Como venía haciendo los últimos 10 días, se presentó en el penal para entrevistar a un interno. Siempre uno distinto, era para parte de un relevamiento para su tesis.
- Solo 10 minutos señorita – le advirtió el guardia, como de costumbre al franquearle el acceso.
- Sí, gracias, será suficiente – sonrió ella complaciente, aunque esta vez su sonrisa no fuera la de costumbre, pero claro, eso nadie podía saberlo.
- Si tiene algún problema solo avise, estamos del otro lado – indicó el guardia cárcel saliendo por la puerta.
La habitación estaba completamente desnuda, a no ser por la mesa y las dos sillas, una a cada lado de la misma.
Con paso sensual camino hasta la que estaba vacía y se sentó, acomodándose de modo tal que su generoso busto, recatadamente cubierto, pero inteligentemente insinuado, fuera apreciado por el hombre encadenado en la otra silla, frente a ella.
Con gesto profesional activo el grabador y abrió el block de notas.
- ¿Listo? – preguntó ella.
- Adelante preciosura – se jacto él, recostándose contra el duro respaldo de metal de su silla.
- Para el registro, ¿Me repite su nombre y porque está aquí? –
- Estoy aquí por culpa de un soplón … -
- Sí, pero ¿De qué se le acusa? –
- ¿Acusar? Ja, de nada, yo las mate a todas, no hacen falta acusaciones – se vanaglorio
- ¿Cuántas has matado? –
- Mmm, a ver déjame pensar … - e hizo la pantomima de estar haciéndolo – unas 15, aunque creo que la ultima se murió sola, del susto, antes de que la acuchillara –
- ¿Se acuerda su nombre? –
- ¿Importa? –
- Mmm no, supongo que no. A propósito, no nos has dejado su nombre, para el registro – aclaró indicando el grabador.
- ¿Solo mi nombre?¿No quieres también mi numero de teléfono? – bromeó, pavoneándose.
Ella sonrió cómplice.
Durante los siguientes minutos la entrevista fue subiendo de temperatura, en la medida que él narraba con lujo de detalles las violaciones y asesinatos que había cometido. Un psicopata total.
Con cada detalle ella parecía excitarse más, hasta que, ya casi sobre el final del tiempo concedido ella estiro su blanca mano, como para apagar el grabador y, con un movimiento imperceptible, rozo las de él.
Solo las cadenas que lo mantenían unido a la silla evitaron que el hombre se le abalanzará.
Sabedora de esto, ella avanzó un paso más, mirándolo fijamente a los ojos entreabrió sus labios rojos y en un susurro preguntó.
- ¿Sabes quien fue Lucrecia Borgia? –
Extrañado el hombre dudo para luego reír.
- No, no recuerdo a ninguna con ese nombre de loca – negó él despectivamente.
- Es una pena – se lamentó ella, jugando con la lengua entre los blancos dientes, que solo él, sentado frente a ella, podía ver.
Distraídamente apoyo los codos sobre la mesa, haciendo palpitar sus pechos, acercándose peligrosamente al reo, que, en un alarde de fuerza hormonal logró mover la silla y besar violentamente los rojos labios de la mujer.
Fingiendo sorpresa esta se retiró satisfecha, mientras el hombre, ya contenido por los guardia cárceles, que prontamente lo redujeron, saboreaba el carmín que había robado.
- Nunca podrás olvidar ese beso – se rió mirándola sobrador.
- La soberbia de los ignorantes – suspiró ella mientras un guardia se deshacía en pedidos de disculpas por lo sucedido, no fuera a ponerle una denuncia por el triste incidente.
Ya fuera el penal camino tranquilamente hasta su auto, subió y se marcho.
Unas cuadras más adelante se detuvo en una gasolinera y entro al baño.
Puso la traba, abrió su cartera, sacó un pañuelo de papel, con el cual quito los restos del labial que aun tenia y lo arrojó al escusado.
Luego sacó un pequeño frasquito y se bebió el contenido del antídoto, por las dudas.
Satisfecha miro el reloj y sonrío, a estas horas el maldito ya debería estar en sus últimos estertores.
Ese mal nacido no volvería a matar a nadie.
© Omar R. La Rosa
15/Feb/2022