viernes, 11 de mayo de 2018

El Gato (o porque no viene más el ratón Pérez)


El gato
(O, Porque no viene más el ratón Pérez)
Parece tonto que algo así le pueda pasar a alguien, especialmente a un hombre grande que cree ser inteligente y para nada supersticioso, pero la realidad es que él pensaba cada vez más seriamente que el gato de la casa se burlaba de él, no solo se burlaba, lo que en definitiva no tiene nada que extrañar en un gato, si no pregúntele a los perros o vean como los tratan cuando están fuera su alcance, si no que le tenia inquina. 
¿Cómo un animal podría obrar así? El odio y la maldad, siempre había entendido, eran “cualidades” humanas, lo que era lógico pues, que se sepa, solo el hombre es capaz de elaborar un sentimiento de odio al grado tal de convertirlo en anhelo de venganza; los animales no, ellos solo reaccionan más o menos mal, con más o menos violencia ante sus emociones, pero no elaboran planes de venganza.
Sin embargo él estaba convencido de que ese gato tramaba algo en su contra. Por su puesto era consiente del disparate de esta idea y por lo tanto no se la comento a nadie. Aunque estaba seguro que algo raro había en ese animal.
Ocioso seria entrar a averiguar las acusas de su sospecha, pues no había nada en concreto que él pudiera aducir, solo indicios, quien sabe, quizás el hecho de que el gato no dejara que él lo acariciara cuando todos los demás miembros de la familia si podían hacerlo, o algún hecho desagradable, como aquella vez en que, aprovechando que el gato estaba dormido, se sentó a su lado y le toco la cabeza. Fue algo muy extraño, porque al posar su mano en el animal, este se despertó con una actitud muy gatuna, abrió primero un ojo, después el otro, lo miro fijamente y esbozo algo así como una sonrisa maligna. Si se sabe que los animales no ríen, ni siquiera la famosa hiena, cuyo aullido muchas veces se ha confundido con la risa, pero el mal hadado del gato ese se estaba riendo, es más, se estaba riendo de él. La confirmación de esto de esto le llego en forma silenciosa unos instantes después, cuando su nariz fue brutalmente atacada por un nauseabundo y fétido olor que solo podía tener un origen, ¡en el extremo del gato opuesto al de la sonrisa!.
No lo dudo un instante, un fuerte puntapié en la zona expulsora del hediondo gas puso al gato fuera de la casa. Mientras el animal volaba por los aires así impelido lanzo un agudo maullido que a él le sonó como una amenaza de venganza.
Esa noche durmió muy mal, no hay manera de saber si fue por este hecho, por el documental sobre felinos que pasaron en la televisión, después de la cena, donde el primer puesto dentro de los depredadores más sanguinarios lo tenían justamente los gatos domésticos, por su costumbre de cazar sin necesitarlo, por puro placer de matar, o el hecho de que para cenar hubiera costeletas de cerdo que, presumiblemente le cayeron pesadas. Esa noche tuvo varias pesadillas y no pudo dormir tranquilo.
Por esta razón su mente estaba alerta cuando debería haber estado en reposo, quizás debido al resabio ancestral que nos mantiene en duermevela ante la inminencia de algún peligro, por lo que su sueño era liviano y cualquier ruido le hacia abrir los ojos.
Este estado le permitió, a una hora imprecisa de la madrugada, escuchar ruidos extraños en la pieza de los chicos y algo así como un llanto ahogado. Sobresaltado abrió los ojos.
Con la percepción esquiva  de la duermevela que sucede al despertar pudo ver al gato en el pasillo.
Una repentina espina de terror se le calvo en la espalda al cruzársele por la mente la imagen del animal cazando, que había visto en la televisión esa noche, terminando de despertarlo.
De un salto se puso en pie y salió corriendo para el cuarto de los chicos, al llegar ahí vio que la cama del más chico estaba  vacía. Prendiendo la luz y mirando mejor, no solo noto que el chico no estaba  sino que en el piso había gotas de sangre. Casi muere del susto, con el corazón en la boca y sin poder articular palabra ni pedir auxilio siguió el rastro de sangre hasta el baño, abrió la puerta de un golpe y lo vio.
-          Se me salió un diente pa – dijo el niño mientras lo miraba.
El alma le volvió al cuerpo, calmo a su hijo y lo volvió a acostar. Luego, ya mas tranquilo, se volvió a su cuarto. Al pasar junto al sillón vio que el gato estaba durmiendo ahí, hecho un ovillo. Se quedo mirándolo un rato, pensando en lo ridículo de  todo lo que había pasado.
Definitivamente, era todo una estupidez, de hecho, al menos para él, no había imagen de paz más grande que la de un gato durmiendo plácidamente como lo estaba viendo ahora.
Se termino de calmar y se dispuso a volver a dormir, mientras se iba, por el espejo, con el rabillo del ojo, volvió a ver el sillón con el gato.
No había duda, el gato lo miraba fijamente y…. se reía de él.