio.
Entonces la puerta se cerró bruscamente y ya no fue posible cruzar por ella, de alguna manera estaba trabada y no era posible moverla más de unos centímetros por donde no pasaba más que una mano.
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-          Es inútil Amelia, no se abre – dijo Salvatus ya extenuado de tanto empujar.
-          Salgamos de aquí- se escucho la voz de Alonso del otro lado
-          ¿Qué pasa? ¡Pacino! ¡Alonso!- pregunto angustiada Amelia, pero no hubo respuesta, solo ruido como de pasos apresurados, de tropa a la carrera, revolviendo todo.
-          Vamos, me voy a buscar ayuda – le dijo a Salvatus -  tu quédate aquí hasta que regrese, por si acaso- y salió a la carrera por la puerta que daba a Cádiz, por la cual habían llegado.
En vano Salvatus González amago una protesta, Amelia no le dio tiempo, cerró la puerta tras si al salir y ya nada pudo hacer.
En Cádiz la cosa no fue tan fácil, los baños estaban llenos de…..hombres, rigurosamente desnudos, que no dejaron de notar su aparición por una puerta y posterior desaparición por la siguiente.
Cuando llego al ministerio aun estaba turbada, no mucho, pero si algo.
-          Que ha pasado – pregunto Irene quien fue la primera en verla llegar
-          Que nos hemos quedado separados- y le fue explicando sucintamente mientras iban hacia la oficina de Salvador.
-          Necesitamos una cuadrilla para poder despejar el paso de las piedras que la traban –
Salvador medito unos instantes, luego levanto el teléfono e hizo una llamada.
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-Salgamos de aquí- grito Alonso y todos lo siguieron para escapar de los soldados que acaban de entrar por la puerta.
- ¡están profanando un templo!- exclamo asombrado Alonso
- No, para ellos el único templo que merece respeto es el de su Dios, los otros son idolatrías abominables-
-¿Cómo?-
-Luego te explico, ¡corre!-
Marcus, espada en mano, quedo para proteger la huida.
En la carrera escaparon por una puerta que daba a un patio, saltaron una tapia, los corrieron los perros, alguien les tiro una escudilla y por ultimo tuvieron que cruzar un chiquero.
Hediondos, cansados y de mal humor se metieron en una taberna. El tabernero, al verlos llegar manoteo una masa que tenia bajo el mostrador, por si era necesario defenderse, pero la guardo al escuchar los gritos de los soldados que corrían tras ellos y en cambio les indico una puerta trampa en el piso, por la cual se metieron, yendo a parar al interior de una oscura bodega.
 Cuando paso el tumulto el tabernero abrió la puerta y, sin bajar pregunto
-¿de qué tribu son?-
-Aser, de Tarragona, en Hispania - contesto prontamente Constantino en griego, mientras los otros lo miraban extrañado.
Pasaron unos instantes de tenso silencio, luego se volvió a escuchar al posadero
-Con razón tenéis ese aspecto y acento- dijo – descuidad aquí estaréis a salvo ya les avisare cuando puedan salir.-
-No se lo ha creído. Vamos, salgamos de aquí- ordeno Constantino – ya he visto bastante de esta gente como para saber que nos venderá-
No se hicieron repetir el pedido, como pudieron se escabulleron por una ventanuca hacia las afueras de la ciudad. Justo a tiempo, a la distancia, mientras huían, pudieron ver los policías entrando en la cantina guiados por el posadero.
-Estas gentes no tienen palabra, por algo el viejo Tito tuvo que tomar la ciudad- justifico el emperador. Alonso y Pacino se miraron…si esto se iba a repetir tendrían que repasar historia clásica.
Una vez alcanzado el campo siguieron avanzando hasta donde se veían unos camelleros, posiblemente una de las tantas caravanas que recorrían la zona.
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Parte 5
Amelia, a la cabeza del grupo de hombres de la cuadrilla de mantenimiento, cruzo la puerta que daba a los baños de Cádiz. Esta vez fue más precavida, lo primero fue confirmar que estuvieran vacios, y luego si, cruzar a la otra puerta.
En Bizancio Salvatus los esperaba impacientemente, temía que alguien bajara a la obra y descubriera todo. En varias oportunidades había oído voces cercanas.
La cuadrilla se puso a trabajar inmediatamente, con premura apuntalaron la mampostería y colocaron los gatos hidráulicos que juzgaron convenientes para levantar el dintel que había cedido.
La operación les llevo escaso 30 minutos, urgidos por la premura de Amelia y los ruidos, como a cruce de espadas, que llegaron desde el otro lado.
Cuando por fin lograron abrir la puerta se encontraron con Marcus herido, caído a un costado de la puerta.
Aun vivía, pero no lo haría mucho tiempo más si no lo atendían. ¿Qué hacer? Tenían orden de no intervenir en la historia, y Marcus, para ellos, era historia…¡pero también era un ministerico!
-Vamos, llevémoslo al hospital- pidió Amelia
-Yo cuido la puerta- indico Salvatus
Con la ayuda de un par de hombres de la cuadrilla transportaron al centurión lo mejor que pudieron.
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Con mucho cuidado se escabulleron entre los camellos hasta unas carpas cercanas. Al entrar en ellas vieron varios arcones con prendas, tomaron algunas y salieron.
En un pozo de agua cercano se lavaron lo mejor que pudieron y dejando las ropas que traían se vistieron con las que habían robado.
Para evitar que alguien los reconociera con las prendas tomadas, salieron por el lado opuesto, dirigiéndose prontamente a otra caravana.
En ella el emperador compro 3 camellos con una moneda, que si bien le resulto extraña al comerciante, era indudablemente de oro de primera calidad y cubría con holgura el costo de los animales.
-Vamos señores, ya que Dios ha querido ponernos juntos en esto, síganme- dijo el emperador al tiempo que ponía rumbo de regreso a la ciudad
-¿A dónde vamos Señor?- pregunto humildemente Pacino
-A buscar alguien que nos indique como llegar- fue la escueta e inútil respuesta, mientras hacía punta.
Un par de pasos más atrás Pacino y Alonso se miraban cada vez más extrañados.
-Tienes idea de que está pasando- pregunto el último
-Ni la menor idea.- contesto Pacino- es más, me pregunto ¿qué hacemos aquí?-
-Si, a lo que parece el viejo este, el emperador o quien sea, se las arregla bastante bien solo-
-Es más, hasta parece que el nos está protegiendo a nosotros-
Mientras marchaban a de regreso a la ciudad el sol comenzaba a ocultarse. En el horizonte un cometa apareció.
Lograron entrar en la ciudad justo antes de que cerraran las puertas, con un grupo de hombres y mujeres que a todas luces eran viajeros que venían a pasar la noche.
-Espérenme aquí-ordeno Constantino dejándolos en un mercado, mientras se dirigía a un puesto Romano que divisaron al ingresar.
-Ya me está cansando con sus órdenes el emperador este- bufo Pacino.
-Si, los emperadores a veces son difíciles de soportar- acepto Alonso mientras tomaba una fruta de un puesto.- ¿tienes una moneda?-
Pacino se toco las ropas y negó con la cabeza. Resignadamente Alonso volvió la fruta a su lugar.
-Tomad buen hombre- le dijo un viejo extendiéndole una moneda de cobre
-No señor, por favor- rechazo avergonzado
-Toma, es mejor pedir que robar, y el hambre es mal concejero- insistió el hombre- ya me la devolverás cuando pases por Samaria- concluyo mientras se daba vuelta y se iba sin esperar respuesta.
No tuvieron tampoco tiempo de hacer nada más, el emperador, visiblemente satisfecho había vuelto a aparecer
-Ya esta, vamos, no hay nada como un buen Romano para poner las cosas en su lugar- se ufano.
-Señor, puedo preguntar a donde vamos- consulto Pacino humildemente, tratando que la sorna no se le notara.
-Al palacio de Herodes- fue toda la respuesta. Cuando quería el emperador sabía ser lacónico.
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-¿Qué? ¿Quiénes?- Pregunto visiblemente molesto, mientras alejaba de su lado a la cortesana que tenia sentada en las rodillas. Respetuosa y temerosamente los músicos silenciaron sus instrumentos.
-Unos magos de oriente señor- Repitió respetuosamente el sirviente
-Persas seguramente- susurro un cortesano
-¿y qué dices que quieren?-
-Vienen averiguando por el lugar de nacimiento del rey de los judíos-
-¿¡que!? ¿Acaso tengo algún bastardo desconocido con ideas peligrosas?- todos rieron nerviosos y obsecuentes.- Bueno, hazlos pasar, a ver que traen- ordeno
Los tres ingresaron a presencia del gran Herodes, quien, al verlos aparecer, sin saber porque, perdió la sonrisa burlona que tenia y se puso serio.
-Decidme señores, ¿en qué puedo serles de utilidad?- pregunto con falsa modestia.
-Venimos desde muy lejos buscando al rey de los judíos- dijo el emperador mientras Pacino y Alonso miraban con recelo todo el sector. Aquello era una ratonera, si decidían atacarlos allí difícilmente podrían hacer algo más que dejar su huesos para pasto de la carroña a no ser que el emperador fuera superman.
-Pues estáis ante él- desafío Herodes
-Sí señor, eso lo sabemos y nos alaga que nos haya recibido excelencia- replico Constantino con una reverencia que no debía serle nada fácil a su orgullo. No cabía duda, aparte de buen soldado era un muy buen político.
-Entonces ya habéis llegado- concluyo Herodes tendiendo la mano para el beso del anillo.
-Excelencia, no somos dignos- se disculpo Constantino declinando la ceremonia; no podía pedir tanto a su orgullo; luego continuo- Debemos seguir la estrella que está en el cielo- concluyo mientras con la mano derecha señalaba la venta tras la cual se la veía en el cielo nocturno.
-Nos agradaría que su merced ordenara se nos explicara a que paraje está indicando-
La estrella, hacía varios días que estaba allí anunciando desgracias, era de mal augurio.
Tal fue la conmoción que provocó la alusión a la misma que Herodes paso por alto el desprecio del besamanos. Aunque no demostró preocupación, si estaba preocupado y su cabeza, funcionando a mil por hora buscaba que hacer. No era cuestión de malquistarse con unos magos y menos en el momento que semejante augurio aparecía en los cielos. Luego de unos segundos eternos animo a los sabios a continuar hablando.
- Seguimos la estrella desde que salimos - mintió Pacino hablando sin permiso. El emperador lo miro seriamente pero no le dijo nada, antes bien dirigiéndose a Herodes continuo
- La profecía dice que la estrella se detendrá ante el lugar donde el rey acaba de nacer - O en la Bizancio de la época ya se conocía la historia o Constantino seguía la mentira de Pacino. En cualquier caso, en una partida de truco convenía tenerlo de compañero.
Herodes miro a sus cortesanos y astutamente retruco
 –Puesto que la estrella está detenida….- y no termino la frase, pues quedaba sobre entendido que, si la estrella se había detenido ese era el lugar donde estaba el rey de los Judíos.
-¿Es que ha nacido algún niño aquí?- pregunto resueltamente Pacino. La cara de póker de Constantino no permitió adivinar qué pensaría ante tantas impertinencias.
Todos se miraban en la corte y las mujeres, en voz baja negaban cualquier posibilidad en tal sentido. La jugada era legal y, si se la respetaba, los magos la ganaban.
-O sea que seguiréis vuestra búsqueda- claudico Herodes.
Los tres asintieron.
-Pues, permitirme ofrecerles mi hospitalidad hasta mañana y luego id a buscar vuestro niño y regresar a contarme donde lo encontráis, así puedo ir a adorarlo también yo.-
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Parte 6
Algo debería estar andando mal. Las puertas seguían fallando. En la última hora cuatro más habían dejado de funcionar y tres daban indicios de querer andar con problemas.
Después de la falla de la puerta que daba a la Cantabria prerromana tuvo que pedir refuerzos de seguridad. A duras penas, y gracias a la oportuna aparición del duque de Alba con su guardia personal, habían podido reducir a la partida celta que la había atravesado ante la falla total de los sistemas de resguardo que evitaban esas cosas.
Ahora había guardias especiales ante las puertas que daban a Ceuta en 1935; Cusco en 1780 y Roma en el 1500. Si se repetía la falla de Cantabria la cosa se podía poner fea.
-¡Amelia! ¿Qué hace usted aquí?- pegunto Salvador al verla regresar
-Lo encontramos mal herido y le hemos traído para cuidados- contesto mientras por el pasillo se veía pasar a los camilleros que ya se habían hecho cargo de Marcus
-…como es agente del ministerio…- ensayo una escusa ante un regaño que no se le había hecho.
-Si, está bien, eso no es problema- minimizo Salvador, -el problema es este, venga- y la hizo pasar a tras de su escritorio. Normalmente nadie tenía acceso a ese lugar.
-Le muestro esto porque la situación se está poniendo urgente y no tenemos noticias de Alonso ni de Pacino- Le aclaro- Si no tenemos respuesta pronto deberemos mandar todas las patrullas disponibles para que el emperador ese regrese a Constantinopla y arregle esto.- asevero con un gesto hacia la pantalla.- parece ser el origen de todo el problema-
-Comprendo señor ya regreso para allí- asintió Amelia, justo cuando tres hombres ingresaban en la oficina.
-A que bien, suerte que han podido llegar a tiempo, justo antes de que la señorita Amelia partiera. Id con ella y ayudarla en todo lo que os pida- ordeno a la patrulla recién llegada.
A Amelia no le gusto la imposición, pero ordenes son ordenes.
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Con suma cortesía los aposentaron en una habitación del primer piso del palacio
-No podemos quedarnos aquí- Insinuó Pacino
-Estoy de acuerdo- Confirmo Alonso
-Y yo señores, este tipo no me da ninguna confianza. Debemos irnos ni bien podamos-
Diciendo y haciendo, cuando el silencio y la oscuridad cubrieron el palacio, se escabulleron por una escalera de la servidumbre, tomaron los camellos y se marcharon.
-Hay que volver al templo para a ver si podemos cruzar la puerta- dijo Pacino torciendo a la derecha, Alonso tras él. Pero no Constantino, que, impasible siguió derecho hacia donde se veía el cometa.
-¿Qué hace?-
-No sé, me parece que esta algo ido- dijo Alonso llevándose el dedo a la sien, en inequívoco gesto.
-Pues, vamos a buscarlo- Suspiro Pacino, girando hacia donde el emperador iba. Subiendo los hombros Alonso lo siguió.
-Señor- se animo al cabo de un rato Pacino- ¿A dónde vamos?-
-Ustedes no sé, pero yo voy a hacer lo que vine a hacer- y callo.
Lo acompañaron largo trecho. Hasta las puertas de la ciudad, que estaban cerradas.
Constantino no se amilano por eso. Silbo de una manera particular y la puerta se abrió. Al salir una moneda cambio de manos. Debieron apurarse a salir para no quedar encerrados.
Fuera de la ciudad un hombre lo esperaba con dos bolsas. Otra moneda cambio de manos y los bultos fueron acomodados en los camellos de Pacino y Alonso, que los dejaron hacer sin protesto alguno. Que iban a decir?
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Al llegar a la puerta de Nueva Roma se encontraron con Salvatus que aun cuidaba las puertas.
-¿Alguna novedad?-
- No, todo tranquilo, parece que todo el mundo está ocupado en otra cosa-
-Mejor así – y señalando a los hombres que la acompañaban – son de la patrulla. Creo que uno de ellos podría reemplazarlo, su conocimiento de la época nos será de utilidad- y, dicho esto cruzo la puerta que daba al templo en Judea, Salvatus tras ellos, mientras uno de los otros patrulleros lo reemplazaba.
Ya en las calles de Jerusalén lo primero que les llamo la atención fue el números de soldados locales que la recorrían. Estaban tranquilos pero vigilantes.
-Buscan algo- sentencio Salvatus diciendo lo que todos pensaban.
- Igual que nosotros. ¿Por dónde empezamos?- Se cuestiono Amelia
Nadie tenía respuesta a ello, pues ni si quiera sabían que había llevado a Constantino hasta allí, a hacer ¿Qué?.
-Pues, somos 4, dividámonos a ver que vemos y nos encontramos aquí en una hora- Sugirió uno de los nuevos.
Aceptada la idea se fue con su compañero hacia una taberna cercana mientras Salvatus y Amelia se introducían en el mercado.
Al cabo de la hora regresaron al punto indicado, pero no vieron a los otros. Se empezaban a preocupar cuando se produjo un estruendo extraño, como de una explosión y una columna de humo negro apareció sobre la taberna en la que habían ingresado los ministericos.
-¿Qué habrá pasado?- pregunto Amelia con cierto temor. En esa época había pocas posibilidades de presenciar una explosión. 
No hubo mucho tiempo para mantener la duda, de pronto vieron que, de entre los curiosos que se habían congregado para ver el incendio que hacia pasto de la taberna aparecían los dos patrulleros.
Su aspecto era bastante desalineado y venían discutiendo entre ellos mientras apuraban el paso.
Al pasar a su lado el paso ya era carrera.
-          Vamos, corran, salgamos de aquí antes que nos agarren – grito uno de ellos al tiempo que enfilaban hacia el templo donde estaba la puerta.
-          ¡No! ¡por ahí no!- ordeno Amelia y todos enfilaron en otra dirección
-          Debemos evitar descubran la puerta- fue toda la explicación que dio.
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Al clarear, con los primeros rayos del sol, la estrella se esfumo haciendo imposible seguirla.
A desgano del emperador y con el agradecimiento intimo de Pacino y Alonso, armaron campamento en un pequeño oasis cercano al camino y prepararon un frugal desayuno.
Luego de lo cual se recostaron contra la única palmera que crecía cerca del pozo de agua y se durmieron. Tal el cansancio que llevaban.
-          Se ha vuelto a ir – exclamo Pacino al despertarse y notar que el emperador ya no estaba
-          ¡Y se ha llevado los camellos! ¡el muy cabrón! – insulto Alonso al comprobar que los animales tampoco estaban.
-          Si lo llego a encontrar de nuevo va a ver lo que es bueno, por más real que sea – amenazo Pacino al tiempo que se ponía en camino tras las huellas dejadas por los camellos. Sin decir palabra Alonso lo siguió.
A pesar de ser invierno el sol estaba fuerte y hacia cansadora y lenta la marcha a pie. En el camino cruzaron con varios viajeros que, cuidadosamente, los saludaron pero sin acercárseles demasiado. Debían ser tiempos de tener cuidado.
Y  lo eran, pues de pronto, a la vuelta de una curva en pendiente les salieron al paso cuatro sujetos de fiera figura.
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Parte 7
-          ¿Qué ha pasado? – pregunto Amelia en el primer descanso que pudieron tomar durante la uida, apoyada contra unas rocas.
-          ¡Que esta bestia casi nos mata a todos! – dijo uno mientras le sacudía un golpe en la cabeza al otro.
-          ¿y que querías que hiciéramos?¿que nos quedáramos encerrados en ese sótano hasta que llegaran los policías?-
-          No, ¡claro que no!  Pero podías haber hecho mejor la mescla –
-          A si, ¿y porque no lo hiciste tu?-
-          Alto, dejen de pelear entre ustedes y explique qué paso- Pidió Salvatus en prevención de la reacción de Amelia que a duras penas contenía su enojo.
-          Bueno – continuo el primero en hablar – al entrar en la taberna nos atendió un posadero muy amable que nos ofreció algo de beber…-
-          …Pero que al escucharnos preguntar si había visto a tres extranjeros por ahí puso cara de alarma, nos hiso señal de no levantar la voz y nos pidió que lo siguiéramos-
-          Y eso hicimos, el mal nacido nos llevo a la bodega y, una vez entramos, nos encerró diciendo algo de que pagaríamos los daños que le habían causado los otros o algo así-
-          Yo no me iba a quedar a esperar que vuelvan –
-          Sí, pero ¿a quién se le ocurre hacer volar la puerta?-
-          Yo no iba hacer volar la puerta. Solo quería volar la tranca-
-          ¿y para eso necesitabas tanta pólvora negra?-
-          ¡No! ¡Pero que iba a saber yo que el salitre de aquí era tan bueno!-
Amelia no podía creer lo que oía, ¿estos eran sus compañeros del ministerio? ¡Si parecían de una película del gordo y el flaco!. Los recortes presupuestarios del ministerio estaban empezando a impactar en la plantilla.
-          Bueno, bueno, ya está bien, vamos no perdamos más tiempo – Pidió sin querer saber más.
-          ¿y hacia adonde?-
-          A Belén, en el mercado hemos escuchado el rumor de que a la noche unos sujetos, que podrían ser los que buscamos, habían salido de la ciudad antes de que se abrieran las puertas, y habían tomado esa dirección. Aparentemente también los buscan los soldados del rey local.-
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Alonso y Pacino se pusieron espalda contra espalda, con los puños en alto como única defensa.
La situación era tensa. De un lado los dos en evidente desventaja, del otro los cuatro sujetos que, espadas en mano, los tenían rodeados.
De pronto uno de ellos no pudo más, bajo la espada y largo a reír abiertamente.
Si antes la situación era tensa ahora era ridícula. Pacino y Alonso se miraron sin poder creer lo que pasaba. Ahí, frente a ellos, notablemente descompuesta de la risa estaba Amelia que, con lagrimas en los ojos los señalaba con la mano mientras les decía
-¡Mi Dios! ¡La cara que habéis puesto!-
-Venga, no os enojéis- les dijo Salvatus al tiempo que les tendía la mano- nosotros estábamos tan asustados como ustedes. Nos sigue toda la policía de Jerusalén-
-¿Qué? ¿Qué habéis hecho?- pregunto Pacino ya repuesto y más tranquilo al reconocer a la gente del ministerio en quienes los habían rodeado
- Pues que este casi vuela media ciudad- dijo uno de los nuevos exagerando cada vez más el percance del otro.
-Ya les explicaremos de camino- aclaro Amelia ya repuesta. – Ahora debemos encontrar a Constantino y hacerlo regresar lo antes posible a Bizancio. La cosa se está poniendo cada vez más fea-
Y se pusieron en camino a Belén.
A poco de allí llegaron al piquete de la legión y eso complico todo. Ninguno tenía papeles para circular.
En vano Salvatus intento convencer a los romanos. Las órdenes eran estrictas, ¡sin papeles no se pasa!
-¡¿Cómo que no pasamos?!- Exclamo Amelia
-Pues que no pasan ¿Qué es lo que no entiende señora?- le contesto el legionario algo molesto de tener que repetir la consigna.
-Entiendo muy bien, el que no entiende es usted ¡Tenemos que ir a Belen!-
-¡No sin papeles!- dijo ya exasperado el soldado, sobre todo al notar que se empezaba a amontonar gente en el lugar.
-Vamos cada uno a sus cosas- ordeno desenfundando la espada para más argumento.
Al notar esto el decurión se acerco a ver que se trataba. Ni bien llego Amelia lo encaro.
El buen hombre la escucho pacientemente, una vez concluida la diatriba levanto una mano hacia un grupo de soldados apostados al costado del poste de la barrera y les ordeno que llevaran a la dama y los señores que la acompañaban a la carpa del centurión.
Estos no se hicieron rogar, con modales más bien bruscos les indicaron el camino a seguir.
Al llegar a la carpa les ordenaron se queden quietos y esperar.
Ahí estuvieron esperando una buena media hora, mientras tanto la tarde empezaba a caer y la estrella volvía a hacerse visible sobre el horizonte.
-          Basta por hoy – se escucho la orden y la barrera se cerró.
Impaciente Amelia quería entrar a la carpa del centurión, pero Salvatus, conocedor de los usos y costumbres la retuvo
-          Señora, nos haréis encarcelar a todos. Tened paciencia –
-          Pero, es que no tenemos tiempo. Mira – y Amelia le mostro el mensaje que acababa de recibir del ministerio.
Cinco puertas más habían colapsado. La guardia había tenido que repeler un piquete de falangistas llegados por la puerta de Ceuta y a un grupo de los soldados de Tupac Amaru que logrado colarse desde el Cusco.
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Parte 8
-¿Qué hacemos con los extranjeros señor?- Consulto el centurión
Constantino medito largamente el asunto. Ya estaba cansado de esos “hispanos”, gentes de provincia que se creían en la obligación de acompañarlo a todos lados…para después necesitar que él los rescatara.
Distraídamente hiso girar una moneda con la cara de Octavio, el primer emperador. En cierta manera se sentía identificado con su antecesor en el cargo. Claro que la época era distinta, cuando Octavio todo estaba por hacerse, a el le tocaba rehacer todo. Tenía la responsabilidad de devolver al imperio a su gloria pasada. Y otra vez lo asalto la duda ¿y si usara las puertas para corregir lo que se había hecho mal?
Claramente le habían advertido que eso no podía hacerse. Eso era lo que más le costaba, que alguien le dijera que podía y que no podía hacer. Y, sin embargo, cuando le pusieron en contacto con el misterio de las puertas lo había entendido, y hasta había jurado respetar la premisa.
No, definitivamente descarto la idea. Por lo menos hasta terminar lo que había venido a hacer, luego vería.
-          Señor. La estrella ha vuelto a aparecer- informo un soldado desde la puerta.
El centurión agradeció. Constantino se levanto.
-          Es hora de continuar-
Al salir los vio, eran los dos conocidos y tres más ¡toda una multitud! Y encima uno era una. ¡Lo que le faltaba tener que cuidar de una mujer! Aunque guapa, por cierto.
Al pasar frente a ellos se detuvo, medito un instante y dijo
-Vengan. Pero sin hablar-
No dejaba lugar a dudas.
Pacino y Alonso se dirigieron a donde estaban los camellos que habían montado el día anterior. Ya estaban con los bultos cargados, por lo que lo único que debieron hacer fue seguir los pasos del emperador, que ya montado en su camello había salido al camino.
Amelia y los otros caminaban atrás, demorando el cotejo.
El emperador, a buen paso, iba ganando distancia.
-¡Vayan que se escapa!- ordeno Amelia en voz baja
No se lo hicieron repetir, ambos montaron los camellos y fueron tras Constantino.
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-          Id a adorar al Señor – escucho sin saber de dónde salía la voz.
El pastor abrió los ojos y miro para todos lados. Todo se veía normal, las ovejas rumiaban o dormían bajo las estrellas, los perros estaban tranquilos…solo la estrella esa en el cielo era algo nuevo. Sin saber porque se levanto y se puso en camino.
-          Id a adorar al Señor –
El arriero miro al cielo y no lo pensó, un borrico a su lado pareció entenderlo y se puso en camino con él.
En el camino se fueron juntando pastores, arrieros, boyeros, campesinos, vacas, patos, burros, ovejas…parecía que Noé había vuelto a llamar.
 Estrella, siempre delante, indicaba el camino.
Al llegar frente a un humilde pesebre se detuvo. En el interior sobre un ato de paja un niño de pocos días dormía junto a sus padres, un pobre carpintero y su esposa.
De apoco a medida que fueron llegando se fueron inclinando ante él. El niño despertó y sonrió.
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-¡Ahí es!- exclamo Constantino maravillado al ver la escena marcada por la estrella, desde la sima que acababan de subir.  
- Entonces es todo verdad. Al final no me he equivocado al apoyar a los cristianos - se dijo a si mismo mientras una suave sonrisa se dibujaba en su rostro.
Sin decir más apuro el paso. Pacino y Alonso tras él.
Casi sin aliento llego hasta el pesebre, desmonto del camello y cayó de rodillas en el suelo. La cara entre las manos y lágrimas en los ojos.
Tras él, en silencio, junto a sus camellos, Pacino y Alonso contemplaban la escena sin saber qué hacer. Alonso estaba como petrificado, sus ojos empañados no podían dar crédito a lo que veían. Un nudo místico le atenazaba la garganta. Se persignó y arrodillo también.
Pacino, tampoco pudo sustraerse a la emoción e igual se postro.
-Por favor- pidió el emperador – traigan los presentes –
Los dos se levantaron y fueron a buscar lo que había en los camellos.
Una carga de incienso y otra de mirra que colocaron a los pies del niño.
Constantino, ya de pie, considerando escaso el presente, se desato la bolsa que llevaba a la cintura y también la ofreció, con todas sus monedas, sus queridos y tan logrados “Bezantes” de oro recién acuñados.
En un costado un escribiente tomaba nota discretamente de todo lo que pasaba
Cuando por fin llegaron Amelia y los demás, el emperador ya estaba comenzando el regreso, con Pacino y Alonso tras él.
-Vamos, hay un ministerio que crear y un bautismo que tomar- indico.
Antes de salir, discretamente, Pacino se acerco al escribiente y le pregunto.
-          ¿Tu quien eres?  –
-          Mateo Señor –
-          ¿Y escribirás todo lo que has visto y oído aquí? - pregunto curiosamente.
-          Todo lo importante…que se pueda escribir- aclaro – Del ministerio ese ni palabra. Lea- indico al tiempo que ponía a su disposición el papiro en que escribía
Y leyó:
“…Al entrar en la casa vieron al niño con María, su madre; se arrodillaron y le adoraron. Abrieron después sus cofres y le ofrecieron sus regalos de oro, incienso y mirra.
Luego se les aviso en sueños que no volvieran donde Herodes, así que regresaron a su país por otro camino” (2)    
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- ¿Entonces esta todo solucionado?-
- Eso parece. Por lo menos no se han detectado más fallas y las puertas dañadas han vuelto a funcionar –
- Cuanto me alegro – Dijo sinceramente, luego, dirigiéndose a Amelia- Señora, mi vida es suya, jamás podre agradecerle que no me haya dejado abandonado en el templo. Vuestros cuidados y vuestra ciencia me han salvado- Agradeció Marcus ya repuesto de sus heridas.
-Bueno, he de volver a Nueva Roma, el emperador me ha encargado el ministerio que acaba de crear-
-En hora buena colega- le felicito Salvador al tiempo que le estrechaba la mano
- Permiso – pidió Angustias mientras entregaba un papel a Salvador.
Este lo leyó y doblándolo saludo
-Amigo, os aseguro una cosa, en vuestro nuevo cargo no tendréis tiempo de aburriros-
-Por lo que he podido ver supongo que así será. Adiós- saludo a su vez y se dirigió a las puertas
-Nuestros saludos a Constantino- le grito Pacino mientras salía. Luego ya ido Marcus, se dio vuelta hacia Salvador
-¿Qué hay ahora jefe?-
- Problemas en Córdoba- contesto con cierta resignación
-¿Qué hay con los andaluces ahora?- consulto Alonso
-No, con los andaluces no, con los de la “Nueva Andalucía”-
Y como todos lo miraran extrañados aclaro.
-En la Córdoba de la Nueva Andalucía, en el 1573, por ese entonces virreinato del Perú- y luego, con un suspiro- Hoy Argentina-
¡Otra vez Argentina!.

Notas:
(1) Un hermoso relato sobre esta escena: “Dos Generales” en “Desde Delos en Frecuencia Modulada”  de Santiago Grimani. Editorial Intersea saic -  Buenos Aires - 1978
(2) Mateo 10 - 12