El asustador de chicos
El día promediaba la tarde. En
el cielo un sol amarillo pálido entibiaba el aire invernal invitando a dormitar
la siesta en alguno de los varios bancos de la plaza, por lo que, no teniendo
nada más importante que hacer, decidió regalarse con ese pequeño gran placer de
dejarse llevar en brazos de Morfeo arropado con la manta de Febo.
Así buscó un banco cualquiera,
mitad al sol, mitad a la sombra, se sentó y entrecerrando los ojos comenzó a
soñar. De a poco, la conciencia abandonó su mente dejando lugar para las
imágenes del ensueño.
Imágenes de recuerdos pasados,
de cuando era joven y tenía toda la fuerza y prestancia del comienzo de la
vida, de cuando su presencia no causaba rechazo y se sentía, si no querido, por
lo menos no rechazado. Le llegaban, junto con las imágenes, aromas y sonidos
queridos, del viento en la sierras, durante un picnic del día de la primavera,
la sonrisa de Martina, siempre tan tentadora e inalcanzable, la única que lo
miraba con esos ojos que a él le hacían sentir el alma chiquita y la lengua
dura…
Sacudió la cabeza en un vano
intento de apartar las ideas del rumbo que empezaban a tomar, no quería
recordar su pasado, solo quería dormitar un rato al sol. Pero la memoria,
cuando se la libera de la conciencia, suele ser muy difícil de manejar, y de a
poco siguieron sucediéndose imágenes, la mayoría poco felices, mostrándole
nuevamente, en una sucesión digna de un varieté barato, de mala calidad, las
imágenes de sus fracasos, porque, ahora, al final de sus días, pasada ya la
época de la esperanza, época en la que, a cada fracaso uno le puede anteponer
un proyecto nuevo y la esperanza de un próximo triunfo, tenía que admitir que
era un fracasado. De todos las cosas que había encarado en la vida nada le
había salido bien….todo había sido una sucesión de fracasos que lo habían
convertido en lo que era hoy, un viejo feo y huraño, sin amigos ni familia, una
de esas personas de las que se dice que, el día que se mueran, tendrán que
hacerle el ataúd con las manijas para adentro, porque no habrá nadie que lo
cargue para trasladarlo a la última morada.
De pronto una briza fresca le
trajo la conciencia nuevamente, el sol, en su diario y eterno derrotero, se
había movido como para que la sombra del ciprés le alcanzara, privándolo de su
calor. Por lo que tuvo que moverse unos centímetros para recuperarlo.
Pero ya era tarde, aunque cerró
los ojos no volvió a dormirse, lo que, al final no era tan malo, porque los
sueños no eran buenos. Sin embargo no pudo menos que seguir las reflexiones de
lo que había estado recordando y, quizás contra su voluntad, dejo escapar una
sonrisa al tomar conciencia de lo que hacía hora, porque si bien se podía decir
que era un fracasado no se podía decir que fuera un cobarde ya que, a pesar de
los continuos contratiempos, jamás había dejado de pelear. Nunca le había dado
vuelta la cara a la vida, y con las pocas herramientas que esta le dejara
disponibles, o aun inventado las que podía cuando la vida nada le daba, siempre
la había peleado.
Así es como había encontrado su
actual profesión. Todo había empezado, como la mayoría de las cosas, por
casualidad, así, una tarde, mientras pasaba solo, como de costumbre, por una
plaza muy parecida a esa, había visto a una joven mamá llevar una lucha
desigual, en la cual salía perdidosa a todas luces, contra un pequeño rapaz de
no más de 3 años, que quería soltarse de la mano de ella para ir a correr la
palomas. Se quedó unos minutos observando hasta que se decidió a actuar,
entonces se acercó despacito a la pareja y, poniendo su voz más grave dijo: -
Señora, permítame presentarme, soy el hombre de la bolsa y, si el niño se
suelta de su mano tendré que llevármelo – esto último lo dijo mirando fijamente
a los ojos del chico, que se agarró fuertemente a su madre, no fuera a ser
cierto eso que decía ese hombre tan viejo y feo. Luego de logrado el efecto y
solucionado el problema se dio vuelta y se marcho, con una sensación similar a
la que debe de haber sentido el Quijote al solucionar uno de sus famosos
entuertos. Por su puesto también lo hizo para no ver la cara de la madre, que
tenía una expresión muy parecida a la del chico, pero en fin, no hay victoria
sin perdida y lo importante era que el chico había dejado de pelear y la madre
lo tenía más tranquilo.
Y pensando en eso fue que se dio
cuenta que era bueno para algo, y que tenia, nuevamente, algo útil que hacer, “asustar
chicos”. Y así se había convertido en lo que era ahora, el asustador de chicos
de esa plaza.
A partir de ese día todas las
tardes volvía a esa plaza y se ocupaba de asustar a los chicos que se portaban
mal.
Al principio las madres lo
miraban con recelo, pero luego, conforme vieron que era inofensivo, y a hasta
útil, empezaron a ser amables con él, aunque no mucho, solo lo suficiente para
hacerle saber que apreciaban tener al “hombre de la bolsa” a mano para
convencer a sus díscolos retoños cuando estos se ponían más pesados que de
costumbre.
Sin embargo no podía decir que
le gustara ser un asustador de chicos, daría la mitad de lo que le quedaba de
vida por tener un chico que le regalara una sonrisa, pero, en fin, por lo menos
parecía haber encontrado algo en lo que era bueno, como si al final de sus días
hubiese encontrado la formula del éxito, y ese pensamiento, la sensación de
triunfo, le daba un paliativo a su pobre alma, casi la felicidad del triunfo.
El solcito estaba volviendo a
adormecerlo cuando una pequeña presión, casi imperceptible, le sacudió muy
suavecito la mano. Primero no le presto atención, pensando que tan solo seria
que la mano se le estaba quedando dormida, con los problemas circulatorios eso
no era raro, pero, como después de un rato la presión no solo continuaba si no
que, evidentemente, le sacudía la mano, no tuvo más remedio que abrir un ojo
para espiar que era aquello.
De haber tenido otra cara con
seguridad se le habría notado la sorpresa, pues la presión que sentía en el
dedo índice de la mano izquierda provenía de una manita casi diminuta, que a su
vez pertenecía a una pequeña niña, de dorados cabellos y claros ojos, que, con
total desfachatez lo miraba fijamente.
Habrase visto semejante
gesto. En todos los años que llevaba
como asustador de chicos nunca nadie se había atrevido a tanto. La sola
presencia de esa niña apretando su dedo estaba haciendo tambalear esa imagen de asustador de chicos que tan firme parecía
ser. Esto no podía ser así que abriendo grandemente los dos ojos y mirando
fijamente a la niña dijo: Buuuuu….
Eso solo, normalmente, habría bastado
para alejar de allí al más osado de los rapaces, pero… la niñita seguía allí.
No solo seguía allí, si no que,
con la otra mano le hacia señas para que se acercara.
Perplejo no pudo hacer otra cosa
más que obedecer y ahí fue donde ocurrió aquella cosa tan increíble, cuando su
cara estuvo cerca de la nena, esta le dio un beso en la mejilla…
La boca se le abrió como a un
tonto y el alma se le plegó como un pañuelo.
¡Martina!, sonó la voz de la
madre llamando.
La niñita soltó el dedo, se dio
media vuelta y salió saltando hacia ella.
El siguió con la boca abierta un rato largo.
Había vuelto a fracasar….y eso lo había hecho tremendamente feliz.