Tiempo de Ja Logüin
Definitivamente no había
nacido para vivir enjaulado, el confinamiento por la pandemia lo estaba
alterando.
Hasta había empezado a fumar, para tener una escusa y
estarse en el balcón aunque más no sea, a pesar de que el frio del próximo
invierno lo desaconsejara.
Helena le observa molesta desde el interior de la sala
mientras miraba las últimas noticias. Las relaciones se estaban poniendo tensas
y no sabía qué hacer, es más, ni siquiera sabía si quería hacer algo.
Un relámpago, cruzando el cielo a lo lejos, llamo su
atención y por eso vio como Alonso atendía el teléfono. Fue una llamada corta,
si no le hubiera estado mirando posiblemente ni la hubiese notado.
El hombre guardo el móvil en el bolsillo, apago el
cigarrillo contra el cenicero puesto al costado de la puerta ventana y salió
del balcón.
Casi sin decir palabra fue a la puerta de entrada, tomo el
abrigo y las llaves.
-
¿Te vas? – pregunto ella sin mirarlo casi.
-
Si – fue la escueta respuesta.
-
Hay toque de queda –
-
¿Toque de queda? – sonrió despectivamente.
-
¿A dónde vas? –
-
A la iglesia, a rezar un poco – ella le miro
significativamente y eso le hirió más que cualquier cosa obligándolo a aclarar
– a pedirle a Dios que nos ayude, porque lo que es la “ciencia” parece que no
puede hacer nada – esta vez la molesta por las palabras fue ella.
Ya en la calle lo único
que vio fue un patrullero, de los encargados de hacer cumplir el confinamiento.
Sonrió, esos ganapanes no eran guardia para detenerlo a él, no lo habían podido
hacer los herejes en Flandes, menos esos policías más ocupados en protegerse
del frio que en cumplir su deber.
Al llegar a la iglesia alguien le llamo
-
Pst, compañero – susurró su espalda, haciéndole
voltear violentamente dispuesto a defenderse.
-
He, para macho, está bien que hace rato no nos
vemos, pero ¿no me habrás olvidado? –
-
Pacino venga ese abrazo compañero – y extendió
los brazos para saludar.
-
Guarda, mantengamos la distancia social – dijo
el otro dando un paso atrás.
-
Distancia social y que mierdas – maldijo el
soldado.
-
No te enojes, son los tiempos que corren –
disculpó el detective - ¿a ti también te llamaron? –
-
Si, ¿sabes de qué se trata? –
-
No, solo me dijeron que viniera aquí y esperara
–
-
Lo mismo. Que misterio –
-
Así es – afirmó Pacino, sacando un cigarrillo.
Ante la mirada de Alonso - ¿no me digas que has chapado el vicio? –
-
Bueno, vicio, vicio no, solo alguno de vez en
cuando, por los nervios –
-
Mala cosa amigo – sentencio Pacino ofreciéndole
uno.
Fumaron en silencio, como se hace en las trincheras,
cubriendo la brasa con la mano para que no se vea el brillo, moviéndose entre
pitada y pitada, para evitar ser blanco de algún “cazador” y espirando el humo
como con miedo, tratando que se disipe sin hacer nube.
Antes de terminar el cigarrillo una figura apareció
fugazmente en el contra luz de uno de los faroles laterales. Sobre saltados
apagaron los cigarros y se apretaron contra la oscura pared.
No esperaron mucho, pocos segundos después la voz sonó
clara… del lado contrario al que la esperaban.
-
Me alegro que hayan podido venir – No podían
creer lo que escuchaban.
-
¿Ernesto? –
-
¿Fue usted quien nos sito? –
-
Efectivamente tenemos una misión –
-
¿El ministerio esta operativo de nuevo? –
-
No precisamente –
-
¿Entonces? ¿es extraoficial? –
-
Más o menos – aclaró.
-
Bueno, menos vueltas ¿Qué se trae? – urgió
Alonso, frotándose las manos para entrar en calor.
-
No tenemos mucho tiempo, vamos, de camino les
cuento –
-
¿Nos cuenta? ¿viene con nosotros? –
-
Pues eso he dicho ¿no? –
-
Si, seguro, pero ¿Por qué? ¿no hay otros
agentes? –
-
Con esto de la pandemia no es fácil juntar
gente, el único que podría haber venido es Julián, que buena falta nos puede
llegar a hacer, pero el pobre está a tiempo completo combatiendo esta plaga y
necesita todo el descanso que pueda obtener –
-
¿Y Amelia o alguna de las otras chicas? –
-
Me temo que esta no es una misión para mujeres –
-
Upa, esa afirmación le puede costar caro jefe –
-
Me importa menos que un bledo lo que digan, esto
no es para mujeres y ¡no es! – la cosa debía estar fea para que Ernesto
contestara así.
Sin decir más le siguieron hasta la iglesia y entraron en
ella por una puerta lateral con una llave que Ernesto saco de entre sus ropas.
Dentro la majestuosidad del ambiente resultaba
sobrecogedora, apenas iluminada por la titilante luz del sagrario y algo de
claridad de la calle que se filtraba por los vitrales.
La poca visibilidad parecía no importunar al Ernesto, que
con paso seguro siguió andando hasta que se detuvo frente a una capilla
lateral. Respetuoso se hincó y pareció musitar una pequeña plegaria a la virgen
mientras Pacino y Alonso lo alcanzaban.
Cuando ellos estuvieron a su lado el hombre se incorporo, devotamente beso la cruz que llevaba
colgada del cuello con una gruesa cadena, antes de ocultarla nuevamente entre
sus ropas.
-
Vamos muchachos – dijo santiguándose nuevamente
ante la virgen para después entrar al pequeño confesionario que allí había.
Imitándolo Pacino y Alonso fueron tras él.
Al salir de la puerta se
encontraron en un armario con ropas marineras. Eso y el movimiento del piso
pusieron sobre alerta a Alonso que, poniéndose tenso preguntó.
-
¿Qué hacemos aquí?¿No estaremos en un barco? –
-
Tranquilo Alonso – lo calmó Ernesto – es solo
por unos minutos, debo hacer una consulta aquí y nos vamos antes de que se
maree – río – aparte este no es “un barco” es el “Santísima Trinidad” y aun le
quedan varios años antes de depositar sus costillas en el fondo del mar –
aclaró con alguna gracia mientras abría la puerta y aparecía en la estancia.
El hombre que estaba en ella, discutiendo algo con otra
persona, lo vio salir del armario sin sorprenderse, cosa que si pasó con su
compañero, que instintivamente llevo su mano a la espada.
-
Tranquilo José, es gente conocida – lo detuvo el
anciano, al tiempo que se dirigía hacia el recién aparecido.
-
Don Ernesto, que gusto verlo y que sorpresa ¿Qué
lo trae por aquí? –
-
Don Luis, el gusto es todo mío – saludó el
agente del ministerio – estoy aquí por una consulta que debo hacerle –
-
Cosa importante debe ser para que no pudierais
esperar el regreso a puerto. Pero pasa, pasa y dile a tus amigos que vengan –
indicó haciendo una seña hacia el armario - tendrás tiempo para una copa,
supongo –
-
Bueno, estoy algo urgido – y, mirando la
estancia donde se olía zafarrancho de combate – entiendo que los dos lo estamos
–
-
Pues, el señor Mazarredo me urge a actuar, pero
tengo mis dudas. ¿quizás puedas ayudarme? –
Como toda respuesta Ernesto lo miro significativamente
-
Entiendo, tu sabes lo que pasara pero no puedes
intervenir…con unos años menos y sin el aprecio que te tengo te haría hablar,
pero ahora…bueno sea – y dirigiéndose a su segundo – Vamos José, hagámoslo y
Dios nos perdones si el remedio resulta peor que la enfermedad –
José Mazarredo saludó militarmente y se retiro a dar la
alarma, ese 9 de agosto de 1780 seria jornada de gloria y no había que hacerla
esperar.
Minutos después, mientras Ernesto y Luis de Córdova
conversaban en privado el suelo bajo los pies de Alonso tembló con el brío de
un corcel liberado de sus ataduras, el Santísima Trinidad y el resto de la
flota, habían iniciado la cacería de una de las mayores flotas británicas jamás
capturadas, la que al no llegar a su destino precipitaría la emancipación de
las colonias americanas…con todas sus consecuencias.
El empuje del viento en las velas corrió las cortinas que
cubrían las mirillas del camarote dejando entrar una azulada luz lunar
congelando momentáneamente la escena. Como si hubiera penetrado un espectro los
hombres contuvieron la respiración y tocaron sus armas.
Instantes después, más calmado al comprobar que nada pasaba,
el anciano almirante estiro la mano hacia su biblioteca, corrió unos gruesos
volúmenes y retiró un sobre que entrego a Ernesto.
Este lo tomo, con un gesto de asentimiento.
-
Vamos Ernesto, apura, no tienen mucho tiempo –
advirtió el viejo marino mientras marchaba a cubierta – y toma ropas del
armario, no puedes perder tiempo pero tampoco pueden andar así – indico al
cerrar la puerta.
Sin hacerse repetir el consejo los tres cambiaron las ropas
por lo que encontraron adecuado. En ese ínterin la gran cruz que Ernesto
llevaba al cuello quedo expuesta, una fracción de segundo, no más, a la luz
lunar…pero no reflejo los tonos azules, antes bien se volvió de un rojo fuego
que llamo la atención de Alonso y Pacino.
-
¿Qué pasa? –
-
Nada, nada –
-
Bueno, vamos, tome Alonso, esto es para usted –
dijo dándole el sobre que recibiera del almirante – aquí nos separamos, salga
por allí, lo dejara en Nueva Orleans, de ahí debe volar, que no correr y
alcanzar al gobernador Gálvez a como de lugar para entregarle esto. – le ordenó
con pocos miramientos. – luego está en libertad de hacer lo que le plazca, pero
NO falle -
El soldado, acostumbrado a
obedecer tomo el encargo, saludo y partió por donde le indicaran.
-
Usted sígame, y por favor, vea lo que vea, oiga
lo que oiga, NO se distraiga – y ambos entraron de nuevo al armario.
Al salir el aire salitroso
del puerto les golpeo la cara. Era pleno verano y la noche estaba agradable, a
no ser por la inquietante luna azul que brillaba en lo alto…
-
Si, es la misma – musito Ernesto contestando la
pregunta no formulada por Pacino.
Con paso decidido caminaron hacia unas edificaciones que
Ernesto parecía conocer. Cuando llegaron a ellas se detuvieron, pegándose a las
paredes.
-
A partir de aquí necesito que sea mis espaldas –
fue el extraño pedido que escuchó Pacino, mientras Ernesto llevaba su mano
derecha al pecho.
Atreves de unas sucias ventanas pudieron ver el interior de
la estancia. En el centro de la misma un par de hombres vestidos como oficiales
de la marina francesa, sentados frente a una gran mesa en la que se veían gran
cantidad de planos y libros, discutían con otros hombres de uniformes similares
a los de la mariana española.
Atento a esto Pacino no se dio cuenta de que Ernesto le
había abandonado hasta que vio su figura escabulléndose entre las sombras…del
interior de la sala.
Enojado por el descuido Pacino desenfundo el arma y presto
atención a los movimientos del jefe.
Este no hizo ningún intento de acercarse a los oficiales que
discutían, antes bien se ocupo de no ser visto por ellos, mientras se perdía en
las penumbras, tras unos fardos al final de la sala.
Unos minutos después los españoles daban por concluida la
reunión apartándose con aire de contrariedad, ofendidos.
-
¡Es un cobarde señor! – dijo uno de ellos, el
más exaltado, mientras llevaba la mano derecha al pomo de su espada.
El francés, que por lo que se veía era un oficial de alta
graduación, hizo un leve gesto con la mano e instantáneamente, de entre las
sombras, aparecieron 4 soldados fuertemente armados.
-
Vamos – dijo el otro español – la familia no se
elige(1) y a nosotros nos tocaron estos señoritos afeminados – terminó
con todo el desprecio de que fue posible.
-
Trague sus palabras señor, los franceses no
hacemos la guerra para que un viejo loco delire con sus sueños de gloria –
contestó el francés de menor graduación, presto a responder la afrenta.
-
Déjelos ir, al fin de cuentas son nuestros
aliados – lo contuvo el otro.
Lo tenso de la escena se prolongo unos minutos hasta que los
españoles, consientes de la inutilidad del esfuerzo se retiraron.
Cuando hubieron salido una nueva figura apareció en la
estancia.
Pacino se quedo tieso, ¿de dónde habría salido? De haber
estado allí antes por lo menos la debería haber podido adivinar, como adivinaba
la presencia de Ernesto, pegado contra los bultos.
Los franceses, al verla aparecer, se cuadraron respetuosos,
quien había llegado debía ser persona importante.
Esta hablo en voz baja que Pacino no pudo escuchar. Los
soldados, siempre en actitud de firmes, asintieron varias veces con gestos de
sumisión para retirarse cuando se les indico.
Ya sola la figura se puso alerta, como si hubiera detectado algún
peligro para ella.
Con pasos cautos camino por la estancia hasta que sus
vueltas la llevaron a donde estaba Ernesto, en ese instante, crucifijo en mano,
este salió de la oscuridad y la enfrentó increpándola en una lengua que a
Pacino le pareció Latín.
La figura levantó su brazo derecho como tapando la visión
del crucifijo que fulguraba con ese sobrenatural brillo escarlata que creyeran
verle en el barco, dando varios pasos hacia atrás, como buscando una
escapatoria. Fue en eso que la luz azul de la luna le baño de lleno poniendo de
manifiesto su rostro.
Fue tan grande el espanto de la visión que Pacino quedo
paralizado, no mucho, solo una fracción de segundo, lo suficiente para no
advertir el golpe que casi le mata.
El ruido que hizo el cuerpo al caer rompió el hechizo de la
acción en el interior de la estancia provocando la distracción de Ernesto, lo
que fue prontamente aprovechado por la figura para desaparecer en medio de una
nube de acre humo negro.
El agente, resignado, se repuso y salió a ayudar al
compañero caído.
-
¿Está bien? – preguntó a Pacino, mientras le
ofrecía una mano para que se incorporara.
-
¿Qué ha pasado? – preguntó preocupado.
-
Que se me ha escapado – suspiró el jefe.
-
Pero, ¿Qué diablos era eso Ernesto? –
-
Hay cosas que es mejor que no sepa – fue toda la
respuesta – vamos los franceses se han echado atrás y no ayudaran a tomar las
islas británicas, malditos cobardes, jamás tendrán otra oportunidad así -
-
¿De qué habla? –
-
Estamos en 1799, y las costas inglesas están
desprotegidas. El almirante Córdova está preparado para invadirlas y terminar
de una vez con todos los males que estas gentes le han traído a España, pero no
lo puede hacer solo y los franceses lo acaban de traicionar – explico
calmamente – si estuviera Amelia aquí quizás nos lo podría explicar mejor -
-
Pero no está, usted no quiso mujeres en esta
misión – Ernesto escabulló el reproche.
-
En fin, debemos seguir –
-
¿A dónde vamos ahora? –
-
A Portsmouth, sospecho que trataran de evitar
que nuestros espías den aviso de la partida del convoy que atrapara el
almirante Córdova –
Del otro lado del
Atlántico, al norte de golfo de México, Alonso apareció en los fondos de un
burdel en el cual la música sonaba estrepitosa entre risas y jolgorio.
Algo aturdido por el súbito cambio de ambiente caminó a
tientas hacia la salida esquivando cuerpos desnudos o a medio vestir que lo
apretaban por todos lados.
Cuando al fin logro llegar a la calle el ambiente no pareció
cambiar mucho, todo era bullicio, calor y humedad. Hombres y mujeres de todas
las razas, colores y lenguas se afanaban en sus tareas tornando la zona en un
aquelarre difícil de atravesar.
Como fuera, por lo menos el lugar no era un encierro y se
podía respirar. Repuesto se caló el sobrero, para protegerse del fuerte sol, apretó
la chaqueta, para no perderla y dio un par de pasos, pero no más, pues desesperado
noto que le faltaban los papeles que debía entregar.
Una ola de indignación le nació desde lo más profundo de su
ser. Como en una epifanía se le presento la imagen de la bella mujer que le
había sonreído al apartarla para alcanzar la puerta. Esa mujer desentonaba
allí. Hecho una furia desenfundo una daga e ingreso al burdel en su búsqueda.
Al entrar derribo un par de borrachines que estaban cerca,
lo que lo demoro unos instantes, pero no lo suficiente para no ver a la mujer
escabullirse tras una puerta…del otro lado del concurrido salón. Luego de atravesarlo
a duras penas ingreso en la habitación a la que daba la puerta, para encontrar
solo a dos señoras y un caballero muy entretenidos en sus juegos. Desesperado
derribo de un golpe al hombre, que quiso oponerse a la interrupción de su
actividad, y abrió la puerta del destartalado armario que allí había, pero
nada, solo ropas viejas y de mal gusto.
Con los ojos inflamados por la furia se volvió y recorrió toda
la estancia con la mirada ¿Por donde habría escapado?...la respuesta le vino de
la mujer más joven que, mientras trataba de tapar su desnudes con las manos
miraba asustada hacia el piso…donde Alonso descubrió la puerta trampa, mal
disimulada bajo unas mantas.
Al notar esto, el compañero de las damas se repuso del golpe
recibido y, espada en mano, se incorporo para tratar de evitarle al soldado
entrar por ella. A la pasada, casi sin mirarla, inserto el metal en el suave
cuerpo de la joven que, involuntariamente, había descubierto la huida,
quitándole la vida y haciendo huir a la otra entre gritos de desesperación.
En vano Alonso trato de rehuir el combate, debió defenderse
del desgraciado. La trifulca no fue larga, un par de movimientos le fueron
suficientes al veterano de los tercios para dar al traste con el mal nacido.
La demora fue suficiente para que quien huyera lo pudiera
hacer sin problemas, pues al pasar la puerta trampa Alonso se dio con un
granero, por cuya puerta llego a ver como un caballo con su jinete lo
abandonaban a la carrera.
En vano salió a la calle intentando alcanzarla.
Desanimado se volvió sin saber qué hacer, fue entonces que lo
vio. Desde su lugar en la sombra, contra la puerta del establo, el viejo indio
lo miraba una sonrisa que dejaba a la vista sus desdentadas encías.
-
¿Y tú que miras? – le preguntó más enojado
consigo mismo que con el viejo
-
Maurepas(2) – balbuceo el viejo –
Manchac, español – repitió indicando en dirección al lago.
Entendiendo Alonso se agacho y deposito en mano del hombre
una moneda generosa, al tiempo que corría en busca de un caballo con el que
salir en persecución de la fugitiva.
Viajar a Portsmouth a
tiempo para estar atentos a las noticias de la partida del convoy de avituallamiento
Ingles que sería capturado por el almirante Córdova no era una tarea fácil.
La puerta más cercana la encontraron en Amberes a bordo de
un mercante a principios de 1779, casi medio año antes de la fecha precisa.
El pobre capitán del barco, al verlos aparecer en su
camarote, casi muere de un infarto. Tal el susto que le causaron.
-
¿Quiénes son ustedes? – preguntó espantado,
manoteando su espada - ¿Cómo aparecieron aquí? –
-
Tranquilo – le contuvo Pacino tomando la espada
antes que él.
-
Somos españoles – aclaró Ernesto – y estamos en
misión del rey – concluyó dejando entrever su crucifijo, permitiendo al capitán
conjeturar que era hombre de la iglesia.
No del todo convencido el marino se puso de pie y, luego de
dudar unos instantes se dirigió al armario por donde habían aparecido Pacino y
Ernesto, para echar un vistazo. Obviamente no estaba al tanto de la puerta que
usaron para llegar allí.
-
¿No pensara que llegamos aquí por un armario? –
se adelanto Pacino con complicidad de Ernesto.
-
¿Cómo entraron? –
-
Por la puerta – y ante la duda, Ernesto insistió
- ¿va a dudar de mi palabra? –
-
No, no eminencia – se disculpó no del todo
convencido al tiempo que abría una botella de ron y les convidaba – Por favor,
acompáñenme señores. Es genuino Ron de la Habana –
-
Gracias, con este frio es bienvenida – roto el
hielo la charla se fue amenizando, hasta que el capitán se convenció de que
esas personas eran quienes decían ser. O por lo menos simulo hacerlo.
-
…entiendo, pero no sabría bien como hacerlos
llegar a Londres. No me es posible llevarlos en este barco, obviamente –
-
No pretendemos eso, solo que nos contacte con
buenas gentes dispuestas a brindarnos el servicio –
-
No será fácil –
-
Si, lo comprendemos – dijo Pacino en un tono de
complicidad que Ernesto fingió ignorar, al tiempo que una pequeña bolsa
cambiaba de manos – El rey sabe ser generoso con los súbditos que le son fieles
y le brindan los servicios que se requieren –
-
Su eminencia, me alaga con la atención del rey.
– agradeció haciendo desaparecer las monedas en su bolsillo – vayan ustedes a
descansar, para mañana a primera hora les tendré este asunto satisfactoriamente
arreglado –
Terminada la reunión Pacino y Ernesto se retiraron hacia el
puerto en busca de un alojamiento acorde donde pasar la noche, que inevitablemente
seria gélida.
-
¿Qué le parece? –
-
Que dormiré con el arma bajo la almohada –
-
Yo también –
La persecución no le fue
fácil a Alonso, el otro jinete conocía el terreno y varias veces estuvo a punto
de perderlo, hasta que, llegando al lago lo tupido de la vegetación le obligó a
descabalgar.
Las nubes habían ocultado el sol y el viento presagiaba
lluvia cuando termino de atravesar la selva llegando a las saladas costas del
Maurepas, siguiendo el claro rastro dejado por la mujer que perseguía.
Con cautela se fue acercando a ella, que, extrañamente había
dejado de huir y parecía estar esperándolo.
-
Acércate soldado, no tengas miedo – le dijo ella
cuando lo tuvo a unos pasos, mientras caminaba hacia él con andar sensual,
resaltando su generoso pecho, apenas contenido por el ajustado escote.
-
¿Qué es esto? – inquirió Alonso
-
Una puerta al futuro – dijo la mujer – como las
que usasteis para llegar hasta aquí – aclaro resueltamente al tiempo que le
tendía su nívea mano.
Un frio helado corrió por la espalda del soldado.
De pronto un relámpago cruzo el cielo. Varios segundos
después el trueno retumbo acallando el murmullo de la floresta, la tormenta aun
estaba lejos, pero se acercaba rápidamente.
-
Vamos, no tenemos mucho tiempo antes que llegue
el huracán – urgió la mujer, que ahora era mulata, tomándole la mano por
sorpresa y tirando de él con una fuerza inusitada.
En Amberes Pacino
y Ernesto se acomodaron en un cuarto de hotel, no lejos de los muelles.
Nada podían hacer hasta que el patrón les consiguiera transporte
para cruzar el canal, y necesitaban descanso.
Cada uno ocupó su cama. Casi al instante Pacino cayó en un
sueño profundo que solo se diferenciaba de la muerte por los ocasionales
ronquidos que emitía.
Ernesto no tuvo la misma suerte, sabedor del verdadero
objeto de la misión se sentía inquieto, había allí algo que no estaba bien, olía
el mal en el aire…y no se equivocaba. De pronto un rayo azulino se coló por una
hendija, lo suficiente para resaltar la figura parada a su lado.
Desesperado se puso en pie, manoteando bajo la almohada
-
Jajajaja – rió la figura - ¿Buscas esto querido?
– peguntó mientras extendía la mano mostrando una bolsa colgada de una cadena.
El crucifijo que se quitaba para dormir.
-
Dame eso –
-
No, no, no, ni lo sueñes – y lo arrojó contra la
lejana cómoda.
-
¿Qué quieres? –
-
A ti, que dejes de perseguirme – contestó - ¿Por
qué sigues haciéndolo? ¿No te he demostrado ya que no puedes ganar? ¿No está
claro para ti que tu tiempo me pertenece? –
-
Es solo una batalla, y por mis venas corre
sangre hispana – desafió dando a entender que lo de rendirse no era algo
posible.
-
Si, si, el personaje patético ese del Quijote –
se burló de quienes acometen contra imposibles.
-
Personajes heroicos que cambian derrotas seguras
en gloriosas victorias – se envalentono Ernesto.
La figura guardo silencio unos segundos, como si meditara.
-
Eres un hombre valiente ¿Por qué no te unes a mí?.
Dejemos que el convoy de mis amigos llegue a destino y sofoque esa revuelta
que, en definitiva, es la semilla de la que nacerá el verdugo de tu precioso
imperio –
Ernesto acuso el golpe, la figura decía verdad y le había
causado dolor
-
El deber – musitó.
-
¡Ja! El deber, el deber, la fidelidad. ¿A quién?
¿Al rey que abandonara su reino? ¿Al barbudo ese de la cruz que sigues
esperando baje a consolarte? –
El hombre no dijo nada, tenía una carta secreta y la estaba
jugando. Mientras la figura caminaba por la sala.
-
¿Qué hare contigo? – meditó unos segundos. Luego
extendió su mano hacia él y cerro el puño.
Mientras Ernesto se asfixiaba, Pacino seguía sumido en su
profundo sueño.
-
No lo mires. No despertara – le desalentó al ver
que miraba hacia él. – vamos, dilo, di que me servirás y te dejare respirar -
-
Jaaammmas – logro pronuncias antes de
desmayarse.
Cuando despertó estaba atado de pies y manos sobre la mesa
de basta madera que ocupaba un costado de la estancia, mientras Pacino seguía
tirado en su cama, aunque se notaba por su respiración que no tenía sueños
agradables.
La figura, a su lado, se despojo de la capa que la cubría
dejando ver, con cuidada maldad, su esquelético cuerpo, mientras afilaba una
cuchilla a la azulada luz de la luna que ahora, corridas las cortinas, inundaba
todo el lugar.
Despacio, muy despacio, se acerco a Ernesto, que
instintivamente aparto la cara, tratando de escapar al fétido aliento que le
llegaba.
-
Veo que has despertado – dijo el espectro - ¡Qué
bien! Así no te perderás nada de lo que te tengo reservado – y acto seguido
clavó la punta del puñal en una de las piernas, arrancándole al pobre hombre un
alarido que no pudo contener.
En la cama Pacino se sacudió, pero nada más.
-
¿Te gusta el dolor? – y revolvió la daga en la
herida. – No tienes escapatoria. Aun estoy dispuesta a dejarte vivir, anda,
solo di que me servirás – y retiró el acero de la carne del hombre.
Luego se apartó con teatral gesto y se dirigió hacia un
mechero, en el cual puso a calentar la punta del cuchillo.
-
Ves – dijo al cabo de unos minutos mostrándole
el metal al rojo vivo – no soy tan mala, ahora te cauterizare esa herida para
que no sangre – y rió de su propia ocurrencia.(677)
Lejos de allí un trueno volvió a retumbar, pero esta vez
apenas pasado el relámpago. El huracán ya estaba allí…Pero ¿Dónde era allí?
Alonso,
aun sorprendido por la fuerza del tirón que le había dado la mujer, se
incorporo quedando de cara a ella, que desde el fondo de sus ojos verdes le
miraba con divertida expresión, al tiempo que cubría su boca con un mechón de
pelo rojo como el fuego.
Al
soldado todo le daba vuelta, mientras adivinaba la lluvia cayendo violentamente
en el exterior.
La
casa parecía no tener paredes ni techo, sin embargo los protegía del clima.
Ella, completamente desnuda, se le insinuaba sobre unas pieles de carnero que
hacían resaltar el oliváceo color de su piel y el negro profundo sus cabellos.
-
Ven – le pidió
Como toda respuesta el trato de escapar.
-
No me desprecies – se enojó la mujer, echando
chispas desde el fondo de sus ojos rasgados.
-
Apártate – ordeno él – dame mi sobre y déjame ir
–
-
¿Tu sobre? – rió ella descaradamente mientras
mostraba los papeles frente a su cara – quítamelos si puedes – desafío al
tiempo que lo guardaba entre sus pechos, bajo el coqueto vestido victoriano que
resaltaba su rubia palidez.
-
Dame eso – volvió a ordenar él, sin atreverse a
meter su mano allí donde ella lo desafiaba.
-
¿Qué clase de hombre eres que no puedes acometer
un lance tan sencillo? –
-
Uno de un tipo que tú no conoces – la extraña
voz le sonó familiar. Sin dejar de observar a la mujer, que ahora tenía la
forma de una matrona lapona, giro al cabeza para encontrarse con…su padre.
-
Santo Dios – se persigno – esto no es posible –
-
Si, si Alonso, hijo, si lo es – afirmó el hombre
recién aparecido mientras la mujer se apartaba prudentemente.
-
¿Qué haces tú aquí? – le increpo, como si lo
conociera.
-
Hago huso de mi prerrogativa. Es noche de
muertos – indicó haciendo un aparatoso circulo con su brazo, abarcando todo el
lugar, resaltando la oscuridad exterior.
-
No, no querido. Es noche de brujas – afirmo ella
tomando un aspecto acorde a su naturaleza.
-
Sabes que eso fue antes – dijo él.
-
Y será después – retruco ella.
-
Pero no ahora y aquí –
-
¿Qué está pasando? – inquirió Alonso
completamente desorientado.
-
Que estoy salvando el futuro de tu querida España
– dijo la mujer muy convencida y convincente.
-
Estas tratando de alterar la historia. Gálvez
debe tomar Pensacola – reprendió el hombre.
-
¿Para qué? Para dar libertad a quienes después
robaran estas tierras para someterlas a la herejía, matando tantos buenos
hombres –
-
Aunque así fuera –
-
¿Cómo? ¿Cómo? – intervino el soldado de los
tercios.
-
Vamos Alonso, no te hagas el desentendido, si
nunca hubieras salido de tu época te entendería, pero has vivido en el siglo
XXI y sabes bien que estas tierras pronto dejaran de ser España –
-
¿Y eso se puede evitar? – dudo el soldado
-
Claro que se puede. Basta con que tú gobernador
no reciba esto – y volvió a florear el sobre.
-
Tienes un deber que cumplir – le recordó el
padre.
Alonso volvió a dudar, sabia bastante bien lo que se venía,
como las ex colonias inglesas se convertirían en un imperio que crecería a
expensas de su amada España y eso nunca le había gustado.
Viendo la actitud de su hijo el hombre lo llamo al orden.
-
Soldado, tiene órdenes que cumplir –
-
¡Si como el abuelo! –
-
Eso – acentuó la mujer – ese viejo ladino y
libidinoso. Lo conocí bien. Nada más lejos de los cuentos que te contaba tu
padre –
-
Tiene razón, me lo cruce en una de las misiones
y no era para nada el héroe que me contabas de chico. ¿es que no sabias eso? –
reprochó enojado.
-
Sí, sí que lo sabia –aceptó el muerto – y como
hijo me dolía mucho eso –
-
Sin embargo no dudaste en engañarme – le
reprochó Alonso, para regocijo de la mujer que le miraba divertida - ¿Por qué
lo hiciste? -
-
Porque antes que hijo en ese momento era padre –
-
¿Qué? –
-
Que tenía una responsabilidad que cumplir, hacer
de ti un hombre mejor que el que ninguno de nuestra familia había sido hasta
entonces…y, ¿sabes qué? – interrogó tratando de cruzar mirada con él – Estoy
muy orgulloso de ti y del hombre en que te has convertido hijo –
-
¿Y para que me sirve? – cuestiono con cierta
amargura, recordando su desagradable situación familiar en un siglo que no era
el suyo, con costumbres que no eran las suyas
-
Para estar aquí ahora… – dijo el padre, mientras
maternalmente la mujer le abrazaba tratando de besarle.
-
Para saber en todo momento quien eres y que es
lo correcto – concluyó la frase.
Compungido Alonso apoyo la cabeza en el generoso pecho
femenino y tímidamente alzo su mano hacia él, para satisfacción de la mujer,
que degustaba el triunfo de ante mano.
Los ojos del padre brillaron momentáneamente, confiado en el
hijo que había criado. Y no se equivocó, con rápido movimiento Alonso tomo el
sobre y se apartó de la sorprendida mujer, que rasgo el aire con un alarido al
comprobar su fallo.
Afuera el viento soplaba violentamente pero ya no llovía.
-
Ve alcanza al gobernador y que la historia sea
la que tiene que ser –
Mientras Alonso montaba y salía disparado a todo galope.
-
¿Por qué has hecho esto? – le recriminó la
mujer, ya recompuesta. No era que la situación le importara mucho.
-
Porque los territorios se gana y se pierden,
pero las almas no – respondió él, dudando que ella lo entendiera – y porque en
la noche de los santos difuntos tenemos poder sobre las brujas – rió
amablemente.
Luego, tendiéndole la mano en señal de reconciliación
-
Vamos, tú no eres así, permítete sentir amor
aunque sea una vez al año –
Ella sonrió y se apretó contra su pecho, después de todo era
mujer y le gustaba serlo.
A unos cuantos kilómetros de allí Alonso cumplía su misión
justo antes de que una rama arrastrada por el viento le golpeara fuertemente
haciéndole perder el conocimiento.
-
¿Ayudaras a mi niño a volver? –
-
Tu ¿niño? Semejante grandulón – rieron juntos –
ya está hecho –
Del otro lado del
Atlántico una ventana se abrió violentamente, justo antes que el hierro al rojo
cocinara la carne del hombre atado a la mesa.
El viento que entro fue tan violento que apago el mechero
sumiendo la habitación en una profunda oscuridad
-
Noooo ¡Erzulie (3)!
¡Perra voluble me has fallado! – escuchó gritar a la bestia que le torturaba.
Notando que las correas que lo ataban se habían aflojado Ernesto
se levanto y como pudo llego hasta la cruz, tomándola con todas sus fuerzas.
-
Deja eso maldito hombre – increpó la bestia.
Como toda respuesta Ernesto continuó la letanía que había comenzado
-
…Exorcizamus you omnis immundus spiritus Omnis
satanica potestas, omnis incursio, Infernalis adversarii, omnis legio,.. –
Cuando hubo terminado nada quedaba ya de la pesadilla
vivida.
-
Que pesadilla que he tenido – murmuró Pacino
regresando de su sueño.
-
Así es amigo, pero por ahora ha terminado. La
lucha sigue, pero ahora nos vamos a casa – y, rengueando, se encamino hacia la
puerta de salida.
-
¿Qué le ha pasado? –
-
No me lo va a creer, me he lastimado al caerme
de la cama –
-
Y ¿Cómo es eso de que nos volvemos a casa? –
-
A si es, me ha llegado orden de regresar. La
historia ha sido salvada, podemos volver –
-
Un gusto regresar al ministerio…-
-
No tan rápido, aun no han renovado temporada –
-
¿Cómo que aun no han renovado? Entonces todo
esto ¿Qué ha sido? –
-
Digamos que un pequeño asuntillo personal –
sonrió enigmáticamente Ernesto.
La puerta
del balcón del piso de Madrid se abrió, dejando entrar una fuerte ráfaga que desordeno
el interior del departamento.
-
Vamos muchachote, deja eso – le dijo Helena
quitándole el cigarrillo de entre las manos - Tengo mejores cosas para que
sostengas con esos dedos – le sonrió insinuante mientras le tomaba del brazo y
lo guiaba al interior del departamento.
Alonso la miro agradecido. No sabía
que había pasado, pero fuera lo que fuera si este era el resultado debió de ser
muy bueno.
Las campanas sonaban a lo lejos
llamando a misa de Santos.
© Omar
R. La Rosa
30
Octubre 2020
Córdoba
- Argentina
Más relatos y novelas del autor a través de https://ytusarg.wixsite.com/website
(1)
Referencia a los borbones.
(2)
Lago ubicado al norte de Nueva
Orleans.
(3)
Erzulie Diosa del amor en rito vuduismo haitino