Demencia
Los años y su paso implacable no respetan a nada ni a
nadie.
Llevaban una vida juntos, desde aquellas lejanas
épocas en que, adolescentes aun, ella se digno mirarlo.
Como olvidar ese día, si casi se muere de la emoción
que le causaran esos ojos claros contemplándolo, ella la chica más hermosa que
él hubiese visto nunca, a él, un ratón de biblioteca (un nerd dirían hoy)
Pero claro, eso había sido hacía mucho tiempo, y ahora
hasta esa mirada se había perdido entre las nieblas de la vejez.
Como fuera, un día como ese, hacia ya mucho, ella lo
había hecho el hombre más feliz del mundo, y, aunque fuera una ilusión, deseaba
recordarlo.
Hubiese querido invitarla a un buen restaurante, como
en los buenos tiempos, pero ella ya no podía.
Y, aunque pudiera, no lo notaria.
Con mucho cuidado preparo la mesa, velas, manteles, la
mejor loza que encontró, un buen tinto en copas de cabo largo, de esas que
parecen de películas y música suave.
La cena era del restaurante del barrio, que hasta eso
él no llegaba, pero, bueno lo que importaba era la intención.
Cuando todo estuvo listo la fue a buscar, la ayudo a
vestirse, a ponerse sus mejores joyas y peinarse. Luego la llevo hasta la sala,
le acomodo la silla (todo un caballero), sirvió vino y, a su lado, elevo la
copa en un brindis.
- ¿Qué festejamos mi amor? – preguntó sorprendida.
- Que estamos juntos – ella se sonrojo alagada y, por
un instante sus ojos volvieron a ser los que a él lo habían enamorado.
Mas luego una sombra los empaño, como si algún
recuerdo se hubiese abierto paso entre las nieblas de su mente
- ¿Y si viene mi marido? –
- Tranquila, está de viaje, no vendrá – le contestó, a
pesar del dolor.
Ella volvió a sonreír, como lo hacía antes, cuando él
pensaba que era a causa suya, y la ilusión sano en algo la herida.
(c) Marcial Apuleyo