Noche Buena
- Bueno – suspiró el padre mientras guardaba los artículos del culto – se ve que nadie necesita a Jesús en Navidad – se dijo triste, con pena en el corazón.
Resignado, dolido quizás, fue apagando una a una las luces de la capilla. Las había encendido con la esperanza de que alguien se acercara…pero no pasó. Lo mismo dio toda la misa, para él, para un perro que dormía bajo el primer banco y para esa anciana que llego sobre el final y se sentó en el rincón más alejado que encontró.
- Feliz Navidad – la saludó al acercarse – vamos, voy a cerrar – se disculpó tendiendo la mano hacia ella, para indicarle la salida.
- Solo unos minutos más padre – dijo con una voz apenas audible para agregar, más bajo aun, si fuera posible – ya llegaran –
- Bueno, bueno, hasta que termine de cerrar las ventanas, luego tengo que irme –
- ¿A dónde? – Él la miro extrañado - ¿Tiene a donde ir padre? –
- Pues, si, claro – mintió - ¿Y usted? – No tenía ganas de darle charla, la pregunta le salió sola.
- No. Cuando cierre me iré a la plaza, hasta que alguien me eche, luego veré – comentó flemáticamente – estoy acostumbrada. Los viejos somos feos y si somos pobres, más feos – sonrió, como si hubiera dicho una humorada.
Él no contesto, siguió cerrando los postigos, asegurando los candados…
- ¿Qué cosa? – pensó o escuchó – Pensar que antes las iglesias permanecían abiertas toda la noche –
- Es que ya nos entraron a robar dos veces y la ultima vez defecaron en el confesionario – se escuchó contestar, sin saber a quién. La vieja seguía sentada en su lugar y no se veía a nadie más.
- Bueno abuela… – empezó a decir cuando estuvo con ella, pero no continuo, en vez de eso se sentó a su lado, saco el rosario y empezó a orar, le daría unos minutos más, la soledad podía esperar.
En eso estaba cuando un remilgo de la mujer lo volvió a la realidad, allí, en la puerta de entrada había aparecido la figura de un hombre, por la facha un pandillero, seguro.
El joven, con paso indeciso camino hacia el altar, pero al verlos se detuvo, como si no supiera que hacer.
De pronto pareció notar algo, tenía la camisa abierta dejando al descubierto sus tatuajes, más apropiados de otros ritos. Como con vergüenza se la abotono hasta el último ojal para luego acomodarse en uno de los bancos de la fila de enfrente.
El cura y la mujer le miraron y se miraron extrañados
- Padre – musitó la mujer – es uno de los que ayer me echaron de mi banco en la plaza –
Sin decir palabra, con el mayor sigilo posible el cura se levanto y fue hacia la sacristía. No estaría de más avisar a la policía, por la dudas.
Mientras tanto el joven se revolvía incomodo en el lugar donde estaba. Se notaba que algo le molestaba y mucho.
Contrariamente a lo esperable, la mujer lo miraba tranquila. Parecía no notar el estado de ánimo del joven, solo lo observaba y nada más, pero estaba atenta, por eso advirtió rápidamente la presencia de la joven que, entrando por la puerta, había caminado hasta ella y ahora le hablaba.
- No sé qué le pasa – dijo, como si a la vieja pudiera interesarle lo que ella dijera. – solo le dije que iba a ir al hospital para que me saquen el parasito –
La mujer le miro extrañada.
- El feto vieja, un aborto – aclaró ella sin que le preguntara. – Ya lo habíamos hablado antes, no sé porque se pone así – se preguntó al tiempo que se acomodaba un mechón violeta que le caía sobre los ojos, dejando ver el pañuelo verde que llevaba atado en la muñeca.
- ¿Es de él? –
- No estoy segura – dudó la joven.
- ¿Él lo quiere? – preguntó la anciana indicando hacia donde estaba el joven.
- No sé – dijo encogiéndose de hombros – No tengo porque preguntarle nada, solo se lo conté y se puso así –
- Pero ¿no tendrá algo que decir? –
- Abuela, no se ponga pesada, ya no es como antes, ningún hombre tiene derecho a decidir sobre mí, es mi cuerpo y hago lo que quiero – zanjó.
En el banco de enfrente el hombre pareció notar la presencia de la joven, lo que lo puso más nervioso haciendo que se levante para irse.
- Ve, te necesita – le indicó la vieja – en una esas necesita algo de contención –
- ¿Él? Pero si es un duro – contestó ella con un tono que tanto podía ser desprecio como admiración.
- Hasta los más duros necesitan una caricia cada tanto –
- ¿Y porque sería algo así? –
- Bueno, cree que la mitad de lo que llevas ahí tiene que ver con él… – sugirió indicándole el vientre.
La joven dudo.
- ¿Quiere decir que le puede interesar tener un hijo con migo? – preguntó la joven con una nota de emoción en la voz…
- No hay forma de saberlo, si no se lo preguntas…ve – le animo la vieja que ya no lo era tanto.
Con dudas, quizás temor, la joven camino hacia el muchacho. Él la vio venir y pareció querer huir, como si fuera un animal lastimado. Pero ella le tendió la mano.
La escena se torno grotesca, un hombre grandote, de barba renegrida, sentado en un banco que resultaba pequeño para su humanidad, miraba desde abajo a la joven, menudita, que con el simple hecho de tenderle la mano lo tenía completamente dominado.
- Ya viene la policía – dijo el padre a espaldas de la vieja, que ya no lo era.
- No hace falta, ya esta – dijo la radiante mujer – sé lo que sufre un hombre ante la paternidad, es algo que no conoce quien no lo vive –
El cura la miro sin saber que decir.
- Si José no me hubiera apoyado el mundo sería mucho peor de lo que es. Ten fe Manuel, no estés triste, es Navidad – ¿Cómo sabia su nombre?
Sin decir más la mujer se arropo y salió caminando como había llegado.
© Omar R. La Rosa
Córdoba – Argentina
4 Diciembre 2020
#ytusrelatos
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