Tiempo de Navidad – 1605 – puertas por un Tiempo
Madrid, 13 de Diciembre
del año de Nuestro Señor de 1….
Habiendo leído la siguiente historia y no encontrando en
ella nada que me pareciera pudiera afectar la moral y las buenas costumbres, y
considerando que nada se pierde con su lectura, antes bien puede que algo sea
ganancia para quien pudiera sentirse identificado en las andanzas que acontecen
a los personajes de la misma recomiendo se autorice su difusión, en la
esperanza pueda servir, cuanto menos, de solaz para el lector.
Monseñor ……
Publíquese
Yo, el Rey.
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Donde se cuenta una historia que, por suceder en Navidad,
podría considerarse un cuento de navidad, aunque en vez de paisajes nevados
haya selvas tropicales.
Donde también se explican algunas cosas que no se explicaron
en el relato anterior e, inevitablemente, se dejan otras nuevas sin explicar.
Donde no se hace alusión a Javier Olivares ni a ninguna otra
persona real del ministerio.
Donde, por último, se aventura una explicación a algo mucho
más mundano, como es que un actor no firme un contrato, que afecta grandemente
a las futuras narraciones, porque esa decisión lleva a que desaparezca un
personaje.
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Para ubicar al lector en el tiempo, lugar y circunstancias
de la narración, se recuerda que entre 1578 y 1640 los reinos de España y
Portugal estuvieron unidos por una misma dinastía. Esto llevo a que diversos
territorios, habitados por diversos pueblos, normalmente adversarios, debieran
convivir juntos. A pesar de las ordenes de la península, esta convivencia nunca
estuvo del todo exenta de recelo, sobre todo porque las distintas ciudades
tenían distintas economías, muchas veces competidoras entre sí.
Un caso particular fue el de la ciudad de San Pablo, en
Brasil, que, a diferencia de la mayoría de las ciudades lusas de la época,
estaba fundada en el altiplano que se encuentra cruzando la Sierra del Mar, alejada
de la costa y sin puerto propio.
Esta situación, entre otras, llevo a varios de sus
habitantes a organizarse en “banderas”, grupos de hombres que se identificaban
por una bandera, para dedicarse a la caza de indios, y venderlos, después, como
esclavos, en las plantaciones.
Los sacerdotes de los territorios españoles, lindantes con
los portugueses, trataron de oponerse a este tráfico humano fundando misiones
donde evangelizaban a los indígenas a la vez que los defendían, en la medida de
sus posibilidades, de los ataques de los hombres de las banderas, los
bandeirantes.
Franciscanos, pero principalmente Jesuitas, fueron
especialmente eficientes en su trabajo, llegando estos últimos a organizar a
los indígenas en cuerpos armados, debidamente instruidos, que, en más de una
ocasión, ganaron batallas contra los Paulistas….cosa que estos jamás olvidaron
ni aceptaron.
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Parte 1
Ese año la estación había sido particularmente lluviosa y
los cursos de agua estaban todos desbordados dificultando el avance.
Entre la algarabía natural de la selva se sentía, como
música de fondo, el bramido sordo y profundo del Iguazú
Los hombres avanzaban
con cautela acechando, los unos con flechas emponzoñadas ya colocadas en arcos
tensados, los otros con los arcabuces y las ballestas amartilladas.
Unos hombres cazando animales, otros cazando hombres y
animales asechándolos ambos.
La niña acompañaba, como de costumbre, a las mujeres de la
tribu a recolectar frutos, mientras los
hombres buscaban aves y otros bichos, al tiempo que vigilaban y cuidaban a las
mujeres. El grupo no era grande, no más de 10 o 12 individuos, vivían en la
zona desde hacía poco tiempo, no más que los años de vida de la niña. Habían
llegado huyendo de los cazadores que los perseguían para esclavizarlos,
buscando la protección de las misiones, pero aun esta no eran seguras, en esas selvas tan lejanas y apartadas, la ley era la
de la selva, el más fuerte gana y el débil pierde.
Ella había sido afortunada, había tenido, dentro de lo
posible, una niñez tranquila. En lo que llevaba de vida nadie había saqueado su
aldea, ni incendiado su casa, ni violado a su madre, ni matado a hermanos o tíos.
Todas las noches tenía un catre en el cual dormir, y un plato de comida para
cenar. Durante el día ayudaba en las tareas de la casa y en la capilla de la
misión, donde le enseñaban el catecismo y le hablaban de ese hombre que había
dado su vida por todos, y de su madre amorosa que lo vio morir en la cruz.
A ella siempre le entristecía esa historia, sentía profundamente
el dolor de la madre ante la muerte del hijo, como solía sufrir la abuela
cuando recordaba a su padre, hijo de ella, que había muerto protegiendo la
huida de la tribu.
Ella no llego a verlo nunca, cuando nació él hacía ya cuatro
meses había muerto, pero le conocía muy bien, por los relatos de quienes lo
conocieron. El guerrero más fuerte e inteligente de la tribu, el mejor cazador,
el que traía las presas más grandes, el que hacia los viajes más largos. Había
sido él el primero en ver a los hombres cubiertos de metal que venían bajando
de las sierras, desde el norte. Había sido él quien más fieramente los había combatido
y había sido él quien sufriera en carne propia la traición de los suyos, de
quienes, por envidia y odio habían preferido aliarse con los enemigos, con tal
de verlo caer. Solo la proverbial aparición de los padrecitos había salvado a
la tribu de la aniquilación. Era por él por quien lloraban en silencio su madre
y su abuela.
Ella veía, en la historia de María, la historia de todas las
mujeres sufrientes, la abnegada madre, que, como intuía, era la representación
de todas las madres y esposas sufrientes por las pérdidas de hombres queridos,
padres, maridos, hijos.
Porqué los hombres eran así, llegada la edad se iban tras
vaya a saber que sueños, y muchos no volvían.
En la misión era distinto, los padres les habían enseñado a
cultivar la tierra y ya no era necesario deambular por la selva en busca de
sustento. Pero las tradiciones y costumbres se conservaban y una excursión de
caza y recolección era algo ineludible, algunos, a veces, salían por meses y se
alejaban varios días de marcha de la casa, para volver luego felices y
satisfechos con los frutos de la jungla.
Esa era una de esas veces. Juntaban frutos silvestres,
mientras los hombres cazaban y pescaban, como había sido siempre, hasta que
algo las alerto, de pronto la voz del Iguazú se hizo omnipresente. La selva
había enmudecido y eso era una inequívoca señal de peligro.
La alerta llego tarde, de pronto, como demonios salidos del
averno selvático, aparecieron los hombres barbudos cubiertos de metal, con sus
palos de fuego y sus redes.
Antes de que pudieran escapar dos hombres yacían muertos con
el pecho destrozado y ellas eran atrapadas, cual ardillas, su madre también.
-
Escapa Irupé- le grito la madre mientras un
hombre la golpeaba- ve con los padres- y callo, aturdida por un culatazo.
-
Despacio bestia- oyó decir mientras huía-
lastimada vale menos-
Y no oyó más, porque ya se había alejado mucho, tan rápido corría.
Tan rápido y atolondradamente corría que, en un momento, al detenerse a tomar
aire noto que estaba perdida.
Sin darse cuenta se había extraviado. No, se dijo a sí
misma, eso no podía ser, debía orientarse, su hermano le había enseñado como
hacerlo, su hermano Yaguatí….,
si hubieran estado con ella esto no habría pasado, eran el mejor en la selva,
pero esta salida era poca cosa para un guerrero tan avezado, había decidido marchar
al norte hacia los saltos de itaipu, en busca de un jaguar de particular tamaño,
y ahí estaba ella ahora, sola, sin saber donde estaba. Trato de concentrarse, lo
primero era recuperar la calma, recordó. Se apoyo contra un árbol, cerró los
ojos y respiro profundo hasta que el corazón dejo de latir alocadamente, entonces los abrió y la vio. ¿Cómo no la había
visto antes? Su hermano tenía razón, a pesar de que ella, por pelear no más,
siempre le decía que estaba equivocado, pero no, no lo estaba, el miedo nublaba
la mente, y era cierto, más tranquila había vuelto a ver.
Sin dudarlo fue hacia la puerta en el muro de piedra, corrió
el cerrojo, que por suerte no tenia candado, y entro. Adentro el pasillo estaba
desierto ¿Dónde estarían los padrecitos? Se preguntaba, cuando la vio, allí,
frente a ella, de piel tan clara y cabello tan rubio, como en las imágenes del
catecismo, aunque vestida de manera diferente. Ella no era nadie para decir
nada al respecto, la cara se le ilumino con la luz de la esperanza, y, sin
saber que hacía, presa de la ansiedad, le tomo la mano, arrastrándola hacia la
puerta.
-Venga madre, por favor- rogó- aun podemos llegar-
Como de costumbre, la actividad del ministerio decaía en
víspera de Navidad. Estas fechas no eran, como deberían ser, de alegría y
reencuentro, la mayoría de los que trabajaban en él eran solitarios sin
familias, algunos tenían puertas por las cuales salir, pero la mayoría no.
Sin embargo unas vacaciones eran unas vacaciones y nadie las
rechazaba.
Salvador y Ernesto recorrían los pasillos, comprobando que
las puertas estuvieran cerradas, las misiones concluidas, todo en orden para
cerrar por una semana sin riesgos de encontrar sorpresas al regresar.
Quedaba una sola puerta sin sellar, al pasar frente a ella
se miraron comprendiendo y siguieron.
-Irene es una mujer responsable, puede demorarse un poco-
dijo Ernesto.
-Solo me preocupa esa puerta nueva- dijo resignadamente
Salvador- con su traba del otro lado. Ya he conseguido el presupuesto y la
autorización para tapiarla, pero no se podrá hacer hasta después de las
vacaciones-
-Pero ¿eso no es peligroso?- pregunto Ernesto
-SI, sí que lo es, pero es vísperas de Navidad, y los
sindicatos y los derechos adquiridos, tú sabes- se justifico
-SI, si se, que tiempos estos, en mis tiempos cosas así no
pasarían-
-Sí, ya lo sé, pasarían otras, bueno, confiemos en que esa
puerta no nos traiga problemas. Vamos, ya es tarde y arriba deben de estar por
brindar-
Los dos subieron la escalera, apagaron la luz y cerraron la
puerta de entrada general.
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Irene salió del apartamento con una terrible sensación de
vacío. Se sentía mal, había discutido y consideraba egoísta lo que su compañía
le pedía, faltaba algo, no sabía qué, pero faltaba y se sentía vacía. Como de
costumbre se dirigió, cautelosamente, hacia la puerta del ministerio, estaba retrasada
y si bien sabía que la entenderían, no quería que le tuvieran ninguna
consideración especial.
Camino por calles desiertas, el frio y la proximidad de las
fiestas habían transformado el paisaje urbano. De camino paso por la custodia
de San Francisco Solano, no era un edificio que tuviera alguna belleza en especial,
más bien todo lo contrario, pero se detuvo unos instantes, esa cosa que le
hacía doler el alma se movió más. Una mujer, de la mano de una niña, cruzo la
calle Portalegre y desapareció por la esquina, ¿Cuánto tiempo hacia que no
tomaba la mano de un niño? ¿Cuando había sido la última vez? .El viento, frío,
soplo y la despabilo, obligándola a ponerse de nuevo en camino, se subió la
capucha del abrigo y marcho. A poco llego a la puerta y la cruzo.
Al salir al pasillo se quedo pasmada, ahí frente a ella
estaba esa niña, menudita, pero ya adolescente, sus pequeños pechos la
delataban bajo la sencilla bata de algodón que tenía como toda vestimenta.
¿De qué época seria? ¿Por qué puerta habría llegado? , pensó
indignada, ¿Cómo podía ser una falla de seguridad así?, ya la oirían… pero no
pudo pensar en más, la niña, tomándole la mano, la arrastraba suave pero
firmemente hacia la única puerta abierta, ¡la puerta Nueva! Sin darse cuenta
casi, cruzo el umbral y se encontró en medio de una tupida selva. Se dio vuelta
para gritar, pero fue inútil, la puerta ya estaba cerrada.
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Un poco antes, en la cafetería, mientras se iba juntando la
gente, Julián, Amelia y Alonso tomaban un café y conversaban, con unas caras
que desmentían el calendario
-Bueno ¿y qué vais a hacer?- pregunto Alonso - ¿Nos juntamos
en la casa de Pacino o no?-
-Mira- dijo Julián- yo iría, por no hacer sentir mal a Pacino,
pero…que no estoy de ánimos-
-Ni yo- musito Amelia- tengo que ir de mis padres, pero no
quiero-
-Es que estas fiestas son cosas del pasado- dijo Julián
-¿Del pasado?- pregunto asombrado Alonso-¡Las fiestas que se
celebraban en el pueblo!, si no había nadie que no la pasara de puta madre-
-Ves lo que digo, eso era así en el siglo XVI, pero en el
XXI…- dejo la frase sin terminar
-Si, en el XXI tenéis de todo, y no tenéis nada, habéis
perdido el Alma Julián-
-No es para tanto Alonso, solo que ya las familias no son lo
que eran antes-
-Lo sé, ahora cada uno hace la suya y el otro que se
arregle-
-Bueno no es para tanto, tampoco se esta tan mal, el más
pobre de esta época vive mejor que muchos nobles del XVI, con muchas más cosas
y confort-
-Ese es el problema Julián, tenéis demasiadas cosas y habéis
olvidado ser felices, siempre les falta algo para lograrlo-
-En eso quizás tengas razón Alonso- tercio Amelia
-No sé, me parece que lo que no ven es que ahora somos más
libres y no necesitamos a nadie parado en un pulpito para decirnos que hacer y
que no. A parte, ¿Qué festejamos? Un cuento de niños- concluyo amargado.
-Amigo, que mal que estáis- dijo Alonso persignándose
Julián se levanto sin decir nada y se fue hacia los
sanitarios
-No puede superar lo de su esposa- Justifico Amelia
-Sí, lo sé, el otro día, en el casillero le vi un regalo
para ella- dijo Alonso en voz baja.
En eso entro Salvador con Ernesto. Ya estaban todos, o casi,
y el brindis comenzó. Una a una las copas se llenaron y chocaron unas con otras
-¿Donde está Julián?-
-Ha ido al baño, no se sentía muy bien-
-A sí, lo entiendo. A todos nos duele algo en estas fechas-
-¿Y Irene?-
-Se está retrasando de más, ya debería estar aquí- dijo
Salvador y justo sonó el celular- hablando del diablo- dijo mientras lo sacaba
del bolsillo
-Si ¿qué pasa?, ¿¡cómo!? ¿¡Que esta donde!?- casi grito y
todo el mundo hizo silencio tratando de escuchar- Aja, lindo la ha liado, ya
hablaremos de eso, pero bueno, no se preocupe, ya vamos para allá. ¿Cómo? ¿Que
llevemos hombres armados y muchos? ¿De qué habla usted?, Irene, Irene- se
corto.
Julián, que regresaba del baño no sabía que pasaba, pero
estaba claro que algo pasaba, pues el aquelarre era generalizado.
-¿Qué ha pasado?-
- Que Irene esta en algún lado y está en problemas-
-¿Cómo? ¿Dónde está?-
-No sabemos, la ha atendido Salvador y, ni bien cortar ha
salido corriendo a no sé donde sin decir nada-.
La tarde caía y el cielo encapotado amenazaba nieve.
-¡Que frio!- dijo Pacino, esperando a sus amigos- y bueno
¿Qué hacemos?-
Ya no quedaba nadie en el ministerio, luego de esperar
infructuosamente el regreso de Salvador, uno a uno, todos los que tenían donde,
se habían ido retirando.
-Esto es lo que más me molesta de la navidad, con Maite solíamos
irnos a Canarias, unos días en las playas, lejos de este frio de mil demonios -
acoto Julián
-Pues nosotros no salíamos de casa. Cuando era niña me
gustaba mucho estar cerca de la chimenea- comento Amelia
-En mi caso, si andaba la calefacción, todo estaba bien-
afirmo Pacino.
-Mientras no faltara comida y vino. Todo bien- agrego
Alonso.- Aun en las trincheras, si era necesario-
Conversando salieron a la calle.
-Vamos a por unas pizas aunque sea. Suban - pidió Pacino al
tiempo que habría su último modelo de alta gama, que llevaba ya varios días en
la playa de estacionamiento, desde que lo había estacionado allí, antes de la
última misión.
Le dio contacto y trato de ponerlo en marcha. Pero nada.
Probo de nuevo y…tampoco, solo ver como la luz de cortesía casi se apagaba.
-¡La puta madre! Con la pasta que me ha costado y se queda
sin batería- insulto muy enojado.
-Vamos muchachos, bajaos y dadme una empujón-
-Sea, por lo menos servirá para entrar en calor- dijo
Julián, mientras todos descendían del auto y se acomodaban para empujar.
-Tú no Amelia, no hace falta, nosotros dos podemos- Fanfarroneo
Alonso trabando los músculo como si fuera un físico culturista, en una alarde
de fuerza física que Amelia no dudo en calificar de machista mientras volvía a
abrir la portezuela para subir al auto.
Cuando se hubieron puesto en movimiento, ya todos en viaje, sonó
el celular de Julián, leyó el mensaje que le había llegado, lo apago y pidió.
-Déjame en la otra cuadra por favor-
-¿Qué ha pasado?-
-Nada, nada, solo que ha surgido algo, discúlpame-
-Está bien hombre- acepto y se detuvo en la esquina pedida.
Un par de cuadras más lejos Amelia decidió ir a de sus
padres, y se bajo cerca de la puerta que la llevaría hasta ellos, por ultimo
Alonso se quedo en la iglesia y Pacino, ya solo, termino yéndose a su casa.
Dejo el auto en el garaje, subió a su departamento y
encendió la televisión mientras ponía algo al microondas. Como de costumbre no
había nada para ver, probo con el canal de series y películas e intento
prenderse con la trama de alguna - Feliz Navidad - se dijo así mismo y se quedo
dormido de puro aburrido no más.
Entre sueños volvió a su casa, cuando era niño y aun su
familia era su mundo, pero el padre no estaba, el servicio lo era todo, y, a
pesar de que había mucha gente se sintió muy solo, y se fue a sentar al lado de
la puerta, a esperar que el padre llegara, sabía que llegaría y le traería el
regalo que el niño Dios le había dejado en la jefatura….cerró los ojos y rezo,
como le había enseñado el cura, con las manitas juntas y el corazón puesto en Jesús,
pidió, con todas sus fuerzas para que él apareciera….y, entonces sonó el timbre
de la puerta ¡había llegado! ¡Era él! ¿Quién si no?, pero, ¿Por qué seguía
tocando el timbre? ¿Acaso no tenia llave de la casa para entrar? Debería
levantarse para ir abrirle
Dormido aun se calzo las pantuflas y fue a abrir, pero allí
no estaba su padre
-¿Qué haces ahí dormido?- le espeto a boca de jarro Alonso
-¿Por qué no contestas el celular?- le pregunto apuradamente
Julián, que había entrado sin esperar permiso y ya había agarrado el aparato
que estaba sobre la mesa-
-¡Sin batería!- dijo tras mirarlo, y lo volvió a su lugar.
-Vamos viste pronto, tenemos un auto afuera, nos esperan en
el ministerio-
-¿En el ministerio? ¿a esta hora?- Pregunto tontamente -
¿Qué ha pasado?-
-No sabemos, pero nos están llamando urgentemente y el único
que no contestabas eres tú. Vamos-
Y salieron rápidamente.
Al llegar, en la oficina de Salvador, ya estaba Ernesto,
Angustias con una cafetera llena, Amelia, con abrigo sobre el vestido de fiesta,
y dos personas más, que no eran muy conocidas.
Al verlos llegar Salvador se levanto y hablo
-Bueno por fin están todos, gracias por venir, y mis
disculpas por interrumpir sus celebraciones de navidad, pero hemos encontrado
el origen de la señal de la llamada que hiso Irene y la cosa se ha
tornado…complicada- dijo mientras movía la mano derecha en forma oscilante,
señal inequívoca de que “complicada” era COMPLICADA.
-¿De qué se trata Jefe?-
-Pues, de la vendita puerta Nueva esa, otra vez ha hecho de
las suyas, no sabemos cómo Irene ha pasado a través de ella-
-¿están seguros de eso?- consulto tímidamente Amelia
-Sí, lamentablemente si, pues la señal de la llamada viene
de un lugar donde el ministerio jamás ha tenido una puerta, ni cerca- todos se
quedaron esperando
Salvador desplego un mapa en la pantalla táctil que
recientemente habían instalado tras de su escritorio
-¿Para eso si hay presupuesto?- pregunto irónicamente
Ernesto recordando que no lo había habido para tapiar la puerta
-Pues sí, lo de las partidas asignadas y eso- excuso
Salvador, igual de molesto que Ernesto.
En la pantalla tomo forma una vista satelital de la zona de
la triple frontera, entre Paraguay, Brasil y Argentina, pero no era vista
actual, pues la selva se veía intacta.
Con el puntero Salvador indico un punto amarillo que
titilaba, algo al sur de las cataratas del Iguazú-
-Otra vez Argentina- dijo Julián al reconocer el lugar- ¡pero
¿Qué pasa ahí que aparece de nuevo?!-
-No se- fue la respuesta sincera de Salvador
-Quizás sea que el escribiente es Argentino- acoto irónicamente
Ernesto
-Como sea, estamos hablando del 1600, y en esa época todo
eso era España, o casi, y por tanto esta dentro de nuestra jurisdicción y nos
corresponde a nosotros ir hasta allí y traer de regreso a Irene-
-¿Pero que le ha pasado a Irene?- quiso saber Pacino
-No lo sabemos, pero lo sospechamos, porque ha pedido que
vayamos con refuerzos, por eso están los señores aquí- dijo señalando a las
otras dos personas- Son miembros del ejército y la marina, normalmente tenemos
prohibido recurrir a ellos, mi buen trabajo me ha costado convencer al gobierno
para que me permitan llevarlos con migo-
¿Cómo? ¿a caso Salvador pensaba cruzar una puerta?
-Sí. No se extrañen, yo también iré- aclaro adivinando las
dudas- es la condición que ha puesto el rey…-
-¿porque el rey tiene algo que ver con esto?-
-Lo tiene y mucho. Sucintamente, la zona donde esta Irene ha
sido motivo de muchas disputas entre las coronas de España y Portugal, pero,
entre 1575 y 1640, debido a la unión dinástica, formaron parte de un todo
y debemos ser especialmente cuidadosos
con todo lo que tenga que ver con eso- término de aclarar
-¿Y para que se necesitan los compañeros?- pregunto Alonso
-Pues, porque en esa época y zona actuaban hombres armados,
muy peligrosos, que se dedicaban, entre otras cosas, a cazar indios para
esclavizarlos, generalmente bajo la mirada, cuando no las ordenes directas, de
algún gobernador local. Si Irene está en manos de los bandeirantes, como puede
ser por lo que alcanzo a decirnos, estos hombres serán muy necesarios, créanme-
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-El problema es- continúo Salvador- que no hay forma de
abrir esa puerta nueva – por lo que deberemos ir hasta la más cercana posible y
cubrir el trayecto desde allí hasta donde estaría Irene-
-¿y eso es en…?- pregunto Alonso con cierta reserva
recordando los 60 km a lomo de mula que había tenido que hacer en Lujan.
-Pues, en Ciudad real del Guaira, a unos 240 km al norte de
nuestro destino…por carretera… en automóvil no más de 3 hs de viaje…- minimizo
Salvador
-..pero…- dijo Amelia
-En esa época no había carreteras, posiblemente tengamos que
navegar el Paraná, para eso nos harán falta los marinos que se han ofrecido a
acompañarnos-
-O sea que iremos hasta un punto ubicado a 250 km de nuestro
destino, haremos todo el trayecto navegando uno de los ríos más caudalosos de
América en medio de una de las selvas más densas del planeta, para dar pelea a
unos portugueses que se suponen tienen capturada a Irene…-
-Como hacían nuestros antepasados, y tratando de no causar
ningún conflicto con ellos, para no alterar el equilibrio dentro de la unión
dinástica…-
-Menuda cena que se tendrá que pagar Irene-
-Así es señores, bueno, capitán veo que sus hombres ya están
listos. En unos momentos estaremos con ustedes-
-Angustias, ¿ha cursado usted ya las cartas de aviso de
nuestra misión para que nos reciban las autoridades locales?-
-Sí señor, acabo de hacerlo-
-Muchas gracias, a Amelia, esta vez usted se queda- ordeno
Salvador antes de salir
-Sin protestos, en una misión así nos será de más ayuda
aquí, sus conocimientos de historia y los datos que pueda manejar y darnos nos
serán de mucha utilidad-
Amelia quiso protestar, pero no le dieron lugar. ¡Hombres!
Mientras iban a vestidores Pacino se acerco a Julián y le
susurro dándole una palmada en el hombro.
-Por lo menos no pasaras frio estas Navidades-
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Uno a uno fueron cruzando la puerta y apareciendo dentro de
un cobertizo abierto, en la parte trasera de la casa mayor de uno de los
repartimientos.
Ni bien cruzar un calor pegajoso y húmedo los envolvió, el
paso del frio Diciembre de Madrid al clima del trópico no sería fácil de
asumir.
En el cobertizo los esperaba un hombre viejo,
presumiblemente próximo a jubilarse.
-¡Salvador!- exclamo al verlo aparecer - ¡usted por acá! ¡Qué
gusto!. Aunque si está usted aquí la cosa debe ser muy grave-
-Aun no lo sabemos Rafael- saludo Salvador al hombre
estrechándole fuertemente la mano- pero tratándose de la época de la unión
dinástica no podemos correr riesgos y el rey me ha ordenado venir en persona-
-¿Don Felipe III?-
-No, no, Felipe VI, no es la misma dinastía, pero parece que
es importante lo mismo-
-Con que el VI… a veces me olvido que el tiempo vuela- y
luego, dirigiéndose a los demás- pasen señores, pasen y beban algo, el clima de
aquí no tiene nada que ver con el de España y sentiréis el golpe, supongo-
En la ciudad real del Guaira, funda apenas unos años antes,
y que todavía no era más que una aldea grande, se vio aparecer de pronto, como
salidos de la nada, una tropa de al menos 20 hombres fuertemente armados. Al
frente iba un oidor, acompañado de 2 frailes con destino declarado de
inspeccionar los saltos del Iguazú.
Si no era cosa de todos los días recibir un oidor, menos lo
era recibir uno como ese con una escolta tan extraña, todos tan prolijos y
limpios, no parecían haber recorrido el camino que decían, Lima estaba a muchas
jornadas…pero la cedula real estaba firmada por el propio Felipe III en
persona, lo que le daba una excepcional importancia a la expedición.
Con presteza el intendente del cabildo puso a disposición de
los recién llegados todo lo que el pueblo tenía. Así, en un par de días se
armaron dos bajeles, con capacidad para 15 hombres cada uno, capaces de navegar
las partes tranquilas del rio, que no eran todas, pero si bastantes como para
justificar el gasto.
Con un apuro desusado se embarcaron apenas 2 días después de
llegados, lo que dio lugar a no pocas habladurías. Que iban en busca del
dorado, decían unos, y otros los desmentían diciendo que esa ciudad era una
quimera. Que era expedición punitiva contra los portugueses, que si bien, en
los papeles ahora eran amigos connacionales, en la práctica no lo eran, pero
otros no lo creían, pues eran muy pocos. En definitiva nadie sabía nada y cada
uno elaboraba la teoría que más le gustaba. Ellos, por supuesto, nada dijeron,
se embarcaron agradeciendo las atenciones y chau.
Mientras se alejaban rio abajo, un poblador, posiblemente
holandés, por el color de su cabello, los observaba con detenimiento hasta que
desaparecieron tras un recodo, entonces llamo a un indio, le dio un papel que
acaba de escribir y le ordeno partir.
El viaje empezó sin contratiempos, pasados los saltos del
guiara el río se tranquilizaba y la navegación no presentaba mayores problemas,
más allá de los cuidados necesarios. En cada nave, a parte de los hombres del
ministerio, habían embarcado un par de baqueanos del lugar, que hacían las
veces de prácticos y lenguaraces.
Al cabo del primer día de navegación habían recorrido más de
80 kilómetros rio abajo, lo que podía parecer poco, pero no lo era. Cuando el
sol toco la copa de los arboles los baqueanos buscaron un lugar donde
desembarcar y armar campamento.
-¿Por qué no seguimos?- Pregunto Pacino
-Porque esta por anochecer- contesto uno de los marinos que
venían con ellos
-Pero, si el sol aun esta alto, deben quedar aun como 2
horas de luz, a lo menos-
-No señor, en estas latitudes tan bajas no hay atardeceres
como los conocemos nosotros, aquí cuando el sol llega al horizonte oscurece así
como así sin más-
Y así fue, media hora más tarde, con apenas el fuego
encendido, el sol llego al horizonte y minutos después el cielo se tachono de
estrellas y la selva estallo en sonidos.
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A varios kilómetros más al sur una mujer preocupada y
perdida y una niña confiada trepaban a un árbol y se acomodaban para pasar la
noche.
La mujer, vestida para otro clima, se quito la ropa de
abrigo y la acomodo para improvisar un lugar de descanso.
La niña, conocedora de la selva, acostumbrada a vivir en
ella y de ella, recogió frutas para la cena y se las acerco a la mujer, que las
probo, primero con cierto recelo y luego con evidente placer.
Luego junto todas las sobras y las enterró.
“¡Conciencia ecológica!” Pensó asombrada la mujer.
“Espero que ningún animal olfatee los restos de comida y se
nos acerque” rogo la niña.
Luego se acomodo contra la mujer, puso su cabeza sobre el
hueco que se forma entre el pecho y el hombro y se durmió.
Irene demoro bastante más en ceder al sueño, el calor
húmedo, los ruidos de la selva, la inquietaban, pero más lo hacia esa
adolescente acurrucada a su lado. Olas de sensaciones la invadían, algunas
conocidas, otras casi olvidadas.
Por fin el “calorcito” le empezó a llenar el alma, por
alguna razón el vacio que tenia, se estaba “como llenando”… acunándola, hasta
que por fin se durmió.
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En el campamento la actividad fue decayendo, luego de
amarrar firmemente los bajeles, para evitar que la fuerte corriente del rio se
los llevase, y haber acondicionado el terreno para pasar la noche, los hombres se acomodaron alrededor del
fuego, suficientemente cerca para recibir su luz, pero lo más alejado posible,
para escapar a su calor. Con la temperatura del aire, más que cálida, era
suficiente
Un cerco de ramas espinosas haría de muralla contra posibles
animales en busca de comida y de medida
de seguridad complementaría al fuego.
A eso de la media noche ya estaba todo el mundo dormido,
menos Pacino, que, habiendo comido de más y no estando acostumbrado al tipo de
frutas ingeridas, estaba sufriendo las consecuencias digestivas lógicas.
Con toda la precaución posible se levanto y se encamino
hacia la selva, saliendo del campamento.
-¿A dónde vas?- le pregunto Julián, que lo había visto
caminar
-¡al baño!- le grito en silencio Pacino
-Si – contesto Julián- pero no te alejes del campamento,
estas selvas son peligrosas- y en verdad sabia de que hablaba, las temporadas
pasadas en Cuba y Filipinas le habían dado esa experiencia de la que los demás
carecían.
-No te preocupes- contesto Pacino, mostrando la culata de su
pistola automática reglamentaria
-¿Qué haces con eso aquí?-
-Nunca salgo sin ella-
y desapareció tras un árbol.
Julián se quedo despierto esperando su regreso.
Pasado un tiempo prudencial comenzó a preocuparse, pues no
regresaba. Ocultándose entre las mantas, saco su reloj de la mochila y lo
consulto. Ya llevaba casi media hora desde que se fuera, mejor iría a ver.
Perderse en la selva era algo muy fácil y temía se hubiera extraviado.
Se levanto, y, al pasar junto a Alonso, le aviso lo que
haría.
-Vamos, acompáñame.-
-Bueno –mascullo más dormido que despierto- si no queda más
remedio-
Luego de caminar unos pasos Alonso piso algo que le hizo
entender que iban por buen camino, al tiempo que se acordaba de la madre de
Pacino, que seguramente era una santa mujer aunque el hijo lo fuera de una
meretriz.
Mientras caminaban iba tratando de limpiarse las botas,
avanzo hacia donde se adivinaban unas matas rotas. Por precaución desenvainaron
las espadas.
Julián miro tras las ramas rotas y no vio nada, pensó
entonces en volver al campamento a pedir ayuda, cuando sintió el sordo rugido
de un yaguareté, aunque que él no conocía el animal, sabia seguro que se
trataba de un felino y eso no era nada bueno. Apuraron el paso hacia el lugar
del cual salía el sonido y, a poco, dieron de lleno con Pacino, apoyado contra
un árbol con la automática apuntando.
-¡que susto me han dado, casi te dejo seco de un tiro!- le
dijo Pacino apuntando a Julián, que había sido el primero en dar la cara.
-¿Qué haces aquí? ¿Jugando con el gato?-
-Si, muy gracioso, le he visto los ojos, son espeluznantes,
esta por allí- dijo haciendo señas con la mano, indicando un lugar en la
espesura.
-Pues, entonces vamos para el otro lado- e hicieron ademan
de volverse, entonces escucharon otro gruñido. ¡Son 2! No podían saberlo, no
conocían los hábitos de caza de los jaguaretés, pero que había 2 animales no
tenían duda.
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A la mañana siguiente, minutos antes de que salga el sol,
alguien dio la alarma, ¡faltaban 3 hombres!
Cuando le informaron a Salvador quienes faltaban, casi le da
un ataque de presión
¡Qué irresponsables! ¿Cómo se ausentaban sin avisar? Ya le
oirían cuando volvieran, de momento no podían perder tiempo, tenía órdenes
precisas que cumplir, un lugar al que llegar y un tiempo para hacerlo. Había
que ponerse en marcha inmediatamente, y así lo hicieron, tan solo dejaron un
par de hombres en el campamento que se les habían unido en Guaira y no formaban
parte de la expedición ministerial, por si regresaban por ahí. Esperarían un
par de días y, si no tenían noticias regresarían a sus casas.
-Señor, aun nos quedan por lo menos dos jornadas de viaje-
dijo uno de los soldados a Salvador indicando claramente que, si querían
cumplir el plan de marcha no podían perder tiempo.
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-Kuñakarai (señora)- llamo la niña – vamos levántese, está
por salir el sol y debemos alcanzar al grupo que capturo a mi sy (madre)-
Irene se desperezo sin recordar que estaba en la rama de un
árbol y casi se cae
La niña la miro asombrada, ¿Cómo podía ser la Kuñakari?. Ñandejára (Dios) tiene caminos extraños,
recordó que solían decir los padrecitos. Ten fe, se dijo a sí misma.
Caminaron toda la mañana hasta que alcanzaron a los
bandeirantes con su carga de esclavos. No tenían apuro e iban lento.
Al verlos Irene se quedo pasmada,
de pronto comprendió que quería la niña que hiciera, pero ¿Cómo iba a hacer
ella algo contra más de 40 hombres armados y vigilantes?
La niña la miraba implorante,
como esperando un milagro….¿un milagro de Navidad? Se pregunto Irene. Entonces
hizo lo único que se le ocurrió, saco su celular y, para sorpresa, vio que
tenía señal, no mucho pero tenía, eso quería decir que fuera donde fuera que
estuviera era territorio español, por lo tanto le podrían mandar ayuda del
ministerio, y los llamo. Pero no pudo hablar mucho, la batería se murió.
-Bueno mi niña- dijo mirándola
con compasión- ahora solo nos queda esperar-
Lo que no tardaron en descubrir
fue que la espera se tornaría de vida o muerte y no dependería de ellas, un
fiero soldado con la dentadura podrida las apuntaba con su mosquete, sin dejar
lugar a dudas de lo que quería.
-Vem cá meu amor- dijo
lascivamente. Para sorpresa y disgusto de Irene, no se dirigía a ella, si no a
la niña… a la mujer que ella veía como tal.
Al ver el terror en los ojos de
la adolescente actuó sin pensar, un fuerte golpe en la entre pierna sirvió para
poner al soldado momentáneamente fuera de combate, y alertar a todos los otros
de que algo estaba sucediendo.
Irupé no perdió tiempo, sin
esperarla, pero confirmando que la seguía, se interno en la selva.
Pero de poco sirvió, el grupo ya
había sido alertado y fue cuestión de minutos el que las dos fueran apresadas.
La niña fue inmediatamente atada
a la línea de indios capturados, a Irene la apartaron, no era guaraní y el jefe
de la expedición quería anoticiarse de que hacia allí.
Al pasar junto a ella el soldado
al que había golpeado la miro fijamente, miro para ambos lados, cuidando de no
ser visto y de pronto, violentamente, le dio un sopapo que le partió el labio,
al tiempo que le gruñía
-bruxa!-
Una suave melodía, como de violín, pareció brotar de todas
las direcciones, poco después vieron aparecer un grupo de guaraníes saliendo de
la espesura de la selva y escucharon a los animales gruñir, como fastidiados,
retirándose.
-Tranquilos, no se muevan- escucharon susurrar a una voz, a
un costado
Los dos se miraron sin comprender.
-
La bendición Padre- pidió luego hincando la
rodilla en tierra frente a Pacino.
Julián, al ver la cara de Pacino, le hizo señas de que
estaba vestido como franciscano, entonces este entendió y, haciéndose cargo,
bendijo al grupo.
Aprovechando el fuego encendido colocaron en sima una vasija
con agua y prepararon una infusión de hojas de yerba mate para desayunar.
-No, nuestro grupo está cerca de aquí- contesto Julián muy
seguro, pero al tratar de encontrar un rumbo debió aceptar que no sabía dónde
estaba.
-¿Vais hacia el sur?-
-Sí, tenemos que ir hasta Iguazú-
-¿los podemos acompañar, somos de por ahí y estamos
regresando de una buena caza?- aclaro indicando las piezas cobradas que
llevaban
Alonso, Pacino y Julián intercambiaron un par de gestos y
asintieron, el destino era el mismo, el grupo se mostraba amistoso y,
definitivamente, cualquier cosa era mejor que caminar perdidos por la selva.
-Sera un honor ir juntos- dijo Pacino y le sorprendió ver la
cara de alegría de los indios ¿en tanta estima tenían a los curas? ¿Cómo podía
ser eso?
Minutos después estaban todos en marcha, por senderos que
solos los indios, conocedores de la selva, podían distinguir.
Marcharon durante un buen par de horas hasta que se
detuvieron a la vera de un arroyo de caudal aumentado por las lluvias.
Allí, con un poco de agua y unas hojas de yerba que sacaron
de unos morrales que llevaban prepararon una infusión con la cual acompañaron
el frugal desayuno.
Los europeos, aunque acostumbrados a las vicisitudes de los
viajes por el tiempo, que los ponían en una u otra época y que, justamente por
eso, tenían su capacidad de asombro adormecida, no podían dejar de estarlo en
esos lugares. Si en la tierra había un lugar parecido al paraíso, sin duda era
ese en ese momento.
La vida bullía por doquier, pájaros y flores abundaban, como
los frutos que Dios ponía a su disposición para el desayuno esa mañana. Los
hombres, nunca exentos de conflictos, podían sentarse simplemente al margen de
un arroyo y tomar un descanso reparador.
Julián, recordando las palabras de Alonso, se vio tentado a
darle la razón, allí no había nada, absolutamente nada, ni siquiera fuego
habían encendido, y, sin embargo…tenían todo lo que necesitaban, agua, alimento
y compañía….¿qué más hacia falta?...
Quizás un tv para ver el clásico, una cerveza fría….y un
buen repelente de insectos. El pensamiento le hizo brotar una sonrisa, de
pronto se dio cuenta de esto y, por un instante, al menos, se sintió feliz
Luego del refrigerio la marcha se impuso nuevamente, y, otra
vez el violín se dejo oír.
-Es el padrecito- comento Yaguatí
Itaete, los indios aunque sonrieron se mostraron más urgidos y
algo preocupados, como si las notas musicales fueran un llamado a zafarrancho. Los
europeos no supieron de qué se trataba, todos apuraron el paso.
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En Lisboa alguien recibía una extraña misiva de manos de un
criado, el mensaje había sido enviado no hacía más de una hora…desde San Pablo,
en Brasil, lo que indicaba a las claras su importancia, pues el que la había
enviado sabía que no debía usar determinados métodos de comunicación a no ser
que fuera una verdadera emergencia, por lo tanto debería serlo.
Despidió al mensajero, leyó y comprobó que efectivamente eso
era. Sin perder tiempo se puso a trabajar, si bien tenía claro que hacer, había
que hacerlo.
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-Bon dia senhora- invito el capitán a cargo- passar por você-
Con desconfianza Irene entro bajo el toldo donde el soldado
tenía su pequeño escritorio y un taburete, no vio otra silla, por lo que le
quedo claro que debía seguir parada.
El hombre la miro de arriba abajo, entonces cayó en cuenta
que estaba casi desnuda, toda su ropa de abrigo se había perdido y solo llevaba
la camisa larga con la que había dormido.
Luego de unos instantes el hombre pareció recuperarse y,
haciendo un gesto amable le indico un arcón en el cual podía sentarse, ella lo
declino
-¿Cuánto tiempo lleváis con los salvajes?- le pregunto en un
esforzado español, toda una deferencia.
-¿Salvajes?- pregunto tontamente e inmediatamente se dio
cuenta
-Unos pocos días señor-
-Entonces demos gracias a Dios que os hemos hallado a
tiempo- se felicito
-Permítame presentarme, Affonso Agostinho, capitán de bandera-
-Irene Larra Girón-
se presento ella, al tiempo que, sin saber porque hacia una pequeña reverencia-
¡Ella, siempre tan orgullosa, haciendo una genuflexión ante
un hombre!!! Si se lo contaban no lo
creía.
El capitán sonrió y, solicito, se levanto de su silla, se
dirigió al arcón, lo abrió, saco de él una manta de algodón y se la ofreció.
-Tal beleza não deve ser exposto aos olhos das pessoas
comuns- le dijo galantemente. El alago la complació y la turbo ¿Qué le pasaba?
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-Irupé, niña, ¿tu también aquí?- pregunto la madre, cuando
pudo, al verla atada al final de la fila
-Si madre, nos sorprendieron cuando los estábamos siguiendo-
-Dios se apiade de nosotros. Sin ayuda nadie podrá
salvarnos-
-La señora que encontré me ha dicho que los ángeles vendrán
a salvarnos- e Irupé conto la historia de lo que había vivido, del extraño
lugar al que había entrado y la señora rubia, hermosa, que la había encontrado
y con la cual había regresado…sin duda la virgen María o alguna otra virgencita
de las que los padres les hablaban…
-¿Y a ella también la han apresado?-
-Sí, luego de pegarle al soldado en…- hizo una seña que
todos entendieron y festejaron –
- Silêncio- ordeno un bandeirante al que llamo la atención
las risas.
Todos callaron…entonces se escucho, lejos, muy lejos, pero
perfectamente audible, una música suave, como de violín.
El soldado quedo sorprendido y extrañado, los ojos de los guaraníes,
inmutables, brillaron con una luz de esperanza.
La noche los recibió bastante antes de lo previsto, la pérdida
de tiempo de la mañana y unos yacarés que se les habían cruzado a la salida de
un arroyo los habían retrasado, por lo que tuvieron que improvisar campamento,
lo que en si no era tan malo, lo malo era que no tenían tiempo, y ahora estaban
lejos del punto en que Irene se había comunicado. Si no llegaban el próximo día,
antes de que se moviera, sería mucho más difícil encontrarla.
A la mañana siguiente se pusieron en marcha antes de la
salida del sol, desafiando el peligro de las aguas aun oscuras.
El fragor de los saltos de Itaipu se dejo oír, por suerte con
suficiente antelación, y, aun a oscuras, pudieron desembarcar para salvar el
obstáculo. Luego de un par de horas volvieron al agua, entonces se hizo un
extraño silencio, no exento de sonidos, solo que todos parecieron opacarse
antes el extraño vibrar de algo así como las cuerdas de un violín que entonaban
una agradable melodía.
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Julián, Alonso y Pacino avanzaban tan rápido como podían,
pero ni lejos lograban alcanzar el paso de los guaraníes, hombres acostumbrados
al terreno, que se movían en con gráciles movimientos, saltando ahora aquí,
ahora allí, de un árbol a una piedra, de
la piedra al sendero, todo con un ritmo endemoniado y una agilidad inimitable.
El ser humano en su estado prístino, como debió ser en el Edén
Al llegar a uno de los tantos arroyos, crecidos en esta
época del año, hicieron un puente con ramas, por el cual cruzaron todos, menos
uno, que se retrasaba sin que lo hubieran advertido.
-¿Qué pasa?- pregunto Yaguati, deja ver.
El hombre se mostraba esquivo. Julián se acerco a indagar de
qué se trataba
-Ñandu- musito el muchacho, indicando el lugar de la pierna
donde le había picado una araña. La zona enrojecida y afiebrada le debería
doler mucho, efectivamente.
Pidiendo permiso, Julián inspecciono la herida, nada que no
se pudiera solucionar…si se tuvieran los medios médicos adecuados. Como pudo
limpia la zona, le hizo una fuerte compresa con unas hierbas que le alcanzaron,
no las conocía, no sabía qué efecto podrían tener, pero, ¿Qué otra cosa podía
hacer allí, sin medios?… muy poco más.
Después de todo el paraíso también tenía sus falencias.
Siendo lo más disimulado posible le tomo una foto a la
lesión, ni bien pudiera ponerse en contacto con el ministerio quizás podría
enviarla, por lo menos para identificar qué tipo de araña la había causado.
-Yvypóra (hombre)- musito alguien desde arriba de un árbol,
al cual había subido para mirar a lo lejos- mboka (arma) – indicando el lugar
donde veía a los soldados. Todo el mundo enmudeció y se oculto.
Con mucho cuidado continuo el avance, hasta la costa del
caudaloso rio, desde la cual se veía claramente la caravana de bandeirantes con
la gente atrapada que llevaban atados unos a otros.
Lo único que los separaba era el Iguazú, y cruzarlo no sería
fácil.
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Los portugueses se habían puesto en marcha, aun no habían
andado mucho cuando un silbido agudo rasgo el silencio de la marcha y un hombre
cayó al suelo, gravemente herido.
-Guaranis!- se escucho el grito de alarma y, automáticamente
la caravana se agrupo en posición de defensa.
El combate no se hizo esperar, desde la espesura salían
flechas y dardos hacia la caravana, de esta balas de mosquete y otras armas de
fuego hacia la selva.
Pero los de la selva, por esta vez, llevaban las de ganar.
Al cabo de algún tiempo los indios salieron de la espesura, y, reduciendo a los
últimos defensores, se dispusieron a pasarlos a cuchillo.
-No- grito un hombre blanco que venía con ellos
¡Pacino! Irene no podía de alegría al verlos aparecer, pues
junto a él también estaba Julián y Alonso
-Es una historia larga de contar-
-Ya habrá tiempo-
-Quem é o responsável?- Pregunto Alonso
-eu espanhol!- contesto un hombre vestido con más clase que
los demás- Affonso Agostinho, nativo de San Pablo - e quem são os senhores?-
pregunto a su vez.
-Alonso de Entrerrios Fresneda, de los tercios de Flandes,
su captor en este momento señor- contesto con cierto enojo- y el padre Jesús Méndez
Pontón- indicando a Pacino.- en compañía de Yaguatí
Itaete y su gente-
-e nós somos os soldados que apenas surpreendem Senhor –
escucharon decir a sus espaldas
-por favor, abaixe suas armas- les ordenaron mientras los
apuntaban con sus mal disimulados…fusiles automáticos.
A pesar de estar vestidos de época, obviamente no lo eran.
Uno de los soldados, mientras les hacían el cacheo descubrió
la pistola automática de Pacino
-interessante, o que temos aqui?- pregunto el que llevaba la
voz cantante del grupo y llamando a Pacino y Julián a un aparte les hablo,
Alonso, algo atrasado observa la escena.
-O que eles estão fazendo aqui?-
-Pues, lo mismo les podríamos preguntar a ustedes-
-Sim, mas nós estamos apontando para você- indicando a los
hombres que cuyas armas seguían teniéndolos en la mira.
El argumento era irrebatible
-Pues, hemos venido en busca de nuestra agente extraviada-
dijo Julián indicando hacia Irene que se hallaba con la manos atadas entre los
capturados.
El portugués medito la respuesta, luego conto la cantidad de
capturados, lo cotejo con una lista que tenia y acepto, haciendo una seña
ordeno a los bandeirantes que la liberaran
Estos se reusaron a hacerlo, pero basto un disparo de
mosquete y una orden que no admitía dudas para que lo hicieran.
Sin embargo Irene no abandono el grupo, se negaba a irse sin
la niña y esta no lo haría sin su madre y parientes.
-Portanto, neste caso, vai continuar a San Pablo- sentencio
dirigiéndose a Julián. -e você deixá-los retornar ao seu ministério ou tem que
levá-los muito-
-Eso no será así- se escucho la voz de Salvador llegando
desde el río.
La conmoción fue general, en la costa acababan de llegar los
dos bajeles y los soldados españoles, tomando posición habían rodeado a los
portugueses, a la cabeza venia el mismo Salvador.
Por unos instantes nadie se movió, tan extraña era la
situación
-Salvador Martí, jefe del ministerio español- se presento
-Senhor ministro, por favor- pidió el portugués, indicando
un aparte.- nosso agente em Guaira tinha-nos dito que era possível para você
aparecer aqui, então eu foi enviado para o meu-
Ambos hombres se alejaron hasta una distancia donde no era
posible escucharlos. Se vio que discutían, con cierto acaloramiento,
mostrándose papeles y argumentando sobre ellos.
Luego de unos momentos la conversación pareció llegar a término.
El español con cara de póker, el portugués bastante enfadado.
Al llegar se dirigió a sus hombres
-libertar os índios, de volta para San Pablo ... e cuidar
dos feridos-
-Não senhor, esses índios são nossos, nós capturamos-
protesto el que estaba a cargo de los bandeirantes - quem vai pagar os custos?
eo ganho da viagem?-
- Senhor, tem uma ordem do rei Filipe III e nestes tempos
ainda é lei.- le indico el ministro portugués
-que devemos corrigi-lo em breve- retruco el otro
-Aun faltan casi 40 años para eso, a demás, estas tierras
que estamos pisando nunca han sido portuguesas señor, estamos al sur del
Iguazú-
A regañadientes los bandeirantes liberaron a los indios y
empezaron el regreso a San Pablo, los hombres del ministerio portugués
acompañándolos.
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Ya solucionado el incidente los españoles decidieron hacer
campamento en donde estaban y preparar el regreso a Guaira al día siguiente.
El paramédico de los soldados, mejor pertrechado que Julián,
inspecciono al muchacho picado por la araña, constato que no era
particularmente venenosa, por lo que se limito a colocarle la antitetánica y a tranquilizarlo asegurándole que sanaría,
por suerte el bicho que lo había picado no era todo lo ponzoñoso que podía
haber sido.
Un par de heridos más, lastimados durante el combate,
también fueron curados.
Durante la noche, a la luz del fuego, la conversación fue
desgranando por diversos tópicos
-…y ese es el principal problema de esta misión- aclaro
Salvador – entre 1578 y 1640 las coronas de España y Portugal estuvieron unidas
dinásticamente, eso puso a toda América bajo el mando de don Felipe III, pero
los portugueses nunca terminaron de aceptar eso. Lo que dio lugar a muchos
roces entre ellos y nosotros en todos los lugares donde el ojo del rey se veía
lejos, como aquí-
-Lo que no entiendo es ¿Qué tiene que ver Felipe VI en todo
esto? ¿Porque le pidió a usted que viniera hasta aquí?-
-Por esto- y extendió el papel que le había mostrado al
ministro portugués- es una carta del ministro del tiempo dinástico, rubricada
por el mismo Felipe III, que permaneció en el Escorial, en custodia, para
cuando fuera necesario, y este fue ese momento, por su puesto siempre negare su
existencia y si alguno de ustedes llegase a revelar su existencia será
automáticamente expulsado del ministerio ¿entendido?-
El asentimiento fue general
-En fin, señores, será mejor irnos a dormir, la jornada de
regreso a la puerta que nos permitirá regresar a Madrid, en la ciudad de la
Guaira, ser larga-
-¿no hay otra más cercana?-
-No, la siguiente esta en Asunción del Paraguay…-
Todos se estaban preparando para el descanso cuando se
acerco Irupé para pedirles que se acercaran a donde ellos tenían su fuego.
Extrañados, todos la acompañaron, junto al fuego había una
gran fiesta
-Hory mitã Tupã arete (Feliz
Navidad)- les saludaron convidándoles sus escasas viandas.
En medio de la pobreza habían recuperado la mayor de las
riquezas, la libertad y lo festejaban cantando, bailando y dando gracias a Dios
por tan precioso bien.
Los españoles que habían ayudado a salvarlos se unieron al
festejo, aunque sabían que eso haría que la jornada siguiente fuera más dura.
Fue entonces que el instrumento como violín volvió a sonar,
y él apareció, caminando desde la selva, con el rabel en la mano, enjuto, más
bien moreno y de baja estatura, con un rostro poco agraciado pero con una voz
que encantaba al oírla.
-¡Padrecito!- lo aclamaron los guaraníes al verlo
– ¡viene a compartir la navidad con nosotros! – se
alegraron.
El se dirigió hacia ellos, al pasar junto a los españoles se
alegro, saludo particularmente a Salvador, como si lo conociera de siempre y
luego siguió hacia donde los indios habían improvisado un altar.
-¿le conoce?-
-Ni idea- contesto Salvador
Todos se unieron a la celebración de la santa misa. Al
finalizar la misma el padre tomo nuevamente el rabel y lo hizo vibrar de manera
nunca antes oída.
Todos cantaron y rezaron. Por una noche la paz volvía a
reinar en el mundo.
A la mañana siguiente, al salir el sol, los españoles se
levantaron temprano, dispuestos a comenzar la jornada lo antes posible,
mientras los guaraníes, que también tenían mucho camino por delante hacían lo
propio.
Antes de irse Irupé se acerco a Irene y le hizo señas como
de querer contarle un secreto. Irene acerco su oído a la niña y esta le conto
algo, mirando hacia un muchacho en particular.
En principio Irene no supo que decir, jamás había pasado por
una situación así, no sabía lo que era tener una hija adolescente…
Irupé se quedo mirándola. Al final, sin saber cómo Irene le
puso la mano en la cabeza y la bendijo
-Ve hija, que seas feliz- y, sin saber porque, noto que una
parte del corazón se le iba con la niña, al tiempo que una lágrima le caía
desde los ojos, entonces Irupé hiso eso tan raro, se puso en puntas de pie y le
dio un beso en la mejilla, sonrió con picardía y se marcho.
Irene se llevo la mano a la cara, al lugar donde la habían
besado, no recordaba un beso mejor.
-Vamos señores, es hora de partir- dijo uno de los militares
-Aguardad- se escucho la suave voz del padrecito- ¿A dónde
vais?-
-A ciudad Real del Guaira- fue la respuesta lógica
-No tenéis que viajar tanto para volver a vuestra época-
Todos se quedaron quietos
-Tenéis esa puerta abierta- insistió el padre
Efectivamente, ahí estaba la puerta, con la tranca de este
lado, abierta de par en par.
Se miraron entre ellos, y todos miraron al cura ¿Qué era
aquello?
-En el ministerio sabéis muchas cosas- explico el padre
sonriente- pero también ignoráis muchas cosas-
-¿Qué hacemos?- preguntaron a Salvador
-Pues, vamos- acepto este, luego de mirar a los ojos al
padre y hallar en ellos la profunda paz de la santidad.
Uno a uno todos pasaron por la puerta, menos uno.
Junto a un árbol, con un palo en la mano, haciendo dibujos
en el agua del rio, estaba Julián.
Irene, la ultima en pasar, se dio vuelta a mirarle antes de
irse y callo, entendía al hombre y su necesidad de quedar un tiempo más, Dios
le de la paz que necesita, rogo, y cruzo.
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-¿Qué tenéis hombre?-
Levanto la vista y lo miro, sorprendido, no lo había
escuchado llegar. Miro directo a sus ojos, esos ojos pequeños, pero profundos
que se mesclaron con los de él.
-Duele mucho- dijo el fraile
-No sabe cuánto- y dejo de hablar para no llorar
El padre se acerco y le tomo el brazo, entonces él apoyo su
cabeza en el hombro y se desahogo, sin saber porque, sin poder evitarlo lloro,
como lloran los hombres, cuando lloran, en silencio, profundamente, desde lo
más hondo del corazón.
Luego, cuando se calmo, se aparto, con pudor y dio vuelta la
cara para limpiarse sin ver que le veían
-Gracias- atino a decir.- supongo que ahora deberé
escucharle decir que no debo llorar, que lo mío es nada comparado con tantas
otras cosas…-
-Sí, es cierto, pero lo que os pasa no es nada, es más, es
todo-
-¿Cómo?-
-Que es todo, no debe haber en el mundo pena más grande que
la que tú tienes-
-¿se está burlando?-
-¿Os parece eso?- le dijo muy serio y continuo- el corazón
del hombre es un mundo, único e irrepetible, y cada uno tiene sus cosas, penas,
alegrías, sin sabores, bondad, crueldad…todo anida en él. Y para cada uno de
nosotros es lo que conocemos-
-Mira- siguió hablando, mientras se sentaban nuevamente al
lado del Iguazú- ves toda esa agua ¿os parece mucha?-
-Por supuesto- contesto Julián, atento para ver para que
lado salía la cosa
-Mete tu mano en ella-
Julián obedeció y la retiro, mojada
-Ahora tenéis parte de esa agua-continuo el padre- para ti,
en este momento ese poco de agua es especial es la que os moja, os da su
frescor, calmaría vuestra sed, si la bebierais…y sin embargo ahí tenéis mucha
agua, mucha más de la que nunca podrían contener vuestras manos, así es con la
vida, hay mucha, y de muchos tipos, puedes verlas, comprenderlas, pero nunca
será la vuestra, vos tenéis una sola, la que os toco, como esa agua que toco vuestra
mano….y así con todos y cada uno de los seres humanos de la creación. Por más
que os ufanéis no podéis cambiar eso, tú tu vida, los demás las suyas-
-Es que no logro entender ¿Qué tendría que haber hecho yo
para que Maite no muriera?, ¿Que he hecho mal para que me pasara esta
desgracia?-
El silencio se hizo presente de nuevo
Luego de varios minutos el padre volvió a hablar
-Mirad- dijo señalando hacia el rio. En él, en uno de los
tantos camalotes que bajaban con la corriente, había un gamo- ¿Veis eso?, ¿Qué
os parece? ¿Ese gamo habrá nacido en esa planta?-
-Lo dudo, lo más seguro es que se haya caído en ella-
aventuro Julián
-Pues bien, con o sin su voluntad ese pobre animal se halla
navegando rio abajo sin saber muy bien qué hacer, fijaos como trata de saltar a
la orilla, ved como, con sus escasas fuerzas y habilidades trata de alterar el
curso de su vida.-
Efectivamente el animal trataba, por todos los medios de
salir del camalote y llegar a la orilla, en algún lugar del trayecto, con un
par de saltos muy audaces, logro alcanzar la costa. Una vez en ella se sacudió
fuertemente, para secar el pelambre, se lo veía feliz de haber logrado escapar
a semejante peligro, cuando, de improviso un jaguar salto sobre él desde la
espesura.
Los dos hombres asistieron, asombrados y en cierta forma
compungidos, a la desgracia del pobre animal.
-Si hubiese logrado saltar unos metros antes o hubiese
esperado a recorrer unos metros más, quizás hubiera sobrevivido- Comento Julián
-Posiblemente sí, pero el animal no tenia manera de saberlo,
desde su posición hizo lo único que podía hacer, le salió mal, nada más-
comento el padre - Así es con nosotros, llegamos a un mundo que no conocemos,
sin saber por qué, y nos vemos obligados a vivir en el ignorando completamente
que pasa más allá de nuestro entorno. Las cosas que hacemos las hacemos en
función a lo que conocemos, pero tenemos que aceptar que son más las cosas que
no sabemos que las que conocemos- concluyo y, mirándolo a los ojos sentencio –
ese es el secreto, muchas veces no podemos entender lo que sucede, simplemente
porque no sabemos lo que pasa, y debemos vivir con eso-
Se levantaron como dispuestos a seguir cada uno su viaje.
Entonces Julián se detuvo y pregunto
-¿Qué hago?-
-Agradece a Dios el que te haya permitido compartir parte del
camino con ella –
-¿pero me la quito?-
-¿Era tuya? ¿Es tuya toda esa agua?. Vamos, levántate, deja
que el rio siga su curso-
-¿Sanara alguna vez?-
-No. No creo, la herida está ahí- y con el dedo le indico el
corazón- deberéis convivir con ello el tiempo que el señor quiera teneros entre
los vivos, vamos animaos, amigarse con las penas ayuda a quitarles parte de su
amargura-
Luego, dirigiéndose hacia la puerta le animo
-Id, vuestra vida sigue-
-¿En el ministerio?-
-Si creéis que podéis sobrellevar la tentación de volver a
vuestra pena si, si no, daos un tiempo-
-¿Cuánto?-
-El que Dios diga, el que consideréis necesario. Os
confesare algo, a la vida le importa muy poco de nosotros, sigue adelante
aunque no estemos, es el Iguazú, puedes retirar agua de él, pero él seguirá su
camino-
Julián más tranquilo se encamino a la puerta, antes de
traspasarla pregunto
-¿A dónde me llevara?-
El padre le miro y le explico.
-Mirad, esta puerta no es como la de vuestro ministerio, es,
¿Cómo decirlo?, “una puerta maestra”, no la maneja un viejo manuscrito, si no
el corazón, y está unida por los hilos de la vida, por eso se abre solo de
adentro…y antes que cuestiones nada, el ministerio “no es adentro”-
Julián reflexiono y diciendo para sí mismo– donde el corazón
me lleve- arrojo el celular del ministerio a las aguas del rio y cruzo la
puerta hacia su destino
----------------------
Amelia no podía dar crédito a todo lo que le contaban los
compañeros, y le enojaba mucho que no le hubieran permitido ir, sobre todo
porque no la habían consultado una sola vez
-Así que la puerta la abrió un padre bajito, de aspecto
debilucho, más bien morocho, de hermosa voz y buen músico-
-Sí, no sabes lo hermoso que cantaba- le dijo Irene
-Por la descripción parece ser San Francisco Solano-
-Ese, el mismo de la imagen de la custodia- confirmo Irene,
recordando la imagen del santo en el lugar que lleva su nombre
-Sí, pero no puede ser, en el tiempo que ustedes estuvieron
allí él ya estaba de regreso en Lima, próximo a morir-
-Señor, la puerta- llamo Pacino
-¿Qué pasa ahora con la bendita puerta? ¿en qué lio nos
volverá a meter?- Salvador se agarro la cabeza.
-En nada, que no está más-
-¿Y Julián?- pregunto preocupada Amelia
-Julián, creo que ha encontrado una salida a su pena- fue
todo lo que comento Irene.-Si Dios quiere le volveremos a ver, pero ten por
seguro que estará bien- No sabía por qué decía eso, pero tenía la seguridad de
que así era.
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El resero, dándole una última pitada al chala
-¿Qué le paso amigo?, ¿no era que no iba a escribir de
nuevo?-
-Pues sí, es un que tengo un carácter muy fuerte- contesto
el escritor y el resero se quedo mirándolo
-¿un carácter muy fuerte?- pregunto intrigado, pues, a decir
verdad no se había mostrado muy firme en su decisión
-Sí, un carácter muy fuerte, no lo puedo dominar….- aclaro
el escribiente- basta sentarse a la máquina para que los dedos comiencen a
moverse solos…-
-¿y los lectores que culpa tienen?- pregunto inocentemente
mientras apagaba el pucho.
-En fin, y ¿Dónde va a pasar la Navidad?- pregunto el
escribiente, intentando cambiar de tema
-Con el calor que hace…supongo que dentro de alguna aguada-
rió el resero
-jejeje, si, es una buena idea-
-Usted que sabe tanto- dijo de pronto el gaucho- ¿Por qué
festejamos la Navidad en Diciembre, con estos calores del infierno?-
-Porque Dios ama a los pobres y nos permite disfrutar de
hermosas noches de verano para saludarle-
-Si es por eso, no me enojaría si me amara un poco menos-
casi blasfemo, mientras se secaba el sudor con un pañuelo.
-vamos amigo, no es para tanto, aquí debajo de este
aguaribay se está fresquito- dijo el escribiente mientras se reclinaba contra
el tronco del añoso árbol.
El resero hizo lo mismo, luego cerró los ojos y pareció
quedarse dormido. Sin embargo se notaba que algo andaba rodándole la cabeza
-Aun no me ha dicho para que escribió esto-
-Ah, sí, es verdad- dijo es escribiente, golpeándose la
frente- solo para desearle FELIZ NAVIDAD a los lectores-
-¿y usted cree que alguien le
extrañaría si no lo hiciera?,- pregunto y luego se quejo- andimas me sigue
debiendo la historia de la fundación...- bajo el ala del sombrero y
trato de echar una siesta.
Se veía que el calor no había dejado dormir bien al resero. Su humor no era de los mejores.
FIN
Omar R. La Rosa;
Córdoba, Argentina. Finalizado 13 de Diciembre 2016
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