Salvador
Las luces de emergencia titilaban
aleatoriamente arrojando una mortecina claridad sobre los vacíos pasillos del
ministerio. No se veía a nadie por
ningún lugar, el otrora fragoroso corredor que solía lucir atiborrado de
variopintos personajes, de las épocas más dispares, en sus viajes a distintos
momentos de la historia, se encontraba ahora en una lapidaria paz.
Solo en la oficina de Salvador se
veía a alguien, sentado al escritorio pobremente iluminado por una lámpara.
-
¿Se va a quedar? – Pregunto Angustias, con un hilo de voz que
hacía honor a su nombre
-
¿Eh?. Si, si, vaya no más, estaré bien – le
contesto Salvador, sin casi levantar la vista del imaginario informe que estaba
hojeando.
-
Pero Jefe …en Navidad…- empezó a protestar, pero
no pudo seguir, el llanto le ahogo las palabras en la garganta
-
Vamos Angustia, no me lo haga más difícil –
¿Qué más podía hacer?¿qué decir?,
entre lagrimas y sollozos se dio la vuelta y se fue
-
Angustias –
-
¡Si! – se volvió esperanzada
-
Por favor, apague la luz cuando salga –
-
Ah…bueno, aunque no se para que –
-
Adiós mujer –
-
Adiós jefe. Que Dios me lo guarde –
---------
Salvador se acomodo mejor en su
butaca, reclinando algo la cabeza…la noche podía llegar a ser muy larga y ahora
que no había nadie podía aflojar un poco la imagen, pensó para si.
Por la ventana que daba al patio
se vio caer un pequeño copo
-
Nieve en Madrid, lo único que faltaba –
Instintivamente tomo la manta que
tenia en el taburete y se la coloco, arropándose con ella. Entrecerró los ojos para
no ver, pero no pudo evitar recapitular los hechos. Una arruga extra se le
formo en la frente y la boca tomo esa clásica forma de “n” que le caracterizaba
cuando estaba preocupado.
-
¿Qué haces abuelo? –
-
¿Qué? ¿Quién anda ahí? –
Ahí, del otro lado del
escritorio, apenas asomando los rubios cabellos sobre la línea de la tabla,
estaba el niño que lo hablaba
-
¿Quién eres? Yo no soy tu abuelo –
-
Según mi mamá todos los hombres con la cabeza
blanca son abuelos – aclaro el niño vestido con túnica y calzado con sandalias
griegas, para luego preguntar
-
¿Esta bien que te llame abuelo o prefieres que
te diga “abueles”?-
-
Abuelo
esta bien, por su puesto, pero ¿De donde sacas esas cosas? –
-
Antes de llegar aquí he estado dando vueltas por
la ciudad. –
A desgano Salvador se levanto de
su sillón y dio la vuelta al escritorio para estar frente al niño.
Apareció ante él, en toda su
imponente estatura, un hermoso “gurrumin” de pelo negro como la noche y tez
blanca como la nieve que comenzaba a cubrir el patio, del otro lado del
ventanal, vestido a la usanza de los hombres de la cornisa atlántica de los
pirineos.
Habría jurado que era rubio, se
dijo a si mismo Salvador, restregándose los ojos.
-
¿Cómo te llamas? – pregunto entonces con tono
paternal
-
Niño señor, mis padres me llaman Niño –
-
¿Y donde están ellos ahora? –
-
No se, supongo que buscándome – fue la lacónica
respuesta.
-
Pues ve a por ellos antes de que se preocupen
por ti –
-
Siempre están preocupados por mi –
-
Bueno, vamos a buscarlos – dijo tomando la
manita que él niño le tendía.
Juntos salieron de la oficina y
caminaron por el pasillo hacia la puerta de salida.
De pronto el niño se detuvo
-
Yo no vine por ahí, es por el otro lado – dijo indicando
hacia el túnel de las puertas
Entonces Salvador se dio vuelta y
lo volvió a mirar. Ahora no tenía dudas, él no había salido de su oficina con
ese pequeño de rasgos orientales y piel amarillenta vestido como un mongol
llegado con las hordas del gran can.
-
¿Qué es esto?¿que pasa aquí?- se preguntó sin
tiempo a darse una respuesta pues el niño de renegridos rulos y piel azabache,
cubierto con un simple taparrabos de piel de leopardo, se había soltado de su
mano y corría hacia las puertas del tiempo
-
¡Espera!¡ven aquí!¡no corras! –
El chico se detuvo, confundido,
ante una puerta que no se habría
Cuando llego Salvador y vio la extrañeza
del jovencito se sintió en la necesidad de explicarse.
-
Es lo que nos esta pasando. Nos estamos muriendo
–
-
¿De que abuelo? – le preguntó preocupada la niña
de rojos cabellos y largo vestido de rustica lana, mientras le tomaba la mano
-
De olvido mi niña –
-
¿De olvido? –
-
Si, es la peor de las muertes, de apoco te vas
desdibujando, al principio no lo notas, porque todavía tienes muchos que te
conocieron como eras antes y entre todos te devuelven una imagen que se parece
mucho a lo que supiste ser, pero, con el tiempo, la gente también se va y cada
vez te es más difícil reconocerte –
-
¿Tan mal esta la cosa señor? – pregunto el jovencito
de pantalones cortos, zapatos lustrados y chaqueta de pana con escudo de algún colegio
particular, la cara llena de pecas.
Salvador lo miro incrédulo, pero
¿Qué más daba?
-
Así es joven sin presupuesto no podemos hacer
nuestro trabajo y por eso la historia esta empezando a ser cambiada, sin que
podamos evitarlo. En poco tiempo más ya nadie sabrá como pasaron las cosas en
verdad y habremos desaparecido para siempre -
-
Vamos no debe ser para tanto - le dijo maternalmente la jovencita de largas trenzas
color de los castaños en otoño que estaba frente a él, mientras le acariciaba
la cabeza. Salvador se sintió en ese entonces más viejo de lo que era.
-
¿Qué no? Mira – dijo extendiendo un libro de
texto que misteriosamente había aparecido en sus manos.
-
Lee aquí. Si ahora resulta que les enseñan a los
niños que somos invasores de nuestro propio país – se quejo amargamente
-
Acá, esta es, ¡la encontré! – grito de pronto la
niña de piel enrojecida por el sol, ojos oscuros levemente rasgados, mocasines
de piel de gamo en los pies y pelo tinto como el café cargado, adornado con
hermosas plumas, mientras la abría y cruzaba.
El salió corriendo tras ella, en
un intento por detenerla. Cuando cruzo la puerta un fuerte brazo lo sostuvo para
que no cayera. Ya bien agradeció al muchacho que le había ayudado y miro.
Ante sus ojo se abría un paisaje desértico,
con pocas casas bajas y algún que otro corral. En uno de ellos había luz y, de
la mano de la muchachita de cabello corto y cota de maya, como si fuera un
caballero medieval, que lo guiaba, fueron hasta allí.
Cuando sus ojos pudieron ver
mejor el corazón le dio un vuelco, allí, en la loma estaban Pacino y Alonso,
sus figuras eran inconfundibles, aun bajo esas ropas de “reyes magos” con que
se vestían (1). Desesperadamente quiso correr hacia ellos pero no pudo,
un pequeño pastor le insto a seguirlo y él obedeció, sin saber porque.
Camino tras él hacia lo que parecía
un establo, entorno al cual se estaba juntando una pequeña multitud.
Esto ya estaba durando mucho, pensó
mientras se detenía a tomar aire. El ministerio se caía a pedazos y él no
estaba para paseos infantiles.
Recuperado quiso volver sobre sus
pasos y alcanzar a Pacino y Alonso antes que se fueran, ellos deberían conocer
el camino de regreso para volver al trabajo, pero no pudo, sus manos fueron
tomadas por sendas niñas, una de cabello largo y rubio como el trigo antes de
la cosecha, la otra de cuerpo torneado y delicado, como finas hebras de ébano,
ambas con sonrisas infantiles que le robaron el corazón.
Resignado se dejo llevar, con
esfuerzo cruzo entre la gente y llego al establo, allí la escena le pareció familiar,
en algún lugar había visto algo parecido, pero hacia mucho ya de ello…las
preocupaciones nublan la memoria.
-
¿Qué ves? – la voz a su espalda sonó firme pero
delicada, como la de alguien acostumbrado al mando hablando en un lugar sagrado
-
Pues…gente un recién nacido pataleando entre la
paja del establo mientras los padres le miran…- describió la escena tal cual la
veía, sin voltear a ver a su interlocutor
-
¿Nada
más? –
-
O, si, si, mucho más, hay aquí mucha gente sin
hacer nada, tanto mejor seria que estuvieran trabajando – gruño
-
Hay amigo, que mal que estas – le dijo el otro
hombre, apoyándole la mano en el hombro
-
Vamos, cierra los ojos e inténtalo de nuevo –
No había ninguna razón para hacer
eso, pero lo hizo, y entonces vio. De a poco las facciones se le fueron
aflojando, la mueca en forma de “n” de su boca mudo en otra más agradable con
forma de “U” y la paz se hizo presente en todos sus poros.
El hombre detrás de él sonrió
también, y hablando dijo
-
A mí me paso igual. Yo vivía como tú, agobiado
por las responsabilidades, pensando que todo dependía de mí, hasta que tome la
decisión de venir aquí, hasta que vi lo que tú ves ahora… En fin, por eso te
hice venir, todos los ministros deberían hacer este viaje…todos los hombres
deberían hacerlo – comento en una voz que casi era un susurro
-
Volvamos – y los dos salieron
-
¿Usted me hizo venir?¿Y todos esos niños que
trajeron hasta aquí? ¿Cómo lo hizo?–
-
¿Eso? No es nada, solo cosas de viejo – descartó
la pregunta sonriendo, haciendo una vaga seña sobre la cabeza, mientras que
giraba sobre sus talones y se encaminaba a la loma donde estaban los otros.
-
Pero me salió bien la alegoría ¿no crees?- y la
cara del emperador se ilumino como la de un abuelo descubierto mientras hacia
una travesura con sus nietos.
-
La esperanza de toda la humanidad en la figura
de todos sus niños – no pudo evitar filosofar.
-
Bueno, yo me voy con ellos, ha sido un gusto
conocerle Salvador – y se dirigió hacia donde Pacino y Alonso, devenidos en
reyes magos, esperaban pacientemente.
-
Tengo un ministerio que poner en marcha, para
que el rabino ese se los cuente a ustedes después y puedan seguir en el negocio
– dijo con una sonrisa cómplice.
-
A, una cosa más Salvador, vete a descansar. Lo
que tenga que pasar pasara, estés tu o no –
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Entraron en silencio, casi en
punta de pies, Angustias la primera, pero no pasaron de la puerta del despacho
-
Mira como duerme, que paz – dijo Irene y los
otros asintieron
-
Vamos, dejémoslo disfrutar su sueño – dijo
Amelia corriendo a todos hacia afuera
-
Me gustaría compartir ese sueño –
-
Quién sabe, en una de esas mañana nos lo cuente
–
-
Vamos –
-
Si vamos –
Salieron, pero dejando la luz
prendida, por las dudas.
-
FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS MINISTERICOS –
tengamos fe.
Notas (1) Tiempo de Realeza – año 7 aC – reyes por un tiempo