1 de Mayo 1982
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Así
fue esa mañana, una mañana gris y destemplada, como esta. – comenzó el relato
mientras se cebaba el primer mate.
A su alrededor todos se acomodaron, dispuestos a escucharlo.
El viejo estaba algo “pirado” pero contaba historias interesantes, de esas que
no se encuentran en los libros ni te enseñan en la escuela.
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El
viento, como de costumbre, soplaba del oeste, haciendo que el frio penetrara la
ropa helando todo. – reflexionó, para agregar luego
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Nosotros
estábamos ahí, resguardándonos detrás de una estiba de contenedores, calentando
agua con un calentador que hacíamos funcionar con JP1, el “querosene” que
usaban los Atar - aclaró para los que lo ignoraban.
- El mate con grapa y la conversación amena ayudaban a sobre llevar la tensión del momento. -
Usualmente ese día todos habrían estado preparándose para el locro del 1º de mayo, pero ese año no sería así. Aunque seguro el rancho seria locro, no era lo mismo estar en casa o en la base que allí, en la trinchera.
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Deja
que lleguen no más, ya van a ver lo que les espera a los piratas – sentencio el
cabo Ramirez mientras chupaba la bombilla.
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Les
vamos a hacer arrepentirse de haber hecho el viaje – apoyo el cabo Lopez, con
una seguridad más propia de un veterano que del novicio que era
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Ya
veremos – fue el lacónico comentario del suboficial Peretti, evitando entrar en
detalle para no transmitir su desanimo.
Él sí era un
veterano, había participado en misiones de la ONU y sabia lo que eran las balas
silbando cerca.
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Por
supuesto el ánimo no decayó, éramos todos jóvenes y la guerra se nos antojaba
como algo heroico digno de ser vivido. Después de un rato, con ya casi una pava
cebada, todos estábamos “algo más alegres”, incluso el Peretti. Fue ahí que
apareció el capitán Fernández -
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Cuando
lo vimos entrar todos nos cuadramos, no porque fuera necesario, si no porque le
teníamos mucho respeto. Esto lo incomodaba y normalmente hacia alguna chanza
que aflojaba el protocolo…pero esa mañana no fue así.
Uno de los muchachos le ofreció un mate, olvidando que el agua tenía un
importante contenido alcohólico.
Yo pensé que salíamos todos presos, pero no, al contrario Fernández sorbió
el liquido con fuerza y, aunque no pudo ignorar que el mate estaba “cargado” no
se enojo ni nos recombino, antes bien apreció la bebida, y pidió otro, “para no
irse rengo”, aclaró. Luego nos pidió que preparáramos los Mirage, la flota de
su majestad había llegado y era necesario darle la “bienvenida”.- trato de
bromear
Llegado este
punto hizo una pausa, y luego siguió.
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Si
bien todos esperábamos eso, en realidad no pensábamos en serio que llegaría el
momento. Pero, una vez llegado nos convertimos en los profesionales que se
supone éramos. Casi sin ordenes cada uno fue a hacer su trabajo, el encargado
del combustible a controlar los tanques, que junto con los auxiliares, apenas
permitían llegar a las islas para combatir 5 minutos y dar la vuelta, antes de
que se acabara su contenido y el avión cayera. –
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¿Y porque no reabastecían en vuelo? - preguntó imprudentemente un nuevo.
Un codazo
conveniente asestado por un compañero le hizo comprender lo improcedente de su
interrupción
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Pues
porque nuestros Mirage no tenían esa posibilidad – contestó el viejo sin
parecer molestarse por la falta de conocimientos del joven.
- Como sea, cada uno en lo suyo, se cargaron las bombas, se chequearon los circuitos y se dejo todo listo. Cuando el capitán volvió, al cabo de 15 minutos, lo hizo con los otros pilotos que formarían la escuadrilla.
Luego de persignarse subieron cada uno a su avión y desde tierra les dimos soporte para ponerlos en marcha. El rugir de los motores es algo sobrecogedor, no hay quien pueda permanecer impasible ante ellos.
Lentamente se encaminaron hacia a la cabecera de pista. Una vez allí dieron potencia, soltaron frenos y salieron disparados como dardos incandescentes.
Rápidamente tomaron altura, pero no mucha, no volarían alto, antes bien todo lo contrario.
Desde el taller de electrónica, mientras no se impuso el silencio de radio, seguimos su avance. Luego solo estática e incertidumbre.
Al lado de la radio, cronómetros en mano, calculábamos por donde andarían. Sabíamos que no pasaría mucho tiempo, el combate tenía que empezar pronto o no se daría.
Y no nos equivocábamos, pasada menos de una hora se escucho un grito rasgando la estática
¡Proa arriba! ¡Ahí están los hijos de puta! Grito uno ¡Viva la Patria carajo! grito otro. Nada nos costó imaginar que nuestros pilotos acababan de encontrar la flota y el combate empezaba.
Ya era casi noche cuando empezaron a volver.
Con ansiedad contábamos los aterrizajes…uno, dos…..luego otro y….nada más.
Los pilotos que llegaron compartieron unos minutos con nosotros, contando cada uno su primera experiencia de combate y sus impresiones. Preguntando por los camaradas que aun no llegaban….-
El viejo
cayo de pronto, con un mate a medio cebar, los ojos perdidos en la lejanía,
como esperando el regreso de los compañeros que no volvieron.
Uno de los
presentes, conocedor, le retiro el mate y lo tomo del brazo.
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Vamos
che, no te pierdas –
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Ahh,
si – dijo como regresando de un sueño – disculpen, no me siento bien – dijo y
se retiro.
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Pobre
tipo – comentó alguien
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¿Alguien
sabe quién es? –
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No,
nadie sabe, por ahí parece que fue uno de los mecánicos que dieron soporte
técnico a los Mirage en el 82, pero su nombre no figura en ninguna lista de la
Fuerza Aérea –
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En
fin, muy lindo todo pero hay que seguir trabajando – dijo el que parecía ser el
capataz
Con
resignación pagaron sus consumiciones, se ajustaron los abrigos y salieron al
exterior.
El viento,
soplando desde el oeste, parecía traer el rugido de los motores regresando
desde las islas, aunque estas están al este.
© Omar R. La Rosa
#HistoriasdelaHistoria
#ytusrelatos
La guerra llega, se cobra su tributo en sangre y miseria. Y cuando acaba deja dolor y escombros. Algunos de ellos no pueden reconstruirse por mucho que se quiera, proque las personas que se quiebran nunca vuelven a ser lo que un día fueron. Me ha parecido una historia desoladora, que habla de personas que, al igual que en el relato, es más fácil tachar de locas e ignorar muy a menudo, más fácil que comprenderlas o sumergirse en la barbarie de lo que vivieron. El ser humano se inmuniza muy fácilmente al dolor ajeno.
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