domingo, 27 de noviembre de 2016

Tiempo de Reconquista - 1806 - Reconquista por un Tiempo

Tiempo de Reconquista – 1806 – Reconquista por un tiempo



Misión al Rio de La Plata

Prologo

Perdidas las colonias norteamericanas y su mercado, los británicos necesitan desesperadamente una salida para su producción. El exceso de productos manufacturados fue uno de los principales motores en la creación del nuevo imperio Británico, África, India, Indochina sentirían el peso de las casacas rojas., ya sea por la conquista de territorios independientes o el desalojo de los colonos de otras potencias, fundamentalmente Holandeses.
Dentro de esta marea roja lo que hoy conocemos como Latinoamérica no quedo a salvo. Las colonias españolas eran muy tentadoras y, hasta que aprendieron que una libra esterlina era mucho más efectiva que una bayoneta, hicieron varios intentos armados de ocupación.
Uno de los intentos más significativos, a decir verdad 2, tuvo lugar en una de las capitales coloniales más alejadas y, presumiblemente, menos protegida, que, además estaba abierta al atlántico sur, lo que la hacia estratégicamente importante.
Por su puesto, había plazas mucho más ricas, pero ¿a quién se le ocurriría, por ejemplo, atacar Lima, base del poderoso virreinato del Perú? Ya sabían lo que había sido tratar de conquistar Cartagena de Indias y lo que hombres decididos, con un buen capitán como el llamado “medio hombre”, podían hacerle a la flota de su majestad.
Algo característico de los Británicos de esa época parecía ser su capacidad de aprender de los errores, lo que habla muy bien de los Ingleses de esos tiempos, por lo tanto, descartados los grandes centros coloniales  los periféricos se imponían para intentarlo de nuevo, y ¿Qué mejor que Buenos Aires? Los comerciantes ingleses y los comerciantes que se enriquecían con el contrabando de los productos que ellos traían, así lo aconsejaban, a parte de la “casual” presencia de la flota Britanica ahí no más, en la colonia del Cabo, en Sud África. Los primeros tiempos parecieron darles la razón, sobre todo cuando un tal Willam Carr Beresford, al mando de tropas recientemente desembarcadas, hizo la “Union Jack” en el fuerte de Buenos Aires.
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Misión al Río de la Plata - 1806

Parte 1 de 8

La vela brillaba mortecina en el candelabro, consumiendo sus últimos restos en una titilante danza de luces y sombras.
Iluminados por ella dedos entintados movían la pluma que rasgaba incesantemente el papel. Los ojos cansados, la pesadez de la hora confundiendo las ideas, mesclando las palabras, era hora de ir terminando, mañana seria otro día y Morfeo requería se atiendan sus lamentos.
Un cabeceo, una despertada. El té ya estaba frio. Se calzo las pantuflas, y se incorporo de la silla, fue entonces que lo noto, ahí en esa pared desnuda, tras la cual se encontraba su cama, había ahora una puerta distinta al lado de la que normalmente usaba para ir y venir, una que nunca antes había estado ahí, estaba seguro. Instintivamente tomo un abre cartas, era lo único que tenía a mano por si era necesario defenderse, por experiencia sabia que de esas puertas podía salir cualquier cosa.
Guardo silencio, expectante, hasta que de pronto se escucho como el ruido de un cerrojo que se corre y como alguien forcejeaba con la puerta, que se resistía a ser abierta, hasta que se abrió. Por ella apareció un hombre extraño con un fanal en la mano.
-La puta que lo pario con estas cosas que se hinchan con la humedad-
Fue lo primero que escucho decir a la persona que entraba por ella, esta, pasado el desagrado que le había causado la lucha con la puerta, reparo en él, se quedo quieto unos segundos, mirando el abre cartas que tenía en la mano y sonrió discretamente, tan solo el facón que sobresalía de por atrás de su cintura era suficiente para vérselas ventajosamente con aquel juguete, si fuera necesario.
-Buenas noches- saludo - ¿el señor Javier Olivares? Supongo- indago con evidente incomodidad, se le adivinaba persona poco instruida, o de vida rustica, no muy amiga de las palabras, a pesar de su explicita entrada.
-Si- atino a asentir un poco torpemente, mientras lo observaba mejor, tenía todo el aspecto de un tropero, aunque ataviado algo extrañamente, por lo menos para los usos españoles, calzaba botas de potro con espuelas, calzoncillos largos y sobre ellos, a modo de chiripa, un poncho atado a la cintura con unas boleadoras, esa arma tan particular de las pampas sudamericanas, arriba llevaba camisa que en un tiempo debió ser blanca, y chaleco colorado. Pañuelo al cuello y poncho. Cubría su cabeza con un gorro en punta, del mismo color del chaleco. La cara barbada y la mirada profunda de las personas acostumbradas a los horizontes lejanos. ¿Quién era esa persona? ¿Cómo lo conocía?
- ¿Con quién tengo el gusto?- pregunto al reponerse de la sorpresa.
-Hace años que me llaman “resero” señor, ya ni me acuerdo de mi nombre, pero eso no es importante- contesto el otro, tratando de no parecer muy descortés
- Tengo unos papeles que me gustaría vea- apuro, al tiempo que le extendía un atado de hojas.
-¿Qué es esto?- pregunto Javier mientras los recibía
-A lo que leí, es el relato de unos hechos sorprendentes, que no entiendo, que están pasando en estos días del Señor- se persigno- y que un amigo mío ha decidido contar, en la esperanza que le puedan aprovechar a quien los lea- y callo.
Javier no le quitaba los ojos de encima, desconfiado. Así que ese hombre sabía leer, por su aspecto era toda una novedad.
-¿y porque me los trae?-
-Pues, porque pensé que usted era la persona indicada- dijo con lo que pareció cierta vergüenza- el señor Márquez me dio instrucciones de cómo llegar hasta aquí-
-¿El Márquez?- esto se ponía interesante- ¿Qué Márquez-
-El señor virrey, don Rafael de Sobremonte y Nuñez- contesto respetuosamente, mientras tomaba la puerta, en gesto evidente de querer irse.
-Espere, ¿Qué hago con esto?-
-Usted sabrá, si le parece que es de algún valor y me lo dice, le traigo el resto, si no, olvide el asunto, no volveré a interrumpirlo-
-¿y porque no me los trae su amigo?¿quién es él?-
-Pues, porque, aunque le gusta escribir, no es escritor y tiene en poca estima las letras que escribe- dijo ya con un pie del otro lado
– Se pondrá mal si sabe que lo he molestado con sus escritos, espero que me disculpe usted por haberlo hecho- y cerró la puerta tras de sí, no sin algún esfuerzo. Una vez cerrada se escucho claramente el correr del cerrojo.
Javier se quedo parado, con los papeles en la mano, sin saber bien qué hacer. De momento lo primero seria leerlo, pensó, y, haciendo a un lado el cansancio se sentó de nuevo, encendió otra vela para reemplazar la ya casi agotada, desato el atado de papeles, y leyó:
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En la cafetería Amelia y Julián conversan frente a sendos pocillo de café.
-¿todavía le sigues dando vueltas a eso Julián?-
-Pues, si. Es que no entiendo, ¿Por qué no podemos hacer nada para cambiar la historia?-
-Pues, porque esa es nuestra misión, cuidar que todo siga como lo conocemos, para que el mundo siga su curso natural-
-¿Y cómo sabes que este es el curso natural?- Ella se quedo mirándolo sin decir nada, por lo que el continuo con el desarrollo de su idea- No se me ocurre un buen ejemplo para explicarlo, pero, ¿recuerdas el caso del Cid?, bueno, fue un hombre nuestro quien asumió su papel, para poder mantener viva la leyenda, con lo cual la historia llego hasta nosotros tal cual la conocemos-
-Y de eso se trata justamente Julián-
-Si, pero no, Amelia, ¿no lo ves? El cid murió en esa acción, y nosotros alteramos la historia, la que hubiera sido la verdadera historia, para que se ajuste a la que conocemos-
-Pero, Julián, el cid murió por un error nuestro, por eso el sacrificio de suplantarlo-
-Sí, eso es lo que sabemos, pero ¿si hubiese muerto lo mismo sin que llegara nuestra gente? O ¿si no hubiésemos ido y hubiera seguido vivo, pero siendo una persona completamente diferente a la que se popularizo en el cantar?-
En eso apareció Alonso
-Buenas gente, el jefe nos llama- y, deteniéndose ante la mesa- ¿de qué hablabais?-
-De nada- apuro Amelia- Solo cosas de Julián y sus dudas-
-Mala cosa la duda, paraliza y mata, no te deja actuar cuando es necesario-
-Así es- Vamos - ¿Qué se traerá esta vez?- y los tres fueron en pos de la oficina de Salvador.

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Parte 2 de 8

Luego de leer la última línea de lo escrito en los papeles se quedo dormido sin darse cuenta.
A la mañana siguiente le dolían todos los huesos, ya no estaba para pasar la noche en un sillón.
Sobre el escritorio estaban los papeles que el extraño le había traído la noche anterior
Los volvió a leer con más detenimiento….¿cómo continuaría aquello?...en vano era especular, todavía no se mostraba nada de la historia, no había más remedio que esperar a que el resero decidiera volver….si es que lo decidía.
Y llego a pensar que no lo decidiría, pues paso algo así como una semana sin que el gaucho se presentara, porque eso lo había averiguado, el que así mismo se llamaba resero no podía ser otra cosa que un gaucho argentino…o uruguayo, y si no fuera por el idioma, hasta podía ser brasilero…pero se expresaba en español, así que estaba descartado. El tipo era rioplatense.
Pero una mañana al comenzar el trabajo, encontró otro ato de papeles en su escritorio. Seguro que el resero había entrado en la noche, cuando dormía….esto lo intranquilizo un poco, si uno lo podía hacer, cualquier otro también podría. A partir de esa noche pondría tranca en su puerta.
Como sea, no pudo espera a ver como seguía la historia. Ordeno que no lo molestaran por un rato, acerco el sillón a la ventana, para tener buena luz, se acomodo y leyó:
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-Pasen pasen- invito Salvador al verlos llegar- Gracias Angustias, por ahora es todo-
- Pero, tomen asiento, por favor-
-Está bien jefe, ¿Qué problema tenemos ahora?-
-Bueno, en realidad aun no lo sabemos, ni siquiera sabemos si es un problema-
-¿Entonces?-
-Entonces, digamos que es solo una “anomalía” algo que no nos ha pasado nunca aun, pero que le ha llamado la atención a nuestro hombre de la época y ha creído necesario alertarnos, lo que quiero que hagan es que vayan al lugar y vean de que se trata-
-Así, como así, ¿no nos va a decir nada más?-
-Es que no hay mucho más que decir. Sucede que en 1806 la ciudad de Buenos Aires, capital del virreinato del Rio de La Plata fue capturada por tropas inglesas, que fueron expulsadas unas semanas después, por las escasas tropas del rey con un gran apoyo de batallones criollos-
-Aja- Asintió Alonso, a quien todo lo que tuviera que ver con la guerra los fascinaba-
-Pues, que los batallones locales fueron organizados desde Montevideo, por un francés al servicio de España, un tal Santiago de Liniers, pero nuestro hombre dice que esos batallones aun no se forman, que están algo atrasados-
-¿Algo atrasados? Yo diría que si aun no se forman… ya van como 210 años de atraso más o menos-
-No se haga el gracioso quiere, la cosa puede ser seria, sería la primera vez en que la historia se altera sin que sepamos que lo hace, y eso puede ser crítico-
-¿Entonces nos vamos a Argentina?-
-No, no aun, todavía faltaran unos 10 años para eso, de momento es territorio español-
Tomaron el sobre de instrucciones y se dispusieron a retirarse rumbo a los vestidores
-Ah, una cosa más, en esa época la corona andaba escasa de dinero- comenzó a aclarar Salvador
-Como siempre-
-Ejen- carraspeo- como sea, no hay muchas puertas en esa zona y tiempo, la principal está en el fuerte de Buenos Aires, pero no los podemos enviar allí, porque el fuerte está en manos de los Ingleses….- dejo la frase sin concluir, no era necesario, continuo- Por lo que deberán ir a la siguiente puerta, que está en la Villa de Lujan…a unos 60 Km de Bs As….es lo más cerca que podemos dejarlos.-
Se miraron entre todos y, como no había más que decir, se marcharon.
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La ciudad, capital del virreinato del Rio de la Plata, en el año 1806, había crecido hasta ser una ciudad que podíamos decir grande, para esa época, con unos  45.000 habitantes era ya uno de los mayores puertos de América, recostada sobre ese inmenso rio de color aleonado, de aguas poco profundas y traicioneros bancos de arena.  Sin un muelle decente, con solo algunas calles adoquinadas e iluminada por velas de cebo, cebo que era parte de una de las pocas riquezas que esa tierra llana y desierta podía ofrecer, la abundancia de sus ganados vacunos, descendientes de aquellos primeros animales que dejara don Pedro de Mendoza, en oportunidad de la primera fundación de la ciudad, hacia ya casi 200 años atrás. Tiempo suficiente para que los animales, sin depredadores naturales y con abundante alimento en las feroces pampas, se reprodujeran hasta formar rebaños que se perdían en el horizonte, de tan numerosos. Esas bestias, promesa de futuro para esas tierras, en ese momento formaban parte de las escasas riquezas que disponía la colonia, merced a los cueros y salazones. La otra gran fuente de ingresos, aunque no para la corona pero, con  mucho la mayor, era el contrabando, favorecido por las leyes de comercio monopólicas impuestas por la metrópoli…cuando le era imposible hacerlas cumplir.
La villa de Lujan, ubicada sobre el camino real al Altoperú, a unos 60 km de la ciudad de Bs As, era una posta, de las tantas, donde las carretas y viajeros descansaban de la jornada. Tenía un origen muy especial, ya que había nacido al amparo de la Virgen María, que a través de una imagen suya, proveniente de Brasil con destino a  Santiago del Estero, allá por el año 1630, decidió quedarse allí.
Este milagro dio origen a la construcción de una iglesia, que con los años se transformaría en la basílica que hoy conocemos, y a la radicación de los primeros pobladores en el lugar.
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-Bien, aquí estamos- dijeron los viajeros al salir del armario de la sacristía. Les llamo la atención encontrase solos, por lo que se movieron con mucha cautela.
A fuera el sol brillaba pálido que apenas servía para paliar el frio de esa mañana.
-Tiempo loco, mirad que frio hace en pleno Julio- comento Alonso
-¿y qué esperabas? Estamos en pleno invierno- Retruco Julián
-¿invierno?-
-Sí, estamos al sur del ecuador-
Alonso asintió y callo. Juntos caminaron por la calle ancha, al fondo de la cual se veían una serie de carretas y un grupo de gentes que parecían estar discutiendo algo.
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Alguien golpeo fuertemente la puerta. ¡Sera posible! Había pedido expresamente que no lo molestaran, se enojo, pero luego pensó que, si lo hacían seria por algo importante, resignado cerró la carpeta donde había puesto los papeles y fue a atender. La lectura quedaría para más luego.


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Parte 3 de 8

Ni bien pudo volvió a la oficina, cerró la puerta, se preparo un té, tomo la carpeta y continúo leyendo:
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Con precaución se fueron acercando, llegados al lugar prestaron atención, la discusión rondaba en torno a qué hacer, si cumplir el pedido del Cabildo o seguir adelante desoyéndolo.
-Vuesa merced, debemos acceder al pedido, las vidas y haciendas de los súbditos reales dependen de ello- Insistía alguien que parecía tener fuerte interés en que así fuera
-Pero es el tesoro del rey- Protesto la persona interpelada, a todas luces una persona principal, quizás una autoridad.
-¿Quién es?- consulto Julián a un paisano, señalando al interpelado, este lo miro extrañado y a la vez alagado de ser consultado sobre tan importante persona
-El mismísimo virrey, ¿Cómo es que no se ha dado cuenta?- Como si fuera obligación conocerle.
-¿y qué hace el señor virrey aquí?- Consulto tímidamente Amelia.
-Pues, marcha a Córdoba a organizar la reconquista- contesto cortésmente el que antes había hablado.
-¿Organizar la defensa? ¿Organizar la defensa dice? Ese inútil cobarde está huyendo- protesto otro
Y varios se volvieron a mirarlo, no porque quizás no estuvieran de acuerdo, como por curiosidad de saber quien se animaba a decir lo que muchos pensaban. Dándose cuenta el que había hablado concluyo
-¿Qué, acaso miento? Ha dejado la ciudad a merced de los herejes y en vez de quedarse a luchar se escapa con el tesoro- y cayo, pues, como todos, tenía interés de saber cómo seguía la conversación.
-Señor, han amenazado con confiscar los bienes de todos los habitantes de la ciudad- seguía arguyendo el primero que escucharon pedir por el cabildo
-Les serán devueltos con creces cuando recuperemos la ciudad- respondió el virrey
-También amenazan la seguridad de la gente, ¿Quién podrá devolver la salud y la vida si alguien sufre esa pérdida?- argullo otro
-A parte señor, un tesoro igual se podrá volver a juntar, pero la confianza de los súbditos…-
Este último argumento, y el aviso de que el escuadrón ingles se acercaba, pareció dar al virrey el argumento que deseaba para seguir con su viaje….aunque tuviera que dejar el tesoro.
-Si es por la vida y la lealtad de los súbditos….- dudo, por compromiso- pues, que sea- y bajo los brazos en señal de derrota.
-¿Qué va a hacer qué?- consulto incrédulo Alonso- ¿Va a entregar el tesoro?-
-Así es, ese tesoro luego será expuesto en las calles de Londres, aunque para esa época la ciudad ya será nuevamente española- Explico Amelia.
-Malditos cabrones-
Una vez zanjada la cuestión, tomada la decisión, el Márquez, con la poca gente que lo seguía reanudo su viaje a Córdoba, mientras los emisarios del cabildo de Buenos Aires quedaron esperando las tropas Inglesas para conducir de nuevo el tesoro a la ciudad.
-Vamos, tenemos que buscar como llegar a Buenos Aires- volvió a hablar Amelia, trayendo a todos de vuelta  la realidad inmediata. Sin pensarlo mucho tomaron por una de las calles que desembocaba en la plaza donde se encontraban…con tanta suerte que fueron a dar de frente con las tropas británicas que entraban.
No eran muchos hombres, no más de 10 jinetes fuertemente armados, con un oficial a cargo.
Fue imposible no cruzarse con ellos.
El oficial se detuvo ante ellos. Alonso apretó discretamente el pomo de su espada, Julián sopeso el lugar buscando alguna salida y Amelia…dejo caer sus hermosos ojos claros, mientras cubría su boca levemente entre abierta con el pañuelito que llevaba en la mano en gesto estudiadamente inocente, como si estuviera sorprendida. Imposible arma mejor
Galantemente el oficial se inclino sobre su caballo, llevándose la mano al sombrero y saludo
-B u e n o s    d í a s- balbuceo
-Good morning sir- contesto ella en perfecto ingles. La cara del soldado se ilumino y una torpe sonrisa apareció en ella.
- A pleasure, my lady, can I help you with something?- ofreció galantemente
-Would you be so gallant? We need to go to Buenos Aires- indico ella, haciendo un ademan que abarcaba a sus compañeros.
Entonces el oficial reparo en los hombres y, dirigiéndose de nuevo a Amelia pregunto por ellos
Con su voz más suave ella le explico que uno (Julián) era doctor en medicina y que el otro (Alonso) era hombre de confianza de su padre y que ella viajaba bajo su protección, como correspondía a cualquier dama de honor, resaltando estas palabras.
El Ingles pareció entender, medito unos segundos e interrogo por el motivo del viaje y el origen de los viajeros. Entonces Amelia explico que venían de Mendoza, y que iban a Buenos Aires de donde ella seguiría viaje a Europa, en la primera oportunidad. Esto último pareció agradar al soldado, que no le quitaba los ojos de encima y, sin pensarlo le ofreció acompañarlos hasta el puerto, y, en lo que a ella respectaba, si no tenia objeción, le ofrecía su protección hasta que embarcara, al tiempo que le aseguraba que podría ayudarla a hacerlo en un buen navío Ingles, ni bien se presentara en la capitanía.
Amelia, sonrió, Julián disimulo su cara de pocos amigos y Alonso opto por callar
¿Qué más decir? Sin protestar se adjuntaron al grupo, ya tenían transporte a Buenos Aires, aunque fuera con los caudales incautados.
El oficial invito a Amelia a viajar en la carreta del tesoro, con la intención de poder estar cerca de ella disimuladamente, y, de ser posible, entablar conversación. A Julián y Alonso le dieron sendos caballos, aunque al último le indicaron que debía ir al final con la tropa, que la señorita no corría ningún peligro, a partir de ese momento estaba bajo la custodia de las tropas de su majestad el rey Jorge III.
Tragándose el desplante y la soberbia del Ingles, Alonso se dirigió a donde le indicaban. Al pasar por el carro del tesoro, que estaba siendo acondicionado para su regreso, observo como un mozalbete se escurría entre la tropa con una habilidad digna de un mago, y birlaba del carro una bolsa llena de monedas. Cuando el muchacho vio que Alonso lo observaba se quedo quieto y se puso pálido.
Alonso, desde la grupa de su caballo lo miraba seriamente, por principio detestaba el robo, pero esta vez le guiño un ojo y sonriente dio riendas a su caballo, alejándose hacia su posición, por lo menos esas monedas quedarían en el país. De alguna manera eso paliaba la ofensa del invasor.
El joven desapareció entre el gentío, con el fruto de su audacia.
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Acá acababan los papeles. Cerro la carpeta, se recostó sobre el respaldo del sillón, a fuera el sol caía. Poco más se podía hacer, así que decidió volver temprano.
Se levanto y, antes de irse, fue hacia la puerta nueva, la toco y empujo con fuerza. Completamente cerrada, no se podía abrir desde allí.
En fin, no sabía cómo debería hacer para ponerse en contacto con el resero, solo se le ocurrió dejar una nota en la mesa, bien visible y lo más calara posible, por si volvía en la noche. Para saber cómo seguía la historia tendría que esperar que el resero apareciera nuevamente.

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Parte 4 de 8

A la mañana siguiente la nota seguía en el escritorio y la puerta tan cerrada como a la noche.
El día transcurrió rutinariamente. Al caer el sol el trabajo estaba terminado y el alma tranquila después de una jornada productiva. Ordeno las cosas del escritorio, puso llave en determinados cajones y cerro los postigones que daban a la calle. La vista de Madrid, desde esa ventana ubicada en el tercer piso, donde tenía la oficina, era algo que siempre le gustaba, las luces del atardecer, el oeste teñido de tonos rojizos y el este violáceo, la luna cuarto creciente dibujándose en el poniente…mil ciudades tendrían una imagen igual, pero esa era la de él y la disfrutaba. Se quedo unos minutos contemplándola antes de decidir irse.
Cuando se dio vuelta lo vio. Ahí estaba el gaucho, tal cual él recordaba haberlo visto la primera vez.
-Buenas noches. No lo escuche entrar- saludo
-Disculpe, buenas noches- saludo, y luego, como si tuviera que disculparse aclaro- Esta soplando el pampero y la humedad se ha ido- con lo que debía quedar claro que la puerta no estaba hinchada y, por lo tanto abría sin inconvenientes.
-Aquí le traigo más papeles- dijo parcamente extendiéndole la mano con el sobre que traía
-Gracias- agradeció Javier – ya me preguntaba yo como seguía la historia-
-Complicada señor- aclaro el resero mientras hacía ademan de irse
-¿Puede demorar un minuto?- inquirió Javier
El otro dudo
-Por favor, tome asiento- dijo mientras le indicaba una silla al lado de una mesa ratona- me gustaría conversar con usted, que cuente algo más de su lugar, de su tiempo, de usted. Sabe que estas cosas me interesan-
El resero acepto algo cohibido, y tomo asiento donde le indicaban
-Usted dirá-
-Cuénteme, a que se dedica usted- pidió, al tiempo que le acercaba una taza de té que el resero levanto con recelo, manos desacostumbradas a tomar objetos tan delicados
-Pues soy resero, traslado ganado de aquí para allá, cuando hay, si no ayudo en lo que sea, se hacer cualquier cosa y no le hago asco a nada-
-¿y qué me puede contar de su amigo, el escritor, que hace, donde vive?- pregunto levantando y enseñando los papeles que le había traído
-Pues, no sé qué decirle, es un hombre común, vive en…-
Y así pasaron algún tiempo, que no fue mucho, conversando de lo que Javier quería saber. Hasta que, levantándose, el resero se encamino hacia la puerta
-Le agradezco la atención, me echaran en falta si me demoro-
-Entiendo- mintió Javier- Solo una cosa más- El resero se detuvo- ¿Cómo conoció al escritor?-
El gaucho se quedo pensando unos minutos, luego con una mirada de cierta confusión, contesto
-No lo sé- contesto honestamente- creo que lo conozco desde siempre, pero no recuerdo un momento en que no fuéramos amigos-
-¿Me puede contar algo de su niñez?- aventuro a sabiendas que era una pregunta extraña.
-Siempre he sido mayor- contesto el otro con una media sonrisa y saludando con una inclinación de cabeza salió y cerró la puerta con cerrojo.
Javier se quedo mirándola, una certeza se formaba en su mente….este gaucho era un personaje.
Si cabía, ya habría tiempo para avanzar en ello, de momento se dispuso a pasar algún tiempo de lectura. Fue a su sillón de leer, se sentó y abrió el sobre con los nuevos papeles.
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Al caer el sol entraron a la plaza de  Buenos Aires pasando por la recova, los pocos transeúntes que recorrían el lugar se detuvieron momentáneamente a ver el grupo y como el tesoro desaparecía en el fuerte.
El oficial pregunto a Amelia si tenía lugar donde alojarse, poniéndola en un aprieto. Por suerte en ese momento apareció un fraile haciendo efusivas señas, como si la conociera de siempre
-Amelia, hija, vendito sea Dios que te ha traído a nosotros sana y salva-
La turbación de ella duro solo unos segundos, si es que la tuvo, y, sobreponiéndose siguió la corriente
-Padre, que gusto verlo- saludo, al tiempo que mirando al contrariado oficial continuo- el capitán ha tenido la amabilidad de acompañarnos desde Lujan hasta aquí-
El sacerdote le saludo con evidente desagrado, atención que el ingles retribuyo con la misma amabilidad.
-It has been a pleasure, Miss. Please do not hesitate to call me if you need anything.- dijo dirigiéndose a ella, y, con discreto saludo dio grupas a su caballo, al trote hacia el fuerte en cuyo mástil ondeaba la “Union Jack”
El sacerdote tomo a Amelia del brazo y se la llevo hacia un convento que se adivinaba al final de la plaza.
Julián, que había estado observando la escena se unió a ellos.
-Gracias por la ayuda, ha sido usted muy oportuno- saludo al fraile
-No hay de que- contesto él- estaba empezando a preocuparme, me habían avisado que llegaríais a Lujan y estos caminos no son seguros de noche.- dijo y luego se presento- Juan Cevallos, del ministerio-
-Amelia Folch-
-Julián Martínez    -
-¿Dos? ¿Dónde está el tercero? Me advirtieron que enviaban una patrulla completa-
Fue entonces que se dieron cuenta que Alonso no estaba por ningún lado.
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Alonso había hecho todo el trayecto en la retaguardia del convoy, a decir verdad, tanto a él como a los otros que le acompañaban los habían obligado a ir tan atrás que prácticamente no formaban parte del convoy, a no ser por los soldados destacados más para vigilarlos que para cuidarlos, por lo que entro entre los últimos a la ciudad.
Durante el viaje había intercambiado algunas palabras con quienes le acompañaban, un par de gauchos y un dependiente que iba junto con una tropa de mulas con vituallas y dos frailes, más el boyero que guiaba las mulas.
Cuando por fin ingreso en Buenos Aires ya era noche y no tenía ni idea de donde estarían Amelia y Julián, por lo que acepto de buen grado el convite que le hicieran sus circunstanciales compañeros.
Sin saberlo se dirigió a los corrales de Miserere, allí se concentraban todas las caravanas que llegaban del oeste, así como las tropillas de ese lar. Había muchos corrales para los animales, almacenes para las mercaderías que llegaban en las carretas y pulperías para la gente que los traía.
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La historia empezaba a pintar, pero la hora era avanzada. Cerró la carpeta y la guardo en uno de los cajones con llave.
Refregándose los ojos, cansado, se dirigió a su cuarto a descansar.

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Parte 5 de 8

Los días siguientes no pudo ni ir por su despacho, las reuniones de trabajo y las batallas continuas que tenía que dar para llevar adelante el negocio se lo impidieron.
Al final del cuarto día, cuando caía la tarde, por fin pudo hacerse un rato. Declino cortésmente una invitación a disfrutar unas tapas y se metió por la puerta de su despacho ni bien quedo solo.
Se dirigió al escritorio, saco la carpeta del cajón y se acomodo en su sillón de leer, para continuar el desarrollo de la historia, ¿Qué más diría el escribiente sobre Alonso entre esos gauchos?
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Con los nuevos amigos Alonso se acerco a un fogón, en el cual, clavado en una espada, se asaba medio costillar, en torno al mismo, apretujados para atrapar algo de calor y protegerse de alguna manera del pampero que soplaba, aunque suave, calando los huesos. El mate circulaba por la ronda, cebado por una mulata entrada en carnes y años.
-Tómese un amargo, amigo, le hará bien, esta caliente- le dijo alguien  tendiéndole una pequeña vasija de la cual salía una bombilla que, según había logrado observar, todo el mundo se ponía en la boca, cuando le tocaba. Sin saber bien que hacer se hizo lo que había visto…pero nada pasaba.
-¿no lo toma? ¿Esta malo?- le pregunto el que se lo había dado, al ver que no sorbía el liquido.
-¿Eh?, no no nada, estaba en otra cosa- se excuso, y se arriesgo a darle un sorbo. Se quemo hasta el apellido, los ojos se le llenaron de lagrimas contra su voluntad y no pudo evitar escupir el contenido entre toces y catarros.
-¡Joder!, ¿Qué me habéis dado?-
La carcajada fue generalizada
-¿Qué le pasa aparcero? ¿no sabe tomar mate?- dijo uno
-Mire que la María se le va a enojar- arriesgo otro refiriéndose a la cebadora, que lo miraba con cara de ofendida. Los otros rieron ante la posibilidad de ver una rabieta de la mulata.
-¿tiene algún problema con mi mate don?- pregunto la aludida.
Viéndola y viendo el auditorio Alonso se hizo cargo de la situación, tragando saliva y tratando de aclarar la voz contesto
-Nada, nada que ver con el mate, ha sido tan solo un atragante ante tamaña belleza que me ha dejado sin aire- al tiempo que le hacia una exagerada reverencia.
Otra risotada general aprobó la salida y la cosa siguió su cauce normal. Con más cuidado esta vez tomando a sorbos pequeños, termino el mate y lo devolvió.
-¿De dónde es aparcero?- le pregunto uno
-De Mendoza- mintió Alonso
-¿de qué parte, yo soy de allá y no me suena?- retruco otro, al tiempo que las miradas volvían a centrarse en el
-De Mendoza…de Enares- invento
-Ah hombre. Es un godo, con razón- rio uno dándole una palmada en la espalda que, a otro que no fuera él, la habría hecho salir los pulmones por la boca.
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-          …y esa es la situación- concluyo Juan Cevallos acabando de explicar lo que pasaba en la colonia desde la conquista Británica.
-          ¿a ver si entiendo bien? Los ingleses llegaron aquí provenientes de la Colonia del Cabo, en Sudáfrica, que acaban de arrebatarle a los holandeses, con toda la intención de apoderarse del virreinato y, de paso, quedarse con el tesoro que, proveniente del Potosi se iba a enviar a España- resumió Julián
-          Así es, con parte de ese tesoro se saldarían las deudas del comerciante Ingles Guillermo Pío White, radicado aquí, en Buenos Aires, que ha sido uno de los impulsores de esta invasión, tenía con el comodoro Popham-
-          ¿y qué dice la gente de aquí?-
-          Bueno, eso es algo complicado. Sabe que muchos tienen poco apego por la corona-
-          Vaya novedad- dijo Julián
-          Sí, pero no se confunda, el malestar es con la administración, sobre todo con los funcionarios nuevos llegados de la península, que están más interesados en enriquecerse que en gobernar para provecho de la gente-
-          Vaya novedad- y, discretamente, Amelia le pego un codazo
-          A eso se agrega el despropósito del monopolio que encarece exorbitantemente los precios y da un buen margen para que prolifere el contrabando…se imagina que al gobierno le es imposible controlar las inmensas costas que hay aquí-
-          Si, el rey hubiese sido más inteligente con otra política- tercio Amelia- dejar que la gente hiciera sus propios negocios y aportara lo suyo en impuestos-
-          Claro Amelia, pero ¿y el negocio de los favorecidos por el monopolio?, no olvides que son los que están cerca del rey y le financian su ineptitud- respondió Julián
La conversación siguió por esos carriles durante un tiempo más, hasta que el cansancio y el natural recogimiento del convento llevaron a todos a descansar.
Al día siguiente se dedicaron a recorrer la ciudad, mirando todo y escuchando a la gente.
Como una mujer caminando sola no era bien vista, Julián acompaño a Amelia todo el tiempo.
En la plaza y el mercado el ambiente parecía normal en todo, como en cualquier ciudad hispana de la época, con gente que iba y venía, de mañana temprano los feligreses saliendo de misa, las mujeres regresando a sus casas, los hombres a sus negocios, y la servidumbre al mercado, el único punto disonante era la bandera que ondeaba en el fuerte y las casacas rojas que patrullaban.
A lo que se veía en el centro nadie podría decir que se estaba en una ciudad invadida.
Al medio día entraron en una posada a almorzar, se acomodaron en una de las pocas mesas libres, en un rincón del salón y pidieron de comer. El posadero les trajo una abundante ración de puchero y una buena jarra de vino.
Julián miro el plato y, con la cuchara, revolvió su contenido, tratando de adivinar que contenía. Amelia lo miraba atentamente, prestándole especial atención cuando decidió llevarse la cuchara a la boca.
-Pruébalo, está muy bueno- acepto Julián ingiriendo el contenido.
Como tenía hambre no se hizo rogar.
Mientras almorzaban aguzaron el oído, al principio sin éxito, pero luego la cosa cambio. De apoco fueron tomando conciencia de que no todo estaba tan tranquilo como parecía. Había un sordo descontento que bien podía ser el fermento de los hechos que tenían que ocurrir.
Al regresar al convento los recibió Juan con disimulada excitación, no era conveniente tener otro aspecto en el claustro.
-Pasen, pasen, vengan por acá-indico un acceso en el pasillo.- a ocurrió algo que puede ser peligroso-aclaro al tiempo que sacaba un sobre de entre sus ropas y se los entregaba- es una invitación formal al baile de gala que los ingleses darán el próximo viernes en el salón del fuerte-
-¿Invitados a un baile?- pregunto Julián incrédulo
-Bueno- titubeo Juan- en realidad la invitada es ella- indicando a Amelia
Julián rio socarronamente y ella enrojeció algo. Juan, que no sabía a qué iba aquello no entendió nada.
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Ja!,  en buena se metía Amelia, a él le pasaba lo mismo con ella, era una mujer excepcional a la que muchas veces le era difícil mantenerse a salvo de sí misma.
Dio vuelta la hoja y la encontró en blanco. Miro hacia la puerta nueva y comprobó que aun estaba allí. Cerró la carpeta y la guardo, no quedaba más remedio que esperar a que el resero apareciera de nuevo.
Cerro los postigones de la ventana, tras la cual se asomaba la primavera con su perfumees.

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Parte 6 de 8

Junto al fuego el asado ya estaba listo, alguien le alcanzo un pedazo de carne ensartado en la punta de un facón y él lo agarro tomándolo por el hueso, con cuidado de no quemarse.
Se integro a la vuelta sentándose en un tronco junto a otros gauchos.
Entre mordisco y mordisco corría una bota con vino, áspero pero sabroso, que no tenía nada que envidiarle al de cualquiera de los campamentos en que había estado en su vida como soldado.
Los últimos rayos del sol invernal fueron desapareciendo tras el desierto horizonte proyectando esas sombras largas tan características, que el fuego del fogón aun no vencía. Un paisano saco una guitarra y la templo a su manera, la charla concluyo y el silencio se enseñoreo del campamento, creando esa atmosfera intimista e irreal que llama a la introspección y que hace del hombre del llano ese tipo tan especial que da su madera a los centauros de las pampas sobre cuyas espaldas se eleva el país.
Las notas se fueron desgranando suave, melodiosas, tristes, como en un lamento, y luego la voz canto, fue un canto de libertad, de amor a la patria y deseo de librarla del invasor, un canto de guerra entonado en voz baja, no por temor, si no por respeto.
Alonso sintió que el corazón se le estrujia, y hasta que una lagrima le inundaba la vista.
-He, español- le llamo alguien discretamente, mientras le tomaba el brazo
-¿Que queréis?- pregunto al desconocido
-¿Sabes pelear?-
-¿Qué pregunta es esa?-
-¿Qué si tienes los cojones para ayudarnos a sacar a esos herejes de la ciudad?- pregunto mientras con el dedo indicaba hacia el fuerte, invisible en la oscuridad.
-¿Cuándo vamos?- Dijo, al tiempo que se movía para incorporarse.
-Shh, tranquilo amigo, todavía no es tiempo, ya te avisaremos- le dijo el que acompañaba al primer gaucho que lo había hablado, y los dos se fueron a hablar con otros hombres. Era una leva, o iba a serlo pronto.
El canto, el vino, el calor del fuego y el abrigo del poncho que alguien le había alcanzado, terminaron por vencerlo y se quedo dormido, sobre un cuero de oveja que encontró cerca, bajo un cielo inmenso, lleno de estrellas, dominado por la grandiosa y emblemática Cruz del Sur.
Al día siguiente, antes del alba, luego del canto del gallo, el campamento retomo su actividad.
Alguien atizo las brasas del fuego de la noche e inicio uno nuevo, sobre el cual pusieron la infaltable morocha donde calentar el agua para el mate.
Las bestias, como solidarias con los hombres, también se fueron despertando, de modo que, en poco tiempo todo se transformo en un desentonado concierto de ruidos originados en los gases  intestinales, bostezos, mugidos y rezongos.
Sin saber cómo ni de donde, de pronto se encontró con un amargo entre las manos, y, esta vez ya precavido, lo pudo apreciar mejor, sintiendo el reconfortante calor del agua transmitirse por todo el cuerpo, un pedazo de galleta marinera y algo de carne del asado de la noche completaron el desayuno.
¿Cómo sobrevivía aquella gente con una dieta tan monótona?¿que los mantenía a salvo del escorbuto? Pensó en que Julián le podría responder estas preguntas y cayó en la cuenta de que no sabía dónde estaban, los había perdido de vista y era menester encontrarlos.
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-¿Qué debo hacer?- se pregunto Amelia
-Ir, por supuesto, que mejor oportunidad para entrar en la cueva del lobo a husmear que pasa, en una de esas ahí este la respuesta- Indico Juan
-Tiene razón- dijo ella sabedora de que se las arreglaría bien
-Lo único que no puede ir sola-
-¿Cómo?...ah sí, la época, ¿y de donde saco yo una chaperona ahora?¿conoces a alguien?-
-Pues si- y lo miro a Julián
-¡¿Julián?!-
-Sí, les has dicho que es médico, pero nada más, ¿verdad?-
-Así es- asintió
-Pues, te presento a tu hermano-
-¿Yo hermano de Amelia? Si no nos parecemos en nada-
-Qué seáis hermanos no quiere decir que tengáis los mismos padres- aclaro Juan
Los dos lo miraron al unisonó - ¿Cómo?-
-pues si, en estos tiempos los bastardos son bastante comunes, así como los hermanos de leche-
Julián no estaba muy convencido
-Puede ser Julián, la idea no es mala-
-No, no, yo no puedo ser tu hermano-
-¿Por qué no? ¿No has sido ya mi esposo una vez?-
Juan miro intrigado
-Es una larga historia Juan, cuando pueda te la contare- aclaro Julián- Bueno que sea, pero la bastarda eres tu-
-No, yo no- fingió ofenderse Amelia.
-Ehhh,- tercio Juan- una hija paterna criada en el seno de la familia cuaja mejor con el viaje a Europa…-
Y la cosa quedo zanjada.
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Los gauchos que lo habían contactado la noche anterior se le acercaron en silencio.
-Venga amigo, caminemos- y se pusieron en marcha a recorrer los corrales mientras conversaban
-¿Es verdad que es un veterano?- pregunto uno
-Escuchamos que junto al fogón comento que peleo en Flandes- aclaro el otro
-Pues, si- acepto Alonso- ¿Por qué la pregunta?-
-Vera, algunos queremos hacer algo para echar a los herejes del país….-
-Sabemos que el francés está armando algo en el Uruguay y queremos ayudar…-
-Pero una cosa es levantar una montonera y otra enfrentar a las casacas rojas…-
-¿usted puede ayudar?-                                                                                                                        
-¡¿Qué si puedo ayudar?!- pregunto incrédulo- Vamos no más.
El guerrero que había sido se impuso al agente del ministerio que era, y ni se le pasó por la cabeza que no debía interferir con la historia, la duda no era algo que formara parte de su ser, la patria y la fe estaban en peligro y él no le esquivaría al bulto.
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Las tardes de invierno son cortas, y la noche llega pronto. A fuera todo era oscuridad, a duras penas cortada por la trémula llama de algún que otro farol, salvo en la plaza frente al fuerte, donde, uno tras otros llegaban los invitados, lo más granado de la sociedad colonial. Solo faltaban algunos idealistas, en su mayoría jóvenes, como el doctor Manuel Belgrano, que, a diferencia de sus compañeros de consulado, había declinado prestar juramento de fidelidad a los invasores, optando por recluirse en el interior, aclarándole a todo el mundo que “o se serbia al viejo amo o a ninguno”, poniendo de manifiesto algo que muchos sospechaban pero pocos se atrevían a asumir, que los ingleses no estaban allí para defender el libre comercio, como declamaban, si no para establecer una nueva colonia. Hasta nombre le habían puesto “Nueva Arcadia”.

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Parte 7 de 8

Cabalgaron hasta unas chacras cerca de Perdriel, arriando unas vacas para disimular. Al llegar encontraron varios hombres ya reunidos bajo el mando de don Juan Martin de Pueyrredón, que respondía a don Martin de Alzaga, el rico comerciante español que financiaba los gastos.
 -Alonso de Entre Rios- se presento ante el oficial que les franqueo el paso- capitán de tercios-
Aunque el oficial no sabía bien que era eso de “tercios”, había sido avisado de la llegada del grupo. Un capitán era un capitán y oficiales veteranos era lo que faltaba, por lo tanto no solo eran bienvenidos si no que hasta ya  tenían asignada tarea.
 -Pasen señores. Sargento acompáñelos- ordeno
El sargento se cuadro y saludo, no muy gallardamente, pero algo era algo.
Los llevo donde un grupo cargaba y disparaba mosquetes. Ya casi antes de desensillar Alonso estaba asumiendo el papel de mando, ordenando posiciones, e instruyendo.
Al caer la noche, cansado pero feliz, estaba encantado con “sus hombres”, que ya eran “sus hombres” aunque solo había estado con ellos un día. Era asombroso como esos mozos, hasta ayer no más simples boyeros, peones o dependientes, aprendían a cargar y disparar los mosquetes, como si fueran verdaderos profesionales.
En el rancho, se sentó junto a otros oficiales a compartir la cena. Todos estaban de buen humor, había excitación, se olía la inminencia de la batalla y la algarabía, aparte de ahuyentar el miedo de los bisoños, levantaba la moral del conjunto.
Entre brindis y risas corrían las anécdotas, en las cuales Alonso era arto versado. Pero no eran todos relatos de aventuras, la política también era tema, como no podía ser de otra manera en esos tiempos.
A poco de escuchar se notaba que, si bien había consenso en cuanto a la necesidad de echar a los británicos, a la hora de hablar del rey la cosa era distinta.
En general todos se sentían parte de esa España grande que tantas glorias había sabido conquistar, pero la gran bronca era que no se los reconocía como tales, que cualquier recién llegado de la península tenía más voz que el más venerable de los locales.
-Pero no por eso son menos súbditos, y algunos hasta empeñan sus fortunas en esta patriada, como don Martin- dijo uno
-¿Cómo don Martin?- pregunto con sorna otro- ¡cómo no va apostar por el retorno del virrey si el señor Alzaga es de los más perjudicado con el levantamiento del monopolio- disintió otro.
- Así es, a muchos de los que están en el gobierno lo único que les interesa son “sus intereses”- sentenció un tercero
-y todo sigue igual- pensó para sí mismo Alonso y un cierto desanimo le quiso picar el alma.
La charla continuo, había un descontento general con los funcionarios del rey…y, por extensión, también con el rey.
A la mañana siguiente siguieron los entrenamientos, se sabía que un grupo de casacas rojas se aventuraría por allí y estaban ansiosos de mostrar la valía de los hombres de aquí.
En un descanso, contemplándolos con orgullo, Alonso se paro sobre los estribos y, mirando el campo, dijo a quien le acompañaba. “que buenos vasallos serian si buen señor tuvieran”
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Javier interrumpió la lectura unos segundos. ¡Qué tipo ese Alonso! Si en boca de alguien podía haberse puesto esa frase, que no fuese en el Cid, era justo en él, se dijo a si mismo satisfecho.
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El decorado y la iluminación del local habían sido preparados con todo esmero, para impresionar a los invitados, ya que el escaso número de tropas requería de toda la buena voluntad posible, y el boato y la ostentación podían ayudar.
La música sonaba agradable, con los sonidos de moda en el viejo continente, nuevos por estos lares.
Amelia y Julián presentaron las invitaciones y fueron anunciados al ingresar.
No más anunciado su nombre, Amelia recibió el saludo del oficial con que habían viajado desde Lujan. Julián, discretamente, saludo al soldado y se retiro a tratar de confraternizar con los invitados, no sin cierta mirada de reproche de parte de ella, que, si bien no temía y lo asumía como parte del deber, no disfrutaba con la idea de pasar toda la velada con el Ingles.
Al azar se mesclo, como pudo, en los distintos corrillos, donde, más o menos cortésmente, todos lo admitían a participar de charlas intrascendentes, como era lógico, pues era un forastero, sin lugar a dudas. Cautamente él escuchaba, decía alguna que otra palabra de ocasión y, con la sobreentendida escusa de saludar a todo el mundo, se desplazaba hacia otro grupo.
Como corresponde, pasada la hora y el consumo de bebidas, la confianza permitió soltar algunas lenguas aun en su presencia.
-…la verdad es que no nos podemos quejar- dijo alguien de voluminosos abdomen- se espera la próxima llegada de un buque lleno de mercaderías, y se las podrá comercializar libremente, con una buena ganancia, a no dudar-
-Aunque se aclara que habrá severas penas para quien olvide pagar los impuestos de importación- aclaro otro, que después supo se había enriquecido con el contrabando que antes se hacía de esos mismos productos
-En eso estamos peor que con los “matungos”, a estos (y señalo discretamente hacia la mesa donde estaba la plana mayor británica) todavía hay que conocerlos, pero en eso parecen bastante más duros- indico otro
-Así es, un amigo del consulado americano me dijo que, si bien cuando eran colonia el contrabando era común, nunca con tanta liberalidad como aquí-
-Sea, pero, a la larga es mejor una pequeña perdida que un gran riesgo- y, en general todos acordaron con esto. Así la charla se puso interesante.
Mientras tanto, en la pista de baile Amelia seguía el paso a su galán, hasta que le convenció de la necesidad de un descanso, que el soldado aprovecho para ir hasta la barra, donde, para disgusto de ella, pudo ver como alardeaba de su conquista, a lo que el resto respondía con sonoras risotadas.
 En la mesa de las damas fue abordada por varias criollas y españolas que quisieron saber todo lo posible de la recién llegada.
Inevitablemente la conversación derivó hacia el tema masculino
-Que gallardos que son, con esos uniformes tan vistosos y ese porte tan marcial-comento una de ellas, esposa del señor guardiamarina Martin Thompson, egresado de la academia naval del Ferrol, que evidentemente aprobaba la presencia de los mismos en lugar de los más humildes y menos gallardos gobernantes anteriores.
Las sonrisas de aprobación fueron generalizadas.
Con discreción pregunto si era posible salir a tomar un poco de aire fresco, lo que en verdad era necesario en el aquel ambiente cerrado.
Saludando amablemente y, tratando en lo posible de no llamar la atención, se dirigió a uno de los patios internos, hacia donde había visto salir a Julián unos minutos antes.
-Has averiguado algo- pregunto cuando estuvo a su lado
-Pues, nada, los únicos extraños, a parte de los británicos, somos nosotros, si hay algún agente infiltrado tiene que estar entre ellos- dijo Julian
-Bueno, ya veré que puedo sacarle a Germán- comento Amelia
Julián la miro con una sonrisa picara y ella se dio cuenta
-Bueno ¿de qué te ríes? Tuvimos que presentarnos. No parece una mal tipo, solo algo bruto y torpe, pero para ser soldado ingles no se necesita más- dijo con cierto enojo
-De todos modos, no creo que encuentres nada por allí, porque, aun suponiendo que este entre ellos, ¿Cómo haría un desconocido para influir en la sociedad hasta el punto de parar una revuelta?-
-¿y entonces que está pasando?-
-Lo que me temo, que si nosotros no intervenimos acá no pasa nada, esta gente está descontenta con nuestra administración y están buscando cambios-
-Como de hecho sucederá en unos años- confirmo Amelia
-Sí, si se da la reconquista de Bs As. ¿Te das cuenta de lo que hablaba antes de esta misión? ¿qué pasa si no hacemos nada para que la historia se ajuste a la que conocemos? Aquí no vemos a nadie que esté tratando de cambiar la historia, antes bien sospecho que, si nadie interviene, Argentina posiblemente no exista, por lo menos no como la conocemos en nuestro tiempo-
-Se dará, la reconquista será el próximo 12 el Agosto como fue, ten fe- desafío Amelia
-Me va a gustar verlo- acepto él
-¿Qué hacemos mientras tanto?- pregunto Amelia
-No sé, tratare de ponerme en contacto con el ministerio para pedir instrucciones-
Y, al hablar del ministerio se acordaron de Alonso. ¿Dónde andaría ese soldado de fortuna? Deberían encontrarlo pronto pues iba siendo tiempo de volver.


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Parte 8 de 8

En Madrid Javier había llegado a esa frase final de los papeles que le dejara el resero y tuvo la misma duda que Julián, ¿hasta qué punto mantener la historia como esta no era alterarla?
En eso estaba cuando escucho ruidos en la puerta por la que aparecía el resero. Esta se entreabrió un poco, pero no llego a hacerlo del todo. Un fuerte griterío se oyó del otro lado, como de gente peleando y dando órdenes desesperadas…en Ingles, entonces la puerta se cerró apuradamente y la tranca se volvió a oír. Obviamente, quien había querido abrirla desistió de hacerlo. ¿Qué estaría pasando ahora?
Estaba pensando en ello cuando escucho como piedras que golpeaban la puerta ¿Cómo podía ser eso? Una puerta cerrada está cerrada para todo.
Con curiosidad se acerco a la misma y la empujo, estaba hinchada, como se había quejado el resero en su primer visita, por lo que empujo con más fuerza y cedió. Con gran sorpresa, descubrió que, en el apuro, la habían cerrado mal y el pasador había sido corrido pero no había entrado en el hueco del marco, por lo que no trababa nada.
Pasar a través de ella fue una tentación que nadie podría haber resistido, menos él.
Lo que vio lo dejo maravillado, allí, frente a él, la inmensidad del rio de La Plata serbia de telón a intensos combates, y los casacas rojas estaban en innegable retirada!!!
De pronto sintió que le empujaban violentamente y un fuerte dolor le invadió el cuerpo partiendo desde el hombro derecho. Luego el cielo se le nublo y la conciencia lo abandono.
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La mañana de aquel 12 de Agosto amaneció con brisa del este, que no incomodaba pero mantenía la humedad del rio a nivel de suelo.
El campo brillaba con el resplandor del sol sobre las gotas de rocio y de los mosquetes vomitando fuego y muerte. El combate había empezado temprano.
En el convento la alarma cundió e, inmediatamente, comenzaron los preparativos para atender a los heridos.
-¿Qué pasa?- Pregunto Amelia alarmada
-Que los criollos están atacando la ciudad- le contesto Julián mientras se preparaba para ayudar con sus conocimientos
-La reconquista está en marcha- comento Amelia- y sin que nosotros hayamos hecho nada- concluyo triunfante. Julián no dijo nada, los hechos le daban la razón a ella.
Salieron a la calle junto con los frailes y las monjas voluntarias, con los elementos de ayuda que contaban para brindar auxilio a quienes lo necesitaran.
Sin darse cuenta se fueron desplazando hacia el bajo, hacia la parte de atrás de fuerte, y de pronto lo vieron, ahí estaba Alonso dirigiendo una carga de infantería contra un puesto Ingles que cedió a poco de combatir.
-Alonso- Grito Amelia en medio del bullicio, mientras Julián arrastraba a un herido contra las paredes del fuerte, cerca de una extraña puerta entreabierta.
-¡Amelia!¡ Julián!- grito Alonso al verlos- ¡Que día Señor! La gloria cubre nuestras armas como antaño
¡Viva España carajo!- concluyo exultante de euforia, aun lleno de la adrenalina del combate, y los abrazo a los dos con lagrimas de emoción en los ojos.
O sea, que al final si estaban interviniendo en la historia, no se sabía cuán importante era la intervención, pero si la estaban haciendo. Un cruce de miradas entre Julián y Amelia fue suficiente para plantear esto. Los dos sabían de qué se hablaba.
La reunión no pudo durar mucho, las balas zumbaban alrededor y no era seguro permanecer ahí.
Fue cuando se disponían a marcharse que lo vieron. El hombre abrió la puerta mal cerrada y se quedo parado junto a ella, con los ojos abiertos contemplando asombrado lo que veía, aparentemente ignorante del peligro que corría. Y, de pronto, lo vieron caer, alcanzado por un proyectil.
Amelia, que lo había reconocido no pudo menos que dejar escapar un grito de espanto. Julián y Alonso la miraron extrañados.
-¡Javier!, ¿Cómo puede ser?- dijo incrédula tapándose la boca con los dedos
-¿Quién?- pregunto Alonso
-Javier Olivares, el productor del ministerio- Aclaro Julián que ya había llegado a su lado y le prestaba los primeros auxilios
-Vamos, hay que sacarlo de aquí sin demora- urgió al tiempo que lo tomaba por los brazos mientras Alonso lo tomaba por los pies y Amelia abría la puerta y enviaba un pedido de auxilio al ministerio.
Al aparecer en los pasillos del ministerio el revuelo era general
-¡Mi Dios!- exclamo Angustias, que también estaba junto a los otros.
-Pasen, pasen rápido, ya vienen los de la sanidad- dijo Salvador, mientras trataba de poner orden en todo ese caos
-¡que no le pase nada Señor, por favor, que nos va la vida en eso- seguía Angustias
-¡tan buen hombre que es! ¿Cómo pudo escribir una cosa así? Poner en riesgo su vida ¿para qué?- continuaba
De pronto Javier, que volvía en si del atontamiento producido por el golpe, abrió los ojos, dolorido, y aturdido de escuchar los lamentos de Angustias, a la que reconoció inmediatamente
-Angustias, Angustias, por favor, no me angusties- musito mientras un par de paramédicos recién llegados lo colocaban en una camilla- estoy bien- calmo a todos
Efectivamente, la herida era superficial y no revestía riesgo, pero de todos modos no podría evitar pasar por el hospital.
Mientras se lo llevaban en los pasillos del ministerio todo seguía siendo confusión.
Irene, siempre más pensante, estaba en silencio, dubitativa.
-¿Qué tienes?- le pregunto Ernesto
-Lo que ha dicho Angustias-
-¿cuál de todas las cosas que ha dicho angustias?, no ha parado de hablar desde hace media hora por lo menos-
-¿Lo del riesgo de escribir una cosa así?- dijo Irene, y Ernesto, callando comprendió de que hablaba.
Javier no podía haber escrito algo así, por el simple hecho de que, en el estado que estaba no podía escribir
Entonces se escucho que alguien luchaba con una puerta y la cerraba, corriendo una tranca del otro lado.
Todas las puertas del ministerio tenían las trancas de este lado.

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Epilogo

El resero encendió un chala e invito
-Gusta-
-No, gracias, no puedo- contesto el convidado
Permanecieron en silencio unos minutos, sentados sobre el tronco caído de un aguaribay. Tras ellos la puerta cerrada se recortaba en el blanco muro exterior de la estancia Santa Catalina, antigua factoría Jesuítica en las sierras de Córdoba.
-Estaba pensando- rompió el silencio el resero, que obviamente quería preguntar algo pero no estaba seguro de cómo hacerlo- digo, tengo una piedra…¿Qué paso con el señor Javier?-
-Nada-
-Como nada, ¿no recibió un mosquetazo?, ¿Qué fue eso?-
-A, si, bueno, no fue nada, solo un toque dramático para el final- dijo bajando la vista, algo embarazado.
-¿y que pensara él de eso?-
-Bueno, no creo que ni siquiera llegue a enterarse de esto, así que supongo que no pensara nada-
-¿y el ministerio?-continuo-¿Por qué le ha interesado?-
-Vera, sabe que me interesa la historia- El resero asintió – pues bien, la mayoría de la que hay está contada por otra gente. El ministerio ha sido eso, la forma de contar la historia vista con nuestros ojos-
El resero lo miro detenidamente, no entendía a su amigo. En su mundo las cosas eran más sencillas, lo blanco era  blanco, lo negro, negro, una vaca comía pasto y el gaucho se comía la vaca. Estas otras cosas se le escapaban.
-¿tiene idea de qué pasara con esa gente?-
-De momento, todo sigue…luego, Dios dirá-
Aspiro profundamente el humo del cigarrillo, lo lanzo con evidente placer y luego, levantándose dijo
-Me han contratado para llevar un arreo de mulas a Santa Fe-
-Lo sé, por eso hemos aparecido aquí, en los corrales de la estancia están los animales que tiene que llevar-
-Gracias, me ha ahorrado un lindo viaje, de Buenos Aires hasta aquí hay varios días de marcha-
-No hay de que, me ha ayudado mucho, si usted no aparecía esta historia no se contaba-
-Sea., ¿Qué hará ahora?-
-Trabajar, no me queda más remedio, la olla tiene que ser llenada, y no eso no se hace solo-
Volvió a dar otra pitada
-A sido un gusto ayudarle. ¿Nos veremos de nuevo?-
-Eso espero-
-Fue una linda aventura, ¿tiene otras?- demoraba la partida.
-Pues, si, si hay, ¿le conté del Andaluz que se llego por aquí halla por el 1570?...- empezó a animarse, pero se quedo callado, debía seguir trabajando, ya había pasado mucho tiempo relatando historias.
-Bueno, será hora de ir yendo-
-Si-
Se estrecharon fuertemente las manos y sus ojos dijeron lo que las palabras no podían. Ambos eran solitarios en sus propios mundos.
El sol caía tras las sierras grandes, proyectando largas sombras.
FIN

Omar R. La Rosa; Córdoba, Argentina. finalizado 27 de Noviembre 2016