jueves, 15 de diciembre de 2016

Tiempo de Navidad - 1605 - Puertas por un Tiempo

Tiempo de Navidad – 1605 – puertas por un Tiempo



Madrid, 13 de Diciembre del año de Nuestro Señor de 1….
Habiendo leído la siguiente historia y no encontrando en ella nada que me pareciera pudiera afectar la moral y las buenas costumbres, y considerando que nada se pierde con su lectura, antes bien puede que algo sea ganancia para quien pudiera sentirse identificado en las andanzas que acontecen a los personajes de la misma recomiendo se autorice su difusión, en la esperanza pueda servir, cuanto menos, de solaz para el lector.
Monseñor   ……
Publíquese
Yo, el Rey.
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Prologo
Donde se cuenta una historia que, por suceder en Navidad, podría considerarse un cuento de navidad, aunque en vez de paisajes nevados haya selvas tropicales.
Donde también se explican algunas cosas que no se explicaron en el relato anterior e, inevitablemente, se dejan otras nuevas sin explicar.
Donde no se hace alusión a Javier Olivares ni a ninguna otra persona real del ministerio.
Donde, por último, se aventura una explicación a algo mucho más mundano, como es que un actor no firme un contrato, que afecta grandemente a las futuras narraciones, porque esa decisión lleva a que desaparezca un personaje.
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Para ubicar al lector en el tiempo, lugar y circunstancias de la narración, se recuerda que entre 1578 y 1640 los reinos de España y Portugal estuvieron unidos por una misma dinastía. Esto llevo a que diversos territorios, habitados por diversos pueblos, normalmente adversarios, debieran convivir juntos. A pesar de las ordenes de la península, esta convivencia nunca estuvo del todo exenta de recelo, sobre todo porque las distintas ciudades tenían distintas economías, muchas veces competidoras entre sí.
Un caso particular fue el de la ciudad de San Pablo, en Brasil, que, a diferencia de la mayoría de las ciudades lusas de la época, estaba fundada en el altiplano que se encuentra cruzando la Sierra del Mar, alejada de la costa y sin puerto propio.
Esta situación, entre otras, llevo a varios de sus habitantes a organizarse en “banderas”, grupos de hombres que se identificaban por una bandera, para dedicarse a la caza de indios, y venderlos, después, como esclavos, en las plantaciones.
Los sacerdotes de los territorios españoles, lindantes con los portugueses, trataron de oponerse a este tráfico humano fundando misiones donde evangelizaban a los indígenas a la vez que los defendían, en la medida de sus posibilidades, de los ataques de los hombres de las banderas, los bandeirantes.
Franciscanos, pero principalmente Jesuitas, fueron especialmente eficientes en su trabajo, llegando estos últimos a organizar a los indígenas en cuerpos armados, debidamente instruidos, que, en más de una ocasión, ganaron batallas contra los Paulistas….cosa que estos jamás olvidaron ni aceptaron.
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Parte 1

Ese año la estación había sido particularmente lluviosa y los cursos de agua estaban todos desbordados dificultando el avance.
Entre la algarabía natural de la selva se sentía, como música de fondo, el bramido sordo y profundo del Iguazú
Los  hombres avanzaban con cautela acechando, los unos con flechas emponzoñadas ya colocadas en arcos tensados, los otros con los arcabuces y las ballestas amartilladas.
Unos hombres cazando animales, otros cazando hombres y animales asechándolos ambos.
La niña acompañaba, como de costumbre, a las mujeres de la tribu a recolectar frutos,  mientras los hombres buscaban aves y otros bichos, al tiempo que vigilaban y cuidaban a las mujeres. El grupo no era grande, no más de 10 o 12 individuos, vivían en la zona desde hacía poco tiempo, no más que los años de vida de la niña. Habían llegado huyendo de los cazadores que los perseguían para esclavizarlos, buscando la protección de las misiones, pero aun esta no eran seguras, en esas  selvas tan lejanas y apartadas, la ley era la de la selva, el más fuerte gana y el débil pierde.
Ella había sido afortunada, había tenido, dentro de lo posible, una niñez tranquila. En lo que llevaba de vida nadie había saqueado su aldea, ni incendiado su casa, ni violado a su madre, ni matado a hermanos o tíos. Todas las noches tenía un catre en el cual dormir, y un plato de comida para cenar. Durante el día ayudaba en las tareas de la casa y en la capilla de la misión, donde le enseñaban el catecismo y le hablaban de ese hombre que había dado su vida por todos, y de su madre amorosa que lo vio morir en la cruz.
A ella siempre le entristecía esa historia, sentía profundamente el dolor de la madre ante la muerte del hijo, como solía sufrir la abuela cuando recordaba a su padre, hijo de ella, que había muerto protegiendo la huida de la tribu.
Ella no llego a verlo nunca, cuando nació él hacía ya cuatro meses había muerto, pero le conocía muy bien, por los relatos de quienes lo conocieron. El guerrero más fuerte e inteligente de la tribu, el mejor cazador, el que traía las presas más grandes, el que hacia los viajes más largos. Había sido él el primero en ver a los hombres cubiertos de metal que venían bajando de las sierras, desde el norte. Había sido él quien más fieramente los había combatido y había sido él quien sufriera en carne propia la traición de los suyos, de quienes, por envidia y odio habían preferido aliarse con los enemigos, con tal de verlo caer. Solo la proverbial aparición de los padrecitos había salvado a la tribu de la aniquilación. Era por él por quien lloraban en silencio su madre y su abuela.
Ella veía, en la historia de María, la historia de todas las mujeres sufrientes, la abnegada madre, que, como intuía, era la representación de todas las madres y esposas sufrientes por las pérdidas de hombres queridos, padres, maridos, hijos.
Porqué los hombres eran así, llegada la edad se iban tras vaya a saber que sueños, y muchos no volvían.
En la misión era distinto, los padres les habían enseñado a cultivar la tierra y ya no era necesario deambular por la selva en busca de sustento. Pero las tradiciones y costumbres se conservaban y una excursión de caza y recolección era algo ineludible, algunos, a veces, salían por meses y se alejaban varios días de marcha de la casa, para volver luego felices y satisfechos con los frutos de la jungla.
Esa era una de esas veces. Juntaban frutos silvestres, mientras los hombres cazaban y pescaban, como había sido siempre, hasta que algo las alerto, de pronto la voz del Iguazú se hizo omnipresente. La selva había enmudecido y eso era una inequívoca señal de peligro.
La alerta llego tarde, de pronto, como demonios salidos del averno selvático, aparecieron los hombres barbudos cubiertos de metal, con sus palos de fuego y sus redes.
Antes de que pudieran escapar dos hombres yacían muertos con el pecho destrozado y ellas eran atrapadas, cual ardillas, su madre también.
-          Escapa Irupé- le grito la madre mientras un hombre la golpeaba- ve con los padres- y callo, aturdida por un culatazo.
-          Despacio bestia- oyó decir mientras huía- lastimada vale menos-
Y no oyó más, porque ya se había alejado mucho, tan rápido corría. Tan rápido y atolondradamente corría que, en un momento, al detenerse a tomar aire noto que estaba perdida.
Sin darse cuenta se había extraviado. No, se dijo a sí misma, eso no podía ser, debía orientarse, su hermano le había enseñado como hacerlo, su hermano Yaguatí…., si hubieran estado con ella esto no habría pasado, eran el mejor en la selva, pero esta salida era poca cosa para un guerrero tan avezado, había decidido marchar al norte hacia los saltos de itaipu, en busca de un jaguar de particular tamaño, y ahí estaba ella ahora, sola, sin saber donde estaba. Trato de concentrarse, lo primero era recuperar la calma, recordó. Se apoyo contra un árbol, cerró los ojos y respiro profundo hasta que el corazón dejo de latir alocadamente,  entonces los abrió y la vio. ¿Cómo no la había visto antes? Su hermano tenía razón, a pesar de que ella, por pelear no más, siempre le decía que estaba equivocado, pero no, no lo estaba, el miedo nublaba la mente, y era cierto, más tranquila había vuelto a ver.
Sin dudarlo fue hacia la puerta en el muro de piedra, corrió el cerrojo, que por suerte no tenia candado, y entro. Adentro el pasillo estaba desierto ¿Dónde estarían los padrecitos? Se preguntaba, cuando la vio, allí, frente a ella, de piel tan clara y cabello tan rubio, como en las imágenes del catecismo, aunque vestida de manera diferente. Ella no era nadie para decir nada al respecto, la cara se le ilumino con la luz de la esperanza, y, sin saber que hacía, presa de la ansiedad, le tomo la mano, arrastrándola hacia la puerta.
-Venga madre, por favor- rogó- aun podemos llegar-


Parte 2

Como de costumbre, la actividad del ministerio decaía en víspera de Navidad. Estas fechas no eran, como deberían ser, de alegría y reencuentro, la mayoría de los que trabajaban en él eran solitarios sin familias, algunos tenían puertas por las cuales salir, pero la mayoría no.
Sin embargo unas vacaciones eran unas vacaciones y nadie las rechazaba.
Salvador y Ernesto recorrían los pasillos, comprobando que las puertas estuvieran cerradas, las misiones concluidas, todo en orden para cerrar por una semana sin riesgos de encontrar sorpresas al regresar.
Quedaba una sola puerta sin sellar, al pasar frente a ella se miraron comprendiendo y siguieron.
-Irene es una mujer responsable, puede demorarse un poco- dijo Ernesto.
-Solo me preocupa esa puerta nueva- dijo resignadamente Salvador- con su traba del otro lado. Ya he conseguido el presupuesto y la autorización para tapiarla, pero no se podrá hacer hasta después de las vacaciones-
-Pero ¿eso no es peligroso?- pregunto Ernesto
-SI, sí que lo es, pero es vísperas de Navidad, y los sindicatos y los derechos adquiridos, tú sabes- se justifico
-SI, si se, que tiempos estos, en mis tiempos cosas así no pasarían-
-Sí, ya lo sé, pasarían otras, bueno, confiemos en que esa puerta no nos traiga problemas. Vamos, ya es tarde y arriba deben de estar por brindar-
Los dos subieron la escalera, apagaron la luz y cerraron la puerta de entrada general.
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Irene salió del apartamento con una terrible sensación de vacío. Se sentía mal, había discutido y consideraba egoísta lo que su compañía le pedía, faltaba algo, no sabía qué, pero faltaba y se sentía vacía. Como de costumbre se dirigió, cautelosamente, hacia la puerta del ministerio, estaba retrasada y si bien sabía que la entenderían, no quería que le tuvieran ninguna consideración especial.
Camino por calles desiertas, el frio y la proximidad de las fiestas habían transformado el paisaje urbano. De camino paso por la custodia de San Francisco Solano, no era un edificio que tuviera alguna belleza en especial, más bien todo lo contrario, pero se detuvo unos instantes, esa cosa que le hacía doler el alma se movió más. Una mujer, de la mano de una niña, cruzo la calle Portalegre y desapareció por la esquina, ¿Cuánto tiempo hacia que no tomaba la mano de un niño? ¿Cuando había sido la última vez? .El viento, frío, soplo y la despabilo, obligándola a ponerse de nuevo en camino, se subió la capucha del abrigo y marcho. A poco llego a la puerta y la cruzo.

Al salir al pasillo se quedo pasmada, ahí frente a ella estaba esa niña, menudita, pero ya adolescente, sus pequeños pechos la delataban bajo la sencilla bata de algodón que tenía como toda vestimenta.
¿De qué época seria? ¿Por qué puerta habría llegado? , pensó indignada, ¿Cómo podía ser una falla de seguridad así?, ya la oirían… pero no pudo pensar en más, la niña, tomándole la mano, la arrastraba suave pero firmemente hacia la única puerta abierta, ¡la puerta Nueva! Sin darse cuenta casi, cruzo el umbral y se encontró en medio de una tupida selva. Se dio vuelta para gritar, pero fue inútil, la puerta ya estaba cerrada.
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Un poco antes, en la cafetería, mientras se iba juntando la gente, Julián, Amelia y Alonso tomaban un café y conversaban, con unas caras que desmentían el calendario
-Bueno ¿y qué vais a hacer?- pregunto Alonso - ¿Nos juntamos en  la casa de Pacino o no?-
-Mira- dijo Julián- yo iría, por no hacer sentir mal a Pacino, pero…que no estoy de ánimos-
-Ni yo- musito Amelia- tengo que ir de mis padres, pero no quiero-
-Es que estas fiestas son cosas del pasado- dijo Julián
-¿Del pasado?- pregunto asombrado Alonso-¡Las fiestas que se celebraban en el pueblo!, si no había nadie que no la pasara de puta madre-
-Ves lo que digo, eso era así en el siglo XVI, pero en el XXI…- dejo la frase sin terminar
-Si, en el XXI tenéis de todo, y no tenéis nada, habéis perdido el Alma Julián-
-No es para tanto Alonso, solo que ya las familias no son lo que eran antes-
-Lo sé, ahora cada uno hace la suya y el otro que se arregle-
-Bueno no es para tanto, tampoco se esta tan mal, el más pobre de esta época vive mejor que muchos nobles del XVI, con muchas más cosas y confort-
-Ese es el problema Julián, tenéis demasiadas cosas y habéis olvidado ser felices, siempre les falta algo para lograrlo-
-En eso quizás tengas razón Alonso- tercio Amelia
-No sé, me parece que lo que no ven es que ahora somos más libres y no necesitamos a nadie parado en un pulpito para decirnos que hacer y que no. A parte, ¿Qué festejamos? Un cuento de niños- concluyo amargado.
-Amigo, que mal que estáis- dijo Alonso persignándose
Julián se levanto sin decir nada y se fue hacia los sanitarios
-No puede superar lo de su esposa- Justifico Amelia
-Sí, lo sé, el otro día, en el casillero le vi un regalo para ella- dijo Alonso en voz baja.
En eso entro Salvador con Ernesto. Ya estaban todos, o casi, y el brindis comenzó. Una a una las copas se llenaron y chocaron unas con otras
-¿Donde está Julián?-
-Ha ido al baño, no se sentía muy bien-
-A sí, lo entiendo. A todos nos duele algo en estas fechas-
-¿Y Irene?-
-Se está retrasando de más, ya debería estar aquí- dijo Salvador y justo sonó el celular- hablando del diablo- dijo mientras lo sacaba del bolsillo
-Si ¿qué pasa?, ¿¡cómo!? ¿¡Que esta donde!?- casi grito y todo el mundo hizo silencio tratando de escuchar- Aja, lindo la ha liado, ya hablaremos de eso, pero bueno, no se preocupe, ya vamos para allá. ¿Cómo? ¿Que llevemos hombres armados y muchos? ¿De qué habla usted?, Irene, Irene- se corto.
Julián, que regresaba del baño no sabía que pasaba, pero estaba claro que algo pasaba, pues el aquelarre era generalizado.
-¿Qué ha pasado?-
- Que Irene esta en algún lado y está en problemas-
-¿Cómo? ¿Dónde está?-
-No sabemos, la ha atendido Salvador y, ni bien cortar ha salido corriendo a no sé donde sin decir nada-.

Parte 3

La tarde caía y el cielo encapotado amenazaba nieve.
-¡Que frio!- dijo Pacino, esperando a sus amigos- y bueno ¿Qué hacemos?-
Ya no quedaba nadie en el ministerio, luego de esperar infructuosamente el regreso de Salvador, uno a uno, todos los que tenían donde, se habían ido retirando.
-Esto es lo que más me molesta de la navidad, con Maite solíamos irnos a Canarias, unos días en las playas, lejos de este frio de mil demonios - acoto Julián
-Pues nosotros no salíamos de casa. Cuando era niña me gustaba mucho estar cerca de la chimenea- comento Amelia
-En mi caso, si andaba la calefacción, todo estaba bien- afirmo Pacino.
-Mientras no faltara comida y vino. Todo bien- agrego Alonso.- Aun en las trincheras, si era necesario-
Conversando salieron a la calle.
-Vamos a por unas pizas aunque sea. Suban - pidió Pacino al tiempo que habría su último modelo de alta gama, que llevaba ya varios días en la playa de estacionamiento, desde que lo había estacionado allí, antes de la última misión.
Le dio contacto y trato de ponerlo en marcha. Pero nada. Probo de nuevo y…tampoco, solo ver como la luz de cortesía casi se apagaba.
-¡La puta madre! Con la pasta que me ha costado y se queda sin batería- insulto muy enojado.
-Vamos muchachos, bajaos y dadme una empujón-
-Sea, por lo menos servirá para entrar en calor- dijo Julián, mientras todos descendían del auto y se acomodaban para empujar.
-Tú no Amelia, no hace falta, nosotros dos podemos- Fanfarroneo Alonso trabando los músculo como si fuera un físico culturista, en una alarde de fuerza física que Amelia no dudo en calificar de machista mientras volvía a abrir la portezuela para subir al auto.
Cuando se hubieron puesto en movimiento, ya todos en viaje, sonó el celular de Julián, leyó el mensaje que le había llegado, lo apago y pidió.
-Déjame en la otra cuadra por favor-
-¿Qué ha pasado?-
-Nada, nada, solo que ha surgido algo, discúlpame-
-Está bien hombre- acepto y se detuvo en la esquina pedida.
Un par de cuadras más lejos Amelia decidió ir a de sus padres, y se bajo cerca de la puerta que la llevaría hasta ellos, por ultimo Alonso se quedo en la iglesia y Pacino, ya solo, termino yéndose a su casa.
Dejo el auto en el garaje, subió a su departamento y encendió la televisión mientras ponía algo al microondas. Como de costumbre no había nada para ver, probo con el canal de series y películas e intento prenderse con la trama de alguna - Feliz Navidad - se dijo así mismo y se quedo dormido de puro aburrido no más.
Entre sueños volvió a su casa, cuando era niño y aun su familia era su mundo, pero el padre no estaba, el servicio lo era todo, y, a pesar de que había mucha gente se sintió muy solo, y se fue a sentar al lado de la puerta, a esperar que el padre llegara, sabía que llegaría y le traería el regalo que el niño Dios le había dejado en la jefatura….cerró los ojos y rezo, como le había enseñado el cura, con las manitas juntas y el corazón puesto en Jesús, pidió, con todas sus fuerzas para que él apareciera….y, entonces sonó el timbre de la puerta ¡había llegado! ¡Era él! ¿Quién si no?, pero, ¿Por qué seguía tocando el timbre? ¿Acaso no tenia llave de la casa para entrar? Debería levantarse para ir abrirle
Dormido aun se calzo las pantuflas y fue a abrir, pero allí no estaba su padre
-¿Qué haces ahí dormido?- le espeto a boca de jarro Alonso
-¿Por qué no contestas el celular?- le pregunto apuradamente Julián, que había entrado sin esperar permiso y ya había agarrado el aparato que estaba sobre la mesa-
-¡Sin batería!- dijo tras mirarlo, y lo volvió a su lugar.
-Vamos viste pronto, tenemos un auto afuera, nos esperan en el ministerio-
-¿En el ministerio? ¿a esta hora?- Pregunto tontamente - ¿Qué ha pasado?-
-No sabemos, pero nos están llamando urgentemente y el único que no contestabas eres tú. Vamos-
Y salieron rápidamente.
Al llegar, en la oficina de Salvador, ya estaba Ernesto, Angustias con una cafetera llena, Amelia, con abrigo sobre el vestido de fiesta, y dos personas más, que no eran muy conocidas.
Al verlos llegar Salvador se levanto y hablo
-Bueno por fin están todos, gracias por venir, y mis disculpas por interrumpir sus celebraciones de navidad, pero hemos encontrado el origen de la señal de la llamada que hiso Irene y la cosa se ha tornado…complicada- dijo mientras movía la mano derecha en forma oscilante, señal inequívoca de que “complicada” era COMPLICADA.
-¿De qué se trata Jefe?-
-Pues, de la vendita puerta Nueva esa, otra vez ha hecho de las suyas, no sabemos cómo Irene ha pasado a través de ella-
-¿están seguros de eso?- consulto tímidamente Amelia
-Sí, lamentablemente si, pues la señal de la llamada viene de un lugar donde el ministerio jamás ha tenido una puerta, ni cerca- todos se quedaron esperando
Salvador desplego un mapa en la pantalla táctil que recientemente habían instalado tras de su escritorio
-¿Para eso si hay presupuesto?- pregunto irónicamente Ernesto recordando que no lo había habido para tapiar la puerta
-Pues sí, lo de las partidas asignadas y eso- excuso Salvador, igual de molesto que Ernesto.
En la pantalla tomo forma una vista satelital de la zona de la triple frontera, entre Paraguay, Brasil y Argentina, pero no era vista actual, pues la selva se veía intacta.
Con el puntero Salvador indico un punto amarillo que titilaba, algo al sur de las cataratas del Iguazú-
-Otra vez Argentina- dijo Julián al reconocer el lugar- ¡pero ¿Qué pasa ahí que aparece de nuevo?!-
-No se- fue la respuesta sincera de Salvador
-Quizás sea que el escribiente es Argentino- acoto irónicamente Ernesto
-Como sea, estamos hablando del 1600, y en esa época todo eso era España, o casi, y por tanto esta dentro de nuestra jurisdicción y nos corresponde a nosotros ir hasta allí y traer de regreso a Irene-
-¿Pero que le ha pasado a Irene?- quiso saber Pacino
-No lo sabemos, pero lo sospechamos, porque ha pedido que vayamos con refuerzos, por eso están los señores aquí- dijo señalando a las otras dos personas- Son miembros del ejército y la marina, normalmente tenemos prohibido recurrir a ellos, mi buen trabajo me ha costado convencer al gobierno para que me permitan llevarlos con migo-
¿Cómo? ¿a caso Salvador pensaba cruzar una puerta?
-Sí. No se extrañen, yo también iré- aclaro adivinando las dudas- es la condición que ha puesto el rey…-
-¿porque el rey tiene algo que ver con esto?-
-Lo tiene y mucho. Sucintamente, la zona donde esta Irene ha sido motivo de muchas disputas entre las coronas de España y Portugal, pero, entre 1575 y 1640, debido a la unión dinástica, formaron parte de un todo y  debemos ser especialmente cuidadosos con todo lo que tenga que ver con eso- término de aclarar
-¿Y para que se necesitan los compañeros?- pregunto Alonso
-Pues, porque en esa época y zona actuaban hombres armados, muy peligrosos, que se dedicaban, entre otras cosas, a cazar indios para esclavizarlos, generalmente bajo la mirada, cuando no las ordenes directas, de algún gobernador local. Si Irene está en manos de los bandeirantes, como puede ser por lo que alcanzo a decirnos, estos hombres serán muy necesarios, créanme-

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Parte 4

-El problema es- continúo Salvador- que no hay forma de abrir esa puerta nueva – por lo que deberemos ir hasta la más cercana posible y cubrir el trayecto desde allí hasta donde estaría Irene-
-¿y eso es en…?- pregunto Alonso con cierta reserva recordando los 60 km a lomo de mula que había tenido que hacer en Lujan.
-Pues, en Ciudad real del Guaira, a unos 240 km al norte de nuestro destino…por carretera… en automóvil no más de 3 hs de viaje…- minimizo Salvador
-..pero…- dijo Amelia
-En esa época no había carreteras, posiblemente tengamos que navegar el Paraná, para eso nos harán falta los marinos que se han ofrecido a acompañarnos-
-O sea que iremos hasta un punto ubicado a 250 km de nuestro destino, haremos todo el trayecto navegando uno de los ríos más caudalosos de América en medio de una de las selvas más densas del planeta, para dar pelea a unos portugueses que se suponen tienen capturada a Irene…-
-Como hacían nuestros antepasados, y tratando de no causar ningún conflicto con ellos, para no alterar el equilibrio dentro de la unión dinástica…-
-Menuda cena que se tendrá que pagar Irene-
-Así es señores, bueno, capitán veo que sus hombres ya están listos. En unos momentos estaremos con ustedes-
-Angustias, ¿ha cursado usted ya las cartas de aviso de nuestra misión para que nos reciban las autoridades locales?-
-Sí señor, acabo de hacerlo-
-Muchas gracias, a Amelia, esta vez usted se queda- ordeno Salvador antes de salir
-Sin protestos, en una misión así nos será de más ayuda aquí, sus conocimientos de historia y los datos que pueda manejar y darnos nos serán de mucha utilidad-
Amelia quiso protestar, pero no le dieron lugar. ¡Hombres!
Mientras iban a vestidores Pacino se acerco a Julián y le susurro dándole una palmada en el hombro.
-Por lo menos no pasaras frio estas Navidades-
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Uno a uno fueron cruzando la puerta y apareciendo dentro de un cobertizo abierto, en la parte trasera de la casa mayor de uno de los repartimientos.
Ni bien cruzar un calor pegajoso y húmedo los envolvió, el paso del frio Diciembre de Madrid al clima del trópico no sería fácil de asumir.
En el cobertizo los esperaba un hombre viejo, presumiblemente próximo a jubilarse.
-¡Salvador!- exclamo al verlo aparecer - ¡usted por acá! ¡Qué gusto!. Aunque si está usted aquí la cosa debe ser muy grave-
-Aun no lo sabemos Rafael- saludo Salvador al hombre estrechándole fuertemente la mano- pero tratándose de la época de la unión dinástica no podemos correr riesgos y el rey me ha ordenado venir en persona-
-¿Don Felipe III?-
-No, no, Felipe VI, no es la misma dinastía, pero parece que es importante lo mismo-
-Con que el VI… a veces me olvido que el tiempo vuela- y luego, dirigiéndose a los demás- pasen señores, pasen y beban algo, el clima de aquí no tiene nada que ver con el de España y sentiréis el golpe, supongo-
En la ciudad real del Guaira, funda apenas unos años antes, y que todavía no era más que una aldea grande, se vio aparecer de pronto, como salidos de la nada, una tropa de al menos 20 hombres fuertemente armados. Al frente iba un oidor, acompañado de 2 frailes con destino declarado de inspeccionar los saltos del Iguazú.
Si no era cosa de todos los días recibir un oidor, menos lo era recibir uno como ese con una escolta tan extraña, todos tan prolijos y limpios, no parecían haber recorrido el camino que decían, Lima estaba a muchas jornadas…pero la cedula real estaba firmada por el propio Felipe III en persona, lo que le daba una excepcional importancia a la expedición.
Con presteza el intendente del cabildo puso a disposición de los recién llegados todo lo que el pueblo tenía. Así, en un par de días se armaron dos bajeles, con capacidad para 15 hombres cada uno, capaces de navegar las partes tranquilas del rio, que no eran todas, pero si bastantes como para justificar el gasto.
Con un apuro desusado se embarcaron apenas 2 días después de llegados, lo que dio lugar a no pocas habladurías. Que iban en busca del dorado, decían unos, y otros los desmentían diciendo que esa ciudad era una quimera. Que era expedición punitiva contra los portugueses, que si bien, en los papeles ahora eran amigos connacionales, en la práctica no lo eran, pero otros no lo creían, pues eran muy pocos. En definitiva nadie sabía nada y cada uno elaboraba la teoría que más le gustaba. Ellos, por supuesto, nada dijeron, se embarcaron agradeciendo las atenciones y chau.
Mientras se alejaban rio abajo, un poblador, posiblemente holandés, por el color de su cabello, los observaba con detenimiento hasta que desaparecieron tras un recodo, entonces llamo a un indio, le dio un papel que acaba de escribir y le ordeno partir.
El viaje empezó sin contratiempos, pasados los saltos del guiara el río se tranquilizaba y la navegación no presentaba mayores problemas, más allá de los cuidados necesarios. En cada nave, a parte de los hombres del ministerio, habían embarcado un par de baqueanos del lugar, que hacían las veces de prácticos y lenguaraces.
Al cabo del primer día de navegación habían recorrido más de 80 kilómetros rio abajo, lo que podía parecer poco, pero no lo era. Cuando el sol toco la copa de los arboles los baqueanos buscaron un lugar donde desembarcar y armar campamento.
-¿Por qué no seguimos?- Pregunto Pacino
-Porque esta por anochecer- contesto uno de los marinos que venían con ellos
-Pero, si el sol aun esta alto, deben quedar aun como 2 horas de luz, a lo menos-
-No señor, en estas latitudes tan bajas no hay atardeceres como los conocemos nosotros, aquí cuando el sol llega al horizonte oscurece así como así sin más-
Y así fue, media hora más tarde, con apenas el fuego encendido, el sol llego al horizonte y minutos después el cielo se tachono de estrellas y la selva estallo en sonidos.
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A varios kilómetros más al sur una mujer preocupada y perdida y una niña confiada trepaban a un árbol y se acomodaban para pasar la noche.
La mujer, vestida para otro clima, se quito la ropa de abrigo y la acomodo para improvisar un lugar de descanso.
La niña, conocedora de la selva, acostumbrada a vivir en ella y de ella, recogió frutas para la cena y se las acerco a la mujer, que las probo, primero con cierto recelo y luego con evidente placer.
Luego junto todas las sobras y las enterró.
“¡Conciencia ecológica!” Pensó asombrada la mujer.
“Espero que ningún animal olfatee los restos de comida y se nos acerque” rogo la niña.
Luego se acomodo contra la mujer, puso su cabeza sobre el hueco que se forma entre el pecho y el hombro y se durmió.
Irene demoro bastante más en ceder al sueño, el calor húmedo, los ruidos de la selva, la inquietaban, pero más lo hacia esa adolescente acurrucada a su lado. Olas de sensaciones la invadían, algunas conocidas, otras casi olvidadas.
Por fin el “calorcito” le empezó a llenar el alma, por alguna razón el vacio que tenia, se estaba “como llenando”… acunándola, hasta que por fin se durmió.

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Parte 5

En el campamento la actividad fue decayendo, luego de amarrar firmemente los bajeles, para evitar que la fuerte corriente del rio se los llevase, y haber acondicionado el terreno para pasar la noche,  los hombres se acomodaron alrededor del fuego, suficientemente cerca para recibir su luz, pero lo más alejado posible, para escapar a su calor. Con la temperatura del aire, más que cálida, era suficiente
Un cerco de ramas espinosas haría de muralla contra posibles animales en  busca de comida y de medida de seguridad complementaría al fuego.
A eso de la media noche ya estaba todo el mundo dormido, menos Pacino, que, habiendo comido de más y no estando acostumbrado al tipo de frutas ingeridas, estaba sufriendo las consecuencias digestivas lógicas.
Con toda la precaución posible se levanto y se encamino hacia la selva, saliendo del campamento.
-¿A dónde vas?- le pregunto Julián, que lo había visto caminar
-¡al baño!- le grito en silencio Pacino
-Si – contesto Julián- pero no te alejes del campamento, estas selvas son peligrosas- y en verdad sabia de que hablaba, las temporadas pasadas en Cuba y Filipinas le habían dado esa experiencia de la que los demás carecían.
-No te preocupes- contesto Pacino, mostrando la culata de su pistola automática reglamentaria
-¿Qué haces con eso aquí?-
-Nunca salgo sin ella-  y desapareció tras un árbol.
Julián se quedo despierto esperando su regreso.
Pasado un tiempo prudencial comenzó a preocuparse, pues no regresaba. Ocultándose entre las mantas, saco su reloj de la mochila y lo consulto. Ya llevaba casi media hora desde que se fuera, mejor iría a ver. Perderse en la selva era algo muy fácil y temía se hubiera extraviado.
Se levanto, y, al pasar junto a Alonso, le aviso lo que haría.
-Vamos, acompáñame.-
-Bueno –mascullo más dormido que despierto- si no queda más remedio-
Luego de caminar unos pasos Alonso piso algo que le hizo entender que iban por buen camino, al tiempo que se acordaba de la madre de Pacino, que seguramente era una santa mujer aunque el hijo lo fuera de una meretriz.
Mientras caminaban iba tratando de limpiarse las botas, avanzo hacia donde se adivinaban unas matas rotas. Por precaución desenvainaron las espadas.
Julián miro tras las ramas rotas y no vio nada, pensó entonces en volver al campamento a pedir ayuda, cuando sintió el sordo rugido de un yaguareté, aunque que él no conocía el animal, sabia seguro que se trataba de un felino y eso no era nada bueno. Apuraron el paso hacia el lugar del cual salía el sonido y, a poco, dieron de lleno con Pacino, apoyado contra un árbol con la automática apuntando.
-¡que susto me han dado, casi te dejo seco de un tiro!- le dijo Pacino apuntando a Julián, que había sido el primero en dar la cara.
-¿Qué haces aquí? ¿Jugando con el gato?-
-Si, muy gracioso, le he visto los ojos, son espeluznantes, esta por allí- dijo haciendo señas con la mano, indicando un lugar en la espesura.
-Pues, entonces vamos para el otro lado- e hicieron ademan de volverse, entonces escucharon otro gruñido. ¡Son 2! No podían saberlo, no conocían los hábitos de caza de los jaguaretés, pero que había 2 animales no tenían duda.

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A la mañana siguiente, minutos antes de que salga el sol, alguien dio la alarma, ¡faltaban 3 hombres!
Cuando le informaron a Salvador quienes faltaban, casi le da un ataque de presión
¡Qué irresponsables! ¿Cómo se ausentaban sin avisar? Ya le oirían cuando volvieran, de momento no podían perder tiempo, tenía órdenes precisas que cumplir, un lugar al que llegar y un tiempo para hacerlo. Había que ponerse en marcha inmediatamente, y así lo hicieron, tan solo dejaron un par de hombres en el campamento que se les habían unido en Guaira y no formaban parte de la expedición ministerial, por si regresaban por ahí. Esperarían un par de días y, si no tenían noticias regresarían a sus casas.
-Señor, aun nos quedan por lo menos dos jornadas de viaje- dijo uno de los soldados a Salvador indicando claramente que, si querían cumplir el plan de marcha no podían perder tiempo.
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-Kuñakarai (señora)- llamo la niña – vamos levántese, está por salir el sol y debemos alcanzar al grupo que capturo a mi sy (madre)-
Irene se desperezo sin recordar que estaba en la rama de un árbol y casi se cae
La niña la miro asombrada, ¿Cómo podía ser la Kuñakari?.  Ñandejára (Dios) tiene caminos extraños, recordó que solían decir los padrecitos. Ten fe, se dijo a sí misma.
Caminaron toda la mañana hasta que alcanzaron a los bandeirantes con su carga de esclavos. No tenían apuro e iban lento.
Al verlos Irene se quedo pasmada, de pronto comprendió que quería la niña que hiciera, pero ¿Cómo iba a hacer ella algo contra más de 40 hombres armados y vigilantes?
La niña la miraba implorante, como esperando un milagro….¿un milagro de Navidad? Se pregunto Irene. Entonces hizo lo único que se le ocurrió, saco su celular y, para sorpresa, vio que tenía señal, no mucho pero tenía, eso quería decir que fuera donde fuera que estuviera era territorio español, por lo tanto le podrían mandar ayuda del ministerio, y los llamo. Pero no pudo hablar mucho, la batería se murió.
-Bueno mi niña- dijo mirándola con compasión- ahora solo nos queda esperar-
Lo que no tardaron en descubrir fue que la espera se tornaría de vida o muerte y no dependería de ellas, un fiero soldado con la dentadura podrida las apuntaba con su mosquete, sin dejar lugar a dudas de lo que quería.
-Vem cá meu amor- dijo lascivamente. Para sorpresa y disgusto de Irene, no se dirigía a ella, si no a la niña… a la mujer que ella veía como tal.
Al ver el terror en los ojos de la adolescente actuó sin pensar, un fuerte golpe en la entre pierna sirvió para poner al soldado momentáneamente fuera de combate, y alertar a todos los otros de que algo estaba sucediendo.
Irupé no perdió tiempo, sin esperarla, pero confirmando que la seguía, se interno en la selva.
Pero de poco sirvió, el grupo ya había sido alertado y fue cuestión de minutos el que las dos fueran apresadas.
La niña fue inmediatamente atada a la línea de indios capturados, a Irene la apartaron, no era guaraní y el jefe de la expedición quería anoticiarse de que hacia allí.
Al pasar junto a ella el soldado al que había golpeado la miro fijamente, miro para ambos lados, cuidando de no ser visto y de pronto, violentamente, le dio un sopapo que le partió el labio, al tiempo que le gruñía
-bruxa!-

Parte 6

Una suave melodía, como de violín, pareció brotar de todas las direcciones, poco después vieron aparecer un grupo de guaraníes saliendo de la espesura de la selva y escucharon a los animales gruñir, como fastidiados, retirándose.
-Tranquilos, no se muevan- escucharon susurrar a una voz, a un costado
Los dos se miraron sin comprender.
-          Yaguatí Itaete – se presento el que había hablado, cuando el peligro había pasado
-          La bendición Padre- pidió luego hincando la rodilla en tierra frente a Pacino.
Julián, al ver la cara de Pacino, le hizo señas de que estaba vestido como franciscano, entonces este entendió y, haciéndose cargo, bendijo al grupo.
Aprovechando el fuego encendido colocaron en sima una vasija con agua y prepararon una infusión de hojas de yerba mate para desayunar.
-¿Estáis perdidos?- Consulto Yaguatí Itaete
-No, nuestro grupo está cerca de aquí- contesto Julián muy seguro, pero al tratar de encontrar un rumbo debió aceptar que no sabía dónde estaba.
-¿Vais hacia el sur?-
-Sí, tenemos que ir hasta Iguazú-
-¿los podemos acompañar, somos de por ahí y estamos regresando de una buena caza?- aclaro indicando las piezas cobradas que llevaban
Alonso, Pacino y Julián intercambiaron un par de gestos y asintieron, el destino era el mismo, el grupo se mostraba amistoso y, definitivamente, cualquier cosa era mejor que caminar perdidos por la selva.
-Sera un honor ir juntos- dijo Pacino y le sorprendió ver la cara de alegría de los indios ¿en tanta estima tenían a los curas? ¿Cómo podía ser eso?
Minutos después estaban todos en marcha, por senderos que solos los indios, conocedores de la selva, podían distinguir.
Marcharon durante un buen par de horas hasta que se detuvieron a la vera de un arroyo de caudal aumentado por las lluvias.
Allí, con un poco de agua y unas hojas de yerba que sacaron de unos morrales que llevaban prepararon una infusión con la cual acompañaron el frugal desayuno.

Los europeos, aunque acostumbrados a las vicisitudes de los viajes por el tiempo, que los ponían en una u otra época y que, justamente por eso, tenían su capacidad de asombro adormecida, no podían dejar de estarlo en esos lugares. Si en la tierra había un lugar parecido al paraíso, sin duda era ese en ese momento.
La vida bullía por doquier, pájaros y flores abundaban, como los frutos que Dios ponía a su disposición para el desayuno esa mañana. Los hombres, nunca exentos de conflictos, podían sentarse simplemente al margen de un arroyo y tomar un descanso reparador.
Julián, recordando las palabras de Alonso, se vio tentado a darle la razón, allí no había nada, absolutamente nada, ni siquiera fuego habían encendido, y, sin embargo…tenían todo lo que necesitaban, agua, alimento y compañía….¿qué más hacia falta?...
Quizás un tv para ver el clásico, una cerveza fría….y un buen repelente de insectos. El pensamiento le hizo brotar una sonrisa, de pronto se dio cuenta de esto y, por un instante, al menos, se sintió feliz
Luego del refrigerio la marcha se impuso nuevamente, y, otra vez el violín se dejo oír.
-Es el padrecito- comento Yaguatí Itaete, los indios aunque sonrieron se mostraron más urgidos y algo preocupados, como si las notas musicales fueran un llamado a zafarrancho. Los europeos no supieron de qué se trataba, todos apuraron el paso.
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En Lisboa alguien recibía una extraña misiva de manos de un criado, el mensaje había sido enviado no hacía más de una hora…desde San Pablo, en Brasil, lo que indicaba a las claras su importancia, pues el que la había enviado sabía que no debía usar determinados métodos de comunicación a no ser que fuera una verdadera emergencia, por lo tanto debería serlo.
Despidió al mensajero, leyó y comprobó que efectivamente eso era. Sin perder tiempo se puso a trabajar, si bien tenía claro que hacer, había que hacerlo.
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-Bon dia senhora- invito el capitán a cargo- passar por você-
Con desconfianza Irene entro bajo el toldo donde el soldado tenía su pequeño escritorio y un taburete, no vio otra silla, por lo que le quedo claro que debía seguir parada.
El hombre la miro de arriba abajo, entonces cayó en cuenta que estaba casi desnuda, toda su ropa de abrigo se había perdido y solo llevaba la camisa larga con la que había dormido.
Luego de unos instantes el hombre pareció recuperarse y, haciendo un gesto amable le indico un arcón en el cual podía sentarse, ella lo declino
-¿Cuánto tiempo lleváis con los salvajes?- le pregunto en un esforzado español, toda una deferencia.
-¿Salvajes?- pregunto tontamente e inmediatamente se dio cuenta
-Unos pocos días señor-
-Entonces demos gracias a Dios que os hemos hallado a tiempo- se felicito
-Permítame presentarme, Affonso Agostinho, capitán de bandera-
-Irene  Larra Girón- se presento ella, al tiempo que, sin saber porque hacia una pequeña reverencia-
¡Ella, siempre tan orgullosa, haciendo una genuflexión ante un hombre!!! Si se  lo contaban no lo creía.
El capitán sonrió y, solicito, se levanto de su silla, se dirigió al arcón, lo abrió, saco de él una manta de algodón y se la ofreció.
-Tal beleza não deve ser exposto aos olhos das pessoas comuns- le dijo galantemente. El alago la complació y la turbo ¿Qué le pasaba?
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-Irupé, niña, ¿tu también aquí?- pregunto la madre, cuando pudo, al verla atada al final de la fila
-Si madre, nos sorprendieron cuando los estábamos siguiendo-
-Dios se apiade de nosotros. Sin ayuda nadie podrá salvarnos-
-La señora que encontré me ha dicho que los ángeles vendrán a salvarnos- e Irupé conto la historia de lo que había vivido, del extraño lugar al que había entrado y la señora rubia, hermosa, que la había encontrado y con la cual había regresado…sin duda la virgen María o alguna otra virgencita de las que los padres les hablaban…
-¿Y a ella también la han apresado?-
-Sí, luego de pegarle al soldado en…- hizo una seña que todos entendieron y festejaron –
- Silêncio- ordeno un bandeirante al que llamo la atención las risas.
Todos callaron…entonces se escucho, lejos, muy lejos, pero perfectamente audible, una música suave, como de violín.
El soldado quedo sorprendido y extrañado, los ojos de los guaraníes, inmutables, brillaron con una luz de esperanza.

Parte 7

La noche los recibió bastante antes de lo previsto, la pérdida de tiempo de la mañana y unos yacarés que se les habían cruzado a la salida de un arroyo los habían retrasado, por lo que tuvieron que improvisar campamento, lo que en si no era tan malo, lo malo era que no tenían tiempo, y ahora estaban lejos del punto en que Irene se había comunicado. Si no llegaban el próximo día, antes de que se moviera, sería mucho más difícil encontrarla.
A la mañana siguiente se pusieron en marcha antes de la salida del sol, desafiando el peligro de las aguas aun oscuras.
El fragor de los saltos de Itaipu se dejo oír, por suerte con suficiente antelación, y, aun a oscuras, pudieron desembarcar para salvar el obstáculo. Luego de un par de horas volvieron al agua, entonces se hizo un extraño silencio, no exento de sonidos, solo que todos parecieron opacarse antes el extraño vibrar de algo así como las cuerdas de un violín que entonaban una agradable melodía.
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Julián, Alonso y Pacino avanzaban tan rápido como podían, pero ni lejos lograban alcanzar el paso de los guaraníes, hombres acostumbrados al terreno, que se movían en con gráciles movimientos, saltando ahora aquí, ahora  allí, de un árbol a una piedra, de la piedra al sendero, todo con un ritmo endemoniado y una agilidad inimitable. El ser humano en su estado prístino, como debió ser en el Edén
Al llegar a uno de los tantos arroyos, crecidos en esta época del año, hicieron un puente con ramas, por el cual cruzaron todos, menos uno, que se retrasaba sin que lo hubieran advertido.
-¿Qué pasa?- pregunto Yaguati, deja ver.
El hombre se mostraba esquivo. Julián se acerco a indagar de qué se trataba
-Ñandu- musito el muchacho, indicando el lugar de la pierna donde le había picado una araña. La zona enrojecida y afiebrada le debería doler mucho, efectivamente.
Pidiendo permiso, Julián inspecciono la herida, nada que no se pudiera solucionar…si se tuvieran los medios médicos adecuados. Como pudo limpia la zona, le hizo una fuerte compresa con unas hierbas que le alcanzaron, no las conocía, no sabía qué efecto podrían tener, pero, ¿Qué otra cosa podía hacer allí, sin medios?… muy poco más.
Después de todo el paraíso también tenía sus falencias.
Siendo lo más disimulado posible le tomo una foto a la lesión, ni bien pudiera ponerse en contacto con el ministerio quizás podría enviarla, por lo menos para identificar qué tipo de araña la había causado.
-Yvypóra (hombre)- musito alguien desde arriba de un árbol, al cual había subido para mirar a lo lejos- mboka (arma) – indicando el lugar donde veía a los soldados. Todo el mundo enmudeció y se oculto.
Con mucho cuidado continuo el avance, hasta la costa del caudaloso rio, desde la cual se veía claramente la caravana de bandeirantes con la gente atrapada que llevaban atados unos a otros.
Lo único que los separaba era el Iguazú, y cruzarlo no sería fácil.
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Los portugueses se habían puesto en marcha, aun no habían andado mucho cuando un silbido agudo rasgo el silencio de la marcha y un hombre cayó al suelo, gravemente herido.
-Guaranis!- se escucho el grito de alarma y, automáticamente la caravana se agrupo en posición de defensa.

El combate no se hizo esperar, desde la espesura salían flechas y dardos hacia la caravana, de esta balas de mosquete y otras armas de fuego hacia la selva.
Pero los de la selva, por esta vez, llevaban las de ganar. Al cabo de algún tiempo los indios salieron de la espesura, y, reduciendo a los últimos defensores, se dispusieron a pasarlos a cuchillo.
-No- grito un hombre blanco que venía con ellos
¡Pacino! Irene no podía de alegría al verlos aparecer, pues junto a él también estaba Julián y Alonso
-Es una historia larga de contar-
-Ya habrá tiempo-
-Quem é o responsável?- Pregunto Alonso
-eu espanhol!- contesto un hombre vestido con más clase que los demás- Affonso Agostinho, nativo de San Pablo - e quem são os senhores?- pregunto a su vez.
-Alonso de Entrerrios Fresneda, de los tercios de Flandes, su captor en este momento señor- contesto con cierto enojo- y el padre Jesús Méndez Pontón- indicando a Pacino.- en compañía de Yaguatí Itaete y su gente-
-e nós somos os soldados que apenas surpreendem Senhor – escucharon decir a sus espaldas
-por favor, abaixe suas armas- les ordenaron mientras los apuntaban con sus mal disimulados…fusiles automáticos.
A pesar de estar vestidos de época, obviamente no lo eran.
Uno de los soldados, mientras les hacían el cacheo descubrió la pistola automática de Pacino
-interessante, o que temos aqui?- pregunto el que llevaba la voz cantante del grupo y llamando a Pacino y Julián a un aparte les hablo, Alonso, algo atrasado observa la escena.
-O que eles estão fazendo aqui?-
-Pues, lo mismo les podríamos preguntar a ustedes-
-Sim, mas nós estamos apontando para você- indicando a los hombres que cuyas armas seguían teniéndolos en la mira.
El argumento era irrebatible
-Pues, hemos venido en busca de nuestra agente extraviada- dijo Julián indicando hacia Irene que se hallaba con la manos atadas entre los capturados.
El portugués medito la respuesta, luego conto la cantidad de capturados, lo cotejo con una lista que tenia y acepto, haciendo una seña ordeno a los bandeirantes que la liberaran
Estos se reusaron a hacerlo, pero basto un disparo de mosquete y una orden que no admitía dudas para que lo hicieran.
Sin embargo Irene no abandono el grupo, se negaba a irse sin la niña y esta no lo haría sin su madre y parientes.
-Portanto, neste caso, vai continuar a San Pablo- sentencio dirigiéndose a Julián. -e você deixá-los retornar ao seu ministério ou tem que levá-los muito-
-Eso no será así- se escucho la voz de Salvador llegando desde el río.
La conmoción fue general, en la costa acababan de llegar los dos bajeles y los soldados españoles, tomando posición habían rodeado a los portugueses, a la cabeza venia el mismo Salvador.
Por unos instantes nadie se movió, tan extraña era la situación
-Salvador Martí, jefe del ministerio español- se presento
-Senhor ministro, por favor- pidió el portugués, indicando un aparte.- nosso agente em Guaira tinha-nos dito que era possível para você aparecer aqui, então eu foi enviado para o meu-
Ambos hombres se alejaron hasta una distancia donde no era posible escucharlos. Se vio que discutían, con cierto acaloramiento, mostrándose papeles y argumentando sobre ellos.
Luego de unos momentos la conversación pareció llegar a término. El español con cara de póker, el portugués bastante enfadado.
Al llegar se dirigió a sus hombres
-libertar os índios, de volta para San Pablo ... e cuidar dos feridos-
-Não senhor, esses índios são nossos, nós capturamos- protesto el que estaba a cargo de los bandeirantes - quem vai pagar os custos? eo ganho da viagem?-
- Senhor, tem uma ordem do rei Filipe III e nestes tempos ainda é lei.- le indico el ministro portugués
-que devemos corrigi-lo em breve- retruco el otro
-Aun faltan casi 40 años para eso, a demás, estas tierras que estamos pisando nunca han sido portuguesas señor, estamos al sur del Iguazú-
A regañadientes los bandeirantes liberaron a los indios y empezaron el regreso a San Pablo, los hombres del ministerio portugués acompañándolos.
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Parte 8

Ya solucionado el incidente los españoles decidieron hacer campamento en donde estaban y preparar el regreso a Guaira al día siguiente.
El paramédico de los soldados, mejor pertrechado que Julián, inspecciono al muchacho picado por la araña, constato que no era particularmente venenosa, por lo que se limito a colocarle la antitetánica  y a tranquilizarlo asegurándole que sanaría, por suerte el bicho que lo había picado no era todo lo ponzoñoso que podía haber sido.
Un par de heridos más, lastimados durante el combate, también fueron curados.
Durante la noche, a la luz del fuego, la conversación fue desgranando por diversos tópicos
-…y ese es el principal problema de esta misión- aclaro Salvador – entre 1578 y 1640 las coronas de España y Portugal estuvieron unidas dinásticamente, eso puso a toda América bajo el mando de don Felipe III, pero los portugueses nunca terminaron de aceptar eso. Lo que dio lugar a muchos roces entre ellos y nosotros en todos los lugares donde el ojo del rey se veía lejos, como aquí-
-Lo que no entiendo es ¿Qué tiene que ver Felipe VI en todo esto? ¿Porque le pidió a usted que viniera hasta aquí?-
-Por esto- y extendió el papel que le había mostrado al ministro portugués- es una carta del ministro del tiempo dinástico, rubricada por el mismo Felipe III, que permaneció en el Escorial, en custodia, para cuando fuera necesario, y este fue ese momento, por su puesto siempre negare su existencia y si alguno de ustedes llegase a revelar su existencia será automáticamente expulsado del ministerio ¿entendido?-
El asentimiento fue general
-En fin, señores, será mejor irnos a dormir, la jornada de regreso a la puerta que nos permitirá regresar a Madrid, en la ciudad de la Guaira, ser larga-
-¿no hay otra más cercana?-
-No, la siguiente esta en Asunción del Paraguay…-
Todos se estaban preparando para el descanso cuando se acerco Irupé para pedirles que se acercaran a donde ellos tenían su fuego.
Extrañados, todos la acompañaron, junto al fuego había una gran fiesta
-Hory mitã Tupã arete (Feliz Navidad)- les saludaron convidándoles sus escasas viandas.
En medio de la pobreza habían recuperado la mayor de las riquezas, la libertad y lo festejaban cantando, bailando y dando gracias a Dios por tan precioso bien.
Los españoles que habían ayudado a salvarlos se unieron al festejo, aunque sabían que eso haría que la jornada siguiente fuera más dura.
Fue entonces que el instrumento como violín volvió a sonar, y él apareció, caminando desde la selva, con el rabel en la mano, enjuto, más bien moreno y de baja estatura, con un rostro poco agraciado pero con una voz que encantaba al oírla.
-¡Padrecito!- lo aclamaron los guaraníes al verlo
– ¡viene a compartir la navidad con nosotros! – se alegraron.
El se dirigió hacia ellos, al pasar junto a los españoles se alegro, saludo particularmente a Salvador, como si lo conociera de siempre y luego siguió hacia donde los indios habían improvisado un altar.
-¿le conoce?-
-Ni idea- contesto Salvador

Todos se unieron a la celebración de la santa misa. Al finalizar la misma el padre tomo nuevamente el rabel y lo hizo vibrar de manera nunca antes oída.
Todos cantaron y rezaron. Por una noche la paz volvía a reinar en el mundo.
A la mañana siguiente, al salir el sol, los españoles se levantaron temprano, dispuestos a comenzar la jornada lo antes posible, mientras los guaraníes, que también tenían mucho camino por delante hacían lo propio.
Antes de irse Irupé se acerco a Irene y le hizo señas como de querer contarle un secreto. Irene acerco su oído a la niña y esta le conto algo, mirando hacia un muchacho en particular.
En principio Irene no supo que decir, jamás había pasado por una situación así, no sabía lo que era tener una hija adolescente…
Irupé se quedo mirándola. Al final, sin saber cómo Irene le puso la mano en la cabeza y la bendijo
-Ve hija, que seas feliz- y, sin saber porque, noto que una parte del corazón se le iba con la niña, al tiempo que una lágrima le caía desde los ojos, entonces Irupé hiso eso tan raro, se puso en puntas de pie y le dio un beso en la mejilla, sonrió con picardía y se marcho.
Irene se llevo la mano a la cara, al lugar donde la habían besado, no recordaba un beso mejor.
-Vamos señores, es hora de partir- dijo uno de los militares
-Aguardad- se escucho la suave voz del padrecito- ¿A dónde vais?-
-A ciudad Real del Guaira- fue la respuesta lógica
-No tenéis que viajar tanto para volver a vuestra época-
Todos se quedaron quietos
-Tenéis esa puerta abierta- insistió el padre
Efectivamente, ahí estaba la puerta, con la tranca de este lado, abierta de par en par.
Se miraron entre ellos, y todos miraron al cura ¿Qué era aquello?
-En el ministerio sabéis muchas cosas- explico el padre sonriente- pero también ignoráis muchas cosas-
-¿Qué hacemos?- preguntaron a Salvador
-Pues, vamos- acepto este, luego de mirar a los ojos al padre y hallar en ellos la profunda paz de la santidad.
Uno a uno todos pasaron por la puerta, menos uno.
Junto a un árbol, con un palo en la mano, haciendo dibujos en el agua del rio, estaba Julián.
Irene, la ultima en pasar, se dio vuelta a mirarle antes de irse y callo, entendía al hombre y su necesidad de quedar un tiempo más, Dios le de la paz que necesita, rogo, y cruzo.
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-¿Qué tenéis hombre?-
Levanto la vista y lo miro, sorprendido, no lo había escuchado llegar. Miro directo a sus ojos, esos ojos pequeños, pero profundos que se mesclaron con los de él.
-Duele mucho- dijo el fraile
-No sabe cuánto- y dejo de hablar para no llorar
El padre se acerco y le tomo el brazo, entonces él apoyo su cabeza en el hombro y se desahogo, sin saber porque, sin poder evitarlo lloro, como lloran los hombres, cuando lloran, en silencio, profundamente, desde lo más hondo del corazón.
Luego, cuando se calmo, se aparto, con pudor y dio vuelta la cara para limpiarse sin ver que le veían
-Gracias- atino a decir.- supongo que ahora deberé escucharle decir que no debo llorar, que lo mío es nada comparado con tantas otras cosas…-
-Sí, es cierto, pero lo que os pasa no es nada, es más, es todo-
-¿Cómo?-
-Que es todo, no debe haber en el mundo pena más grande que la que tú tienes-
-¿se está burlando?-
-¿Os parece eso?- le dijo muy serio y continuo- el corazón del hombre es un mundo, único e irrepetible, y cada uno tiene sus cosas, penas, alegrías, sin sabores, bondad, crueldad…todo anida en él. Y para cada uno de nosotros es lo que conocemos-
-Mira- siguió hablando, mientras se sentaban nuevamente al lado del Iguazú- ves toda esa agua ¿os parece mucha?-
-Por supuesto- contesto Julián, atento para ver para que lado salía la cosa
-Mete tu mano en ella-
Julián obedeció y la retiro, mojada
-Ahora tenéis parte de esa agua-continuo el padre- para ti, en este momento ese poco de agua es especial es la que os moja, os da su frescor, calmaría vuestra sed, si la bebierais…y sin embargo ahí tenéis mucha agua, mucha más de la que nunca podrían contener vuestras manos, así es con la vida, hay mucha, y de muchos tipos, puedes verlas, comprenderlas, pero nunca será la vuestra, vos tenéis una sola, la que os toco, como esa agua que toco vuestra mano….y así con todos y cada uno de los seres humanos de la creación. Por más que os ufanéis no podéis cambiar eso, tú tu vida, los demás las suyas-
-Es que no logro entender ¿Qué tendría que haber hecho yo para que Maite no muriera?, ¿Que he hecho mal para que me pasara esta desgracia?-
El silencio se hizo presente de nuevo
Luego de varios minutos el padre volvió a hablar
-Mirad- dijo señalando hacia el rio. En él, en uno de los tantos camalotes que bajaban con la corriente, había un gamo- ¿Veis eso?, ¿Qué os parece? ¿Ese gamo habrá nacido en esa planta?-
-Lo dudo, lo más seguro es que se haya caído en ella- aventuro Julián
-Pues bien, con o sin su voluntad ese pobre animal se halla navegando rio abajo sin saber muy bien qué hacer, fijaos como trata de saltar a la orilla, ved como, con sus escasas fuerzas y habilidades trata de alterar el curso de su vida.-
Efectivamente el animal trataba, por todos los medios de salir del camalote y llegar a la orilla, en algún lugar del trayecto, con un par de saltos muy audaces, logro alcanzar la costa. Una vez en ella se sacudió fuertemente, para secar el pelambre, se lo veía feliz de haber logrado escapar a semejante peligro, cuando, de improviso un jaguar salto sobre él desde la espesura.
Los dos hombres asistieron, asombrados y en cierta forma compungidos, a la desgracia del pobre animal.
-Si hubiese logrado saltar unos metros antes o hubiese esperado a recorrer unos metros más, quizás hubiera sobrevivido- Comento Julián
-Posiblemente sí, pero el animal no tenia manera de saberlo, desde su posición hizo lo único que podía hacer, le salió mal, nada más- comento el padre - Así es con nosotros, llegamos a un mundo que no conocemos, sin saber por qué, y nos vemos obligados a vivir en el ignorando completamente que pasa más allá de nuestro entorno. Las cosas que hacemos las hacemos en función a lo que conocemos, pero tenemos que aceptar que son más las cosas que no sabemos que las que conocemos- concluyo y, mirándolo a los ojos sentencio – ese es el secreto, muchas veces no podemos entender lo que sucede, simplemente porque no sabemos lo que pasa, y debemos vivir con eso-
Se levantaron como dispuestos a seguir cada uno su viaje.
Entonces Julián se detuvo y pregunto
-¿Qué hago?-
-Agradece a Dios el que te haya permitido compartir parte del camino con ella –
-¿pero me la quito?-
-¿Era tuya? ¿Es tuya toda esa agua?. Vamos, levántate, deja que el rio siga su curso-
-¿Sanara alguna vez?-
-No. No creo, la herida está ahí- y con el dedo le indico el corazón- deberéis convivir con ello el tiempo que el señor quiera teneros entre los vivos, vamos animaos, amigarse con las penas ayuda a quitarles parte de su amargura-
Luego, dirigiéndose hacia la puerta le animo
-Id, vuestra vida sigue-
-¿En el ministerio?-
-Si creéis que podéis sobrellevar la tentación de volver a vuestra pena si, si no, daos un tiempo-
-¿Cuánto?-
-El que Dios diga, el que consideréis necesario. Os confesare algo, a la vida le importa muy poco de nosotros, sigue adelante aunque no estemos, es el Iguazú, puedes retirar agua de él, pero él seguirá su camino-
Julián más tranquilo se encamino a la puerta, antes de traspasarla pregunto
-¿A dónde me llevara?-
El padre le miro y le explico.
-Mirad, esta puerta no es como la de vuestro ministerio, es, ¿Cómo decirlo?, “una puerta maestra”, no la maneja un viejo manuscrito, si no el corazón, y está unida por los hilos de la vida, por eso se abre solo de adentro…y antes que cuestiones nada, el ministerio “no es adentro”-
Julián reflexiono y diciendo para sí mismo– donde el corazón me lleve- arrojo el celular del ministerio a las aguas del rio y cruzo la puerta hacia su destino

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Amelia no podía dar crédito a todo lo que le contaban los compañeros, y le enojaba mucho que no le hubieran permitido ir, sobre todo porque no la habían consultado una sola vez
-Así que la puerta la abrió un padre bajito, de aspecto debilucho, más bien morocho, de hermosa voz y buen músico-
-Sí, no sabes lo hermoso que cantaba- le dijo Irene
-Por la descripción parece ser San Francisco Solano-
-Ese, el mismo de la imagen de la custodia- confirmo Irene, recordando la imagen del santo en el lugar que lleva su nombre
-Sí, pero no puede ser, en el tiempo que ustedes estuvieron allí él ya estaba de regreso en Lima, próximo a morir-
-Señor, la puerta- llamo Pacino
-¿Qué pasa ahora con la bendita puerta? ¿en qué lio nos volverá a meter?- Salvador se agarro la cabeza.
-En nada, que no está más-
-¿Y Julián?- pregunto preocupada Amelia
-Julián, creo que ha encontrado una salida a su pena- fue todo lo que comento Irene.-Si Dios quiere le volveremos a ver, pero ten por seguro que estará bien- No sabía por qué decía eso, pero tenía la seguridad de que así era.
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Epilogo

El resero, dándole una última pitada al chala
-¿Qué le paso amigo?, ¿no era que no iba a escribir de nuevo?-
-Pues sí, es un que tengo un carácter muy fuerte- contesto el escritor y el resero se quedo mirándolo
-¿un carácter muy fuerte?- pregunto intrigado, pues, a decir verdad no se había mostrado muy firme en su decisión
-Sí, un carácter muy fuerte, no lo puedo dominar….- aclaro el escribiente- basta sentarse a la máquina para que los dedos comiencen a moverse solos…-
-¿y los lectores que culpa tienen?- pregunto inocentemente mientras apagaba el pucho.
-En fin, y ¿Dónde va a pasar la Navidad?- pregunto el escribiente, intentando cambiar de tema
-Con el calor que hace…supongo que dentro de alguna aguada- rió el resero
-jejeje, si, es una buena idea-
-Usted que sabe tanto- dijo de pronto el gaucho- ¿Por qué festejamos la Navidad en Diciembre, con estos calores del infierno?-
-Porque Dios ama a los pobres y nos permite disfrutar de hermosas noches de verano para saludarle-
-Si es por eso, no me enojaría si me amara un poco menos- casi blasfemo, mientras se secaba el sudor con un pañuelo.
-vamos amigo, no es para tanto, aquí debajo de este aguaribay se está fresquito- dijo el escribiente mientras se reclinaba contra el tronco del añoso árbol.
El resero hizo lo mismo, luego cerró los ojos y pareció quedarse dormido. Sin embargo se notaba que algo andaba rodándole la cabeza
-Aun no me ha dicho para que escribió esto-
-Ah, sí, es verdad- dijo es escribiente, golpeándose la frente- solo para desearle FELIZ NAVIDAD a los lectores-
-¿y usted cree que alguien le extrañaría si no lo hiciera?,- pregunto y luego se quejo- andimas me sigue debiendo la historia de la fundación...- bajo el ala del sombrero y trato de echar una siesta.
Se veía que el calor no había dejado dormir bien al resero. Su humor no era de los mejores.



FIN

Omar R. La Rosa; Córdoba, Argentina. Finalizado 13 de Diciembre 2016


















domingo, 27 de noviembre de 2016

Tiempo de Reconquista - 1806 - Reconquista por un Tiempo

Tiempo de Reconquista – 1806 – Reconquista por un tiempo



Misión al Rio de La Plata

Prologo

Perdidas las colonias norteamericanas y su mercado, los británicos necesitan desesperadamente una salida para su producción. El exceso de productos manufacturados fue uno de los principales motores en la creación del nuevo imperio Británico, África, India, Indochina sentirían el peso de las casacas rojas., ya sea por la conquista de territorios independientes o el desalojo de los colonos de otras potencias, fundamentalmente Holandeses.
Dentro de esta marea roja lo que hoy conocemos como Latinoamérica no quedo a salvo. Las colonias españolas eran muy tentadoras y, hasta que aprendieron que una libra esterlina era mucho más efectiva que una bayoneta, hicieron varios intentos armados de ocupación.
Uno de los intentos más significativos, a decir verdad 2, tuvo lugar en una de las capitales coloniales más alejadas y, presumiblemente, menos protegida, que, además estaba abierta al atlántico sur, lo que la hacia estratégicamente importante.
Por su puesto, había plazas mucho más ricas, pero ¿a quién se le ocurriría, por ejemplo, atacar Lima, base del poderoso virreinato del Perú? Ya sabían lo que había sido tratar de conquistar Cartagena de Indias y lo que hombres decididos, con un buen capitán como el llamado “medio hombre”, podían hacerle a la flota de su majestad.
Algo característico de los Británicos de esa época parecía ser su capacidad de aprender de los errores, lo que habla muy bien de los Ingleses de esos tiempos, por lo tanto, descartados los grandes centros coloniales  los periféricos se imponían para intentarlo de nuevo, y ¿Qué mejor que Buenos Aires? Los comerciantes ingleses y los comerciantes que se enriquecían con el contrabando de los productos que ellos traían, así lo aconsejaban, a parte de la “casual” presencia de la flota Britanica ahí no más, en la colonia del Cabo, en Sud África. Los primeros tiempos parecieron darles la razón, sobre todo cuando un tal Willam Carr Beresford, al mando de tropas recientemente desembarcadas, hizo la “Union Jack” en el fuerte de Buenos Aires.
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Misión al Río de la Plata - 1806

Parte 1 de 8

La vela brillaba mortecina en el candelabro, consumiendo sus últimos restos en una titilante danza de luces y sombras.
Iluminados por ella dedos entintados movían la pluma que rasgaba incesantemente el papel. Los ojos cansados, la pesadez de la hora confundiendo las ideas, mesclando las palabras, era hora de ir terminando, mañana seria otro día y Morfeo requería se atiendan sus lamentos.
Un cabeceo, una despertada. El té ya estaba frio. Se calzo las pantuflas, y se incorporo de la silla, fue entonces que lo noto, ahí en esa pared desnuda, tras la cual se encontraba su cama, había ahora una puerta distinta al lado de la que normalmente usaba para ir y venir, una que nunca antes había estado ahí, estaba seguro. Instintivamente tomo un abre cartas, era lo único que tenía a mano por si era necesario defenderse, por experiencia sabia que de esas puertas podía salir cualquier cosa.
Guardo silencio, expectante, hasta que de pronto se escucho como el ruido de un cerrojo que se corre y como alguien forcejeaba con la puerta, que se resistía a ser abierta, hasta que se abrió. Por ella apareció un hombre extraño con un fanal en la mano.
-La puta que lo pario con estas cosas que se hinchan con la humedad-
Fue lo primero que escucho decir a la persona que entraba por ella, esta, pasado el desagrado que le había causado la lucha con la puerta, reparo en él, se quedo quieto unos segundos, mirando el abre cartas que tenía en la mano y sonrió discretamente, tan solo el facón que sobresalía de por atrás de su cintura era suficiente para vérselas ventajosamente con aquel juguete, si fuera necesario.
-Buenas noches- saludo - ¿el señor Javier Olivares? Supongo- indago con evidente incomodidad, se le adivinaba persona poco instruida, o de vida rustica, no muy amiga de las palabras, a pesar de su explicita entrada.
-Si- atino a asentir un poco torpemente, mientras lo observaba mejor, tenía todo el aspecto de un tropero, aunque ataviado algo extrañamente, por lo menos para los usos españoles, calzaba botas de potro con espuelas, calzoncillos largos y sobre ellos, a modo de chiripa, un poncho atado a la cintura con unas boleadoras, esa arma tan particular de las pampas sudamericanas, arriba llevaba camisa que en un tiempo debió ser blanca, y chaleco colorado. Pañuelo al cuello y poncho. Cubría su cabeza con un gorro en punta, del mismo color del chaleco. La cara barbada y la mirada profunda de las personas acostumbradas a los horizontes lejanos. ¿Quién era esa persona? ¿Cómo lo conocía?
- ¿Con quién tengo el gusto?- pregunto al reponerse de la sorpresa.
-Hace años que me llaman “resero” señor, ya ni me acuerdo de mi nombre, pero eso no es importante- contesto el otro, tratando de no parecer muy descortés
- Tengo unos papeles que me gustaría vea- apuro, al tiempo que le extendía un atado de hojas.
-¿Qué es esto?- pregunto Javier mientras los recibía
-A lo que leí, es el relato de unos hechos sorprendentes, que no entiendo, que están pasando en estos días del Señor- se persigno- y que un amigo mío ha decidido contar, en la esperanza que le puedan aprovechar a quien los lea- y callo.
Javier no le quitaba los ojos de encima, desconfiado. Así que ese hombre sabía leer, por su aspecto era toda una novedad.
-¿y porque me los trae?-
-Pues, porque pensé que usted era la persona indicada- dijo con lo que pareció cierta vergüenza- el señor Márquez me dio instrucciones de cómo llegar hasta aquí-
-¿El Márquez?- esto se ponía interesante- ¿Qué Márquez-
-El señor virrey, don Rafael de Sobremonte y Nuñez- contesto respetuosamente, mientras tomaba la puerta, en gesto evidente de querer irse.
-Espere, ¿Qué hago con esto?-
-Usted sabrá, si le parece que es de algún valor y me lo dice, le traigo el resto, si no, olvide el asunto, no volveré a interrumpirlo-
-¿y porque no me los trae su amigo?¿quién es él?-
-Pues, porque, aunque le gusta escribir, no es escritor y tiene en poca estima las letras que escribe- dijo ya con un pie del otro lado
– Se pondrá mal si sabe que lo he molestado con sus escritos, espero que me disculpe usted por haberlo hecho- y cerró la puerta tras de sí, no sin algún esfuerzo. Una vez cerrada se escucho claramente el correr del cerrojo.
Javier se quedo parado, con los papeles en la mano, sin saber bien qué hacer. De momento lo primero seria leerlo, pensó, y, haciendo a un lado el cansancio se sentó de nuevo, encendió otra vela para reemplazar la ya casi agotada, desato el atado de papeles, y leyó:
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En la cafetería Amelia y Julián conversan frente a sendos pocillo de café.
-¿todavía le sigues dando vueltas a eso Julián?-
-Pues, si. Es que no entiendo, ¿Por qué no podemos hacer nada para cambiar la historia?-
-Pues, porque esa es nuestra misión, cuidar que todo siga como lo conocemos, para que el mundo siga su curso natural-
-¿Y cómo sabes que este es el curso natural?- Ella se quedo mirándolo sin decir nada, por lo que el continuo con el desarrollo de su idea- No se me ocurre un buen ejemplo para explicarlo, pero, ¿recuerdas el caso del Cid?, bueno, fue un hombre nuestro quien asumió su papel, para poder mantener viva la leyenda, con lo cual la historia llego hasta nosotros tal cual la conocemos-
-Y de eso se trata justamente Julián-
-Si, pero no, Amelia, ¿no lo ves? El cid murió en esa acción, y nosotros alteramos la historia, la que hubiera sido la verdadera historia, para que se ajuste a la que conocemos-
-Pero, Julián, el cid murió por un error nuestro, por eso el sacrificio de suplantarlo-
-Sí, eso es lo que sabemos, pero ¿si hubiese muerto lo mismo sin que llegara nuestra gente? O ¿si no hubiésemos ido y hubiera seguido vivo, pero siendo una persona completamente diferente a la que se popularizo en el cantar?-
En eso apareció Alonso
-Buenas gente, el jefe nos llama- y, deteniéndose ante la mesa- ¿de qué hablabais?-
-De nada- apuro Amelia- Solo cosas de Julián y sus dudas-
-Mala cosa la duda, paraliza y mata, no te deja actuar cuando es necesario-
-Así es- Vamos - ¿Qué se traerá esta vez?- y los tres fueron en pos de la oficina de Salvador.

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Parte 2 de 8

Luego de leer la última línea de lo escrito en los papeles se quedo dormido sin darse cuenta.
A la mañana siguiente le dolían todos los huesos, ya no estaba para pasar la noche en un sillón.
Sobre el escritorio estaban los papeles que el extraño le había traído la noche anterior
Los volvió a leer con más detenimiento….¿cómo continuaría aquello?...en vano era especular, todavía no se mostraba nada de la historia, no había más remedio que esperar a que el resero decidiera volver….si es que lo decidía.
Y llego a pensar que no lo decidiría, pues paso algo así como una semana sin que el gaucho se presentara, porque eso lo había averiguado, el que así mismo se llamaba resero no podía ser otra cosa que un gaucho argentino…o uruguayo, y si no fuera por el idioma, hasta podía ser brasilero…pero se expresaba en español, así que estaba descartado. El tipo era rioplatense.
Pero una mañana al comenzar el trabajo, encontró otro ato de papeles en su escritorio. Seguro que el resero había entrado en la noche, cuando dormía….esto lo intranquilizo un poco, si uno lo podía hacer, cualquier otro también podría. A partir de esa noche pondría tranca en su puerta.
Como sea, no pudo espera a ver como seguía la historia. Ordeno que no lo molestaran por un rato, acerco el sillón a la ventana, para tener buena luz, se acomodo y leyó:
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-Pasen pasen- invito Salvador al verlos llegar- Gracias Angustias, por ahora es todo-
- Pero, tomen asiento, por favor-
-Está bien jefe, ¿Qué problema tenemos ahora?-
-Bueno, en realidad aun no lo sabemos, ni siquiera sabemos si es un problema-
-¿Entonces?-
-Entonces, digamos que es solo una “anomalía” algo que no nos ha pasado nunca aun, pero que le ha llamado la atención a nuestro hombre de la época y ha creído necesario alertarnos, lo que quiero que hagan es que vayan al lugar y vean de que se trata-
-Así, como así, ¿no nos va a decir nada más?-
-Es que no hay mucho más que decir. Sucede que en 1806 la ciudad de Buenos Aires, capital del virreinato del Rio de La Plata fue capturada por tropas inglesas, que fueron expulsadas unas semanas después, por las escasas tropas del rey con un gran apoyo de batallones criollos-
-Aja- Asintió Alonso, a quien todo lo que tuviera que ver con la guerra los fascinaba-
-Pues, que los batallones locales fueron organizados desde Montevideo, por un francés al servicio de España, un tal Santiago de Liniers, pero nuestro hombre dice que esos batallones aun no se forman, que están algo atrasados-
-¿Algo atrasados? Yo diría que si aun no se forman… ya van como 210 años de atraso más o menos-
-No se haga el gracioso quiere, la cosa puede ser seria, sería la primera vez en que la historia se altera sin que sepamos que lo hace, y eso puede ser crítico-
-¿Entonces nos vamos a Argentina?-
-No, no aun, todavía faltaran unos 10 años para eso, de momento es territorio español-
Tomaron el sobre de instrucciones y se dispusieron a retirarse rumbo a los vestidores
-Ah, una cosa más, en esa época la corona andaba escasa de dinero- comenzó a aclarar Salvador
-Como siempre-
-Ejen- carraspeo- como sea, no hay muchas puertas en esa zona y tiempo, la principal está en el fuerte de Buenos Aires, pero no los podemos enviar allí, porque el fuerte está en manos de los Ingleses….- dejo la frase sin concluir, no era necesario, continuo- Por lo que deberán ir a la siguiente puerta, que está en la Villa de Lujan…a unos 60 Km de Bs As….es lo más cerca que podemos dejarlos.-
Se miraron entre todos y, como no había más que decir, se marcharon.
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La ciudad, capital del virreinato del Rio de la Plata, en el año 1806, había crecido hasta ser una ciudad que podíamos decir grande, para esa época, con unos  45.000 habitantes era ya uno de los mayores puertos de América, recostada sobre ese inmenso rio de color aleonado, de aguas poco profundas y traicioneros bancos de arena.  Sin un muelle decente, con solo algunas calles adoquinadas e iluminada por velas de cebo, cebo que era parte de una de las pocas riquezas que esa tierra llana y desierta podía ofrecer, la abundancia de sus ganados vacunos, descendientes de aquellos primeros animales que dejara don Pedro de Mendoza, en oportunidad de la primera fundación de la ciudad, hacia ya casi 200 años atrás. Tiempo suficiente para que los animales, sin depredadores naturales y con abundante alimento en las feroces pampas, se reprodujeran hasta formar rebaños que se perdían en el horizonte, de tan numerosos. Esas bestias, promesa de futuro para esas tierras, en ese momento formaban parte de las escasas riquezas que disponía la colonia, merced a los cueros y salazones. La otra gran fuente de ingresos, aunque no para la corona pero, con  mucho la mayor, era el contrabando, favorecido por las leyes de comercio monopólicas impuestas por la metrópoli…cuando le era imposible hacerlas cumplir.
La villa de Lujan, ubicada sobre el camino real al Altoperú, a unos 60 km de la ciudad de Bs As, era una posta, de las tantas, donde las carretas y viajeros descansaban de la jornada. Tenía un origen muy especial, ya que había nacido al amparo de la Virgen María, que a través de una imagen suya, proveniente de Brasil con destino a  Santiago del Estero, allá por el año 1630, decidió quedarse allí.
Este milagro dio origen a la construcción de una iglesia, que con los años se transformaría en la basílica que hoy conocemos, y a la radicación de los primeros pobladores en el lugar.
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-Bien, aquí estamos- dijeron los viajeros al salir del armario de la sacristía. Les llamo la atención encontrase solos, por lo que se movieron con mucha cautela.
A fuera el sol brillaba pálido que apenas servía para paliar el frio de esa mañana.
-Tiempo loco, mirad que frio hace en pleno Julio- comento Alonso
-¿y qué esperabas? Estamos en pleno invierno- Retruco Julián
-¿invierno?-
-Sí, estamos al sur del ecuador-
Alonso asintió y callo. Juntos caminaron por la calle ancha, al fondo de la cual se veían una serie de carretas y un grupo de gentes que parecían estar discutiendo algo.
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Alguien golpeo fuertemente la puerta. ¡Sera posible! Había pedido expresamente que no lo molestaran, se enojo, pero luego pensó que, si lo hacían seria por algo importante, resignado cerró la carpeta donde había puesto los papeles y fue a atender. La lectura quedaría para más luego.


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Parte 3 de 8

Ni bien pudo volvió a la oficina, cerró la puerta, se preparo un té, tomo la carpeta y continúo leyendo:
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Con precaución se fueron acercando, llegados al lugar prestaron atención, la discusión rondaba en torno a qué hacer, si cumplir el pedido del Cabildo o seguir adelante desoyéndolo.
-Vuesa merced, debemos acceder al pedido, las vidas y haciendas de los súbditos reales dependen de ello- Insistía alguien que parecía tener fuerte interés en que así fuera
-Pero es el tesoro del rey- Protesto la persona interpelada, a todas luces una persona principal, quizás una autoridad.
-¿Quién es?- consulto Julián a un paisano, señalando al interpelado, este lo miro extrañado y a la vez alagado de ser consultado sobre tan importante persona
-El mismísimo virrey, ¿Cómo es que no se ha dado cuenta?- Como si fuera obligación conocerle.
-¿y qué hace el señor virrey aquí?- Consulto tímidamente Amelia.
-Pues, marcha a Córdoba a organizar la reconquista- contesto cortésmente el que antes había hablado.
-¿Organizar la defensa? ¿Organizar la defensa dice? Ese inútil cobarde está huyendo- protesto otro
Y varios se volvieron a mirarlo, no porque quizás no estuvieran de acuerdo, como por curiosidad de saber quien se animaba a decir lo que muchos pensaban. Dándose cuenta el que había hablado concluyo
-¿Qué, acaso miento? Ha dejado la ciudad a merced de los herejes y en vez de quedarse a luchar se escapa con el tesoro- y cayo, pues, como todos, tenía interés de saber cómo seguía la conversación.
-Señor, han amenazado con confiscar los bienes de todos los habitantes de la ciudad- seguía arguyendo el primero que escucharon pedir por el cabildo
-Les serán devueltos con creces cuando recuperemos la ciudad- respondió el virrey
-También amenazan la seguridad de la gente, ¿Quién podrá devolver la salud y la vida si alguien sufre esa pérdida?- argullo otro
-A parte señor, un tesoro igual se podrá volver a juntar, pero la confianza de los súbditos…-
Este último argumento, y el aviso de que el escuadrón ingles se acercaba, pareció dar al virrey el argumento que deseaba para seguir con su viaje….aunque tuviera que dejar el tesoro.
-Si es por la vida y la lealtad de los súbditos….- dudo, por compromiso- pues, que sea- y bajo los brazos en señal de derrota.
-¿Qué va a hacer qué?- consulto incrédulo Alonso- ¿Va a entregar el tesoro?-
-Así es, ese tesoro luego será expuesto en las calles de Londres, aunque para esa época la ciudad ya será nuevamente española- Explico Amelia.
-Malditos cabrones-
Una vez zanjada la cuestión, tomada la decisión, el Márquez, con la poca gente que lo seguía reanudo su viaje a Córdoba, mientras los emisarios del cabildo de Buenos Aires quedaron esperando las tropas Inglesas para conducir de nuevo el tesoro a la ciudad.
-Vamos, tenemos que buscar como llegar a Buenos Aires- volvió a hablar Amelia, trayendo a todos de vuelta  la realidad inmediata. Sin pensarlo mucho tomaron por una de las calles que desembocaba en la plaza donde se encontraban…con tanta suerte que fueron a dar de frente con las tropas británicas que entraban.
No eran muchos hombres, no más de 10 jinetes fuertemente armados, con un oficial a cargo.
Fue imposible no cruzarse con ellos.
El oficial se detuvo ante ellos. Alonso apretó discretamente el pomo de su espada, Julián sopeso el lugar buscando alguna salida y Amelia…dejo caer sus hermosos ojos claros, mientras cubría su boca levemente entre abierta con el pañuelito que llevaba en la mano en gesto estudiadamente inocente, como si estuviera sorprendida. Imposible arma mejor
Galantemente el oficial se inclino sobre su caballo, llevándose la mano al sombrero y saludo
-B u e n o s    d í a s- balbuceo
-Good morning sir- contesto ella en perfecto ingles. La cara del soldado se ilumino y una torpe sonrisa apareció en ella.
- A pleasure, my lady, can I help you with something?- ofreció galantemente
-Would you be so gallant? We need to go to Buenos Aires- indico ella, haciendo un ademan que abarcaba a sus compañeros.
Entonces el oficial reparo en los hombres y, dirigiéndose de nuevo a Amelia pregunto por ellos
Con su voz más suave ella le explico que uno (Julián) era doctor en medicina y que el otro (Alonso) era hombre de confianza de su padre y que ella viajaba bajo su protección, como correspondía a cualquier dama de honor, resaltando estas palabras.
El Ingles pareció entender, medito unos segundos e interrogo por el motivo del viaje y el origen de los viajeros. Entonces Amelia explico que venían de Mendoza, y que iban a Buenos Aires de donde ella seguiría viaje a Europa, en la primera oportunidad. Esto último pareció agradar al soldado, que no le quitaba los ojos de encima y, sin pensarlo le ofreció acompañarlos hasta el puerto, y, en lo que a ella respectaba, si no tenia objeción, le ofrecía su protección hasta que embarcara, al tiempo que le aseguraba que podría ayudarla a hacerlo en un buen navío Ingles, ni bien se presentara en la capitanía.
Amelia, sonrió, Julián disimulo su cara de pocos amigos y Alonso opto por callar
¿Qué más decir? Sin protestar se adjuntaron al grupo, ya tenían transporte a Buenos Aires, aunque fuera con los caudales incautados.
El oficial invito a Amelia a viajar en la carreta del tesoro, con la intención de poder estar cerca de ella disimuladamente, y, de ser posible, entablar conversación. A Julián y Alonso le dieron sendos caballos, aunque al último le indicaron que debía ir al final con la tropa, que la señorita no corría ningún peligro, a partir de ese momento estaba bajo la custodia de las tropas de su majestad el rey Jorge III.
Tragándose el desplante y la soberbia del Ingles, Alonso se dirigió a donde le indicaban. Al pasar por el carro del tesoro, que estaba siendo acondicionado para su regreso, observo como un mozalbete se escurría entre la tropa con una habilidad digna de un mago, y birlaba del carro una bolsa llena de monedas. Cuando el muchacho vio que Alonso lo observaba se quedo quieto y se puso pálido.
Alonso, desde la grupa de su caballo lo miraba seriamente, por principio detestaba el robo, pero esta vez le guiño un ojo y sonriente dio riendas a su caballo, alejándose hacia su posición, por lo menos esas monedas quedarían en el país. De alguna manera eso paliaba la ofensa del invasor.
El joven desapareció entre el gentío, con el fruto de su audacia.
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Acá acababan los papeles. Cerro la carpeta, se recostó sobre el respaldo del sillón, a fuera el sol caía. Poco más se podía hacer, así que decidió volver temprano.
Se levanto y, antes de irse, fue hacia la puerta nueva, la toco y empujo con fuerza. Completamente cerrada, no se podía abrir desde allí.
En fin, no sabía cómo debería hacer para ponerse en contacto con el resero, solo se le ocurrió dejar una nota en la mesa, bien visible y lo más calara posible, por si volvía en la noche. Para saber cómo seguía la historia tendría que esperar que el resero apareciera nuevamente.

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Parte 4 de 8

A la mañana siguiente la nota seguía en el escritorio y la puerta tan cerrada como a la noche.
El día transcurrió rutinariamente. Al caer el sol el trabajo estaba terminado y el alma tranquila después de una jornada productiva. Ordeno las cosas del escritorio, puso llave en determinados cajones y cerro los postigones que daban a la calle. La vista de Madrid, desde esa ventana ubicada en el tercer piso, donde tenía la oficina, era algo que siempre le gustaba, las luces del atardecer, el oeste teñido de tonos rojizos y el este violáceo, la luna cuarto creciente dibujándose en el poniente…mil ciudades tendrían una imagen igual, pero esa era la de él y la disfrutaba. Se quedo unos minutos contemplándola antes de decidir irse.
Cuando se dio vuelta lo vio. Ahí estaba el gaucho, tal cual él recordaba haberlo visto la primera vez.
-Buenas noches. No lo escuche entrar- saludo
-Disculpe, buenas noches- saludo, y luego, como si tuviera que disculparse aclaro- Esta soplando el pampero y la humedad se ha ido- con lo que debía quedar claro que la puerta no estaba hinchada y, por lo tanto abría sin inconvenientes.
-Aquí le traigo más papeles- dijo parcamente extendiéndole la mano con el sobre que traía
-Gracias- agradeció Javier – ya me preguntaba yo como seguía la historia-
-Complicada señor- aclaro el resero mientras hacía ademan de irse
-¿Puede demorar un minuto?- inquirió Javier
El otro dudo
-Por favor, tome asiento- dijo mientras le indicaba una silla al lado de una mesa ratona- me gustaría conversar con usted, que cuente algo más de su lugar, de su tiempo, de usted. Sabe que estas cosas me interesan-
El resero acepto algo cohibido, y tomo asiento donde le indicaban
-Usted dirá-
-Cuénteme, a que se dedica usted- pidió, al tiempo que le acercaba una taza de té que el resero levanto con recelo, manos desacostumbradas a tomar objetos tan delicados
-Pues soy resero, traslado ganado de aquí para allá, cuando hay, si no ayudo en lo que sea, se hacer cualquier cosa y no le hago asco a nada-
-¿y qué me puede contar de su amigo, el escritor, que hace, donde vive?- pregunto levantando y enseñando los papeles que le había traído
-Pues, no sé qué decirle, es un hombre común, vive en…-
Y así pasaron algún tiempo, que no fue mucho, conversando de lo que Javier quería saber. Hasta que, levantándose, el resero se encamino hacia la puerta
-Le agradezco la atención, me echaran en falta si me demoro-
-Entiendo- mintió Javier- Solo una cosa más- El resero se detuvo- ¿Cómo conoció al escritor?-
El gaucho se quedo pensando unos minutos, luego con una mirada de cierta confusión, contesto
-No lo sé- contesto honestamente- creo que lo conozco desde siempre, pero no recuerdo un momento en que no fuéramos amigos-
-¿Me puede contar algo de su niñez?- aventuro a sabiendas que era una pregunta extraña.
-Siempre he sido mayor- contesto el otro con una media sonrisa y saludando con una inclinación de cabeza salió y cerró la puerta con cerrojo.
Javier se quedo mirándola, una certeza se formaba en su mente….este gaucho era un personaje.
Si cabía, ya habría tiempo para avanzar en ello, de momento se dispuso a pasar algún tiempo de lectura. Fue a su sillón de leer, se sentó y abrió el sobre con los nuevos papeles.
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Al caer el sol entraron a la plaza de  Buenos Aires pasando por la recova, los pocos transeúntes que recorrían el lugar se detuvieron momentáneamente a ver el grupo y como el tesoro desaparecía en el fuerte.
El oficial pregunto a Amelia si tenía lugar donde alojarse, poniéndola en un aprieto. Por suerte en ese momento apareció un fraile haciendo efusivas señas, como si la conociera de siempre
-Amelia, hija, vendito sea Dios que te ha traído a nosotros sana y salva-
La turbación de ella duro solo unos segundos, si es que la tuvo, y, sobreponiéndose siguió la corriente
-Padre, que gusto verlo- saludo, al tiempo que mirando al contrariado oficial continuo- el capitán ha tenido la amabilidad de acompañarnos desde Lujan hasta aquí-
El sacerdote le saludo con evidente desagrado, atención que el ingles retribuyo con la misma amabilidad.
-It has been a pleasure, Miss. Please do not hesitate to call me if you need anything.- dijo dirigiéndose a ella, y, con discreto saludo dio grupas a su caballo, al trote hacia el fuerte en cuyo mástil ondeaba la “Union Jack”
El sacerdote tomo a Amelia del brazo y se la llevo hacia un convento que se adivinaba al final de la plaza.
Julián, que había estado observando la escena se unió a ellos.
-Gracias por la ayuda, ha sido usted muy oportuno- saludo al fraile
-No hay de que- contesto él- estaba empezando a preocuparme, me habían avisado que llegaríais a Lujan y estos caminos no son seguros de noche.- dijo y luego se presento- Juan Cevallos, del ministerio-
-Amelia Folch-
-Julián Martínez    -
-¿Dos? ¿Dónde está el tercero? Me advirtieron que enviaban una patrulla completa-
Fue entonces que se dieron cuenta que Alonso no estaba por ningún lado.
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Alonso había hecho todo el trayecto en la retaguardia del convoy, a decir verdad, tanto a él como a los otros que le acompañaban los habían obligado a ir tan atrás que prácticamente no formaban parte del convoy, a no ser por los soldados destacados más para vigilarlos que para cuidarlos, por lo que entro entre los últimos a la ciudad.
Durante el viaje había intercambiado algunas palabras con quienes le acompañaban, un par de gauchos y un dependiente que iba junto con una tropa de mulas con vituallas y dos frailes, más el boyero que guiaba las mulas.
Cuando por fin ingreso en Buenos Aires ya era noche y no tenía ni idea de donde estarían Amelia y Julián, por lo que acepto de buen grado el convite que le hicieran sus circunstanciales compañeros.
Sin saberlo se dirigió a los corrales de Miserere, allí se concentraban todas las caravanas que llegaban del oeste, así como las tropillas de ese lar. Había muchos corrales para los animales, almacenes para las mercaderías que llegaban en las carretas y pulperías para la gente que los traía.
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La historia empezaba a pintar, pero la hora era avanzada. Cerró la carpeta y la guardo en uno de los cajones con llave.
Refregándose los ojos, cansado, se dirigió a su cuarto a descansar.

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Parte 5 de 8

Los días siguientes no pudo ni ir por su despacho, las reuniones de trabajo y las batallas continuas que tenía que dar para llevar adelante el negocio se lo impidieron.
Al final del cuarto día, cuando caía la tarde, por fin pudo hacerse un rato. Declino cortésmente una invitación a disfrutar unas tapas y se metió por la puerta de su despacho ni bien quedo solo.
Se dirigió al escritorio, saco la carpeta del cajón y se acomodo en su sillón de leer, para continuar el desarrollo de la historia, ¿Qué más diría el escribiente sobre Alonso entre esos gauchos?
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Con los nuevos amigos Alonso se acerco a un fogón, en el cual, clavado en una espada, se asaba medio costillar, en torno al mismo, apretujados para atrapar algo de calor y protegerse de alguna manera del pampero que soplaba, aunque suave, calando los huesos. El mate circulaba por la ronda, cebado por una mulata entrada en carnes y años.
-Tómese un amargo, amigo, le hará bien, esta caliente- le dijo alguien  tendiéndole una pequeña vasija de la cual salía una bombilla que, según había logrado observar, todo el mundo se ponía en la boca, cuando le tocaba. Sin saber bien que hacer se hizo lo que había visto…pero nada pasaba.
-¿no lo toma? ¿Esta malo?- le pregunto el que se lo había dado, al ver que no sorbía el liquido.
-¿Eh?, no no nada, estaba en otra cosa- se excuso, y se arriesgo a darle un sorbo. Se quemo hasta el apellido, los ojos se le llenaron de lagrimas contra su voluntad y no pudo evitar escupir el contenido entre toces y catarros.
-¡Joder!, ¿Qué me habéis dado?-
La carcajada fue generalizada
-¿Qué le pasa aparcero? ¿no sabe tomar mate?- dijo uno
-Mire que la María se le va a enojar- arriesgo otro refiriéndose a la cebadora, que lo miraba con cara de ofendida. Los otros rieron ante la posibilidad de ver una rabieta de la mulata.
-¿tiene algún problema con mi mate don?- pregunto la aludida.
Viéndola y viendo el auditorio Alonso se hizo cargo de la situación, tragando saliva y tratando de aclarar la voz contesto
-Nada, nada que ver con el mate, ha sido tan solo un atragante ante tamaña belleza que me ha dejado sin aire- al tiempo que le hacia una exagerada reverencia.
Otra risotada general aprobó la salida y la cosa siguió su cauce normal. Con más cuidado esta vez tomando a sorbos pequeños, termino el mate y lo devolvió.
-¿De dónde es aparcero?- le pregunto uno
-De Mendoza- mintió Alonso
-¿de qué parte, yo soy de allá y no me suena?- retruco otro, al tiempo que las miradas volvían a centrarse en el
-De Mendoza…de Enares- invento
-Ah hombre. Es un godo, con razón- rio uno dándole una palmada en la espalda que, a otro que no fuera él, la habría hecho salir los pulmones por la boca.
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-          …y esa es la situación- concluyo Juan Cevallos acabando de explicar lo que pasaba en la colonia desde la conquista Británica.
-          ¿a ver si entiendo bien? Los ingleses llegaron aquí provenientes de la Colonia del Cabo, en Sudáfrica, que acaban de arrebatarle a los holandeses, con toda la intención de apoderarse del virreinato y, de paso, quedarse con el tesoro que, proveniente del Potosi se iba a enviar a España- resumió Julián
-          Así es, con parte de ese tesoro se saldarían las deudas del comerciante Ingles Guillermo Pío White, radicado aquí, en Buenos Aires, que ha sido uno de los impulsores de esta invasión, tenía con el comodoro Popham-
-          ¿y qué dice la gente de aquí?-
-          Bueno, eso es algo complicado. Sabe que muchos tienen poco apego por la corona-
-          Vaya novedad- dijo Julián
-          Sí, pero no se confunda, el malestar es con la administración, sobre todo con los funcionarios nuevos llegados de la península, que están más interesados en enriquecerse que en gobernar para provecho de la gente-
-          Vaya novedad- y, discretamente, Amelia le pego un codazo
-          A eso se agrega el despropósito del monopolio que encarece exorbitantemente los precios y da un buen margen para que prolifere el contrabando…se imagina que al gobierno le es imposible controlar las inmensas costas que hay aquí-
-          Si, el rey hubiese sido más inteligente con otra política- tercio Amelia- dejar que la gente hiciera sus propios negocios y aportara lo suyo en impuestos-
-          Claro Amelia, pero ¿y el negocio de los favorecidos por el monopolio?, no olvides que son los que están cerca del rey y le financian su ineptitud- respondió Julián
La conversación siguió por esos carriles durante un tiempo más, hasta que el cansancio y el natural recogimiento del convento llevaron a todos a descansar.
Al día siguiente se dedicaron a recorrer la ciudad, mirando todo y escuchando a la gente.
Como una mujer caminando sola no era bien vista, Julián acompaño a Amelia todo el tiempo.
En la plaza y el mercado el ambiente parecía normal en todo, como en cualquier ciudad hispana de la época, con gente que iba y venía, de mañana temprano los feligreses saliendo de misa, las mujeres regresando a sus casas, los hombres a sus negocios, y la servidumbre al mercado, el único punto disonante era la bandera que ondeaba en el fuerte y las casacas rojas que patrullaban.
A lo que se veía en el centro nadie podría decir que se estaba en una ciudad invadida.
Al medio día entraron en una posada a almorzar, se acomodaron en una de las pocas mesas libres, en un rincón del salón y pidieron de comer. El posadero les trajo una abundante ración de puchero y una buena jarra de vino.
Julián miro el plato y, con la cuchara, revolvió su contenido, tratando de adivinar que contenía. Amelia lo miraba atentamente, prestándole especial atención cuando decidió llevarse la cuchara a la boca.
-Pruébalo, está muy bueno- acepto Julián ingiriendo el contenido.
Como tenía hambre no se hizo rogar.
Mientras almorzaban aguzaron el oído, al principio sin éxito, pero luego la cosa cambio. De apoco fueron tomando conciencia de que no todo estaba tan tranquilo como parecía. Había un sordo descontento que bien podía ser el fermento de los hechos que tenían que ocurrir.
Al regresar al convento los recibió Juan con disimulada excitación, no era conveniente tener otro aspecto en el claustro.
-Pasen, pasen, vengan por acá-indico un acceso en el pasillo.- a ocurrió algo que puede ser peligroso-aclaro al tiempo que sacaba un sobre de entre sus ropas y se los entregaba- es una invitación formal al baile de gala que los ingleses darán el próximo viernes en el salón del fuerte-
-¿Invitados a un baile?- pregunto Julián incrédulo
-Bueno- titubeo Juan- en realidad la invitada es ella- indicando a Amelia
Julián rio socarronamente y ella enrojeció algo. Juan, que no sabía a qué iba aquello no entendió nada.
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Ja!,  en buena se metía Amelia, a él le pasaba lo mismo con ella, era una mujer excepcional a la que muchas veces le era difícil mantenerse a salvo de sí misma.
Dio vuelta la hoja y la encontró en blanco. Miro hacia la puerta nueva y comprobó que aun estaba allí. Cerró la carpeta y la guardo, no quedaba más remedio que esperar a que el resero apareciera de nuevo.
Cerro los postigones de la ventana, tras la cual se asomaba la primavera con su perfumees.

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Parte 6 de 8

Junto al fuego el asado ya estaba listo, alguien le alcanzo un pedazo de carne ensartado en la punta de un facón y él lo agarro tomándolo por el hueso, con cuidado de no quemarse.
Se integro a la vuelta sentándose en un tronco junto a otros gauchos.
Entre mordisco y mordisco corría una bota con vino, áspero pero sabroso, que no tenía nada que envidiarle al de cualquiera de los campamentos en que había estado en su vida como soldado.
Los últimos rayos del sol invernal fueron desapareciendo tras el desierto horizonte proyectando esas sombras largas tan características, que el fuego del fogón aun no vencía. Un paisano saco una guitarra y la templo a su manera, la charla concluyo y el silencio se enseñoreo del campamento, creando esa atmosfera intimista e irreal que llama a la introspección y que hace del hombre del llano ese tipo tan especial que da su madera a los centauros de las pampas sobre cuyas espaldas se eleva el país.
Las notas se fueron desgranando suave, melodiosas, tristes, como en un lamento, y luego la voz canto, fue un canto de libertad, de amor a la patria y deseo de librarla del invasor, un canto de guerra entonado en voz baja, no por temor, si no por respeto.
Alonso sintió que el corazón se le estrujia, y hasta que una lagrima le inundaba la vista.
-He, español- le llamo alguien discretamente, mientras le tomaba el brazo
-¿Que queréis?- pregunto al desconocido
-¿Sabes pelear?-
-¿Qué pregunta es esa?-
-¿Qué si tienes los cojones para ayudarnos a sacar a esos herejes de la ciudad?- pregunto mientras con el dedo indicaba hacia el fuerte, invisible en la oscuridad.
-¿Cuándo vamos?- Dijo, al tiempo que se movía para incorporarse.
-Shh, tranquilo amigo, todavía no es tiempo, ya te avisaremos- le dijo el que acompañaba al primer gaucho que lo había hablado, y los dos se fueron a hablar con otros hombres. Era una leva, o iba a serlo pronto.
El canto, el vino, el calor del fuego y el abrigo del poncho que alguien le había alcanzado, terminaron por vencerlo y se quedo dormido, sobre un cuero de oveja que encontró cerca, bajo un cielo inmenso, lleno de estrellas, dominado por la grandiosa y emblemática Cruz del Sur.
Al día siguiente, antes del alba, luego del canto del gallo, el campamento retomo su actividad.
Alguien atizo las brasas del fuego de la noche e inicio uno nuevo, sobre el cual pusieron la infaltable morocha donde calentar el agua para el mate.
Las bestias, como solidarias con los hombres, también se fueron despertando, de modo que, en poco tiempo todo se transformo en un desentonado concierto de ruidos originados en los gases  intestinales, bostezos, mugidos y rezongos.
Sin saber cómo ni de donde, de pronto se encontró con un amargo entre las manos, y, esta vez ya precavido, lo pudo apreciar mejor, sintiendo el reconfortante calor del agua transmitirse por todo el cuerpo, un pedazo de galleta marinera y algo de carne del asado de la noche completaron el desayuno.
¿Cómo sobrevivía aquella gente con una dieta tan monótona?¿que los mantenía a salvo del escorbuto? Pensó en que Julián le podría responder estas preguntas y cayó en la cuenta de que no sabía dónde estaban, los había perdido de vista y era menester encontrarlos.
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-¿Qué debo hacer?- se pregunto Amelia
-Ir, por supuesto, que mejor oportunidad para entrar en la cueva del lobo a husmear que pasa, en una de esas ahí este la respuesta- Indico Juan
-Tiene razón- dijo ella sabedora de que se las arreglaría bien
-Lo único que no puede ir sola-
-¿Cómo?...ah sí, la época, ¿y de donde saco yo una chaperona ahora?¿conoces a alguien?-
-Pues si- y lo miro a Julián
-¡¿Julián?!-
-Sí, les has dicho que es médico, pero nada más, ¿verdad?-
-Así es- asintió
-Pues, te presento a tu hermano-
-¿Yo hermano de Amelia? Si no nos parecemos en nada-
-Qué seáis hermanos no quiere decir que tengáis los mismos padres- aclaro Juan
Los dos lo miraron al unisonó - ¿Cómo?-
-pues si, en estos tiempos los bastardos son bastante comunes, así como los hermanos de leche-
Julián no estaba muy convencido
-Puede ser Julián, la idea no es mala-
-No, no, yo no puedo ser tu hermano-
-¿Por qué no? ¿No has sido ya mi esposo una vez?-
Juan miro intrigado
-Es una larga historia Juan, cuando pueda te la contare- aclaro Julián- Bueno que sea, pero la bastarda eres tu-
-No, yo no- fingió ofenderse Amelia.
-Ehhh,- tercio Juan- una hija paterna criada en el seno de la familia cuaja mejor con el viaje a Europa…-
Y la cosa quedo zanjada.
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Los gauchos que lo habían contactado la noche anterior se le acercaron en silencio.
-Venga amigo, caminemos- y se pusieron en marcha a recorrer los corrales mientras conversaban
-¿Es verdad que es un veterano?- pregunto uno
-Escuchamos que junto al fogón comento que peleo en Flandes- aclaro el otro
-Pues, si- acepto Alonso- ¿Por qué la pregunta?-
-Vera, algunos queremos hacer algo para echar a los herejes del país….-
-Sabemos que el francés está armando algo en el Uruguay y queremos ayudar…-
-Pero una cosa es levantar una montonera y otra enfrentar a las casacas rojas…-
-¿usted puede ayudar?-                                                                                                                        
-¡¿Qué si puedo ayudar?!- pregunto incrédulo- Vamos no más.
El guerrero que había sido se impuso al agente del ministerio que era, y ni se le pasó por la cabeza que no debía interferir con la historia, la duda no era algo que formara parte de su ser, la patria y la fe estaban en peligro y él no le esquivaría al bulto.
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Las tardes de invierno son cortas, y la noche llega pronto. A fuera todo era oscuridad, a duras penas cortada por la trémula llama de algún que otro farol, salvo en la plaza frente al fuerte, donde, uno tras otros llegaban los invitados, lo más granado de la sociedad colonial. Solo faltaban algunos idealistas, en su mayoría jóvenes, como el doctor Manuel Belgrano, que, a diferencia de sus compañeros de consulado, había declinado prestar juramento de fidelidad a los invasores, optando por recluirse en el interior, aclarándole a todo el mundo que “o se serbia al viejo amo o a ninguno”, poniendo de manifiesto algo que muchos sospechaban pero pocos se atrevían a asumir, que los ingleses no estaban allí para defender el libre comercio, como declamaban, si no para establecer una nueva colonia. Hasta nombre le habían puesto “Nueva Arcadia”.

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Parte 7 de 8

Cabalgaron hasta unas chacras cerca de Perdriel, arriando unas vacas para disimular. Al llegar encontraron varios hombres ya reunidos bajo el mando de don Juan Martin de Pueyrredón, que respondía a don Martin de Alzaga, el rico comerciante español que financiaba los gastos.
 -Alonso de Entre Rios- se presento ante el oficial que les franqueo el paso- capitán de tercios-
Aunque el oficial no sabía bien que era eso de “tercios”, había sido avisado de la llegada del grupo. Un capitán era un capitán y oficiales veteranos era lo que faltaba, por lo tanto no solo eran bienvenidos si no que hasta ya  tenían asignada tarea.
 -Pasen señores. Sargento acompáñelos- ordeno
El sargento se cuadro y saludo, no muy gallardamente, pero algo era algo.
Los llevo donde un grupo cargaba y disparaba mosquetes. Ya casi antes de desensillar Alonso estaba asumiendo el papel de mando, ordenando posiciones, e instruyendo.
Al caer la noche, cansado pero feliz, estaba encantado con “sus hombres”, que ya eran “sus hombres” aunque solo había estado con ellos un día. Era asombroso como esos mozos, hasta ayer no más simples boyeros, peones o dependientes, aprendían a cargar y disparar los mosquetes, como si fueran verdaderos profesionales.
En el rancho, se sentó junto a otros oficiales a compartir la cena. Todos estaban de buen humor, había excitación, se olía la inminencia de la batalla y la algarabía, aparte de ahuyentar el miedo de los bisoños, levantaba la moral del conjunto.
Entre brindis y risas corrían las anécdotas, en las cuales Alonso era arto versado. Pero no eran todos relatos de aventuras, la política también era tema, como no podía ser de otra manera en esos tiempos.
A poco de escuchar se notaba que, si bien había consenso en cuanto a la necesidad de echar a los británicos, a la hora de hablar del rey la cosa era distinta.
En general todos se sentían parte de esa España grande que tantas glorias había sabido conquistar, pero la gran bronca era que no se los reconocía como tales, que cualquier recién llegado de la península tenía más voz que el más venerable de los locales.
-Pero no por eso son menos súbditos, y algunos hasta empeñan sus fortunas en esta patriada, como don Martin- dijo uno
-¿Cómo don Martin?- pregunto con sorna otro- ¡cómo no va apostar por el retorno del virrey si el señor Alzaga es de los más perjudicado con el levantamiento del monopolio- disintió otro.
- Así es, a muchos de los que están en el gobierno lo único que les interesa son “sus intereses”- sentenció un tercero
-y todo sigue igual- pensó para sí mismo Alonso y un cierto desanimo le quiso picar el alma.
La charla continuo, había un descontento general con los funcionarios del rey…y, por extensión, también con el rey.
A la mañana siguiente siguieron los entrenamientos, se sabía que un grupo de casacas rojas se aventuraría por allí y estaban ansiosos de mostrar la valía de los hombres de aquí.
En un descanso, contemplándolos con orgullo, Alonso se paro sobre los estribos y, mirando el campo, dijo a quien le acompañaba. “que buenos vasallos serian si buen señor tuvieran”
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Javier interrumpió la lectura unos segundos. ¡Qué tipo ese Alonso! Si en boca de alguien podía haberse puesto esa frase, que no fuese en el Cid, era justo en él, se dijo a si mismo satisfecho.
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El decorado y la iluminación del local habían sido preparados con todo esmero, para impresionar a los invitados, ya que el escaso número de tropas requería de toda la buena voluntad posible, y el boato y la ostentación podían ayudar.
La música sonaba agradable, con los sonidos de moda en el viejo continente, nuevos por estos lares.
Amelia y Julián presentaron las invitaciones y fueron anunciados al ingresar.
No más anunciado su nombre, Amelia recibió el saludo del oficial con que habían viajado desde Lujan. Julián, discretamente, saludo al soldado y se retiro a tratar de confraternizar con los invitados, no sin cierta mirada de reproche de parte de ella, que, si bien no temía y lo asumía como parte del deber, no disfrutaba con la idea de pasar toda la velada con el Ingles.
Al azar se mesclo, como pudo, en los distintos corrillos, donde, más o menos cortésmente, todos lo admitían a participar de charlas intrascendentes, como era lógico, pues era un forastero, sin lugar a dudas. Cautamente él escuchaba, decía alguna que otra palabra de ocasión y, con la sobreentendida escusa de saludar a todo el mundo, se desplazaba hacia otro grupo.
Como corresponde, pasada la hora y el consumo de bebidas, la confianza permitió soltar algunas lenguas aun en su presencia.
-…la verdad es que no nos podemos quejar- dijo alguien de voluminosos abdomen- se espera la próxima llegada de un buque lleno de mercaderías, y se las podrá comercializar libremente, con una buena ganancia, a no dudar-
-Aunque se aclara que habrá severas penas para quien olvide pagar los impuestos de importación- aclaro otro, que después supo se había enriquecido con el contrabando que antes se hacía de esos mismos productos
-En eso estamos peor que con los “matungos”, a estos (y señalo discretamente hacia la mesa donde estaba la plana mayor británica) todavía hay que conocerlos, pero en eso parecen bastante más duros- indico otro
-Así es, un amigo del consulado americano me dijo que, si bien cuando eran colonia el contrabando era común, nunca con tanta liberalidad como aquí-
-Sea, pero, a la larga es mejor una pequeña perdida que un gran riesgo- y, en general todos acordaron con esto. Así la charla se puso interesante.
Mientras tanto, en la pista de baile Amelia seguía el paso a su galán, hasta que le convenció de la necesidad de un descanso, que el soldado aprovecho para ir hasta la barra, donde, para disgusto de ella, pudo ver como alardeaba de su conquista, a lo que el resto respondía con sonoras risotadas.
 En la mesa de las damas fue abordada por varias criollas y españolas que quisieron saber todo lo posible de la recién llegada.
Inevitablemente la conversación derivó hacia el tema masculino
-Que gallardos que son, con esos uniformes tan vistosos y ese porte tan marcial-comento una de ellas, esposa del señor guardiamarina Martin Thompson, egresado de la academia naval del Ferrol, que evidentemente aprobaba la presencia de los mismos en lugar de los más humildes y menos gallardos gobernantes anteriores.
Las sonrisas de aprobación fueron generalizadas.
Con discreción pregunto si era posible salir a tomar un poco de aire fresco, lo que en verdad era necesario en el aquel ambiente cerrado.
Saludando amablemente y, tratando en lo posible de no llamar la atención, se dirigió a uno de los patios internos, hacia donde había visto salir a Julián unos minutos antes.
-Has averiguado algo- pregunto cuando estuvo a su lado
-Pues, nada, los únicos extraños, a parte de los británicos, somos nosotros, si hay algún agente infiltrado tiene que estar entre ellos- dijo Julian
-Bueno, ya veré que puedo sacarle a Germán- comento Amelia
Julián la miro con una sonrisa picara y ella se dio cuenta
-Bueno ¿de qué te ríes? Tuvimos que presentarnos. No parece una mal tipo, solo algo bruto y torpe, pero para ser soldado ingles no se necesita más- dijo con cierto enojo
-De todos modos, no creo que encuentres nada por allí, porque, aun suponiendo que este entre ellos, ¿Cómo haría un desconocido para influir en la sociedad hasta el punto de parar una revuelta?-
-¿y entonces que está pasando?-
-Lo que me temo, que si nosotros no intervenimos acá no pasa nada, esta gente está descontenta con nuestra administración y están buscando cambios-
-Como de hecho sucederá en unos años- confirmo Amelia
-Sí, si se da la reconquista de Bs As. ¿Te das cuenta de lo que hablaba antes de esta misión? ¿qué pasa si no hacemos nada para que la historia se ajuste a la que conocemos? Aquí no vemos a nadie que esté tratando de cambiar la historia, antes bien sospecho que, si nadie interviene, Argentina posiblemente no exista, por lo menos no como la conocemos en nuestro tiempo-
-Se dará, la reconquista será el próximo 12 el Agosto como fue, ten fe- desafío Amelia
-Me va a gustar verlo- acepto él
-¿Qué hacemos mientras tanto?- pregunto Amelia
-No sé, tratare de ponerme en contacto con el ministerio para pedir instrucciones-
Y, al hablar del ministerio se acordaron de Alonso. ¿Dónde andaría ese soldado de fortuna? Deberían encontrarlo pronto pues iba siendo tiempo de volver.


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Parte 8 de 8

En Madrid Javier había llegado a esa frase final de los papeles que le dejara el resero y tuvo la misma duda que Julián, ¿hasta qué punto mantener la historia como esta no era alterarla?
En eso estaba cuando escucho ruidos en la puerta por la que aparecía el resero. Esta se entreabrió un poco, pero no llego a hacerlo del todo. Un fuerte griterío se oyó del otro lado, como de gente peleando y dando órdenes desesperadas…en Ingles, entonces la puerta se cerró apuradamente y la tranca se volvió a oír. Obviamente, quien había querido abrirla desistió de hacerlo. ¿Qué estaría pasando ahora?
Estaba pensando en ello cuando escucho como piedras que golpeaban la puerta ¿Cómo podía ser eso? Una puerta cerrada está cerrada para todo.
Con curiosidad se acerco a la misma y la empujo, estaba hinchada, como se había quejado el resero en su primer visita, por lo que empujo con más fuerza y cedió. Con gran sorpresa, descubrió que, en el apuro, la habían cerrado mal y el pasador había sido corrido pero no había entrado en el hueco del marco, por lo que no trababa nada.
Pasar a través de ella fue una tentación que nadie podría haber resistido, menos él.
Lo que vio lo dejo maravillado, allí, frente a él, la inmensidad del rio de La Plata serbia de telón a intensos combates, y los casacas rojas estaban en innegable retirada!!!
De pronto sintió que le empujaban violentamente y un fuerte dolor le invadió el cuerpo partiendo desde el hombro derecho. Luego el cielo se le nublo y la conciencia lo abandono.
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La mañana de aquel 12 de Agosto amaneció con brisa del este, que no incomodaba pero mantenía la humedad del rio a nivel de suelo.
El campo brillaba con el resplandor del sol sobre las gotas de rocio y de los mosquetes vomitando fuego y muerte. El combate había empezado temprano.
En el convento la alarma cundió e, inmediatamente, comenzaron los preparativos para atender a los heridos.
-¿Qué pasa?- Pregunto Amelia alarmada
-Que los criollos están atacando la ciudad- le contesto Julián mientras se preparaba para ayudar con sus conocimientos
-La reconquista está en marcha- comento Amelia- y sin que nosotros hayamos hecho nada- concluyo triunfante. Julián no dijo nada, los hechos le daban la razón a ella.
Salieron a la calle junto con los frailes y las monjas voluntarias, con los elementos de ayuda que contaban para brindar auxilio a quienes lo necesitaran.
Sin darse cuenta se fueron desplazando hacia el bajo, hacia la parte de atrás de fuerte, y de pronto lo vieron, ahí estaba Alonso dirigiendo una carga de infantería contra un puesto Ingles que cedió a poco de combatir.
-Alonso- Grito Amelia en medio del bullicio, mientras Julián arrastraba a un herido contra las paredes del fuerte, cerca de una extraña puerta entreabierta.
-¡Amelia!¡ Julián!- grito Alonso al verlos- ¡Que día Señor! La gloria cubre nuestras armas como antaño
¡Viva España carajo!- concluyo exultante de euforia, aun lleno de la adrenalina del combate, y los abrazo a los dos con lagrimas de emoción en los ojos.
O sea, que al final si estaban interviniendo en la historia, no se sabía cuán importante era la intervención, pero si la estaban haciendo. Un cruce de miradas entre Julián y Amelia fue suficiente para plantear esto. Los dos sabían de qué se hablaba.
La reunión no pudo durar mucho, las balas zumbaban alrededor y no era seguro permanecer ahí.
Fue cuando se disponían a marcharse que lo vieron. El hombre abrió la puerta mal cerrada y se quedo parado junto a ella, con los ojos abiertos contemplando asombrado lo que veía, aparentemente ignorante del peligro que corría. Y, de pronto, lo vieron caer, alcanzado por un proyectil.
Amelia, que lo había reconocido no pudo menos que dejar escapar un grito de espanto. Julián y Alonso la miraron extrañados.
-¡Javier!, ¿Cómo puede ser?- dijo incrédula tapándose la boca con los dedos
-¿Quién?- pregunto Alonso
-Javier Olivares, el productor del ministerio- Aclaro Julián que ya había llegado a su lado y le prestaba los primeros auxilios
-Vamos, hay que sacarlo de aquí sin demora- urgió al tiempo que lo tomaba por los brazos mientras Alonso lo tomaba por los pies y Amelia abría la puerta y enviaba un pedido de auxilio al ministerio.
Al aparecer en los pasillos del ministerio el revuelo era general
-¡Mi Dios!- exclamo Angustias, que también estaba junto a los otros.
-Pasen, pasen rápido, ya vienen los de la sanidad- dijo Salvador, mientras trataba de poner orden en todo ese caos
-¡que no le pase nada Señor, por favor, que nos va la vida en eso- seguía Angustias
-¡tan buen hombre que es! ¿Cómo pudo escribir una cosa así? Poner en riesgo su vida ¿para qué?- continuaba
De pronto Javier, que volvía en si del atontamiento producido por el golpe, abrió los ojos, dolorido, y aturdido de escuchar los lamentos de Angustias, a la que reconoció inmediatamente
-Angustias, Angustias, por favor, no me angusties- musito mientras un par de paramédicos recién llegados lo colocaban en una camilla- estoy bien- calmo a todos
Efectivamente, la herida era superficial y no revestía riesgo, pero de todos modos no podría evitar pasar por el hospital.
Mientras se lo llevaban en los pasillos del ministerio todo seguía siendo confusión.
Irene, siempre más pensante, estaba en silencio, dubitativa.
-¿Qué tienes?- le pregunto Ernesto
-Lo que ha dicho Angustias-
-¿cuál de todas las cosas que ha dicho angustias?, no ha parado de hablar desde hace media hora por lo menos-
-¿Lo del riesgo de escribir una cosa así?- dijo Irene, y Ernesto, callando comprendió de que hablaba.
Javier no podía haber escrito algo así, por el simple hecho de que, en el estado que estaba no podía escribir
Entonces se escucho que alguien luchaba con una puerta y la cerraba, corriendo una tranca del otro lado.
Todas las puertas del ministerio tenían las trancas de este lado.

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Epilogo

El resero encendió un chala e invito
-Gusta-
-No, gracias, no puedo- contesto el convidado
Permanecieron en silencio unos minutos, sentados sobre el tronco caído de un aguaribay. Tras ellos la puerta cerrada se recortaba en el blanco muro exterior de la estancia Santa Catalina, antigua factoría Jesuítica en las sierras de Córdoba.
-Estaba pensando- rompió el silencio el resero, que obviamente quería preguntar algo pero no estaba seguro de cómo hacerlo- digo, tengo una piedra…¿Qué paso con el señor Javier?-
-Nada-
-Como nada, ¿no recibió un mosquetazo?, ¿Qué fue eso?-
-A, si, bueno, no fue nada, solo un toque dramático para el final- dijo bajando la vista, algo embarazado.
-¿y que pensara él de eso?-
-Bueno, no creo que ni siquiera llegue a enterarse de esto, así que supongo que no pensara nada-
-¿y el ministerio?-continuo-¿Por qué le ha interesado?-
-Vera, sabe que me interesa la historia- El resero asintió – pues bien, la mayoría de la que hay está contada por otra gente. El ministerio ha sido eso, la forma de contar la historia vista con nuestros ojos-
El resero lo miro detenidamente, no entendía a su amigo. En su mundo las cosas eran más sencillas, lo blanco era  blanco, lo negro, negro, una vaca comía pasto y el gaucho se comía la vaca. Estas otras cosas se le escapaban.
-¿tiene idea de qué pasara con esa gente?-
-De momento, todo sigue…luego, Dios dirá-
Aspiro profundamente el humo del cigarrillo, lo lanzo con evidente placer y luego, levantándose dijo
-Me han contratado para llevar un arreo de mulas a Santa Fe-
-Lo sé, por eso hemos aparecido aquí, en los corrales de la estancia están los animales que tiene que llevar-
-Gracias, me ha ahorrado un lindo viaje, de Buenos Aires hasta aquí hay varios días de marcha-
-No hay de que, me ha ayudado mucho, si usted no aparecía esta historia no se contaba-
-Sea., ¿Qué hará ahora?-
-Trabajar, no me queda más remedio, la olla tiene que ser llenada, y no eso no se hace solo-
Volvió a dar otra pitada
-A sido un gusto ayudarle. ¿Nos veremos de nuevo?-
-Eso espero-
-Fue una linda aventura, ¿tiene otras?- demoraba la partida.
-Pues, si, si hay, ¿le conté del Andaluz que se llego por aquí halla por el 1570?...- empezó a animarse, pero se quedo callado, debía seguir trabajando, ya había pasado mucho tiempo relatando historias.
-Bueno, será hora de ir yendo-
-Si-
Se estrecharon fuertemente las manos y sus ojos dijeron lo que las palabras no podían. Ambos eran solitarios en sus propios mundos.
El sol caía tras las sierras grandes, proyectando largas sombras.
FIN

Omar R. La Rosa; Córdoba, Argentina. finalizado 27 de Noviembre 2016