Ecuador al Sur
Hasta el alba, un tiempo antes de
la primera claridad, el cielo había estado completamente despejado, mostrando
en toda su grandeza ese espectacular rosario de luces en que era tan difícil
encontrar las estrellas que le habían sido conocidas de su niñez, las que le habían acompañado toda la vida, hasta que se
había hecho a la mar persiguiendo la quimera del nuevo mundo.
-Vamos chaval, que allí llegas y
te llenas de oro- le decían unos
-Que las mujeres son hermosas y
deseosas de complacerte- oía decir a otros, mientras trapeaba el piso de alguna
taberna del puerto.
-Que todo es aventura- decían
otros más.
Y, quizás lo más importante,
-Que no volverás a pasar hambre,
coños- afirmaba alguien con total seguridad mientras se frotaba el voluminoso
vientre.
-Que allí tiras una semilla y
cosechas 100, así de rica es la tierra- decía alguien mientras supervisaba la
estiva de bolsas de trigo
-Que si sueltas una vaca, cuando
la vas a buscar ya viene con el becerro al lado- aventuraba otro que se
disponía a embarcar con su familia
-Que, a poco de andar, te
consigues un terrenito y ya no dependes más de nadie, eres tú propio Señor-
Comentaban entres si dos que en Castilla no eran más que peones de campo y en
América se habían convertido en terratenientes….
Su señor…su propio dueño….no volver
a pasar hambre, tener mujer. Qué bien sonaba aquello y que cerca parecía, que
si era cuestión de estirar la mano y tomarlo…
Por su puesto él sabía que no era
tan así, que América estaba muy lejos, como a tres meses de navegación, pero,
bien decía la conseja, el camino se hace andando….y comenzar a andar era
empezar a llegar.
Y así fue todo uno. Andar por el
puerto de Sevilla, revisando en la basura, buscando que comer, escapando de la
hermandad, oír el llamado del reclutador y anotarse.
Así, una hermosa mañana de Abril
levaron anclas, proa al Atlántico profundo, dejando atrás la España de su
niñez, y poco más, pues ni padre ni madre tenía, y, si tenía hermanos no lo
sabía, pues hacía años que no tenía noticias de ellos.
De apoco su vida comenzó a
cambiar, aunque duro el trabajo, había camaradería y ¡se comía dos veces todos
los días!.
Conforme pasaban los días y el viento el
soplaba, los kilómetros se hacían y Europa se desdibujaba.
Como todos los cambios graduales,
uno no los advierte hasta que ya son significativos, pasado un largo tiempo.
Primero era una leve deriva, poco a poco unas estrellas se acostaban sobre el
septentrión mientras que, lenta, muy lentamente, otras se levantaban por el
horizonte sur…hasta que, como si pasara de pronto, uno se encontraba que el
ecuador estaba sobre su cabeza, y a poco de andar, zas, el cielo había cambiado
por completo.
Así eran las cosas en este lado
del mundo, al cruzar el Ecuador todo se daba vueltas, las constelaciones
cambiaban, los continentes cambiaban, los hombres cambiaban.
Lo único que parecía no cambiar
eran los cambios de tiempo. Acá como allá de pronto el barómetro empezaba a
bajar, el cielo se cubría y las estrellas desaparecían. Las nubes ganaban la
batalla y lo festejaban con despilfarro de luces, colores y ruidos. Truenos y
relámpagos preanunciaban la lluvia y los vientos, que a veces eran suaves e
inofensivos y otras se volvían fuertes y temibles.
Perdido en la soledad del carajo,
con casi todos durmiendo bajo cubierta porque la estación era fría y la latitud
relativamente alta, el alma se le acurrucaba en el corazón ante la vista de
tanta imponencia.
Atado al mástil, para minimizar el
riesgo de una caída, acompañaba el bamboleo del barco, a babor a estribor, a
babor de nuevo y de nuevo a estribor, como si fuera de regreso a la casa con
unos cuantos vinos de más, en medio de una oscuridad cerrada, solo interrumpida
esporádicamente por los relámpagos.
Allá arriba, sin estrellas que ver,
solo, cumpliendo su deber de vigilar la costa, que ya no se veía sino que
apenas se adivinaba, como una nube baja, cerca del horizonte, libraba batalla
con la naturaleza para ayudar a mantener a flote ese halito de vida en que se
agrupaban todos.
En vano esforzaba sus ojos, aun
jóvenes, para ver la costa, más que la costa, las olas que rompían cerca de
ella avisando de la presencia de piedras sumergidas y otros escollos letales,
todo era olas y espuma, acá y allá las olas se elevaban dantescas,
temibles….pero el barco resistía, era una buena nave, muy marinera, que ya
había sorteado otras tormentas, no había nada que temer, pronto pasaría todo y
entrarían en puerto en ese bajo y traicionero puerto de Santa María de los
Buenos Aires, bien adentro del rio de la Plata, desde allí podría seguir camino
hacia el Perú, o hacia las misiones Jesuíticas del Paraguay, o conchabarse en
alguna estancia del lugar….ya vería, con no más de 20 años, fuerte y con buena
salud, el mundo era todo una promesa.
En la inmensa soledad del puesto
de vigía, con muchas horas de estar atado y sin posibilidad de ser reemplazado
hasta que la tormenta amainara, el exceso de presión actúa como sedante, el
alma dice que solo es cuestión de aguantar un poco más, que Dios no dejara que
le pase nada, que los parpados se caen y solo el sacudir del barco los abre,
que el frio del agua te insensibiliza, que el viento helado te atonta, que la
imagen del sol sobre los campos futuros te seduce….que la vista de la bella
muchacha que te llama y desaparece cuando abres los ojos te pide que sigas
soñando….que la costa es imposible de ver…
Que la nave se sacude más fuerte
que de costumbre, que sientes que la cabeza te estalla con un golpe que no
sabes que o quien te da, que la muchacha te llama y te ofrece un buen plato de
cocido, que tanto necesitas para sacarte el frio, que abajo todos gritan, que
la muchacha te ofrece una jarra de fresca agua y que tu, asustado, rechazas
bruscamente, que la jarra se rompe y el agua te moja la cara, te llena la boca,
los pulmones, y quieres huir, pero estas atado y luchas….y la muchacha que te
llama de nuevo y te pide le sigas, y quieres ir con ella, pero estas atado….y
la ves como se va y las promesas que se van con ella, y en un último acto de
dramatismo levantas la vista y ahí están de nuevo las estrellas, pero no las de
este lado del Ecuador, si no las otras, las del lado norte, las tuyas, las de
Castilla, y lo último que oyes es el rugir de las olas y el silencio profundo
del mar que lo aplasta todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario