domingo, 22 de octubre de 2023

El caso del cerro Goye - Una carta pidiendo ayuda


Inspector Jonás

S             /              D

 

Estimado Inspector

Si bien no tengo el gusto de conocerle en persona, la lectura de las noticias de sus hazañas como detective y los buenos comentarios que de usted me llegan me animan a escribirle la presente nota, en la esperanza de poder contar con lo que seria, de aceptar, su inapreciable ayuda en el caso que paso a exponer a continuación.

Usted no tiene por que saberlo, pero mi autor es una persona ya mayor, criada a la antigua, poco dada a hablar de sus cosas personales, por lo que estoy seguro que, de no mediar mi intervención jamás se sabría lo que le sucedió en Febrero de 1976.

En efecto, si no fuera por mi experiencia personal (de la que quizás usted ya tenga noticia), y por los hechos sobre los que viene hablando el señor Cuauhtemoc, (entiendo que es su autor) en sus últimos videos, yo tampoco me animaría a comentar lo que he averiguado sobre lo que le paso al pobre en ese paradisiaco paisaje de nuestro amado sur.

Pero, a los hechos, para ponerlo en escena le comento que esto es real y le sucedió al autor y sus amigos, en un camping de Colonia Suiza, sobre la margen sur del lago Perito Moreno, en cercanías de la ciudad de Bariloche (a modo de post data adjunto los datos geográficos, por si le son de utilidad)

A principios del año 1976 en nuestro país la situación política era delicada (como, luego aprendí, lo ha sido siempre) pero aun teníamos un gobierno civil, lo que posibilito que mi autor hiciera su primer campamento con el grupo parroquial al que concurría.

Imagínese, en esos días era un jovencito que cumpliría los años fuera de su casa por primera vez, y todo  le era desconocido y en extremo excitante, como debe ser a los 16.

Para no aburrirlo no he de entrar en detalles irrelevantes, baste con decir que una de las noches de fogón, donde el grupo de jóvenes tocaba la guitarra y cantaba canciones de protesta, (a imitación del estilo de vida hippie que nos llegaba de yanquilandia), se prolongó más de lo usual, y, entre charlas filosóficas y discusiones sobre que si el pisco chileno era mejor que el peruano o viceversa, se quedo dormido al costado del fuego, tapado hasta las orejas con su poncho, que si bien por acá Febrero es pleno verano, las noches cordilleranas siempre son frías.

Y así habría amanecido, a no dudarlo, de no haber sido por esa brillante luz en el cielo sur, tras el cerro Goye (que desde la playa se ve en ese sentido).

Cuando abrió los ojos pudo ver claramente las caras de los cuatro compañeros que no se habían retirado a dormir a las carpas, tanto había aclarado la noche.

Todos con la misma expresión de asombro y, según reconoce, algo de temor.

Temor que se transformó en miedo (que no pánico) cuando uno de ellos, al querer incorporarse, se vio golpeado por una fuerza invisible que lo postro nuevamente sobre el pedregoso suelo.

Cuenta que pasaron varios minutos (aunque a lo mejor no fueran más de dos) respirando profundo, tratando de entender que pasaba.

Lo único que se les ocurrió fue un temblor, que explicaría la caída del compañero, pero descartaron la idea porque solo afecto al joven.

Como pasado el tiempo (en sus propias palabras) “no pudieron elaborar ninguna otra hipótesis”, optaron por  tratar de incorporase todos a la vez, y es aquí donde su relato se vuelve confuso y su ayuda cobra importancia, si me la brinda.

Dice el autor que, ni bien parados sobre sus piernas estas empezaron a temblar como presas de un espasmo incontrolable, que las pocas estrellas del cielo (de donde se deduce que esto acaece cerca del amanecer) comenzaron a girar alocadamente, produciendo una poderosa sensación de mareo y que, he aquí lo más impresionante, el Goye (el cerro) se incorporó con un poderoso bramido, amenazando aplastarlos con su mole.

Pasado esto nadie recuerda nada más, lo próximo que se sabe es que los encontró una de las chicas del grupo, a eso de las 9 de la mañana, con el sol ya alto, desparramados en torno al apagado fogón, en unas posiciones muy  extrañas, que la asustaron.

Sobre todo porque no despertaron fácilmente, que parecían como hechizados o algo así.

Y hasta aquí el relato de los hechos

Solo puedo agregar que, debido a una gran casualidad, por esos días yo me encontraba en el parque nacional Nahuel Huapi (o no tanto, pues estaba estudiando un caso que a lo mejor le cuente en alguna otra oportunidad, si así lo desea)

Como le digo, debido a esta casualidad me anoticie de lo sucedido apenas pasado el medio día.

Por la índole del asunto que le comente renglones arriba, este relato, que en otras circunstancias no habría pasado de ser otro caso de chicos, llamo mi atención y me acerque a echar un vistazo por el campamento, donde, para mi decepción, la escena de los hechos no había sido preservada, por lo que poco o nada pude recabar, más allá de las dos botella bacías de pisco, que le estoy enviando en una encomienda por bulto separado (uno peruano y otro chileno).

A la espera de que el caso despierte su interés y pueda brindarme su colaboración le saluda atte.

O.  Fabeldichter

 

Post data:  https://www.google.com/maps/place/Cerro+Goye/@-41.1181904,-71.5266806,12.5z/data=!4m6!3m5!1s0x961a74759df4d7bb:0x753ce6af2d81a41c!8m2!3d-41.1183739!4d-71.504153!16s%2Fg%2F11byl66yz8?entry=ttu