jueves, 23 de diciembre de 2021

Noche Buena

 

Noche Buena

 

-          Bueno – suspiró el padre mientras guardaba los artículos del culto – se ve que nadie necesita a Jesús en Navidad – se dijo triste, con pena en el corazón.

Resignado, dolido quizás, fue apagando una a una las luces de la capilla. Las había encendido con la esperanza de que alguien se acercara…pero no pasó. Lo mismo dio toda la misa, para él, para un perro que dormía bajo el primer banco y para esa anciana que llego sobre el final y se sentó en el rincón más alejado que encontró.

-          Feliz Navidad – la saludó al acercarse – vamos, voy a cerrar – se disculpó tendiendo la mano hacia ella, para indicarle la salida.

-          Solo unos minutos más padre – dijo con una voz apenas audible para agregar, más bajo aun, si fuera posible – ya llegaran –

-          Bueno, bueno, hasta que termine de cerrar las ventanas, luego tengo que irme –

-          ¿A dónde? – Él la miro extrañado - ¿Tiene a donde ir padre? –

-          Pues, si, claro – mintió - ¿Y usted? – No tenía ganas de darle charla, la pregunta le salió sola.

-          No. Cuando cierre me iré a la plaza, hasta que alguien me eche, luego veré – comentó flemáticamente – estoy acostumbrada. Los viejos somos feos y si somos pobres, más feos – sonrió, como si hubiera dicho una humorada.

Él no contesto, siguió cerrando los postigos, asegurando los candados…

-          ¿Qué cosa? – pensó o escuchó – Pensar que antes las iglesias permanecían abiertas toda la noche –

-          Es que ya nos entraron a robar dos veces y la ultima vez defecaron en el confesionario – se escuchó contestar, sin saber a quién. La vieja seguía sentada en su lugar y no se veía a nadie más.

-          Bueno abuela… – empezó a decir cuando estuvo con ella, pero no continuo, en vez de eso se sentó a su lado, saco el rosario y empezó a orar, le daría unos minutos más, la soledad podía esperar.

En eso estaba cuando un remilgo de la mujer lo volvió a la realidad, allí, en la puerta de entrada había aparecido la figura de un hombre, por la facha un pandillero, seguro.

El joven, con paso indeciso camino hacia el altar, pero al verlos se detuvo, como si no supiera que hacer.

De pronto pareció notar algo, tenía la camisa abierta dejando al descubierto sus tatuajes, más apropiados de otros ritos. Como con vergüenza se la abotono hasta el último ojal para luego acomodarse en uno de los bancos de la fila de enfrente.

El cura y la mujer le miraron y se miraron extrañados

-          Padre – musitó la mujer – es uno de los que ayer me echaron de mi banco en la plaza –

Sin decir palabra, con el mayor sigilo posible el cura se levanto y fue hacia la sacristía. No estaría de más avisar a la policía, por la dudas.

Mientras tanto el joven se revolvía incomodo en el lugar donde estaba. Se notaba que algo le molestaba y mucho.

Contrariamente a lo esperable, la mujer lo miraba tranquila. Parecía no notar el estado de ánimo del joven, solo lo observaba y nada más, pero estaba atenta, por eso advirtió rápidamente la presencia de la joven que, entrando por la puerta, había caminado hasta ella y ahora le hablaba.

-          No sé qué le pasa – dijo, como si a la vieja pudiera interesarle lo que ella dijera. – solo le dije que iba a ir al hospital para que me saquen el parasito –

La mujer le miro extrañada.

-          El feto vieja, un aborto – aclaró ella sin que le preguntara. – Ya lo habíamos hablado antes, no sé porque se pone así – se preguntó al tiempo que se acomodaba un mechón violeta que le caía sobre los ojos, dejando ver el pañuelo verde que llevaba atado en la muñeca.

-          ¿Es de él? –

-          No estoy segura – dudó la joven.

-          ¿Él lo quiere? – preguntó la anciana indicando hacia donde estaba el joven.

-          No sé – dijo encogiéndose de hombros – No tengo porque preguntarle nada, solo se lo conté y se puso así –

-          Pero ¿no tendrá algo que decir? –

-          Abuela, no se ponga pesada, ya no es como antes, ningún hombre tiene derecho a decidir sobre mí, es mi cuerpo y hago lo que quiero – zanjó.

En el banco de enfrente el hombre pareció notar la presencia de la joven, lo que lo puso más nervioso haciendo que se levante para irse.

-          Ve, te necesita – le indicó la vieja – en una esas necesita algo de contención –

-          ¿Él? Pero si es un duro – contestó ella con un tono que tanto podía ser desprecio como admiración.

-          Hasta los más duros necesitan una caricia cada tanto –

-          ¿Y porque sería algo así? –

-          Bueno, cree que la mitad de lo que llevas ahí tiene que ver con él… – sugirió indicándole el vientre.

La joven dudo.

-          ¿Quiere decir que le puede interesar tener un hijo con migo? – preguntó la joven con una nota de emoción en la voz…

-          No hay forma de saberlo, si no se lo preguntas…ve – le animo la vieja que ya no lo era tanto.

Con dudas, quizás temor, la joven camino hacia el muchacho. Él la vio venir y pareció querer huir, como si fuera un animal lastimado. Pero ella le tendió la mano.


La escena se torno grotesca, un hombre grandote, de barba renegrida, sentado en un banco que resultaba pequeño para su humanidad, miraba desde abajo a la joven, menudita, que con el simple hecho de tenderle la mano lo tenía completamente dominado.

-          Ya viene la policía – dijo el padre a espaldas de la vieja, que ya no lo era.

-          No hace falta, ya esta – dijo la radiante mujer – sé lo que sufre un hombre ante la paternidad, es algo que no conoce quien no lo vive –

El cura la miro sin saber que decir.

-          Si José no me hubiera apoyado el mundo sería mucho peor de lo que es. Ten fe Manuel, no estés triste, es Navidad – ¿Cómo sabia su nombre?

Sin decir más la mujer se arropo y salió caminando como había llegado.

© Omar R. La Rosa

Córdoba – Argentina

4 Diciembre 2020

#ytusrelatos


 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 5 de diciembre de 2021

Regreso a Fornacis - capítulos 1 a 4


En el bar

 

El ambiente en el interior de la taberna era entre festivo y serio. Según la mesa que se mirara.

Por ejemplo, al centro del salón, había una mesa de mus donde varios parroquianos pasaban el tiempo entre cruce y cruce de barajas españolas. Por su aspecto eran mineros de las lunas exteriores, gente normalmente tranquila, muy distinta a los parroquianos de la mesa del costado derecho, cerca de la salida de emergencia, unos parroquianos serios, vestidos de negro, de aspecto cadavérico…típico de la hermandad, un grupo de vagabundos interestelares poco recomendables.

Al costado izquierdo, cerca de la escalera que daba a los cuartos superiores, varias damas de distintas especies, conversaban animadamente, dispuestas a prestar auxilio a los parroquianos que pudieran requerirlo.

Mientras en la barra varios parroquianos bebían, conversando, como el grupo de marcianos en tránsito o en silencio, como él humano ese acurrucado en el extremo más alejado y menos iluminado, como si quisiera pasar desapercibido.

La música, alegre y las meseras recorriendo el establecimiento con bandejas repletas de pedidos completaban la escena mientras un octópodo pelado y viejo, con un deslucido delantal, servía tragos a ocho manos.

O sea, una noche normal en cualquier cantina de la frontera del sistema…hasta que, de pronto, casi sin hacer ruido, como en una exhalación, se abrió la puerta bar que separaba el cálido interior de la fría bahía de desembarco y entró por ella una pequeña figura.

Mediría más o menos un metro y sesenta, de aspecto indefenso y débil, aun bajo el capote con capucha que la cubría de pies a cabeza.

Contrariamente a lo esperable, entró sin titubear, tan sólo demoró unos segundos hasta que sus ojos se acostumbraron a la iluminación interior y captaron su objetivo.

Su actitud no pasó desapercibida, mágicamente las barajas (y el dinero) desaparecieron de la mesa de mus, en prevención de posibles pérdidas.

Las alegres damas guardaron lapidario silencio, e incluso hubo quien quiso deslizarse fuera del salón, pero no lo hizo, retenida por una compañera y la cara de terror de todas temiendo lo que podía pasar si la figura recién llegada notaba la huída.

Los compañeros de la hermandad se pusieron más serios, si es que eso fuera posible. E incluso los marcianos guardaron silencio y se hicieron a un lado, aunque no supieran de qué iba todo eso.

El octópodo, prudentemente, se escondió tras un mamparo blindado.

Sin pronunciar palabra, sin mirar para ningún lado que no fuera el oscuro final de la barra caminó, pausada y segura, hacia donde el humano permanecía impávido con su trago a medio beber.

Cuando estuvo frente a él dejo caer la capucha, para que no tuviera ningún problema en saber quien lo encaraba, por si eso hiciera falta.

Todos pudieron observar así el blanco transparente de su piel resaltando contra el marco renegrido de su cabello suelto y los pendientes rojo sangre que daban una nota de tétrico color al cuadro que presentaba.

Todos vieron esto, pero solo él pudo ver lo más importante, sus ojos.

El silencio reinante se hizo más espeso entre ellos y no se rompió hasta que ella musitó, interrogativamente, una sola letra:

-          ¿Y? –

El hombre respiró hondo y apuró el final del trago. Luego sin decir palabra, la siguió y ambos salieron del bar.

Cuando la pareja se hubo ido volvió la música y cada uno retomó su actividad. Los compañeros de la hermandad recuperaron su adusto semblante, relajando los dedos de los disparadores de sus armas. Los mineros volvieron a la suspendida partida y las damas retornaron a su dialéctica espera de parroquianos que las requirieran.

Solos los marcianos siguieron en estado de “extrañeza” sin atreverse a indagar sobre  lo que acababan de vivir.

El octópodo, compadecido, les aclaró indicando hacia la mujer que se había retirado en compañía del humano.

-          Albóndiga Triste – como si eso solo fuera suficiente para explicar todo.

Y debía serlo, por lo menos para todos los parroquianos, pero no para los marcianos que siguieron tan en ascuas como antes.


Cena en La Boloñesa

 

Ya en el exterior del bar los dos siguieron caminando en silencio hasta el extremo de la plataforma, ingresando en la “Boloñesa”, una nave más bien pequeña, aunque lo suficientemente grande para poder transportarse por el hiperespacio con bodegas llenas y tripulación completa.

Sin embargo esta vez el viaje tenía solo dos tripulantes y las bodegas estaban vacías.

Albóndiga se sentó en el puesto de mando y el humano lo hizo a su derecha, como copiloto, formando la dotación mínima para llevar una nave del tipo “Tomate”, como la Boloñesa, hasta la constelación Fornax, a unos 45,6 años luz del sistema solar. Un par de días de viaje, dependiendo del tráfico.

Alba, como gustaba la llamen, era una piloto experta, navegante solitaria por elección, solo aceptaba alguna compañía en casos muy especiales, como el presente.

Con dedos ágiles y velocidad casi lumínica, digitó las coordenadas del viaje en la pantalla holográfica que se desplegó ante ella, ni bien abandonada la posta estelar donde se habían encontrado.

El humano, por el rabillo del ojo, pudo adivinar el destino. La estrella Fornacis (1)  , aunque sospechó, con justa razón, que no era ese el verdadero destino.

Terminada la programación de la computadora de vuelo Alba se reclinó contra el respaldo de la butaca y cerró los ojos unos segundos a modo de pausa,  ya no quedaba más que esperar a llegar, pues “Boloñesa” se encargaría de todo.

Cuando los volvió a abrir pareció tomar conciencia del humano que, sentado a su lado la miraba fijamente.

Esto la molestó, no estaba acostumbrada a ser observada. Maquinalmente se ajustó el inexistente escote del traje de vuelo que llevaba bajo la capa.

-          ¿A qué nombre respondes terrícola? – preguntó fríamente disimulando la momentánea turbación.

-          Al que tú quieras – respondió él con indisimulado desdén.

Ella lo miró detenidamente, estudiándolo en más detalle, preguntándose que tanto se habría equivocado al traerlo a bordo. Meditó unos instantes en esto y luego apartó la idea, tendría que servir, no había opción, fue el único que aceptó su propuesta, ningún otro se animó a seguirla, los muy cobardes, eran unos tontos.

-          ¿Sabes cocinar en una “Tomate”? –

-          Supongo que no será muy distinta a cualquier nave construida en Titán –

-          Humm, más o menos, pero eso no importa, las instalaciones de alimentación están en el sector B. Prepárame algo de comer mientras termino aquí – dijo imperativa y displicentemente mientras volvía la vista al navegador. Faltaba un tiempo para llegar al punto del primer salto al hiperespacio y, estando ya la nave en manos de la computadora, podía tomarse un necesario descanso.

Terminadas las comprobaciones se dirigió al comedor, donde el terrícola, ya sentado a la mesa, degustaba un plato de lentejas, o algo parecido.

-          ¿Qué haces ahí? ¿Quién te autorizó cenar? Y ¿Dónde está mi comida? – preguntó presa de una repentina indignación, mientras llevaba maquinalmente la mano derecha al arma que llevaba en el cinto.

Sin inmutarse siquiera, él la miró de arriba abajo y se sirvió otro bocado.

Ella casi estalló de ira, desenfundando y apuntando al impertinente humano.

-          Dame mi comida ya o te haces humo ahí donde estas – amenazó.

Para mayor desesperación de Albóndiga, el terrícola tomo una servilleta, se limpió la comisura del labio y recién después contestó.

-          Tu comida está en el horno, a temperatura. Y guarda ese chiche antes que te lastimes –

-          Demuestra más respeto o te mueres… –

-          Sí, sí ya lo dijiste, pero no harás tal cosa, por lo menos no ahora, así que mejor enfunda y tengamos la cena en paz –

Con el arma en la mano dio varios pasos alrededor de la mesa, le apuntó a la cabeza, se mordió el labio y la bajó. El maldito tenía razón, no podía matarlo, por lo menos no ahora. ¿Dónde conseguiría un reemplazo?.

            Casi terminada la cena, ya algo menos tenso, él la volvió a mirar fijamente con esos ojos negros como la noche del límite, que recién ahora ella notaba.

-          ¿Qué miras? –

-          A ti –

-          Deja de hacerlo, no soy un fenómeno –

-          O sí, sí que lo eres, tu fama te precede, todo el universo conocido sabe de ti –

-          ¿Y no me temes? –

-          De momento no. Cuando hayamos terminado veré, aunque no soy hombre de temer –

-          Estoy viendo eso. Sin embargo escapabas de algo. A algo le temes, ¿A qué? –

“Buen punto”, parecía ser tan zagas como se decía, pensó él mientras metía la mano en el bolsillo interior de su chaqueta, provocando el instantáneo movimiento de la mano derecha de ella a su arma.

Una sonrisa se dibujó en la cara del hombre, la mujer le estaba empezando a caer bien. Con movimientos suaves, para no asustarla, sacó un paquete del cual extrajo un cilindro blanco que puso en sus labios. Ella lo observaba más relajada, incluso divertida, mientras disimuladamente daba una orden a la computadora de la nave.

Sus ojos se cruzaron en un choque de miradas.

Sin desviar la vista, el hombre encendió una pequeña llama, la llevó al cilindro que tenía en la boca, aspiró una profunda bocanada…ella sólo lo miraba, con una media sonrisa dibujada en su rostro.

Más relajado el humano se apoyó contra el respaldo de la silla y exhaló una preciosa voluta de humo…justo antes de que un fuerte chorro de agua le pegara en la cara, apagando el cigarrillo.

La risa de Alba le golpeo con más fuerza que la respuesta del sistema anti incendios de la nave.

-          Mi nave, mis reglas. – dijo ella sonoramente – Aquí no se fuma. Descanse un rato, aun tenemos un par de horas hasta el salto –

Levantándose de la silla se encaminó hasta una litera disimulada tras un mamparo.

-          Pero antes limpie todo ese enchastre – ordenó indicando el agua esparcida por el suelo con restos de comida.

-          Y, por las dudas,… tengo el sueño muy liviano – aclaró acariciando su pistola desintegradora, mientras se acomodaba para descansar.

 

 

Notas:             (1) Estrella de mayor magnitud aparente de la constelación Fornax

 

Desayuno

 

Cuando despertó, bastante después de lo pensado, se encontró arropada con una manta.

Sobresaltada se sentó bruscamente, buscando desesperada el arma, que ya no estaba en sus manos, ni en ningún lugar a su alcance.

            El silencio reinante y la penumbra del ambiente aumentaron su sentimiento de alarma. ¿Qué habría pasado?

            Con cautela se asomó tras el mamparo, asustada y casi muere con la imagen que vio.

-          ¡¿Qué hace ahí?! –

-          La esperaba, el café se le está enfriando – contesto él hombre tendiéndole una tasa de humeante bebida.

-          ¿Cómo? – interrogó ella perpleja.

-          Que ya es hora de desayunar – sonrió él.

-          ¿Desayunar?¿Qué hora es?¿Cuanto dormí? – de apoco iba retomando su conciencia.

-          Bueno, no me fijé, pero yo calculó que unas 10 hs por lo menos. Se ve que estaba muy cansada –

-          No, no puede ser –

Como toda respuesta él se encogió de hombros al tiempo que sorbía, a través de un pequeño sorbete, el contenido de una pequeña vasija.

-          El saltó – se sobresaltó ella de pronto, al recordar el viaje que estaba comandando.

-          Hace bastante que ya lo hicimos, en cualquier momento saldremos del hiperespacio –

-          ¿Cómo que ya lo hicimos?¿Quién lo hizo? – preguntó tontamente, advirtiendo que, estando ella dormida, solo él podría haberlo hecho.

-          ¿Usted? –

No dijo nada, tan solo la miró mientras echaba un chorro de agua caliente en la vasija, para luego sorberla a través del sorbete, como había hecho antes.

-          Todas las “Tomate” son similares –

Sin saber que hacer ella se sentó a la mesa, con el café que él le acababa de convidar.

-          ¿Quiere? – invitó el hombre ofreciéndole un bollo dulce – los acabo de hornear –

Ella seguía sin saber qué hacer, tan aturdida estaba. Ese hombre la podría haber matado y ella ni se habría enterado. Era algo gravísimo…seguía asustada.

-          Gracias – balbuceó aceptando. Necesitaba tiempo para pensar - ¿Qué toma? –

-          Mate - fue la escueta respuesta – No es algo que pueda hacer muy a menudo y lo extrañaba. – aclaró mientras terminaba de sorber el liquido.

-          ¿Mate? ¿Qué es eso? – preguntó algo más tranquila, con cierta curiosidad.

-          Una bebida típica del Rio de la Plata, allá en la tierra – e hizo un vago gesto que pretendía indicar hacia el lugar donde su planeta debería estar.

-          No sé porque pero en esta nave lleva usted abundante cantidad de yerba mate y pensé que no se molestaría si tomaba un poco –

Así que eso era lo que contenían esos paquetes. En el apuro no había indagado mucho.

-          No, no, por favor, de hecho no sabía para que podría servir y estuve a punto de tirarla –

-          ¿Tirarla? Hubiese sido un pecado, es de muy buena calidad. Sabe, en todas las naves hay con que preparar café, pero sobran los dedos de la mano para contar en las que pueda encontrar yerba mate. ¿Por qué la tiene usted? –

-          Ni idea, supongo que al anterior piloto le gustaría esa “yerba” – comentó ella restando importancia al hecho, mientras terminaba su café.

“El anterior piloto”, la afirmación quedo grabada en su memoria, “¿Quien podría ser? Seguramente un paisano, no eran muchos los tomadores de mate. Sería mejor redoblar las precauciones” pensó, sin decir nada.

Ya completamente despierta y alerta se encaminó a la cabina de mando. Efectivamente estaban por abandonar el hiperespacio y había mucho que hacer.

Él la siguió luego de recoger y acomodar todo.

-          Permiso – pidió sentándose en la butaca de la derecha.

-          ¿Dónde aprendió a pilotear? – cuestionó ella luego de varios minutos, después de haber ajustado varios parámetros.

-          Por ahí – fue la evasiva respuesta.

-          Veo que es usted bastante misterioso – comentó en un tono que era un intento de distender la situación.

-          No más que otros –

Ella lo miró fijamente, bastante molesta por la insinuación. La situación volvió a ponerse tensa.

-          ¿Quién o qué es Giagiá? – preguntó él de pronto – ¿Le conté que habla dormida? –

Esto era demasiado.

-          ¿Qué le importa …? – empezó a protestar, pero no pudo terminar de quejarse.

De pronto, antes de tiempo, la “Boloñesa” salió del hiperespacio apareciendo en trayectoria de colisión con una estrella.

-          ¡Diablos, que pasa aquí! – se cuestionó ella mientras revisaba frenéticamente los datos de navegación – No me vaya a enterar que ha hecho mal los cálculos – amenazó seriamente al hombre.

-          Jamás me equivoco. ¡Tengo más saltos que años usted! – fue la respuesta del humano, mientras trabajaba afanosamente para detener la loca carrera de “la Boloñesa”.

Cuando al final lograron frenar y estabilizar la nave comenzaron a trabajar en la determinación de la posición y lo más importante, la causa de la brusca interrupción del vuelo hiperespacial.

 

Al cabo de un tiempo que pareció interminable Alba confirmó los cálculos del hombre.

-          No, no, todo está bien. No hay fallos en la programación – y, preocupada agregó – no entiendo porque la Boloñesa nos sacó aquí -

-          ¿De quién era esta nave? – consultó el hombre, que tras ella inspeccionaba el interior de un tablero que acababa de desmontar.

-          La nave es mía, hace años que la tengo –

-          Sin embargo no sabías que era la yerba mate que había en la cocina – Ella enrojeció levemente. – y mencionaste algo respecto a otro piloto. ¿Quién más ha comandado esta nave? –

-          Pues – pensó – unas diez personas por lo menos –

-          ¿Cómo? –

-          Bueno, es muy caro tener una nave parada. Cuando no la uso la alquilo…- empezó a disculparse.

-          ¿Y a quién se la alquilaste por última vez? –

-          A un simpático viejito que la necesitaba para hacer una mudanza o algo así – recordó vagamente – creo que tenía una nieta que se iba a trabajar a Neptuno, me dijo –

-          ¿Tienes los papeles del alquiler? –

-          Supongo que estarán por aquí – dijo mientras revolvía las carpetas del ordenador. – Aquí, aquí esta – afirmó al encontrar el archivo – El inquilino fue un tal “Catinga(2)” –

-          ¿El Catinga? – rumió el nombre. – ¿Una persona con un aroma algo extraño? –

-          Sí eso. Un hombre muy amable. Pagó en efectivo, por adelantado – explicó sin que hiciera falta.

-          El Catinga… – repitió como queriendo convencerse de a quién se refería – Alba, me temo que te cruzaste con el ¡El Paraguayo! –

-          ¿Y? –

-          ¿Esta nave esta artillada? –

-          Pues, no mucho, pero si –

-          Vamos entonces, creo que pronto tendremos visitas – y sin decir más terminó de remover un equipo que retiró de la zona del panel removido y lo estrelló contra el piso de la nave, destruyéndolo.

-          Nos han interceptado –

  

Nota: (2) “Catinga”: Olor raro. Lunfardo de la provincia de Misiones, Argentina.


 Encuentro con el Catinga

       



 
Alba no salía de su asombro, ¿Quién era este hombre? ¿Qué argumentos tenía para decir lo que decía?...pronto supo, al menos, que tenía razón en eso de esperar visitas.

-          Entrégueme la nave – una voz, algo chillona y de marcado acento, le ordenó desde la pantalla del sistema de comunicaciones.

El rostro era inconfundible, quien le exigía era el “amable viejecito” al que le alquilara la Boloñesa, tiempo atrás.

-          ¿Por qué he de hacer eso? – preguntó desafiante mientras febrilmente activaba todas las defensas de que disponía.

-          Aun necesito la nave – fue toda la explicación.

-          El plazo del contrato esta vencido y la nave es mía –

-          Vamos señorita, no quiero tener que dañarla –

-          Ni lo intente – desafió ella, activando la secuencia de escape, en vano.

-          Por favor, no pensara que la traje hasta aquí para dejarla escapar con algo tan tonto como una secuencia de escape. Me decepciona usted Albóndiga Triste – las últimas palabras las pronunció con una terrorífica amabilidad que habría helado la sangre de cualquiera que no fuera ella.

-          No vuelva a llamarme así o no hará falta que me busque, yo lo encontraré – respondió ella con un odio que sorprendió al humano que la acompañaba, algo alejado, fuera del foco de la cámara del comunicador.

La frágil mujer se iba transformando en la fiera amazona cuya fama crecía en los límites del sistema solar y sistemas cercanos.

-          Estoy enviando un grupo de mis hombres a hacerse cargo de la nave. No oponga resistencia y nadie saldrá lastimado –

-          Haga regresar a sus hombres y nadie saldrá lastimado – alcanzó a replicar ella antes que la comunicación se interrumpiera.

Si la escucharon no la tomaron en serio, a los pocos minutos la nave de abordaje apareció en el campo visual de los sensores de cercanía.

-          Maldita sea, no  puede ser – maldijo enojada, al tiempo que apuntaba el máser algo delante de la proa de la nave que se le acercaba.

-          ¡Deténganse! – ordenó jalando del disparador, produciendo un hermoso estallido de energía apenas delante del navío que no dejaba de avanzar.

Lejos de detenerse, la nave continuó su avance. Era un navío menor y, por su puesto, su armamento no era útil a tales distancias. Otra cosa sería cuando estuvieran a distancia de abordaje

Alba volvió a apuntar, esta vez al bulto, aunque reduciendo la potencia, aun no quería destruirlos. El disparo dio de lleno en el pirata, haciendo saltar luces de mil colores al estrellarse contra el escudo de fuerza.

Fue entonces que el sistema de comunicaciones volvió a emitir sonidos. Una aguardentosa voz de barítono entonaba:

 

“Con diez cañones por banda,

viento en popa, á toda vela,

no corta el mar, sino vuela,

mi velero bergantín:

Bajel pirata que llaman,

 por su bravura, el Temido,

en todo mar conocido,

del uno al otro confín …”

-          ¿Qué diablos es eso? –

-          Espronceda – respondió él hombre tras ella – la canción del pirata de José Espronceda – aclaró repitiendo ante la cara de extrañeza de Alba. – Es que en el fondo el Catinga es un romántico. Muy en el fondo – y tuvo que agarrarse fuerte para no caer ante el brusco sacudón de la Boloñesa al acusar recibo de un impacto en su escudo protector.

-          ¿De donde salió eso? –

-          ¿En serio lo preguntas? Me extraña que sigas viva – obviamente ella nunca se había enfrentado a los piratas de la periferia.

-          No creas, no es tan fácil deshacerse de mí – Dijo ella mientras, con un certero disparo, perforaba el escudo de la nave que tenía frente a si, haciendo que se detenga en seco.

Otro fuerte impacto a babor le recordó que no podía cantar victoria.

-          ¿Qué te parece darme una mano? – ordenó mientras se acomodaba frente a los comandos de la nave – Toma el máser y pégale a todo lo que se mueva…Sabes disparar, supongo -

Sí, sí que sabía. Y los piratas lo advirtieron pronto, cesando el ataque.

-          Ya volverán – dijo él lacónicamente.

-          ¿Cómo sabes? ¿Le conoces acaso? –

-          Nos cruzamos un par de veces – contestó él, restándole importancia al hecho.

-          Creo que tendrás que explicarme algunas cosas que debí preguntar antes de contratarte – dijo ella, como hablando con si misma, mientras traspasaba energía de los generadores auxiliares a los escudos de popa.

-          Yo no haría eso –

-          ¿Qué? –

-          Usar la energía auxiliar para reforzar los escudos –

-          A ¿No? Y que sugieres, ¿Qué quedemos indefensos ante esos desgraciados? –

-          Alba – la miró paternalmente - Si el Paraguayo quisiera destruirnos ya lo habría echo. No, él no quiere destruir la Boloñesa, él quiere capturarla. Me pregunto ¿Por qué? ¿Que hay aquí que le interese tanto? -

En ese momento esa era una pregunta retórica, el ataque se había reiniciado y ahora eran cuatro las naves que les atacaban.

-          Ven – ordenó ella – mantén el curso firme, ya vuelvo. Tengo que hacer una “entrega”–

-          Lindo momento para ir al baño –

Como toda respuesta ella le dedicó una mirada de asco, mientras salía de la cabina.

-          Mantén el curso – repitió él enojado, mientras corregía una desviación generada por un estallido a estribor.

De pronto un rayo de luz penetró por una de las ventanas de observación y un eco desapareció de la pantalla del radar de tiro.

Sorprendido miró para el lugar donde había estado la desaparecida nave y creyó ver un destello cruzando el espacio de izquierda a derecha, segundos después otro eco desapareció del radar.

Al cabo de un par de minutos el ataque había cesado y Alba apareció, proveniente de la zona de bahías, aun con el casco en la mano y una sonrisa de oreja a oreja.

Respetuosamente él se levanto y cedió el puesto de pilotaje. Ella, soltándose el cabello y sacudiendo la cabeza, se ubicó al comando diciendo.

-          Acaba de recibir mi tarjeta de presentación “señor Catinga”. Ahora ya sabe quien soy – y, activando un nuevo programa de escape se alejaron de allí.

Al pirata le llevaría un buen tiempo alcanzarla, suponiendo que quisiera hacerlo y lo lograra.


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