jueves, 25 de enero de 2018

El Asustador de Chicos

El asustador de chicos

                El día promediaba la tarde. En el cielo un sol amarillo pálido entibiaba el aire invernal invitando a dormitar la siesta en alguno de los varios bancos de la plaza, por lo que, no teniendo nada más importante que hacer, decidió regalarse con ese pequeño gran placer de dejarse llevar en brazos de Morfeo arropado con la manta de Febo.
                Así buscó un banco cualquiera, mitad al sol, mitad a la sombra, se sentó y entrecerrando los ojos comenzó a soñar. De a poco, la conciencia abandonó su mente dejando lugar para las imágenes del ensueño.
                Imágenes de recuerdos pasados, de cuando era joven y tenía toda la fuerza y prestancia del comienzo de la vida, de cuando su presencia no causaba rechazo y se sentía, si no querido, por lo menos no rechazado. Le llegaban, junto con las imágenes, aromas y sonidos queridos, del viento en la sierras, durante un picnic del día de la primavera, la sonrisa de Martina, siempre tan tentadora e inalcanzable, la única que lo miraba con esos ojos que a él le hacían sentir el alma chiquita y la lengua dura…
                Sacudió la cabeza en un vano intento de apartar las ideas del rumbo que empezaban a tomar, no quería recordar su pasado, solo quería dormitar un rato al sol. Pero la memoria, cuando se la libera de la conciencia, suele ser muy difícil de manejar, y de a poco siguieron sucediéndose imágenes, la mayoría poco felices, mostrándole nuevamente, en una sucesión digna de un varieté barato, de mala calidad, las imágenes de sus fracasos, porque, ahora, al final de sus días, pasada ya la época de la esperanza, época en la que, a cada fracaso uno le puede anteponer un proyecto nuevo y la esperanza de un próximo triunfo, tenía que admitir que era un fracasado. De todos las cosas que había encarado en la vida nada le había salido bien….todo había sido una sucesión de fracasos que lo habían convertido en lo que era hoy, un viejo feo y huraño, sin amigos ni familia, una de esas personas de las que se dice que, el día que se mueran, tendrán que hacerle el ataúd con las manijas para adentro, porque no habrá nadie que lo cargue para trasladarlo a la última morada.
                De pronto una briza fresca le trajo la conciencia nuevamente, el sol, en su diario y eterno derrotero, se había movido como para que la sombra del ciprés le alcanzara, privándolo de su calor. Por lo que tuvo que moverse unos centímetros para recuperarlo.
                Pero ya era tarde, aunque cerró los ojos no volvió a dormirse, lo que, al final no era tan malo, porque los sueños no eran buenos. Sin embargo no pudo menos que seguir las reflexiones de lo que había estado recordando y, quizás contra su voluntad, dejo escapar una sonrisa al tomar conciencia de lo que hacía hora, porque si bien se podía decir que era un fracasado no se podía decir que fuera un cobarde ya que, a pesar de los continuos contratiempos, jamás había dejado de pelear. Nunca le había dado vuelta la cara a la vida, y con las pocas herramientas que esta le dejara disponibles, o aun inventado las que podía cuando la vida nada le daba, siempre la había peleado.
                Así es como había encontrado su actual profesión. Todo había empezado, como la mayoría de las cosas, por casualidad, así, una tarde, mientras pasaba solo, como de costumbre, por una plaza muy parecida a esa, había visto a una joven mamá llevar una lucha desigual, en la cual salía perdidosa a todas luces, contra un pequeño rapaz de no más de 3 años, que quería soltarse de la mano de ella para ir a correr la palomas. Se quedó unos minutos observando hasta que se decidió a actuar, entonces se acercó despacito a la pareja y, poniendo su voz más grave dijo: - Señora, permítame presentarme, soy el hombre de la bolsa y, si el niño se suelta de su mano tendré que llevármelo – esto último lo dijo mirando fijamente a los ojos del chico, que se agarró fuertemente a su madre, no fuera a ser cierto eso que decía ese hombre tan viejo y feo. Luego de logrado el efecto y solucionado el problema se dio vuelta y se marcho, con una sensación similar a la que debe de haber sentido el Quijote al solucionar uno de sus famosos entuertos. Por su puesto también lo hizo para no ver la cara de la madre, que tenía una expresión muy parecida a la del chico, pero en fin, no hay victoria sin perdida y lo importante era que el chico había dejado de pelear y la madre lo tenía más tranquilo.
                Y pensando en eso fue que se dio cuenta que era bueno para algo, y que tenia, nuevamente, algo útil que hacer, “asustar chicos”. Y así se había convertido en lo que era ahora, el asustador de chicos de esa plaza.
                A partir de ese día todas las tardes volvía a esa plaza y se ocupaba de asustar a los chicos que se portaban mal.
                Al principio las madres lo miraban con recelo, pero luego, conforme vieron que era inofensivo, y a hasta útil, empezaron a ser amables con él, aunque no mucho, solo lo suficiente para hacerle saber que apreciaban tener al “hombre de la bolsa” a mano para convencer a sus díscolos retoños cuando estos se ponían más pesados que de costumbre.
                Sin embargo no podía decir que le gustara ser un asustador de chicos, daría la mitad de lo que le quedaba de vida por tener un chico que le regalara una sonrisa, pero, en fin, por lo menos parecía haber encontrado algo en lo que era bueno, como si al final de sus días hubiese encontrado la formula del éxito, y ese pensamiento, la sensación de triunfo, le daba un paliativo a su pobre alma, casi la felicidad del triunfo.
                El solcito estaba volviendo a adormecerlo cuando una pequeña presión, casi imperceptible, le sacudió muy suavecito la mano. Primero no le presto atención, pensando que tan solo seria que la mano se le estaba quedando dormida, con los problemas circulatorios eso no era raro, pero, como después de un rato la presión no solo continuaba si no que, evidentemente, le sacudía la mano, no tuvo más remedio que abrir un ojo para espiar que era aquello.
                De haber tenido otra cara con seguridad se le habría notado la sorpresa, pues la presión que sentía en el dedo índice de la mano izquierda provenía de una manita casi diminuta, que a su vez pertenecía a una pequeña niña, de dorados cabellos y claros ojos, que, con total desfachatez lo miraba fijamente.
                Habrase visto semejante gesto.  En todos los años que llevaba como asustador de chicos nunca nadie se había atrevido a tanto. La sola presencia de esa niña apretando su dedo estaba haciendo tambalear esa imagen  de asustador de chicos que tan firme parecía ser. Esto no podía ser así que abriendo grandemente los dos ojos y mirando fijamente a la niña dijo: Buuuuu….
                Eso solo, normalmente, habría bastado para alejar de allí al más osado de los rapaces, pero… la niñita seguía allí.
                No solo seguía allí, si no que, con la otra mano le hacia señas para que se acercara.
                Perplejo no pudo hacer otra cosa más que obedecer y ahí fue donde ocurrió aquella cosa tan increíble, cuando su cara estuvo cerca de la nena, esta le dio un beso en la mejilla…
                La boca se le abrió como a un tonto y el alma se le plegó como un pañuelo.
                ¡Martina!, sonó la voz de la madre llamando.
                La niñita soltó el dedo, se dio media vuelta y salió saltando hacia ella.
El siguió con la boca abierta un rato largo.
Había vuelto a fracasar….y eso lo había hecho tremendamente feliz.
               

               
               


No hay comentarios:

Publicar un comentario