domingo, 26 de septiembre de 2021

Pelota - cuando todo empieza lindo...

 

Pelota

Maldito el día que se me ocurrió la idea.

Como siempre pasa con las cosas verdaderamente malas, al principio parecía una buena idea.

Todo empezó una vez que volví caminando del trabajo y, por casualidad, pase frente a esa veterinaria del demonio.

Un hermoso local, muy bien puesto, con carteles vistosos de marcas de alimentos para mascotas y… una hermosa muchacha con un canasto y cuatro cachorros que estaba regalando.

-          No son puros de raza – se disculpó mientras ponía la desgracia ante mis ojos.

-          ¿Por eso no se venden? – pregunte lo obvio, tontamente

Los ojos de la chica, los ojos del cachorro y que no tuviera costo sellaron mi destino.

Al llegar a casa fue toda una fiesta, mi mujer me dio un beso y los chicos no paraban de reír y jugar con el diablillo que movía la cola tan fuertemente que daba la impresión se le iba separar del cuerpo en cualquier momento.

La primera señal de lo que sería mi desgracia se dio esa misma noche. Tontamente yo me había ocupado de preparar una cucha para el animalito, en el patio, bajo techo, al lado del asador. Ahí estaría calentito, a resguardo y dormiría bien.

Bueno, eso pensé yo. Pero no, mi familia que sostenía que un animalito tan chiquito podía tener miedo si se lo dejaba solito en el fondo del patio (esto es a no más de 10 metros de la casa, que no es precisamente grande), mientras “el animalito” que sin duda entendía perfectamente de que se hablaba, ponía cara de circunstancia y hasta emitía algún que otro gemido, por si alguien (yo) tenía alguna duda de lo mal que lo pasaría si se lo sacaba de la casa.

Fue en ese momento que cometí el segundo gran error, y cedí. Esa noche “el animalito” durmió adentro…aunque en realidad debería decir, lloro adentro, pues no dejo de quejarse en toda la noche.

-          Pobrecito extraña a la mamá – me decían todos.

Y debe ser que extrañaba mucho porque recién se durmió a la madrugada, unos 40 minutos antes de que me tuviera que levantar para ir a trabajar…sin casi haber pegado un ojo.

Al regresar, en vez de irme a la cama descansar, como deseaba con todo el cuerpo, tuve que acompañar a los chicos a comprar el “ajuar” de la bestia.

Que necesita un collarcito con una chapita con su nombre, “mira si se escapa y se pierde”.

Que necesita una cunita (¿para que si duerme con nosotros?).

Un hueso de cuero para morder, un plato para la comida….comida.

-          ¿Y porque no los llevaste vos? – pregunte a mi mujer.

-          No seas desalmado, mira como te esperan, a parte se me hace tarde para ir al gimnasio… –

Y ahí sali yo con la expedición.

Por supuesto, la lista se fue agrandando a medida que recorríamos el negocio, a lo ya mencionado se agregaron dos autitos (no se para que un perro puede necesitar dos autitos), un chupete, una muñeca chiquita y ¡UNA PELOTA amarilla! de esas que se usan para jugar tenis.

¿Cómo iba a saber yo que con esto ultimo estaba comprando un elemento de tortura?

No señor no había forma de que los supiera, me declaro inocente al respecto. De hecho recién empecé a darme cuenta de la verdadera naturaleza del artilugio un par de meses después, cuando en una calurosa tarde de verano, mientras me disponía a sentarme con mi cerveza abajo del único árbol de nuestro patio, una cosa amarilla y redonda me golpeo haciéndome derramar parte del preciado liquido.

Ni tiempo de maldecir tuve, inmediatamente atrás de la pelota paso “el animalito” loco de alegría saltando, en pos del juguete, sobre mi mano que desesperadamente trataba de retener el vaso con los restos de mi anhelada cerveza helada.

A pedido de la multitud familiar, contra mi más profundo deseo, en vez de agarrar al peludo y revolearlo del otro lado de la tapia, tuve que tomar la pelota y lanzársela para que siguiera corriendo tras ella.

Por unos instantes me esperance pensando que ya me dejaría en paz. Cerré los ojos y me recosté sobre mi sillón, tomando impulso para levantarme e ir a la cocina por otra cerveza, o eso quería. Porque al abrirlos lo que vi no fue el camino hacia la casa si no la cara del perro, con la pelota entre los dientes, chorreando baba esperando que se la quite para volver a tirársela.

Al parecer de la bestia yo tiraba la pelota mejor que cualquier otra persona, por lo que debería ser yo quien siguiera haciéndolo….

Y aquí estoy ahora. No se cuanto tiempo a pasado, pero es mucho. Estamos en invierno y hace frio, por lo que nadie quiere salir al patio a jugar con el perro, que con canina insistencia insiste en dejar la pelota justo en la puerta de entrada a la casa, de manera tal que, como me acaba de pasar, uno no pueda pasar sin pisarla.

¿Sirve de algo recordar los improperios pronunciados ante tal percance?¿para que?. Lejos de salir a ver si me había lastimado o algo así lo único que paso es que me pidieron que lo haga jugar un rato.

Dale que vos venís de afuera y estas acostumbrado al frio

¿Puede uno acostumbrarse al frio?

No se, pero ya llevo un cuarto de hora acá afuera tirando la maldita pelota.

Para colmo se levanto viento, la puerta se cerro con mis llaves adentro, mi señora esta al teléfono (la escucho claramente), los chicos están viendo dibujos animados con el televisor a un volumen más que moderado…

Ya estoy resignado, tengo una sola forma de poder entrar a casa, hacer que el perro se canse y empiece a ladrar para entrar, a el seguro lo van a escuchar….pero el muy desgraciado parece no querer hacerlo….ahí regresa de nuevo con la maldita pelota amarilla en la boca.









(c) Omar R. La Rosa

Córdoba - Argentina - 26/09/21