El gato
(O, Porque no viene más el ratón
Pérez)
Parece tonto
que algo así le pueda pasar a alguien, especialmente a un hombre grande que
cree ser inteligente y para nada supersticioso, pero la realidad es que él
pensaba cada vez más seriamente que el gato de la casa se burlaba de él, no
solo se burlaba, lo que en definitiva no tiene nada que extrañar en un gato, si
no pregúntele a los perros o vean como los tratan cuando están fuera su
alcance, si no que le tenia inquina.
¿Cómo un animal podría obrar así? El odio
y la maldad, siempre había entendido, eran “cualidades” humanas, lo que era
lógico pues, que se sepa, solo el hombre es capaz de elaborar un sentimiento de
odio al grado tal de convertirlo en anhelo de venganza; los animales no, ellos
solo reaccionan más o menos mal, con más o menos violencia ante sus emociones,
pero no elaboran planes de venganza.
Sin embargo
él estaba convencido de que ese gato tramaba algo en su contra. Por su puesto
era consiente del disparate de esta idea y por lo tanto no se la comento a
nadie. Aunque estaba seguro que algo raro había en ese animal.
Ocioso seria
entrar a averiguar las acusas de su sospecha, pues no había nada en concreto
que él pudiera aducir, solo indicios, quien sabe, quizás el hecho de que el
gato no dejara que él lo acariciara cuando todos los demás miembros de la
familia si podían hacerlo, o algún hecho desagradable, como aquella vez en que,
aprovechando que el gato estaba dormido, se sentó a su lado y le toco la
cabeza. Fue algo muy extraño, porque al posar su mano en el animal, este se
despertó con una actitud muy gatuna, abrió primero un ojo, después el otro, lo
miro fijamente y esbozo algo así como una sonrisa maligna. Si se sabe que los
animales no ríen, ni siquiera la famosa hiena, cuyo aullido muchas veces se ha
confundido con la risa, pero el mal hadado del gato ese se estaba riendo, es
más, se estaba riendo de él. La confirmación de esto de esto le llego en forma silenciosa
unos instantes después, cuando su nariz fue brutalmente atacada por un nauseabundo
y fétido olor que solo podía tener un origen, ¡en el extremo del gato opuesto
al de la sonrisa!.
No lo dudo
un instante, un fuerte puntapié en la zona expulsora del hediondo gas puso al
gato fuera de la casa. Mientras el animal volaba por los aires así impelido
lanzo un agudo maullido que a él le sonó como una amenaza de venganza.
Esa noche
durmió muy mal, no hay manera de saber si fue por este hecho, por el documental
sobre felinos que pasaron en la televisión, después de la cena, donde el primer
puesto dentro de los depredadores más sanguinarios lo tenían justamente los
gatos domésticos, por su costumbre de cazar sin necesitarlo, por puro placer de
matar, o el hecho de que para cenar hubiera costeletas de cerdo que,
presumiblemente le cayeron pesadas. Esa noche tuvo varias pesadillas y no pudo
dormir tranquilo.
Por esta
razón su mente estaba alerta cuando debería haber estado en reposo, quizás
debido al resabio ancestral que nos mantiene en duermevela ante la inminencia
de algún peligro, por lo que su sueño era liviano y cualquier ruido le hacia
abrir los ojos.
Este estado
le permitió, a una hora imprecisa de la madrugada, escuchar ruidos extraños en
la pieza de los chicos y algo así como un llanto ahogado. Sobresaltado abrió
los ojos.
Con la
percepción esquiva de la duermevela que
sucede al despertar pudo ver al gato en el pasillo.
Una
repentina espina de terror se le calvo en la espalda al cruzársele por la mente
la imagen del animal cazando, que había visto en la televisión esa noche, terminando
de despertarlo.
De un salto
se puso en pie y salió corriendo para el cuarto de los chicos, al llegar ahí
vio que la cama del más chico estaba
vacía. Prendiendo la luz y mirando mejor, no solo noto que el chico no
estaba sino que en el piso había gotas
de sangre. Casi muere del susto, con el corazón en la boca y sin poder
articular palabra ni pedir auxilio siguió el rastro de sangre hasta el baño,
abrió la puerta de un golpe y lo vio.
-
Se
me salió un diente pa – dijo el niño mientras lo miraba.
El alma le
volvió al cuerpo, calmo a su hijo y lo volvió a acostar. Luego, ya mas
tranquilo, se volvió a su cuarto. Al pasar junto al sillón vio que el gato
estaba durmiendo ahí, hecho un ovillo. Se quedo mirándolo un rato, pensando en
lo ridículo de todo lo que había pasado.
Definitivamente,
era todo una estupidez, de hecho, al menos para él, no había imagen de paz más
grande que la de un gato durmiendo plácidamente como lo estaba viendo ahora.
Se termino
de calmar y se dispuso a volver a dormir, mientras se iba, por el espejo, con
el rabillo del ojo, volvió a ver el sillón con el gato.
No había
duda, el gato lo miraba fijamente y…. se reía de él.