Misión al Rio de
La Plata
Prologo
Perdidas las colonias norteamericanas y su mercado, los
británicos necesitan desesperadamente una salida para su producción. El exceso
de productos manufacturados fue uno de los principales motores en la creación
del nuevo imperio Británico, África, India, Indochina sentirían el peso de las
casacas rojas., ya sea por la conquista de territorios independientes o el
desalojo de los colonos de otras potencias, fundamentalmente Holandeses.
Dentro de esta marea roja lo que hoy conocemos como
Latinoamérica no quedo a salvo. Las colonias españolas eran muy tentadoras y,
hasta que aprendieron que una libra esterlina era mucho más efectiva que una
bayoneta, hicieron varios intentos armados de ocupación.
Uno de los intentos más significativos, a decir verdad 2,
tuvo lugar en una de las capitales coloniales más alejadas y, presumiblemente,
menos protegida, que, además estaba abierta al atlántico sur, lo que la hacia
estratégicamente importante.
Por su puesto, había plazas mucho más ricas, pero ¿a quién
se le ocurriría, por ejemplo, atacar Lima, base del poderoso virreinato del
Perú? Ya sabían lo que había sido tratar de conquistar Cartagena de Indias y lo
que hombres decididos, con un buen capitán como el llamado “medio hombre”,
podían hacerle a la flota de su majestad.
Algo característico de los Británicos de esa época parecía
ser su capacidad de aprender de los errores, lo que habla muy bien de los
Ingleses de esos tiempos, por lo tanto, descartados los grandes centros
coloniales los periféricos se imponían
para intentarlo de nuevo, y ¿Qué mejor que Buenos Aires? Los comerciantes ingleses
y los comerciantes que se enriquecían con el contrabando de los productos que
ellos traían, así lo aconsejaban, a parte de la “casual” presencia de la flota
Britanica ahí no más, en la colonia del Cabo, en Sud África. Los primeros
tiempos parecieron darles la razón, sobre todo cuando un tal Willam Carr Beresford,
al mando de tropas recientemente desembarcadas, hizo la “Union Jack” en el
fuerte de Buenos Aires.
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Parte 1 de 8
La vela brillaba mortecina en el candelabro, consumiendo sus
últimos restos en una titilante danza de luces y sombras.
Iluminados por ella dedos entintados movían la pluma que
rasgaba incesantemente el papel. Los ojos cansados, la pesadez de la hora
confundiendo las ideas, mesclando las palabras, era hora de ir terminando, mañana
seria otro día y Morfeo requería se atiendan sus lamentos.
Un cabeceo, una despertada. El té ya estaba frio. Se calzo
las pantuflas, y se incorporo de la silla, fue entonces que lo noto, ahí en esa
pared desnuda, tras la cual se encontraba su cama, había ahora una puerta
distinta al lado de la que normalmente usaba para ir y venir, una que nunca
antes había estado ahí, estaba seguro. Instintivamente tomo un abre cartas, era
lo único que tenía a mano por si era necesario defenderse, por experiencia sabia
que de esas puertas podía salir cualquier cosa.
Guardo silencio, expectante, hasta que de pronto se escucho
como el ruido de un cerrojo que se corre y como alguien forcejeaba con la
puerta, que se resistía a ser abierta, hasta que se abrió. Por ella apareció un
hombre extraño con un fanal en la mano.
-La puta que lo pario con estas cosas que se hinchan con la
humedad-
Fue lo primero que escucho decir a la persona que entraba
por ella, esta, pasado el desagrado que le había causado la lucha con la
puerta, reparo en él, se quedo quieto unos segundos, mirando el abre cartas que
tenía en la mano y sonrió discretamente, tan solo el facón que sobresalía de
por atrás de su cintura era suficiente para vérselas ventajosamente con aquel
juguete, si fuera necesario.
-Buenas noches- saludo - ¿el señor Javier Olivares? Supongo-
indago con evidente incomodidad, se le adivinaba persona poco instruida, o de
vida rustica, no muy amiga de las palabras, a pesar de su explicita entrada.
-Si- atino a asentir un poco torpemente, mientras lo
observaba mejor, tenía todo el aspecto de un tropero, aunque ataviado algo
extrañamente, por lo menos para los usos españoles, calzaba botas de potro con
espuelas, calzoncillos largos y sobre ellos, a modo de chiripa, un poncho atado
a la cintura con unas boleadoras, esa arma tan particular de las pampas
sudamericanas, arriba llevaba camisa que en un tiempo debió ser blanca, y
chaleco colorado. Pañuelo al cuello y poncho. Cubría su cabeza con un gorro en
punta, del mismo color del chaleco. La cara barbada y la mirada profunda de las
personas acostumbradas a los horizontes lejanos. ¿Quién era esa persona? ¿Cómo
lo conocía?
- ¿Con quién tengo el gusto?- pregunto al reponerse de la
sorpresa.
-Hace años que me llaman “resero” señor, ya ni me acuerdo de
mi nombre, pero eso no es importante- contesto el otro, tratando de no parecer
muy descortés
- Tengo unos papeles que me gustaría vea- apuro, al tiempo
que le extendía un atado de hojas.
-¿Qué es esto?- pregunto Javier mientras los recibía
-A lo que leí, es el relato de unos hechos sorprendentes,
que no entiendo, que están pasando en estos días del Señor- se persigno- y que
un amigo mío ha decidido contar, en la esperanza que le puedan aprovechar a
quien los lea- y callo.
Javier no le quitaba los ojos de encima, desconfiado. Así
que ese hombre sabía leer, por su aspecto era toda una novedad.
-¿y porque me los trae?-
-Pues, porque pensé que usted era la persona indicada- dijo
con lo que pareció cierta vergüenza- el señor Márquez me dio instrucciones de cómo
llegar hasta aquí-
-¿El Márquez?- esto se ponía interesante- ¿Qué Márquez-
-El señor virrey, don Rafael de Sobremonte y Nuñez- contesto
respetuosamente, mientras tomaba la puerta, en gesto evidente de querer irse.
-Espere, ¿Qué hago con esto?-
-Usted sabrá, si le parece que es de algún valor y me lo
dice, le traigo el resto, si no, olvide el asunto, no volveré a interrumpirlo-
-¿y porque no me los trae su amigo?¿quién es él?-
-Pues, porque, aunque le gusta escribir, no es escritor y
tiene en poca estima las letras que escribe- dijo ya con un pie del otro lado
– Se pondrá mal si sabe que lo he molestado con sus
escritos, espero que me disculpe usted por haberlo hecho- y cerró la puerta
tras de sí, no sin algún esfuerzo. Una vez cerrada se escucho claramente el
correr del cerrojo.
Javier se quedo parado, con los papeles en la mano, sin
saber bien qué hacer. De momento lo primero seria leerlo, pensó, y, haciendo a
un lado el cansancio se sentó de nuevo, encendió otra vela para reemplazar la
ya casi agotada, desato el atado de papeles, y leyó:
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En la cafetería Amelia y Julián conversan frente a sendos
pocillo de café.
-¿todavía le sigues dando vueltas a eso Julián?-
-Pues, si. Es que no entiendo, ¿Por qué no podemos hacer
nada para cambiar la historia?-
-Pues, porque esa es nuestra misión, cuidar que todo siga
como lo conocemos, para que el mundo siga su curso natural-
-¿Y cómo sabes que este es el curso natural?- Ella se quedo
mirándolo sin decir nada, por lo que el continuo con el desarrollo de su idea-
No se me ocurre un buen ejemplo para explicarlo, pero, ¿recuerdas el caso del
Cid?, bueno, fue un hombre nuestro quien asumió su papel, para poder mantener
viva la leyenda, con lo cual la historia llego hasta nosotros tal cual la
conocemos-
-Y de eso se trata justamente Julián-
-Si, pero no, Amelia, ¿no lo ves? El cid murió en esa
acción, y nosotros alteramos la historia, la que hubiera sido la verdadera
historia, para que se ajuste a la que conocemos-
-Pero, Julián, el cid murió por un error nuestro, por eso el
sacrificio de suplantarlo-
-Sí, eso es lo que sabemos, pero ¿si hubiese muerto lo mismo
sin que llegara nuestra gente? O ¿si no hubiésemos ido y hubiera seguido vivo,
pero siendo una persona completamente diferente a la que se popularizo en el
cantar?-
En eso apareció Alonso
-Buenas gente, el jefe nos llama- y, deteniéndose ante la
mesa- ¿de qué hablabais?-
-De nada- apuro Amelia- Solo cosas de Julián y sus dudas-
-Mala cosa la duda, paraliza y mata, no te deja actuar cuando
es necesario-
-Así es- Vamos - ¿Qué se traerá esta vez?- y los tres fueron
en pos de la oficina de Salvador.
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Luego de leer la última línea de lo escrito en los papeles
se quedo dormido sin darse cuenta.
A la mañana siguiente le dolían todos los huesos, ya no
estaba para pasar la noche en un sillón.
Sobre el escritorio estaban los papeles que el extraño le
había traído la noche anterior
Los volvió a leer con más detenimiento….¿cómo continuaría
aquello?...en vano era especular, todavía no se mostraba nada de la historia,
no había más remedio que esperar a que el resero decidiera volver….si es que lo
decidía.
Y llego a pensar que no lo decidiría, pues paso algo así
como una semana sin que el gaucho se presentara, porque eso lo había
averiguado, el que así mismo se llamaba resero no podía ser otra cosa que un
gaucho argentino…o uruguayo, y si no fuera por el idioma, hasta podía ser
brasilero…pero se expresaba en español, así que estaba descartado. El tipo era
rioplatense.
Pero una mañana al comenzar el trabajo, encontró otro ato de
papeles en su escritorio. Seguro que el resero había entrado en la noche,
cuando dormía….esto lo intranquilizo un poco, si uno lo podía hacer, cualquier
otro también podría. A partir de esa noche pondría tranca en su puerta.
Como sea, no pudo espera a ver como seguía la historia.
Ordeno que no lo molestaran por un rato, acerco el sillón a la ventana, para
tener buena luz, se acomodo y leyó:
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-Pasen pasen- invito Salvador al verlos llegar- Gracias
Angustias, por ahora es todo-
- Pero, tomen asiento, por favor-
-Está bien jefe, ¿Qué problema tenemos ahora?-
-Bueno, en realidad aun no lo sabemos, ni siquiera sabemos
si es un problema-
-¿Entonces?-
-Entonces, digamos que es solo una “anomalía” algo que no
nos ha pasado nunca aun, pero que le ha llamado la atención a nuestro hombre de
la época y ha creído necesario alertarnos, lo que quiero que hagan es que vayan
al lugar y vean de que se trata-
-Así, como así, ¿no nos va a decir nada más?-
-Es que no hay mucho más que decir. Sucede que en 1806 la
ciudad de Buenos Aires, capital del virreinato del Rio de La Plata fue
capturada por tropas inglesas, que fueron expulsadas unas semanas después, por
las escasas tropas del rey con un gran apoyo de batallones criollos-
-Aja- Asintió Alonso, a quien todo lo que tuviera que ver
con la guerra los fascinaba-
-Pues, que los batallones locales fueron organizados desde
Montevideo, por un francés al servicio de España, un tal Santiago de Liniers,
pero nuestro hombre dice que esos batallones aun no se forman, que están algo
atrasados-
-¿Algo atrasados? Yo diría que si aun no se forman… ya van
como 210 años de atraso más o menos-
-No se haga el gracioso quiere, la cosa puede ser seria, sería
la primera vez en que la historia se altera sin que sepamos que lo hace, y eso
puede ser crítico-
-¿Entonces nos vamos a Argentina?-
-No, no aun, todavía faltaran unos 10 años para eso, de
momento es territorio español-
Tomaron el sobre de instrucciones y se dispusieron a
retirarse rumbo a los vestidores
-Ah, una cosa más, en esa época la corona andaba escasa de
dinero- comenzó a aclarar Salvador
-Como siempre-
-Ejen- carraspeo- como sea, no hay muchas puertas en esa
zona y tiempo, la principal está en el fuerte de Buenos Aires, pero no los
podemos enviar allí, porque el fuerte está en manos de los Ingleses….- dejo la
frase sin concluir, no era necesario, continuo- Por lo que deberán ir a la
siguiente puerta, que está en la Villa de Lujan…a unos 60 Km de Bs As….es lo
más cerca que podemos dejarlos.-
Se miraron entre todos y, como no había más que decir, se
marcharon.
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La ciudad, capital del virreinato del Rio de la Plata, en el
año 1806, había crecido hasta ser una ciudad que podíamos decir grande, para
esa época, con unos 45.000 habitantes
era ya uno de los mayores puertos de América, recostada sobre ese inmenso rio
de color aleonado, de aguas poco profundas y traicioneros bancos de arena. Sin un muelle decente, con solo algunas
calles adoquinadas e iluminada por velas de cebo, cebo que era parte de una de
las pocas riquezas que esa tierra llana y desierta podía ofrecer, la abundancia
de sus ganados vacunos, descendientes de aquellos primeros animales que dejara
don Pedro de Mendoza, en oportunidad de la primera fundación de la ciudad,
hacia ya casi 200 años atrás. Tiempo suficiente para que los animales, sin
depredadores naturales y con abundante alimento en las feroces pampas, se
reprodujeran hasta formar rebaños que se perdían en el horizonte, de tan
numerosos. Esas bestias, promesa de futuro para esas tierras, en ese momento
formaban parte de las escasas riquezas que disponía la colonia, merced a los
cueros y salazones. La otra gran fuente de ingresos, aunque no para la corona pero, con mucho la mayor, era el contrabando,
favorecido por las leyes de comercio monopólicas impuestas por la
metrópoli…cuando le era imposible hacerlas cumplir.
La villa de Lujan, ubicada sobre el camino real al Altoperú,
a unos 60 km de la ciudad de Bs As, era una posta, de las tantas, donde las
carretas y viajeros descansaban de la jornada. Tenía un origen muy especial, ya
que había nacido al amparo de la Virgen María, que a través de una imagen suya,
proveniente de Brasil con destino a
Santiago del Estero, allá por el año 1630, decidió quedarse allí.
Este milagro dio origen a la construcción de una iglesia,
que con los años se transformaría en la basílica que hoy conocemos, y a la
radicación de los primeros pobladores en el lugar.
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-Bien, aquí estamos- dijeron los viajeros al salir del
armario de la sacristía. Les llamo la atención encontrase solos, por lo que se
movieron con mucha cautela.
A fuera el sol brillaba pálido que apenas servía para paliar
el frio de esa mañana.
-Tiempo loco, mirad que frio hace en pleno Julio- comento
Alonso
-¿y qué esperabas? Estamos en pleno invierno- Retruco Julián
-¿invierno?-
-Sí, estamos al sur del ecuador-
Alonso asintió y callo. Juntos caminaron por la calle ancha,
al fondo de la cual se veían una serie de carretas y un grupo de gentes que
parecían estar discutiendo algo.
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Alguien golpeo fuertemente la puerta. ¡Sera posible! Había
pedido expresamente que no lo molestaran, se enojo, pero luego pensó que, si lo
hacían seria por algo importante, resignado cerró la carpeta donde había puesto
los papeles y fue a atender. La lectura quedaría para más luego.
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Ni bien pudo volvió a la oficina, cerró la puerta, se
preparo un té, tomo la carpeta y continúo leyendo:
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Con precaución se fueron acercando, llegados al lugar
prestaron atención, la discusión rondaba en torno a qué hacer, si cumplir el
pedido del Cabildo o seguir adelante desoyéndolo.
-Vuesa merced, debemos acceder al pedido, las vidas y
haciendas de los súbditos reales dependen de ello- Insistía alguien que parecía
tener fuerte interés en que así fuera
-Pero es el tesoro del rey- Protesto la persona interpelada,
a todas luces una persona principal, quizás una autoridad.
-¿Quién es?- consulto Julián a un paisano, señalando al
interpelado, este lo miro extrañado y a la vez alagado de ser consultado sobre
tan importante persona
-El mismísimo virrey, ¿Cómo es que no se ha dado cuenta?-
Como si fuera obligación conocerle.
-¿y qué hace el señor virrey aquí?- Consulto tímidamente Amelia.
-Pues, marcha a Córdoba a organizar la reconquista- contesto
cortésmente el que antes había hablado.
-¿Organizar la defensa? ¿Organizar la defensa dice? Ese
inútil cobarde está huyendo- protesto otro
Y varios se volvieron a mirarlo, no porque quizás no
estuvieran de acuerdo, como por curiosidad de saber quien se animaba a decir lo
que muchos pensaban. Dándose cuenta el que había hablado concluyo
-¿Qué, acaso miento? Ha dejado la ciudad a merced de los
herejes y en vez de quedarse a luchar se escapa con el tesoro- y cayo, pues,
como todos, tenía interés de saber cómo seguía la conversación.
-Señor, han amenazado con confiscar los bienes de todos los habitantes
de la ciudad- seguía arguyendo el primero que escucharon pedir por el cabildo
-Les serán devueltos con creces cuando recuperemos la
ciudad- respondió el virrey
-También amenazan la seguridad de la gente, ¿Quién podrá devolver
la salud y la vida si alguien sufre esa pérdida?- argullo otro
-A parte señor, un tesoro igual se podrá volver a juntar,
pero la confianza de los súbditos…-
Este último argumento, y el aviso de que el escuadrón ingles
se acercaba, pareció dar al virrey el argumento que deseaba para seguir con su
viaje….aunque tuviera que dejar el tesoro.
-Si es por la vida y la lealtad de los súbditos….- dudo, por
compromiso- pues, que sea- y bajo los brazos en señal de derrota.
-¿Qué va a hacer qué?- consulto incrédulo Alonso- ¿Va a
entregar el tesoro?-
-Así es, ese tesoro luego será expuesto en las calles de
Londres, aunque para esa época la ciudad ya será nuevamente española- Explico
Amelia.
-Malditos cabrones-
Una vez zanjada la cuestión, tomada la decisión, el Márquez,
con la poca gente que lo seguía reanudo su viaje a Córdoba, mientras los
emisarios del cabildo de Buenos Aires quedaron esperando las tropas Inglesas
para conducir de nuevo el tesoro a la ciudad.
-Vamos, tenemos que buscar como llegar a Buenos Aires- volvió
a hablar Amelia, trayendo a todos de vuelta
la realidad inmediata. Sin pensarlo mucho tomaron por una de las calles
que desembocaba en la plaza donde se encontraban…con tanta suerte que fueron a
dar de frente con las tropas británicas que entraban.
No eran muchos hombres, no más de 10 jinetes fuertemente
armados, con un oficial a cargo.
Fue imposible no cruzarse con ellos.
El oficial se detuvo ante ellos. Alonso apretó discretamente
el pomo de su espada, Julián sopeso el lugar buscando alguna salida y
Amelia…dejo caer sus hermosos ojos claros, mientras cubría su boca levemente
entre abierta con el pañuelito que llevaba en la mano en gesto estudiadamente
inocente, como si estuviera sorprendida. Imposible arma mejor
Galantemente el oficial se inclino sobre su caballo,
llevándose la mano al sombrero y saludo
-B u e n o s d í a
s- balbuceo
-Good morning sir- contesto ella en perfecto ingles. La cara
del soldado se ilumino y una torpe sonrisa apareció en ella.
- A
pleasure, my lady, can I help you with something?- ofreció galantemente
-Would you
be so gallant? We need to go to Buenos Aires- indico ella, haciendo un
ademan que abarcaba a sus compañeros.
Entonces el oficial reparo en los hombres y, dirigiéndose de
nuevo a Amelia pregunto por ellos
Con su voz más suave ella le explico que uno (Julián) era
doctor en medicina y que el otro (Alonso) era hombre de confianza de su padre y
que ella viajaba bajo su protección, como correspondía a cualquier dama de
honor, resaltando estas palabras.
El Ingles pareció entender, medito unos segundos e interrogo
por el motivo del viaje y el origen de los viajeros. Entonces Amelia explico
que venían de Mendoza, y que iban a Buenos Aires de donde ella seguiría viaje a
Europa, en la primera oportunidad. Esto último pareció agradar al soldado, que
no le quitaba los ojos de encima y, sin pensarlo le ofreció acompañarlos hasta
el puerto, y, en lo que a ella respectaba, si no tenia objeción, le ofrecía su
protección hasta que embarcara, al tiempo que le aseguraba que podría ayudarla
a hacerlo en un buen navío Ingles, ni bien se presentara en la capitanía.
Amelia, sonrió, Julián disimulo su cara de pocos amigos y
Alonso opto por callar
¿Qué más decir? Sin protestar se adjuntaron al grupo, ya
tenían transporte a Buenos Aires, aunque fuera con los caudales incautados.
El oficial invito a Amelia a viajar en la carreta del
tesoro, con la intención de poder estar cerca de ella disimuladamente, y, de
ser posible, entablar conversación. A Julián y Alonso le dieron sendos
caballos, aunque al último le indicaron que debía ir al final con la tropa, que
la señorita no corría ningún peligro, a partir de ese momento estaba bajo la
custodia de las tropas de su majestad el rey Jorge III.
Tragándose el desplante y la soberbia del Ingles, Alonso se
dirigió a donde le indicaban. Al pasar por el carro del tesoro, que estaba
siendo acondicionado para su regreso, observo como un mozalbete se escurría
entre la tropa con una habilidad digna de un mago, y birlaba del carro una
bolsa llena de monedas. Cuando el muchacho vio que Alonso lo observaba se quedo
quieto y se puso pálido.
Alonso, desde la grupa de su caballo lo miraba seriamente,
por principio detestaba el robo, pero esta vez le guiño un ojo y sonriente dio
riendas a su caballo, alejándose hacia su posición, por lo menos esas monedas
quedarían en el país. De alguna manera eso paliaba la ofensa del invasor.
El joven desapareció entre el gentío, con el fruto de su
audacia.
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Acá acababan los papeles. Cerro la carpeta, se recostó sobre
el respaldo del sillón, a fuera el sol caía. Poco más se podía hacer, así que
decidió volver temprano.
Se levanto y, antes de irse, fue hacia la puerta nueva, la
toco y empujo con fuerza. Completamente cerrada, no se podía abrir desde allí.
En fin, no sabía cómo debería hacer para ponerse en contacto
con el resero, solo se le ocurrió dejar una nota en la mesa, bien visible y lo
más calara posible, por si volvía en la noche. Para saber cómo seguía la
historia tendría que esperar que el resero apareciera nuevamente.
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A la mañana siguiente la nota seguía en el escritorio y la
puerta tan cerrada como a la noche.
El día transcurrió rutinariamente. Al caer el sol el trabajo
estaba terminado y el alma tranquila después de una jornada productiva. Ordeno
las cosas del escritorio, puso llave en determinados cajones y cerro los
postigones que daban a la calle. La vista de Madrid, desde esa ventana ubicada
en el tercer piso, donde tenía la oficina, era algo que siempre le gustaba, las
luces del atardecer, el oeste teñido de tonos rojizos y el este violáceo, la
luna cuarto creciente dibujándose en el poniente…mil ciudades tendrían una
imagen igual, pero esa era la de él y la disfrutaba. Se quedo unos minutos
contemplándola antes de decidir irse.
Cuando se dio vuelta lo vio. Ahí estaba el gaucho, tal cual
él recordaba haberlo visto la primera vez.
-Buenas noches. No lo escuche entrar- saludo
-Disculpe, buenas noches- saludo, y luego, como si tuviera
que disculparse aclaro- Esta soplando el pampero y la humedad se ha ido- con lo
que debía quedar claro que la puerta no estaba hinchada y, por lo tanto abría
sin inconvenientes.
-Aquí le traigo más papeles- dijo parcamente extendiéndole
la mano con el sobre que traía
-Gracias- agradeció Javier – ya me preguntaba yo como seguía
la historia-
-Complicada señor- aclaro el resero mientras hacía ademan de
irse
-¿Puede demorar un minuto?- inquirió Javier
El otro dudo
-Por favor, tome asiento- dijo mientras le indicaba una
silla al lado de una mesa ratona- me gustaría conversar con usted, que cuente
algo más de su lugar, de su tiempo, de usted. Sabe que estas cosas me
interesan-
El resero acepto algo cohibido, y tomo asiento donde le
indicaban
-Usted dirá-
-Cuénteme, a que se dedica usted- pidió, al tiempo que le
acercaba una taza de té que el resero levanto con recelo, manos
desacostumbradas a tomar objetos tan delicados
-Pues soy resero, traslado ganado de aquí para allá, cuando
hay, si no ayudo en lo que sea, se hacer cualquier cosa y no le hago asco a
nada-
-¿y qué me puede contar de su amigo, el escritor, que hace,
donde vive?- pregunto levantando y enseñando los papeles que le había traído
-Pues, no sé qué decirle, es un hombre común, vive en…-
Y así pasaron algún tiempo, que no fue mucho, conversando de
lo que Javier quería saber. Hasta que, levantándose, el resero se encamino
hacia la puerta
-Le agradezco la atención, me echaran en falta si me demoro-
-Entiendo- mintió Javier- Solo una cosa más- El resero se
detuvo- ¿Cómo conoció al escritor?-
El gaucho se quedo pensando unos minutos, luego con una
mirada de cierta confusión, contesto
-No lo sé- contesto honestamente- creo que lo conozco desde
siempre, pero no recuerdo un momento en que no fuéramos amigos-
-¿Me puede contar algo de su niñez?- aventuro a sabiendas
que era una pregunta extraña.
-Siempre he sido mayor- contesto el otro con una media
sonrisa y saludando con una inclinación de cabeza salió y cerró la puerta con
cerrojo.
Javier se quedo mirándola, una certeza se formaba en su
mente….este gaucho era un personaje.
Si cabía, ya habría tiempo para avanzar en ello, de momento
se dispuso a pasar algún tiempo de lectura. Fue a su sillón de leer, se sentó y
abrió el sobre con los nuevos papeles.
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Al caer el sol entraron a la plaza de Buenos Aires pasando por la recova, los pocos
transeúntes que recorrían el lugar se detuvieron momentáneamente a ver el grupo
y como el tesoro desaparecía en el fuerte.
El oficial pregunto a Amelia si tenía lugar donde alojarse,
poniéndola en un aprieto. Por suerte en ese momento apareció un fraile haciendo
efusivas señas, como si la conociera de siempre
-Amelia, hija, vendito sea Dios que te ha traído a nosotros
sana y salva-
La turbación de ella duro solo unos segundos, si es que la
tuvo, y, sobreponiéndose siguió la corriente
-Padre, que gusto verlo- saludo, al tiempo que mirando al
contrariado oficial continuo- el capitán ha tenido la amabilidad de
acompañarnos desde Lujan hasta aquí-
El sacerdote le saludo con evidente desagrado, atención que
el ingles retribuyo con la misma amabilidad.
-It has
been a pleasure, Miss. Please do not hesitate to call me if you need
anything.- dijo dirigiéndose a ella, y, con discreto saludo dio grupas a su
caballo, al trote hacia el fuerte en cuyo mástil ondeaba la “Union Jack”
El sacerdote tomo a Amelia del brazo y se la llevo hacia un
convento que se adivinaba al final de la plaza.
Julián, que había estado observando la escena se unió a
ellos.
-Gracias por la ayuda, ha sido usted muy oportuno- saludo al
fraile
-No hay de que- contesto él- estaba empezando a preocuparme,
me habían avisado que llegaríais a Lujan y estos caminos no son seguros de noche.-
dijo y luego se presento- Juan Cevallos, del ministerio-
-Amelia Folch-
-Julián Martínez -
-¿Dos? ¿Dónde está el tercero? Me advirtieron que enviaban
una patrulla completa-
Fue entonces que se dieron cuenta que Alonso no estaba por
ningún lado.
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Alonso había hecho todo el trayecto en la retaguardia del
convoy, a decir verdad, tanto a él como a los otros que le acompañaban los
habían obligado a ir tan atrás que prácticamente no formaban parte del convoy,
a no ser por los soldados destacados más para vigilarlos que para cuidarlos,
por lo que entro entre los últimos a la ciudad.
Durante el viaje había intercambiado algunas palabras con
quienes le acompañaban, un par de gauchos y un dependiente que iba junto con
una tropa de mulas con vituallas y dos frailes, más el boyero que guiaba las
mulas.
Cuando por fin ingreso en Buenos Aires ya era noche y no
tenía ni idea de donde estarían Amelia y Julián, por lo que acepto de buen
grado el convite que le hicieran sus circunstanciales compañeros.
Sin saberlo se dirigió a los corrales de Miserere, allí se
concentraban todas las caravanas que llegaban del oeste, así como las tropillas
de ese lar. Había muchos corrales para los animales, almacenes para las
mercaderías que llegaban en las carretas y pulperías para la gente que los
traía.
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La historia empezaba a pintar, pero la hora era avanzada.
Cerró la carpeta y la guardo en uno de los cajones con llave.
Refregándose los ojos, cansado, se dirigió a su cuarto a
descansar.
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Los días siguientes no pudo ni ir por su despacho, las
reuniones de trabajo y las batallas continuas que tenía que dar para llevar
adelante el negocio se lo impidieron.
Al final del cuarto día, cuando caía la tarde, por fin pudo
hacerse un rato. Declino cortésmente una invitación a disfrutar unas tapas y se
metió por la puerta de su despacho ni bien quedo solo.
Se dirigió al escritorio, saco la carpeta del cajón y se
acomodo en su sillón de leer, para continuar el desarrollo de la historia, ¿Qué
más diría el escribiente sobre Alonso entre esos gauchos?
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Con los nuevos amigos Alonso se acerco a un fogón, en el
cual, clavado en una espada, se asaba medio costillar, en torno al mismo,
apretujados para atrapar algo de calor y protegerse de alguna manera del
pampero que soplaba, aunque suave, calando los huesos. El mate circulaba por la
ronda, cebado por una mulata entrada en carnes y años.
-Tómese un amargo, amigo, le hará bien, esta caliente- le
dijo alguien tendiéndole una pequeña
vasija de la cual salía una bombilla que, según había logrado observar, todo el
mundo se ponía en la boca, cuando le tocaba. Sin saber bien que hacer se hizo
lo que había visto…pero nada pasaba.
-¿no lo toma? ¿Esta malo?- le pregunto el que se lo había
dado, al ver que no sorbía el liquido.
-¿Eh?, no no nada, estaba en otra cosa- se excuso, y se
arriesgo a darle un sorbo. Se quemo hasta el apellido, los ojos se le llenaron
de lagrimas contra su voluntad y no pudo evitar escupir el contenido entre
toces y catarros.
-¡Joder!, ¿Qué me habéis dado?-
La carcajada fue generalizada
-¿Qué le pasa aparcero? ¿no sabe tomar mate?- dijo uno
-Mire que la María se le va a enojar- arriesgo otro refiriéndose
a la cebadora, que lo miraba con cara de ofendida. Los otros rieron ante la
posibilidad de ver una rabieta de la mulata.
-¿tiene algún problema con mi mate don?- pregunto la
aludida.
Viéndola y viendo el auditorio Alonso se hizo cargo de la
situación, tragando saliva y tratando de aclarar la voz contesto
-Nada, nada que ver con el mate, ha sido tan solo un
atragante ante tamaña belleza que me ha dejado sin aire- al tiempo que le hacia
una exagerada reverencia.
Otra risotada general aprobó la salida y la cosa siguió su
cauce normal. Con más cuidado esta vez tomando a sorbos pequeños, termino el
mate y lo devolvió.
-¿De dónde es aparcero?- le pregunto uno
-De Mendoza- mintió Alonso
-¿de qué parte, yo soy de allá y no me suena?- retruco otro,
al tiempo que las miradas volvían a centrarse en el
-De Mendoza…de Enares- invento
-Ah hombre. Es un godo, con razón- rio uno dándole una
palmada en la espalda que, a otro que no fuera él, la habría hecho salir los
pulmones por la boca.
----------------
-
…y esa es la situación- concluyo Juan Cevallos
acabando de explicar lo que pasaba en la colonia desde la conquista Británica.
-
¿a ver si entiendo bien? Los ingleses llegaron
aquí provenientes de la Colonia del Cabo, en Sudáfrica, que acaban de
arrebatarle a los holandeses, con toda la intención de apoderarse del
virreinato y, de paso, quedarse con el tesoro que, proveniente del Potosi se
iba a enviar a España- resumió Julián
-
Así es, con parte de ese tesoro se saldarían las
deudas del comerciante Ingles Guillermo Pío White, radicado aquí, en Buenos
Aires, que ha sido uno de los impulsores de esta invasión, tenía con el
comodoro Popham-
-
¿y qué dice la gente de aquí?-
-
Bueno, eso es algo complicado. Sabe que muchos
tienen poco apego por la corona-
-
Vaya novedad- dijo Julián
-
Sí, pero no se confunda, el malestar es con la
administración, sobre todo con los funcionarios nuevos llegados de la
península, que están más interesados en enriquecerse que en gobernar para
provecho de la gente-
-
Vaya novedad- y, discretamente, Amelia le pego
un codazo
-
A eso se agrega el despropósito del monopolio
que encarece exorbitantemente los precios y da un buen margen para que
prolifere el contrabando…se imagina que al gobierno le es imposible controlar
las inmensas costas que hay aquí-
-
Si, el rey hubiese sido más inteligente con otra
política- tercio Amelia- dejar que la gente hiciera sus propios negocios y
aportara lo suyo en impuestos-
-
Claro Amelia, pero ¿y el negocio de los
favorecidos por el monopolio?, no olvides que son los que están cerca del rey y
le financian su ineptitud- respondió Julián
La conversación siguió por esos carriles durante un tiempo
más, hasta que el cansancio y el natural recogimiento del convento llevaron a
todos a descansar.
Al día siguiente se dedicaron a recorrer la ciudad, mirando
todo y escuchando a la gente.
Como una mujer caminando sola no era bien vista, Julián
acompaño a Amelia todo el tiempo.
En la plaza y el mercado el ambiente parecía normal en todo,
como en cualquier ciudad hispana de la época, con gente que iba y venía, de
mañana temprano los feligreses saliendo de misa, las mujeres regresando a sus
casas, los hombres a sus negocios, y la servidumbre al mercado, el único punto
disonante era la bandera que ondeaba en el fuerte y las casacas rojas que patrullaban.
A lo que se veía en el centro nadie podría decir que se
estaba en una ciudad invadida.
Al medio día entraron en una posada a almorzar, se
acomodaron en una de las pocas mesas libres, en un rincón del salón y pidieron
de comer. El posadero les trajo una abundante ración de puchero y una buena
jarra de vino.
Julián miro el plato y, con la cuchara, revolvió su
contenido, tratando de adivinar que contenía. Amelia lo miraba atentamente, prestándole
especial atención cuando decidió llevarse la cuchara a la boca.
-Pruébalo, está muy bueno- acepto Julián ingiriendo el
contenido.
Como tenía hambre no se hizo rogar.
Mientras almorzaban aguzaron el oído, al principio sin
éxito, pero luego la cosa cambio. De apoco fueron tomando conciencia de que no
todo estaba tan tranquilo como parecía. Había un sordo descontento que bien
podía ser el fermento de los hechos que tenían que ocurrir.
Al regresar al convento los recibió Juan con disimulada
excitación, no era conveniente tener otro aspecto en el claustro.
-Pasen, pasen, vengan por acá-indico un acceso en el
pasillo.- a ocurrió algo que puede ser peligroso-aclaro al tiempo que sacaba un
sobre de entre sus ropas y se los entregaba- es una invitación formal al baile
de gala que los ingleses darán el próximo viernes en el salón del fuerte-
-¿Invitados a un baile?- pregunto Julián incrédulo
-Bueno- titubeo Juan- en realidad la invitada es ella-
indicando a Amelia
Julián rio socarronamente y ella enrojeció algo. Juan, que
no sabía a qué iba aquello no entendió nada.
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Ja!, en buena se
metía Amelia, a él le pasaba lo mismo con ella, era una mujer excepcional a la
que muchas veces le era difícil mantenerse a salvo de sí misma.
Dio vuelta la hoja y la encontró en blanco. Miro hacia la
puerta nueva y comprobó que aun estaba allí. Cerró la carpeta y la guardo, no
quedaba más remedio que esperar a que el resero apareciera de nuevo.
Cerro los postigones de la ventana, tras la cual se asomaba
la primavera con su perfumees.
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Junto al fuego el asado ya estaba listo, alguien le alcanzo
un pedazo de carne ensartado en la punta de un facón y él lo agarro tomándolo
por el hueso, con cuidado de no quemarse.
Se integro a la vuelta sentándose en un tronco junto a otros
gauchos.
Entre mordisco y mordisco corría una bota con vino, áspero
pero sabroso, que no tenía nada que envidiarle al de cualquiera de los
campamentos en que había estado en su vida como soldado.
Los últimos rayos del sol invernal fueron desapareciendo
tras el desierto horizonte proyectando esas sombras largas tan características,
que el fuego del fogón aun no vencía. Un paisano saco una guitarra y la templo
a su manera, la charla concluyo y el silencio se enseñoreo del campamento,
creando esa atmosfera intimista e irreal que llama a la introspección y que
hace del hombre del llano ese tipo tan especial que da su madera a los
centauros de las pampas sobre cuyas espaldas se eleva el país.
Las notas se fueron desgranando suave, melodiosas, tristes,
como en un lamento, y luego la voz canto, fue un canto de libertad, de amor a
la patria y deseo de librarla del invasor, un canto de guerra entonado en voz
baja, no por temor, si no por respeto.
Alonso sintió que el corazón se le estrujia, y hasta que una
lagrima le inundaba la vista.
-He, español- le llamo alguien discretamente, mientras le
tomaba el brazo
-¿Que queréis?- pregunto al desconocido
-¿Sabes pelear?-
-¿Qué pregunta es esa?-
-¿Qué si tienes los cojones para ayudarnos a sacar a esos
herejes de la ciudad?- pregunto mientras con el dedo indicaba hacia el fuerte,
invisible en la oscuridad.
-¿Cuándo vamos?- Dijo, al tiempo que se movía para
incorporarse.
-Shh, tranquilo amigo, todavía no es tiempo, ya te
avisaremos- le dijo el que acompañaba al primer gaucho que lo había hablado, y
los dos se fueron a hablar con otros hombres. Era una leva, o iba a serlo
pronto.
El canto, el vino, el calor del fuego y el abrigo del poncho
que alguien le había alcanzado, terminaron por vencerlo y se quedo dormido,
sobre un cuero de oveja que encontró cerca, bajo un cielo inmenso, lleno de
estrellas, dominado por la grandiosa y emblemática Cruz del Sur.
Al día siguiente, antes del alba, luego del canto del gallo,
el campamento retomo su actividad.
Alguien atizo las brasas del fuego de la noche e inicio uno
nuevo, sobre el cual pusieron la infaltable morocha donde calentar el agua para
el mate.
Las bestias, como solidarias con los hombres, también se
fueron despertando, de modo que, en poco tiempo todo se transformo en un
desentonado concierto de ruidos originados en los gases intestinales, bostezos, mugidos y rezongos.
Sin saber cómo ni de donde, de pronto se encontró con un
amargo entre las manos, y, esta vez ya precavido, lo pudo apreciar mejor,
sintiendo el reconfortante calor del agua transmitirse por todo el cuerpo, un
pedazo de galleta marinera y algo de carne del asado de la noche completaron el
desayuno.
¿Cómo sobrevivía aquella gente con una dieta tan
monótona?¿que los mantenía a salvo del escorbuto? Pensó en que Julián le podría
responder estas preguntas y cayó en la cuenta de que no sabía dónde estaban,
los había perdido de vista y era menester encontrarlos.
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-¿Qué debo hacer?- se pregunto Amelia
-Ir, por supuesto, que mejor oportunidad para entrar en la
cueva del lobo a husmear que pasa, en una de esas ahí este la respuesta- Indico
Juan
-Tiene razón- dijo ella sabedora de que se las arreglaría
bien
-Lo único que no puede ir sola-
-¿Cómo?...ah sí, la época, ¿y de donde saco yo una chaperona
ahora?¿conoces a alguien?-
-Pues si- y lo miro a Julián
-¡¿Julián?!-
-Sí, les has dicho que es médico, pero nada más, ¿verdad?-
-Así es- asintió
-Pues, te presento a tu hermano-
-¿Yo hermano de Amelia? Si no nos parecemos en nada-
-Qué seáis hermanos no quiere decir que tengáis los mismos
padres- aclaro Juan
Los dos lo miraron al unisonó - ¿Cómo?-
-pues si, en estos tiempos los bastardos son bastante
comunes, así como los hermanos de leche-
Julián no estaba muy convencido
-Puede ser Julián, la idea no es mala-
-No, no, yo no puedo ser tu hermano-
-¿Por qué no? ¿No has sido ya mi esposo una vez?-
Juan miro intrigado
-Es una larga historia Juan, cuando pueda te la contare-
aclaro Julián- Bueno que sea, pero la bastarda eres tu-
-No, yo no- fingió ofenderse Amelia.
-Ehhh,- tercio Juan- una hija paterna criada en el seno de
la familia cuaja mejor con el viaje a Europa…-
Y la cosa quedo zanjada.
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Los gauchos que lo habían contactado la noche anterior se le
acercaron en silencio.
-Venga amigo, caminemos- y se pusieron en marcha a recorrer
los corrales mientras conversaban
-¿Es verdad que es un veterano?- pregunto uno
-Escuchamos que junto al fogón comento que peleo en Flandes-
aclaro el otro
-Pues, si- acepto Alonso- ¿Por qué la pregunta?-
-Vera, algunos queremos hacer algo para echar a los herejes
del país….-
-Sabemos que el francés está armando algo en el Uruguay y
queremos ayudar…-
-Pero una cosa es levantar una montonera y otra enfrentar a
las casacas rojas…-
-¿usted puede ayudar?-
-¡¿Qué si puedo ayudar?!- pregunto incrédulo- Vamos no más.
El guerrero que había sido se impuso al agente del
ministerio que era, y ni se le pasó por la cabeza que no debía interferir con
la historia, la duda no era algo que formara parte de su ser, la patria y la fe
estaban en peligro y él no le esquivaría al bulto.
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Las tardes de invierno son cortas, y la noche llega pronto.
A fuera todo era oscuridad, a duras penas cortada por la trémula llama de algún
que otro farol, salvo en la plaza frente al fuerte, donde, uno tras otros
llegaban los invitados, lo más granado de la sociedad colonial. Solo faltaban
algunos idealistas, en su mayoría jóvenes, como el doctor Manuel Belgrano, que,
a diferencia de sus compañeros de consulado, había declinado prestar juramento
de fidelidad a los invasores, optando por recluirse en el interior, aclarándole
a todo el mundo que “o se serbia al viejo amo o a ninguno”, poniendo de
manifiesto algo que muchos sospechaban pero pocos se atrevían a asumir, que los
ingleses no estaban allí para defender el libre comercio, como declamaban, si
no para establecer una nueva colonia. Hasta nombre le habían puesto “Nueva
Arcadia”.
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Cabalgaron hasta unas chacras cerca de Perdriel, arriando
unas vacas para disimular. Al llegar encontraron varios hombres ya reunidos
bajo el mando de don Juan Martin de Pueyrredón, que respondía a don Martin de
Alzaga, el rico comerciante español que financiaba los gastos.
-Alonso de Entre
Rios- se presento ante el oficial que les franqueo el paso- capitán de tercios-
Aunque el oficial no sabía bien que era eso de “tercios”, había
sido avisado de la llegada del grupo. Un capitán era un capitán y oficiales
veteranos era lo que faltaba, por lo tanto no solo eran bienvenidos si no que
hasta ya tenían asignada tarea.
-Pasen señores.
Sargento acompáñelos- ordeno
El sargento se cuadro y saludo, no muy gallardamente, pero
algo era algo.
Los llevo donde un grupo cargaba y disparaba mosquetes. Ya
casi antes de desensillar Alonso estaba asumiendo el papel de mando, ordenando
posiciones, e instruyendo.
Al caer la noche, cansado pero feliz, estaba encantado con
“sus hombres”, que ya eran “sus hombres” aunque solo había estado con ellos un
día. Era asombroso como esos mozos, hasta ayer no más simples boyeros, peones o
dependientes, aprendían a cargar y disparar los mosquetes, como si fueran
verdaderos profesionales.
En el rancho, se sentó junto a otros oficiales a compartir
la cena. Todos estaban de buen humor, había excitación, se olía la inminencia
de la batalla y la algarabía, aparte de ahuyentar el miedo de los bisoños,
levantaba la moral del conjunto.
Entre brindis y risas corrían las anécdotas, en las cuales
Alonso era arto versado. Pero no eran todos relatos de aventuras, la política
también era tema, como no podía ser de otra manera en esos tiempos.
A poco de escuchar se notaba que, si bien había consenso en
cuanto a la necesidad de echar a los británicos, a la hora de hablar del rey la
cosa era distinta.
En general todos se sentían parte de esa España grande que
tantas glorias había sabido conquistar, pero la gran bronca era que no se los
reconocía como tales, que cualquier recién llegado de la península tenía más
voz que el más venerable de los locales.
-Pero no por eso son menos súbditos, y algunos hasta empeñan
sus fortunas en esta patriada, como don Martin- dijo uno
-¿Cómo don Martin?- pregunto con sorna otro- ¡cómo no va
apostar por el retorno del virrey si el señor Alzaga es de los más perjudicado
con el levantamiento del monopolio- disintió otro.
- Así es, a muchos de los que están en el gobierno lo único
que les interesa son “sus intereses”- sentenció un tercero
-y todo sigue igual- pensó para sí mismo Alonso y un cierto
desanimo le quiso picar el alma.
La charla continuo, había un descontento general con los
funcionarios del rey…y, por extensión, también con el rey.
A la mañana siguiente siguieron los entrenamientos, se sabía
que un grupo de casacas rojas se aventuraría por allí y estaban ansiosos de
mostrar la valía de los hombres de aquí.
En un descanso, contemplándolos con orgullo, Alonso se paro
sobre los estribos y, mirando el campo, dijo a quien le acompañaba. “que buenos
vasallos serian si buen señor tuvieran”
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Javier interrumpió la lectura unos segundos. ¡Qué tipo ese
Alonso! Si en boca de alguien podía haberse puesto esa frase, que no fuese en
el Cid, era justo en él, se dijo a si mismo satisfecho.
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El decorado y la iluminación del local habían sido
preparados con todo esmero, para impresionar a los invitados, ya que el escaso
número de tropas requería de toda la buena voluntad posible, y el boato y la
ostentación podían ayudar.
La música sonaba agradable, con los sonidos de moda en el
viejo continente, nuevos por estos lares.
Amelia y Julián presentaron las invitaciones y fueron
anunciados al ingresar.
No más anunciado su nombre, Amelia recibió el saludo del
oficial con que habían viajado desde Lujan. Julián, discretamente, saludo al
soldado y se retiro a tratar de confraternizar con los invitados, no sin cierta
mirada de reproche de parte de ella, que, si bien no temía y lo asumía como
parte del deber, no disfrutaba con la idea de pasar toda la velada con el
Ingles.
Al azar se mesclo, como pudo, en los distintos corrillos, donde,
más o menos cortésmente, todos lo admitían a participar de charlas
intrascendentes, como era lógico, pues era un forastero, sin lugar a dudas.
Cautamente él escuchaba, decía alguna que otra palabra de ocasión y, con la
sobreentendida escusa de saludar a todo el mundo, se desplazaba hacia otro
grupo.
Como corresponde, pasada la hora y el consumo de bebidas, la
confianza permitió soltar algunas lenguas aun en su presencia.
-…la verdad es que no nos podemos quejar- dijo alguien de
voluminosos abdomen- se espera la próxima llegada de un buque lleno de
mercaderías, y se las podrá comercializar libremente, con una buena ganancia, a
no dudar-
-Aunque se aclara que habrá severas penas para quien olvide
pagar los impuestos de importación- aclaro otro, que después supo se había
enriquecido con el contrabando que antes se hacía de esos mismos productos
-En eso estamos peor que con los “matungos”, a estos (y
señalo discretamente hacia la mesa donde estaba la plana mayor británica)
todavía hay que conocerlos, pero en eso parecen bastante más duros- indico otro
-Así es, un amigo del consulado americano me dijo que, si
bien cuando eran colonia el contrabando era común, nunca con tanta liberalidad
como aquí-
-Sea, pero, a la larga es mejor una pequeña perdida que un
gran riesgo- y, en general todos acordaron con esto. Así la charla se puso
interesante.
Mientras tanto, en la pista de baile Amelia seguía el paso a
su galán, hasta que le convenció de la necesidad de un descanso, que el soldado
aprovecho para ir hasta la barra, donde, para disgusto de ella, pudo ver como
alardeaba de su conquista, a lo que el resto respondía con sonoras risotadas.
En la mesa de las
damas fue abordada por varias criollas y españolas que quisieron saber todo lo
posible de la recién llegada.
Inevitablemente la conversación derivó hacia el tema masculino
-Que gallardos que son, con esos uniformes tan vistosos y
ese porte tan marcial-comento una de ellas, esposa del señor guardiamarina
Martin Thompson, egresado de la academia naval del Ferrol, que evidentemente
aprobaba la presencia de los mismos en lugar de los más humildes y menos
gallardos gobernantes anteriores.
Las sonrisas de aprobación fueron generalizadas.
Con discreción pregunto si era posible salir a tomar un poco
de aire fresco, lo que en verdad era necesario en el aquel ambiente cerrado.
Saludando amablemente y, tratando en lo posible de no llamar
la atención, se dirigió a uno de los patios internos, hacia donde había visto
salir a Julián unos minutos antes.
-Has averiguado algo- pregunto cuando estuvo a su lado
-Pues, nada, los únicos extraños, a parte de los británicos,
somos nosotros, si hay algún agente infiltrado tiene que estar entre ellos-
dijo Julian
-Bueno, ya veré que puedo sacarle a Germán- comento Amelia
Julián la miro con una sonrisa picara y ella se dio cuenta
-Bueno ¿de qué te ríes? Tuvimos que presentarnos. No parece
una mal tipo, solo algo bruto y torpe, pero para ser soldado ingles no se
necesita más- dijo con cierto enojo
-De todos modos, no creo que encuentres nada por allí,
porque, aun suponiendo que este entre ellos, ¿Cómo haría un desconocido para
influir en la sociedad hasta el punto de parar una revuelta?-
-¿y entonces que está pasando?-
-Lo que me temo, que si nosotros no intervenimos acá no pasa
nada, esta gente está descontenta con nuestra administración y están buscando
cambios-
-Como de hecho sucederá en unos años- confirmo Amelia
-Sí, si se da la reconquista de Bs As. ¿Te das cuenta de lo
que hablaba antes de esta misión? ¿qué pasa si no hacemos nada para que la
historia se ajuste a la que conocemos? Aquí no vemos a nadie que esté tratando
de cambiar la historia, antes bien sospecho que, si nadie interviene, Argentina
posiblemente no exista, por lo menos no como la conocemos en nuestro tiempo-
-Se dará, la reconquista será el próximo 12 el Agosto como
fue, ten fe- desafío Amelia
-Me va a gustar verlo- acepto él
-¿Qué hacemos mientras tanto?- pregunto Amelia
-No sé, tratare de ponerme en contacto con el ministerio
para pedir instrucciones-
Y, al hablar del ministerio se acordaron de Alonso. ¿Dónde
andaría ese soldado de fortuna? Deberían encontrarlo pronto pues iba siendo
tiempo de volver.
-------------------------
En Madrid Javier había llegado a esa frase final de los
papeles que le dejara el resero y tuvo la misma duda que Julián, ¿hasta qué
punto mantener la historia como esta no era alterarla?
En eso estaba cuando escucho ruidos en la puerta por la que aparecía
el resero. Esta se entreabrió un poco, pero no llego a hacerlo del todo. Un
fuerte griterío se oyó del otro lado, como de gente peleando y dando órdenes desesperadas…en
Ingles, entonces la puerta se cerró apuradamente y la tranca se volvió a oír. Obviamente,
quien había querido abrirla desistió de hacerlo. ¿Qué estaría pasando ahora?
Estaba pensando en ello cuando escucho como piedras que
golpeaban la puerta ¿Cómo podía ser eso? Una puerta cerrada está cerrada para
todo.
Con curiosidad se acerco a la misma y la empujo, estaba hinchada,
como se había quejado el resero en su primer visita, por lo que empujo con más
fuerza y cedió. Con gran sorpresa, descubrió que, en el apuro, la habían
cerrado mal y el pasador había sido corrido pero no había entrado en el hueco
del marco, por lo que no trababa nada.
Pasar a través de ella fue una tentación que nadie podría
haber resistido, menos él.
Lo que vio lo dejo maravillado, allí, frente a él, la
inmensidad del rio de La Plata serbia de telón a intensos combates, y los
casacas rojas estaban en innegable retirada!!!
De pronto sintió que le empujaban violentamente y un fuerte
dolor le invadió el cuerpo partiendo desde el hombro derecho. Luego el cielo se
le nublo y la conciencia lo abandono.
-------------------
La mañana de aquel 12 de Agosto amaneció con brisa del este,
que no incomodaba pero mantenía la humedad del rio a nivel de suelo.
El campo brillaba con el resplandor del sol sobre las gotas
de rocio y de los mosquetes vomitando fuego y muerte. El combate había empezado
temprano.
En el convento la alarma cundió e, inmediatamente,
comenzaron los preparativos para atender a los heridos.
-¿Qué pasa?- Pregunto Amelia alarmada
-Que los criollos están atacando la ciudad- le contesto Julián
mientras se preparaba para ayudar con sus conocimientos
-La reconquista está en marcha- comento Amelia- y sin que
nosotros hayamos hecho nada- concluyo triunfante. Julián no dijo nada, los
hechos le daban la razón a ella.
Salieron a la calle junto con los frailes y las monjas
voluntarias, con los elementos de ayuda que contaban para brindar auxilio a
quienes lo necesitaran.
Sin darse cuenta se fueron desplazando hacia el bajo, hacia
la parte de atrás de fuerte, y de pronto lo vieron, ahí estaba Alonso
dirigiendo una carga de infantería contra un puesto Ingles que cedió a poco de
combatir.
-Alonso- Grito Amelia en medio del bullicio, mientras Julián
arrastraba a un herido contra las paredes del fuerte, cerca de una extraña
puerta entreabierta.
-¡Amelia!¡ Julián!- grito Alonso al verlos- ¡Que día Señor!
La gloria cubre nuestras armas como antaño
¡Viva España carajo!- concluyo exultante de euforia, aun
lleno de la adrenalina del combate, y los abrazo a los dos con lagrimas de
emoción en los ojos.
O sea, que al final si estaban interviniendo en la historia,
no se sabía cuán importante era la intervención, pero si la estaban haciendo. Un
cruce de miradas entre Julián y Amelia fue suficiente para plantear esto. Los dos
sabían de qué se hablaba.
La reunión no pudo durar mucho, las balas zumbaban alrededor
y no era seguro permanecer ahí.
Fue cuando se disponían a marcharse que lo vieron. El hombre
abrió la puerta mal cerrada y se quedo parado junto a ella, con los ojos
abiertos contemplando asombrado lo que veía, aparentemente ignorante del
peligro que corría. Y, de pronto, lo vieron caer, alcanzado por un proyectil.
Amelia, que lo había reconocido no pudo menos que dejar
escapar un grito de espanto. Julián y Alonso la miraron extrañados.
-¡Javier!, ¿Cómo puede ser?- dijo incrédula tapándose la
boca con los dedos
-¿Quién?- pregunto Alonso
-Javier Olivares, el productor del ministerio- Aclaro Julián
que ya había llegado a su lado y le prestaba los primeros auxilios
-Vamos, hay que sacarlo de aquí sin demora- urgió al tiempo
que lo tomaba por los brazos mientras Alonso lo tomaba por los pies y Amelia abría
la puerta y enviaba un pedido de auxilio al ministerio.
Al aparecer en los pasillos del ministerio el revuelo era
general
-¡Mi Dios!- exclamo Angustias, que también estaba junto a
los otros.
-Pasen, pasen rápido, ya vienen los de la sanidad- dijo Salvador,
mientras trataba de poner orden en todo ese caos
-¡que no le pase nada Señor, por favor, que nos va la vida
en eso- seguía Angustias
-¡tan buen hombre que es! ¿Cómo pudo escribir una cosa así?
Poner en riesgo su vida ¿para qué?- continuaba
De pronto Javier, que volvía en si del atontamiento
producido por el golpe, abrió los ojos, dolorido, y aturdido de escuchar los
lamentos de Angustias, a la que reconoció inmediatamente
-Angustias, Angustias, por favor, no me angusties- musito
mientras un par de paramédicos recién llegados lo colocaban en una camilla-
estoy bien- calmo a todos
Efectivamente, la herida era superficial y no revestía
riesgo, pero de todos modos no podría evitar pasar por el hospital.
Mientras se lo llevaban en los pasillos del ministerio todo
seguía siendo confusión.
Irene, siempre más pensante, estaba en silencio, dubitativa.
-¿Qué tienes?- le pregunto Ernesto
-Lo que ha dicho Angustias-
-¿cuál de todas las cosas que ha dicho angustias?, no ha
parado de hablar desde hace media hora por lo menos-
-¿Lo del riesgo de escribir una cosa así?- dijo Irene, y
Ernesto, callando comprendió de que hablaba.
Javier no podía haber escrito algo así, por el simple hecho
de que, en el estado que estaba no podía escribir
Entonces se escucho que alguien luchaba con una puerta y la
cerraba, corriendo una tranca del otro lado.
Todas las puertas del ministerio tenían las trancas de este
lado.
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El resero encendió un chala e invito
-Gusta-
-No, gracias, no puedo- contesto el convidado
Permanecieron en silencio unos minutos, sentados sobre el
tronco caído de un aguaribay. Tras ellos la puerta cerrada se recortaba en el
blanco muro exterior de la estancia Santa Catalina, antigua factoría Jesuítica
en las sierras de Córdoba.
-Estaba pensando- rompió el silencio el resero, que
obviamente quería preguntar algo pero no estaba seguro de cómo hacerlo- digo,
tengo una piedra…¿Qué paso con el señor Javier?-
-Nada-
-Como nada, ¿no recibió un mosquetazo?, ¿Qué fue eso?-
-A, si, bueno, no fue nada, solo un toque dramático para el
final- dijo bajando la vista, algo embarazado.
-¿y que pensara él de eso?-
-Bueno, no creo que ni siquiera llegue a enterarse de esto, así
que supongo que no pensara nada-
-¿y el ministerio?-continuo-¿Por qué le ha interesado?-
-Vera, sabe que me interesa la historia- El resero asintió –
pues bien, la mayoría de la que hay está contada por otra gente. El ministerio
ha sido eso, la forma de contar la historia vista con nuestros ojos-
El resero lo miro detenidamente, no entendía a su amigo. En
su mundo las cosas eran más sencillas, lo blanco era blanco, lo negro, negro, una vaca comía pasto
y el gaucho se comía la vaca. Estas otras cosas se le escapaban.
-¿tiene idea de qué pasara con esa gente?-
-De momento, todo sigue…luego, Dios dirá-
Aspiro profundamente el humo del cigarrillo, lo lanzo con
evidente placer y luego, levantándose dijo
-Me han contratado para llevar un arreo de mulas a Santa Fe-
-Lo sé, por eso hemos aparecido aquí, en los corrales de la
estancia están los animales que tiene que llevar-
-Gracias, me ha ahorrado un lindo viaje, de Buenos Aires
hasta aquí hay varios días de marcha-
-No hay de que, me ha ayudado mucho, si usted no aparecía
esta historia no se contaba-
-Sea., ¿Qué hará ahora?-
-Trabajar, no me queda más remedio, la olla tiene que ser
llenada, y no eso no se hace solo-
Volvió a dar otra pitada
-A sido un gusto ayudarle. ¿Nos veremos de nuevo?-
-Eso espero-
-Fue una linda aventura, ¿tiene otras?- demoraba la partida.
-Pues, si, si hay, ¿le conté del Andaluz que se llego por
aquí halla por el 1570?...- empezó a animarse, pero se quedo callado, debía
seguir trabajando, ya había pasado mucho tiempo relatando historias.
-Bueno, será hora de ir yendo-
-Si-
Se estrecharon fuertemente las manos y sus ojos dijeron lo
que las palabras no podían. Ambos eran solitarios en sus propios mundos.
El sol caía tras las sierras
grandes, proyectando largas sombras.
FIN
Omar R. La Rosa;
Córdoba, Argentina. finalizado 27 de Noviembre 2016
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