sábado, 22 de julio de 2023

La Guarida.

En esta oportunidad el relato de la semana nos trae una historia basada en hechos reales.

Aunque con un planteo inverso al del realismo mágico de principios del siglo XX bien podría responder a esta cuasi corriente literaria.

El mismo sigue la línea de pensamiento iniciada días atrás en una conversación con el escritor mexicano Cuauhtémoc Ponce  sobre el tema “Donde está el p*to cablecito” (ese que yo había guardado para, justamente, no perderlo y encontrarlo fácilmente cuando lo necesitara)

Advertencia, contiene escenas que se pueden considerar machistas y violencia de sexo explicita.

La Guarida

Sábado, fin de semana de Julio, templadito, como si no estuviéramos a mitad del invierno. Ideal para salir a pedalear, remar o cualquier cosa, menos quedarse en casa.

-          “Gordi” ¿Y si nos vamos a comer un asadito a las sierras? – se arriesgó a preguntar ilusamente.

-          Hay, no sé – dudó ella concentrada en el agua de la pileta de lavar.

-          ¿Qué te pasa? – preguntó él (Error presumiblemente originado en una “atadura” de la niñez, como me contaron la semana pasada)

-          Se tapo el desagüe de la pileta de lavar. ¿Queres revisarlo? Seguro que es alguna pavadita. Después salimos –

¿Quién diría que una situación tan trivial desataría el drama existencial que siguió?

Empezando que, para llegar a la pileta de patio a que va a dar el desagüe, era necesario quitar los estantes del mueble (que por alguna mágica e inexplicable razón está justo sobre el lugar a inspeccionar).

Claro, una cosa es decirlo y otra hacerlo, pues antes hay que retirar (y acomodar) los “quichicientos” frascos y frasquitos con sustancias varias, correr los tarros de cera para piso, la lata con el hormiguicida, el envase de enjuague para la ropa, el bidón del jabón liquido, el…

Bueno, no es para tanto, luego de unos 45 minutos ya esta, libre el acceso a la tapa de inspección…para encontrarse con que el albañil que coloco el mueble no tuvo mejor idea que dejar los restos de cemento sobre la tapa.

Total que hay que ponerse a sacarlo, pero claro, ya lleva por lo menos un par de años ahí…y no hay lugar para golpear…es entonces que el pobre hombre advierte el paso de los años, las articulaciones crujen tratando de acomodarse las extrañas posiciones que necesita adoptar para sacar la mescla ya seca.

Pero, “no hay duro que no se afloje”, al final la tapa queda libre y, luego de alguna resistencia, se logra acceder a la cámara…para encontrarla tapada con los mismos restos de cemento ¿Por qué el buen señor que hizo el trabajo no considero tomar alguna precaución? Con tapar la tapa con un trapo habría bastado…pero ¿para qué? Si total él no la iba a volver a sacar…que se cante el tipo al que le toque, o sea él ahora.

Con infinita paciencia encaró el trabajo de presidiario que tenía por delante. Con una cucharita de café (más grande no entra) comenzó a remover los restos…Por su puesto, el prolongado tiempo en la incómoda posición hizo que se le entumezca el cuerpo, por lo que no pudo ni moverse cuando el gato, en busca de comida, se paro encima de su espalda, o cuando el perro, corriendo al gato, le salto arriba como si fuera una gran hazaña, ni cuando su mujer, en un declarado intento de intimidar a los animales, le pegó de lleno con la escoba entre a la quinta y la sexta lumbar…

¿A que continuar? Luego de varias horas de renegar consigue el objetivo…la pileta quedo  limpia y operativa, pero la tarde se había ido, el viento había rotado al sur y el invierno hacía notar su regreso.

-          Ya se ha hecho tarde para salir – sentencio obviamente su mujer – mejor me voy a tomar mate con las chicas – dijo al tiempo que salía hacia lo de las vecinas…

Fue ahí cuando el pobre tipo recuperó su esencia animal, el atávico machismo que le impele a buscar un refugio… donde lamerse las heridas del día, para poder enfrentar los próximos combates (que sin duda llegaran).

Cansino, sin cambiarse, con la ropa sucia, en un acto de extrema rebeldía (total la señora ya se fue y no lo ve) encaminó sus pasos hacia “la guarida”…donde otros machos, igual o peor de golpeados que él, curan sus heridas con el néctar que les brinda la única hembra que ingresa al lugar, “la Pepa”, dueña del bar donde se sirven las mejores cervezas del pueblo.

© Omar R. La Rosa