Si digo que de chico le decían 4 ojos es tan seguro que se dan una idea del aspecto de Matías como de que no soy nada original.
Si así es, el pobre Matías tenia miopía congénita que le obligaba a usar unos gruesos cristales, lo que lo privaba de uno sus mejores sueños, ser el goleador de la clase y merecedor de los suspiros de todas las compañeras del curso.
Pero ¿Cómo ser el goleador si ni siquiera le dejaban tocar la pelota?
Claro, él comprendía que con esos anteojos no podía entrar al campo…pero sin ellos carecía de sentido que entrara.
Cualquier otro chico se desesperaría ante tal situación, pero Matías no era cualquier otro chico, por lo menos eso lo tenía muy claro, su mamá no dejaba de recordárselo.
El había aprendido de su padre que lo que en realidad tenía era un “interesante” desafío a vencer.
¿Y qué hace uno cuando se encuentra ante un desafío?
Pues, como también le enseñara su padre, lo primero era entender el problema.
Desde ya esto implicaba tener bien claro el objetivo, ¿Qué se pretendía? Porque para lograr algo es fundamental saber que se quiere, y eso él lo tenía muy claro. El quería hacer el gol de la gloria, ese que hiciera que todas las chicas lo idolatraran y los chicos lo envidiaran.
Sabía que a los problemas había que mirarlos de todos los lados posibles para obtener la mayor cantidad de datos y luego había que buscar las herramientas necesarias para solucionarlo, lo que podía ser más o menos trabajoso, según los medios de los que uno dispusiera…y aquí la cosa se volvía un poco más difícil, de hecho la falta de los medios idóneos era lo que lo ponía ante el actual desafío, porque ¿Cómo hacer un gol si el arco apenas se ve como un contorno borroso?
Bueno, no se iba a amilanar por eso, en sus pocos años de vida jamás había hecho algo así, por lo que no iba a empezar en ese momento, así que…menos llanto y más trabajo.
Lo primero fue estudiar detalladamente la dinámica del juego, pero desde el punto de vista teórico, lo cual lo volvía aburrido entre sus compañeros, pero era lo único que el podía hacer ya que eso de salir corriendo a buscar la pelota era algo que escapaba a sus posibilidades.
Al tiempo ya tenía la cosa más o menos clara, sabía exactamente donde estaban sus posibilidades y donde sus límites…con las primeras se arreglaría solo, con los segundos necesitaría ayuda.
Lo primero era convencer al entrenador para que lo dejara entrar…y esto no fue nada fácil. Bastaba quitarse los anteojos para, a duras penas, adivinar donde estaban todos.
El trabajo no fue fácil, pero tenía claro que convencer a ese hombre era el primer paso a la gloria, por lo que todo el año lo dedicó a eso.
Para llamar la atención del mismo aprovechaba los intervalos y, mientras todos descansaban, se paraba frente al arco y pateaba, y con cada tiro afinaba el siguiente. Al principio erraba 11 de 10, y volvía a casa enojado y frustrado, para regresar al día siguiente a intentarlo de nuevo.
- Te faltan datos - le dijo su padre una noche.
Así que al día siguiente no pateó, se dedicó a buscar los datos que le podían faltar. Escuchó el trino de los pájaros, la caricia del viento, el calor del sol…palpó la hierba, detectó su consistencia, su adherencia, que tanto resbalaba, que tanto retenía…y así.
Luego, la siguiente vez, ya teniendo en mente donde encontrar la información que necesitaba, volvió a intentarlo, y a intentarlo, y a intentarlo hasta que de a poco lo consiguió. Ya no erraba, 10 tiros, 10 embocadas al arco.
Este proceso llamó la atención de sus compañeros. ¿Qué cosa más divertida que ver fallar a un cerebrito?
Así un día, cerca de la media tarde notó el cambio, de pronto en vez del cantar de los pájaros oyó risas apagadas, en vez del suave viento sintió alientos contenidos…no fue fácil, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no salir corriendo.
De hecho, de haber podido ver se habría ido, pero no podía, por lo que respiró hondo, tomó una carrera corta y pateó. Muy fuerte, el balón se elevo de más y se estrelló en el travesaño haciéndolo temblar…pero no hubo risas, más bien un ¡Guau! de aprobación fue lo que inundó el campo, supo entonces algo que hasta ahí no sabía. Tenía una patada potente.
El entrenador decidió que no podía desperdiciar ese potencial, y desde esa tarde lo puso a entrenar en toda jugada de pelota parada que se presentara.
El primer paso estaba dado, ya estaba en el equipo, ahora a estar atentos a la oportunidad, esa que se le presentaría de seguro y que él debía aprovechar, pues nunca se sabe si habrá otra.
- ¿La gloria? – meditó años después, ya siendo un hombre grande - ¿Qué es la gloria si no una quimera, un sueño que nos motiva mientras lo soñamos? –
- En fin, de pronto ahí estaba yo, parado frente a la pelota, el tiro debía serme fácil, lo había practicado infinidad de veces. Todas con sol y piso firme. Pero ese día fue lluvioso y jugamos la final bajo el agua. La pelota no picaba…pero ¿Qué iba a hacer? Me orienté como mejor pude, pateé el suelo un par de veces, tragué saliva, respiré hondo y le di. –
-¿Y qué paso? –
- Nada, hice el gol y salimos campeones – sonrió afablemente, recordando el momento.
- Se cumplió su sueño, el gol de la gloria – se entusiasmó el auditorio.
- Si, pero estábamos solos, no había ido a vernos ninguna de mis compañeras – apuró el café, pagó y se fue.
© Omar R. La Rosa
Córdoba Argentina
22-06-2021