Que el futbol tiene su magia en los imprevistos es
tan cierto como que los equipos que trabajan en forma seria y planificada son
los que tienen mayores posibilidades de ganar, o que la suerte, o como quieran
llamar a eso que pasa contra toda lógica, existe y es imprescindible.
Esto nos paso hace ya algunos años, cuando yo
estaba, circunstancialmente, al frente de un humilde club de nuestra liga
local. No tiene sentido mencionar su nombre porque es bien conocido por todos. Sin
embargo, ante la posibilidad de que algún lector no nos conozca, diré que
nuestro club está formado por lo que en la jerga se conoce como “descarte”, a
nuestro club caen todos los desheredados que no encuentran lugar en alguna de
las otras prestigiosas instituciones de nuestro medio.
Esa fue una de las razones por las que me pusieron
al frente del equipo (los demás nunca supieron apreciar mis muchos talentos).
Como fuera, a pesar de mis esfuerzos la campaña de
ese campeonato no había sido precisamente sobresaliente, ya que llegamos a la última
fecha dependiendo de un obligatorio triunfo para no descender de categoría.
Con tanta suerte que nos tocaba jugar con el puntero
de la tabla, que necesitaba el triunfo para ser campeón.
Como decía mi abuela, cuando las cosas vienen,
llegan todas juntas, y esta vez parecía cierta, pues para hacernos todo más cuesta
arriba hasta la gripe se ensaño con nosotros y fue un triunfo lograr juntar los
11 para el encuentro, con decir que no pudimos ni armar un banco de suplentes.
Al iniciarse el partido, en el banco estaba solo yo
y Carlitos, el aguatero.
Carlitos, quien al final de la jornada termino
convirtiéndose en el centro de todo lo que paso, es un pibe que lleva varios
años en el club, cuya edad nunca ha pasado de los 8 o 10 años. Es buenísimo, no
tiene una gota de malicia, puro como el pan que cocina su mamá e igual de
inocente. Es un apasionado del futbol y, si no fuera por su falta de madurez,
podría ser un jugador aceptable, lo que en nuestro club no es mucho, pero
siempre es mejor que nada.
Como decía, estábamos los dos solos, y, aunque yo
estaba callado tratando de inventar algo para evitar el eminente desastre, él
no dejaba de hablar. Eso no me extraño, pues tenía un amigo invisible, como
todos los niños tienen cuando son chicos, solo que Carlitos ya no era un niño.
Sebastian, que así se llamaba su amigo, no dejaba de
conversar con él
-
Profe – me llamo de la forma que siempre
lo hacía, por más que yo no era, ni soy, profesor de nada
-
Profe, el Seba dice que si me deja
entrar ganamos –
Me costó unos instantes reaccionar, al principio no
entendía que me decía, por eso él me lo repitió. Entonces comprendí que
Carlitos quería entrar.
Pero, ¿Cómo iba yo a hacer eso, si nos estaban
pasando por arriba? No sé de cómo solo nos seguían ganando 1 a 0.
Con todo el tacto de que era capaz le di larga a la
cosa, se me partía el corazón decirle que no. Es que no soy tan inhumano como
algunos dicen.
La cuestión es que el tiempo seguía pasando y el
resultado no cambiaba.
-
Profe, dice el Seba que si no entro descendemos
–
-
Carlitos, ¡por favor! – ya estaba
perdiendo la paciencia
-
Profe, por favor – me susurro al oído,
como si quisiera que su amigo no lo escuchara
-
Profe, déjeme entrar por las buenas, el
Seba se está poniendo nervioso y cuando se pone así no puedo controlarlo – ¡era
el colmo!.
-
¡Por favor Carlitos! – el pobre Carlitos
se retiro compungido, su sensibilidad era sumamente especial y me hizo sentir
mal la respuesta que le di. Pero un ataque de los nuestros llamo mi atención y
no atine a decirle nada más.
-
Profe – escuche en la distancia y
después – ¡No Seba! –
Por su puesto, yo, metido en el partido, no preste
atención, menos desde que un defensor “hacho” a nuestro único delantero,
obligándome a realizar un cambio que no tenía.
Entonces tome la decisión, esa decisión.
-
Dale Carlitos, entra –
En vez de
saltar de alegría, que es lo que yo hubiera esperado, se puso a discutir con su
amigo
-
No, no era así como quería entrar, no
tenias porque “faulear” al delantero – como si la falta no la hubiera cometido
el defensor
De todos modos entro al campo de juego, que no al
partido, pues seguía enfrascado en la discusión con su amigo
-
¡Ni se te ocurra meterme la traba, no me
amenaces! – gritaba en voz baja, con evidente enojo
Estaba tan metido en lo suyo que ni se dio cuenta
que tenia los botines desatados.
Como no podía ser de otra manera, se los piso y cayó
aparatosamente, revoleando sus largas piernas a lo alto, en mitad del campo
adversario, justo cuando el arquero de ellos sacaba displicentemente, con tanta
suerte que la pelota le pego en los pies, se elevo en una hermosa parábola,
pasando por sobre la cabeza del desesperado guardameta que vio como la misma
terminaba alojada en el fondo de su arco.
La desesperación se adueño de los contrarios. Sin
perder tiempo salieron del centro y, en un rápido ataque, llegaron hasta
nuestro arco. Solo la oportuna intervención del poste derecho nos salvo de una
nueva caída.
El balón impacto en el con tal fuerza que reboto
violentamente y se elevo yendo a caer a mitad del campo contrario, justo a
donde Carlitos, ya incorporado, seguía discutiendo con “Sebastian”. Se ve que
la disputa era fuerte porque en un momento Carlitos le tiro una patada,
haciendo que el botín se saliera de su pie e impactara en el balón que caía,
haciéndole cambiar levemente la trayectoria, dejando descolocado al arquero que
había salido a por él…convirtiendo el tanto que nos salvo del descenso.