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Reloj
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Los hechos que se relatan en esta novela pudieron haberle pasado al profesor de física de la Universidad Nacional de Córdoba don Marcos Álvarez, si el mismo no fuera un personaje ficticio.
Suceden a principios del siglo XX a comienzos de la I.G.M
El relato inicia en la tranquila ciudad (¿aldea?) de Córdoba en el centro de la republica Argentina, y nos lleva hasta el lejano sur del país, teniendo su punto culmine
en la batalla de Malvinas, en
diciembre de 1914, todo en una alocada carrera por alcanzar un misterioso
invento, (pretendido por británicos, alemanes, norteamericanos y algunos
extraños no del todo identificados) y a la mujer que lo lleva.
Todos los
personajes mencionados en este relato viven exclusivamente en la imaginación
del autor y cualquier coincidencia con personas reales es simplemente eso.
Si bien lo
hechos históricos que se cuentan, como las personas que intervinieron en ellos,
son reales, dado que los personajes son inventados, jamás interactuaron con
ellos y todos los diálogos y acciones en común que se relatan son solo
fantasía…o al menos eso se supone.
El
escribiente
Índice
Adenda
257
|
La
figura del profesor Marcos Álvarez era cualquier cosa menos la de un
catedrático a cargo del departamento de física de la Universidad Nacional de Córdoba
(UNC) de principios del siglo XX.
Cualquiera
que lo viera caminar por la antigua Calle Ancha, desde hacía poco llamada
avenida Velez Sarfield, o por la más modesta calle Caseros, podría haber
pensado que ese señor de porte amable y algo desalineado, de anteojos redondos
y gorra era alguno de esos gringos que, desde fines del siglo XIX, habían
poblado a montones las, hasta poco tiempo atrás, desiertas extensiones de las
pampas.
Si
alguien se cruzaba con él al final del día, cuando el cansancio de la jornada
desalineaba aun más su aspecto, podría haber pensado que era un colono al que
solo le faltaba el arado o que hacia minutos no más había arribado a la
estación Central proveniente del puerto, a donde habría llegado desde la
conflictiva Europa, en la tercera clase por supuesto.
En
la Córdoba anterior a la reforma del 18 (1), sus modos y
maneras informales no le hacían muy popular entre sus colegas, aunque todos
entendían que un profesor de física podía y hasta debía ser algo excéntrico, después
de todo tanto lidiar con experimentos y matemáticas avanzadas tenía que tener
alguna consecuencia.
Infinidad
de temas ocupaban su atención, siendo el apelativo de Físico tan solo la
descripción correspondiente a la cátedra que dictaba. Aunque bien cierto era
que las ciencia físicas eran las que más le atraían.
Una
tarde de invierno, al terminar una hora de clase, se le acerco el ordenanza y
le dijo que una joven lo esperaba en la sala.
-
¿Una
joven? ¿y dice que está sola? -
-
Si
profesor, es algo extraño, normalmente no la hubiera dejado entrar, pero me
entregó esta carta para usted – dijó mientras se la entregaba – y me rogó que
le pidiera la atienda, que era un asunto importante. Como su hora estaba por
terminar pensé que quizás usted la quisiera entrevistar y me tome la libertad
de hacerla pasar a la sala. Espero no haberme equivocado profesor.-
-
Está
bien Calisto, aún tengo una media hora antes de la próxima clase – excusó al
ordenanza con la mano mientras sus ojos se concentraban en la nota que acababan
de entregarle.
Lo
leyó un par de veces, era un mensaje muy breve, solo unas pocas palabras…Lo
guardó en su bolsillo y se encaminó a la sala donde lo esperaban.
Allí
una joven mujer se puso en pie al verlo entrar, se le acerco e intercambiaron
unas palabras.
Él
se quedo meditando unos instantes, mientras ella lo miraba con ojos ansiosos,
luego le dijo algo, ella asintió, le saludó formalmente y se retiró tan
discretamente como había llegado.
Antes
de ir a su próxima clase se tomó un té en la cafetería de la sala de
profesores, tiempo que aprovecho para pensar en la entrevista. Tenía sobrada
experiencia en distintas lides, y sabía que unos ojos como los de aquella
muchacha eran peligrosos.
Por
la tarde, al concluir su horario laboral, se fue a su casa, a unas pocas
cuadras de la facultad y ya en ella volvió a leer la nota que le habían traído.
Dudo
unos instantes sobre qué hacer y al final decidió salir. En ese momento, en
pleno invierno, con los días tan cortos, llegaría de noche pero no demasiado y
la nota parecía indicar cierta urgencia.
En
la cochera estaba una de sus últimas creaciones, un prototipo de automóvil, de
fabricación propia, que había terminado de armar con algunas piezas que le
había fabricado un piamontés medio loco, radicado en Colonia Caroya, que era
todo un genio para las máquinas.
Reviso
la presión de los neumáticos, el aceite del motor, que el tanque de combustible
tuviera suficiente como para ir y venir
y que estuviera bien el nivel de agua del radiador, (usar un motor refrigerado
por agua había sido una muy conveniente decisión suya, pues en verano con el
calor cordobés, la refrigeración por aire solía ser insuficiente). Dio varias
vueltas a la manija hasta que el motor arranco, se subió en al auto, se acomodó
las antiparras, se ajustó el abrigo, la gorra, y se puso en marcha dispuesto a
recorrer los escasos 3 km que había hasta el observatorio.
A
pesar de que el frío y la hora hacían que hubiera pocos transeúntes en ese
momento, no pudo evitar generar el acostumbrado revuelo en todos lados. Los
autos eran tan raros que la gente se detenía a verlos pasar, los caballos se
espantaban, los perros le ladraban y la policía miraba con ojos desaprobadores
esa máquina que se desplazaba por sí misma a velocidades que la hacían, a todas
luces, muy peligrosa. Ya le habían advertido seriamente que, si llegaba a
causar algún daño, por más profesor universitario que fuera, iría a parar a la
cárcel, además de hacerse cargo de todos los gastos que ocasionara. Por eso
trataba de usarlo lo menos posible, pero la situación lo ameritaba esta vez.
Desde
la entrada se oía el traqueteo del motor de un generador eléctrico, lo que le hacía
suponer que lo que le había contado la chica no era fantasía. El profesor
González sin duda estaría trabajando en los talleres del observatorio, ya que
seguramente no estaría haciendo observaciones, pues el cielo prácticamente nublado
no era apropiado para usar el telescopio.
Dejo
el coche en el patio trasero, cerca del apeadero, se ajusto el abrigo para
paliar el frío que se iba haciendo intenso y se dirijo a la entrada.
La
puerta estaba entreabierta y pasó por ella sin inconvenientes, en el cuarto de
abajo no había nadie, ni nadie respondió a su llamado. Se encaminó a las
escaleras, para subir a la sala de observación, que también estaba vacía. La
ventana de observación estaba abierta y el telescopio en posición, dio una
rápida mirada por el objetivo y fácilmente identificó la gran nube de
Magallanes en un pedazo de cielo que prontamente se cubrió. A un costado estaba
preparada la cámara de alta exposición con su placa ya en posición, y todo
parecía indicar que una observación estaba pronto a comenzar, quizás la gente
del observatorio tenía noticias de que el clima mejoraría, o simplemente
esperaban que así sucediera. Como fuera, no había nadie en la estancia. Empezó
a preguntarse donde estarían todos y si había sido una buena idea ir sin
avisar.
Se
asomó por la venta y aguzó el oído tratando de escuchar algún sonido que
indicara presencia humana, pero nada, solo el chistido de una lechuza en vuelo,
un búho de canto solitario y algún que otro grillo, nada más. Tampoco se veía
nada allá abajo, por lo menos dentro del amarillento circulo de luz que
proyectaba una lámpara colgada de un poste en un costado del patio.
Descendió
a la planta baja y dio una vuelta alrededor del edificio, se dirigió al
establo, allí había dos caballos y un coche de tiro, los animales estaban
descansados, señal de que hacía tiempo que estaban allí, tampoco se veían
señales de que alguno hubiese salido recientemente, por lo que el profesor
debía andar por ahí, en algún lado.
Salió
al patio y volvió a llamar inútilmente, en voz alta, pero nada. Cuando pasó
bajo el farol este parpadeó y se apagó, segundos después se detuvo el
generador. Prestó atención y notó que también los ruidos de la noche habían
cesado, el silencio era total, ni siquiera una brisa alteraba la calma, algo
estaba pasando, sin dudas.
La
sensación de alarma lo invadió y eso no le gustó, sabia por experiencia, aunque
no pudiera explicarlo, que de alguna manera era capaz de detectar el peligro
antes de que este se manifestara y que no era bueno ignorar esta sensación. Precavidamente
metió su mano bajo el brazo izquierdo, tanteo la Luger P08 que había comprado
en su último viaje y que desde entonces lo acompañaba siempre que salía, luego fue
al auto y de la guantera saco una linterna, no era muy cómoda ni demasiado
eficiente, pero, en medio de la negra oscuridad que se había precipitado en el
observatorio, era más que útil.
Volvió
al edificio e ingresó nuevamente en la habitación del piso inferior.
En
la completa oscuridad de la noche nublada, apenas rasgada por la escasa luz de
la linterna que a duras penas le permitía evitar los obstáculos del lugar, le
pareció ver un tenue resplandor azulado saliendo detrás de la puerta que daba a la cocina y se dirigió hacia
allí. Con sigilo apartó la puerta lo suficiente para poder mirar en el interior
de la misma llegando a ver una figura desaparecer….por la pared que daba al
oeste. Inmediatamente se escuchó el motor del generador volver a ponerse en
marcha e, instantes después, la energía eléctrica retornó.
En
ese momento se escuchó una voz que lo saludaba desde la puerta.
-
Buenas
noches, ¿con quién tengo el gusto? -
Con
la mano en el bolsillo de la campera, aún empuñando la Lugger, se dio vuelta a
ver a quien le hablaba y saludo.
-
Buenas
noches, doctor Marcos Álvarez a su
servicio, ¿usted señor?- interrogo.
El
otro no contesto inmediatamente, antes bien ingresó y observó, con cierto
nerviosismo, el interior de toda la estancia, así como el de los cuartos
vecinos. Luego, habiéndose cerciorado que no había nadie más, le tendió la mano
a modo de saludo y se presentó -
-
Profesor
González, encargado del turno - saludó ya más tranquilo.
-
Profesor
González, un gusto conocerle personalmente -
-
Lo
mismo digo doctor – saludó y luego interrogo - ¿Ha notado algo extraño al
ingresar aquí? -
-
Nnn
no - mintió no muy convincentemente - ¿Qué debería haber notado? -
-
Nada
en particular, supongo que el corte de luz fue solo una falla del generador - reflexionó
– pero, pase, pase usted, ¿Se toma unos mates? – invitó.
-
Por
su puesto, le agradezco - aceptó - ¿Profesor en qué? Seré curioso - interrogó
mientras lo seguía a la cocina.
-
Astronomía,
doctor, y usted ¿en que es su doctorado? -
-
En
física -
El
profesor calentó el agua para el mate en una pava negra que después colocó en
la salamandra que calentaba la estancia donde estaban. Cebó y tomó el primer
mate, como corresponde a toda persona educada, y luego le convido el siguiente,
que Marcos tomó con gusto. El agua caliente resulto reconfortante en aquella
noche fría que amenazaba nieve.
-
Es
una suerte que haya venido justo ahora doctor-
-
No
tiene nada de fortuito, he de confesarle que la nota que me hizo llegar me ha
dejado intrigado ¿de qué se trata?-
-
¿Qué
nota?- Preguntó el otro
-
La
que me hizo llegar hoy a la facultad- aclaró Marcos- en manos de una bella
señorita, dicho sea de paso -
-
¿Una
señorita rubia? - se preguntó a si mismo del Profesor - ¿Más bien menudita, de
grande ojos celestes y no más alta que su hombro? -
-
Sí,
¿la conoce supongo? -
-
Eh…no.
No conozco nadie con esa descripción. -
-
Pero
ella me entregó una nota a nombre suyo profesor -
-
Ah,
¿sí?, Que raro ¿no?, yo no escribí nada. Pero, bueno, de todos modos es una
suerte que usted esté aquí, ¿quizás pueda ayudarme con algo? -
El
doctor Marcos Álvarez se sentía verdaderamente desconcertado, ¿Qué estaba
pasando allí? La curiosidad le llevo seguir adelante, y preguntó.
-
¿De
qué se trata profesor? -
-
Es
una larga historia - aclaró el profesor González - ya le contare los detalles,
pero ya que esta aquí ahora, venga no me vendrá mal su consejo profesional -
-
Usted
dirá -
-
Deme
un minuto, ya regreso con algo que me gustaría que vea, pero lo traeré aquí, lo
tengo en mi oficina pero está muy frío allí - y salió por la puerta
Pasados
varios minutos el profesor no regresaba y se empezó a inquietar, por lo que decidió
ir a buscarlo. Salió de la estancia donde estaba ignorando donde se encontraría
la oficina del profesor.
Por
las dudas lo llamo un par de veces, pero nada, ni una respuesta. Otra vez la
sensación de peligro se activó en su interior, por lo que volvió a tomar su Lugger
y se encaminó hacia la escalera que llevaba a la sala de observación, pues
durante un breve corte de luz, que se produjo en el momento, había vuelto a ver el extraño resplandor
azulado que había visto instantes atrás.
Subió
cautelosamente hasta llegar al piso superior. Apuntando con el arma se asomó y
escudriñó la sala con cuidado. No se veía nada raro allí, solo un escritorio,
una par de sillas, una pizarra llena de fórmulas, una placa para observación de
fotos y…¡un par de piernas saliendo de atrás del escritorio!.
El
profesor González estaba allí, tirado inconsciente, con un fuerte golpe en la
cabeza.
-
Profesor,
profesor - le susurró mientras lo tocaba - ¿Qué le ha pasado? -
-
Que
se lo ha llevado, al final me lo ha robado el hijo de perra ese - maldijo
mientras se frotaba la cabeza
-
¿Qué
se ha llevado? ¿quién? - Interrogó Marcos
-
Lo
que quería que viera. Ha sido el mal nacido del inglés ese - Contestó, sin que
Marcos entendiera nada.
Con
algo de trabajo el profesor se incorporó y se dirigió hacia la pared, tocándola
la escudriño detenidamente, como buscando algún resquicio o algo oculto. Al
cavo de un rato desistió y, bajando los brazos dijo
-
Nada,
nunca encuentro nada, no sé como lo hace - luego mirando a Marcos Álvarez
continuó.
-
De
esto se trata, este es el misterio que me tiene a mal traer, si no fuera un
científico diría que estoy siendo hostigado por un fantasma -
-
¿Cómo
es eso? -
-
Pues,
como lo oye, y no estoy loco. Desde hace un par de meses estoy viviendo esta
pesadilla. Todo empezó cuando encontré el cuaderno ese lleno de formulas raras,
en los sótanos de la Compañía de Jesús, durante
una investigación sobre un tema histórico que ya ni recuerdo. Soy historiador
aficionado - Comenzó a explicarse. - En ese momento me llamó la atención porque
parecía ser muy viejo, sin embargo, ya desde sus primeras páginas aparecía
lleno de formulas que incluían operaciones de cálculo diferencial de muy alto
nivel, obviamente no era un libro sagrado ¿Qué hacia un libro así en un lugar
como ese?, en fin me interesaba tenerlo pero no podía sacarlo de la biblioteca
sin que me lo impidieran, y seguramente no me lo prestarían, por lo que pase
varios días copiándolo -
Tocándose
la cabeza, y mirando el pizarrón lleno de formulas que cubría una de las
paredes, continuó.
-
Ve
- dijo indicando las formulas - en esto he estado trabajando, hasta aquí - con
el dedo marcó una zona del pizarrón - estas formulas son tal cual las copie del
cuaderno, lo que sigue son mis deducciones, pero las conclusiones a las que
llego no me convencen, son inverosímiles… - concluyó - y ahora no podré cotejarlas con las de la
copia que hice del cuaderno, no lo tengo más y no he llegado a comparar mis
conclusiones con las del tal Pérez ese que parece haber sido el autor del
cuaderno original -
-
Pues,
¿Por qué no va nuevamente a la biblioteca y consulta el original? -
-
Porque
no está más - aclaró con fastidio - alguien lo saco del lugar donde lo había
dejado y cuando pregunte todo el mundo dijo no saber nada, no cabe duda que ha
sido un error el que yo lo encontrara, y lo han vuelto a ocultar -
-
¿Quiénes?
-
-
Si
lo supiera, mi amigo, tendría resuelta una gran parte de este misterio -
-
¿Me
permite? - consulto Marcos, indicando que quería analizar el pizarrón
-
Adelante
- dijo el profesor haciéndose cortésmente a un lado.
El
doctor Marcos Álvarez se paró frente al pizarrón y comenzó a estudiar las
ecuaciones. Efectivamente no se podía dar crédito a lo que se leía. Con permiso
del profesor copio la pizarra en su libreta de notas. Luego, prometiendo estudiar el caso y
reencontrarse el sábado por la tarde para discutir lo que fuera, se retiró y
regresó a su casa.
El
resto de la semana fue particularmente ajetreado. Las noticias que llegaban de
Europa eran preocupantes, las nubes de guerra batían tambores y había muchos
lazos con la gente de allí. Quien más quien menos tenia algún pariente o amigos
en el viejo continente y acudían a él en la esperanza de que pudiera saber algo
a través de la radio de onda corta que tenia montada en su casa de la calle
Caseros al 200.
El
país, aunque neutral en el conflicto que se avecinaba, no escapaba a las vicisitudes
del mismo, los lazos comerciales y culturales, amén de los filiales, hacían que
la población, tomara partido por uno u otro grupo y presionaban al gobierno
para que apoyara al contendiente de su bando.
La
tarde del sábado volvió a sacar su automóvil y poner rumbo al observatorio. Sin
embargo hizo el viaje en vano, pues al llegar se dio con que el profesor no
estaba. Un telegrama de Mendoza lo había llevado a partir hacia esa ciudad a
toda prisa, le informaron, y no se esperaba que regresara antes de un par de
semanas. En vano trato de averiguar algo más pues nada supieron informarle, la
persona que lo atendió no tenía más noticias.
Decepcionado
emprendió el regreso, si bien no conocía suficientemente al profesor González
como para saber qué tipo de persona era, no lo creía del tipo de los que se van
sin avisar, menos teniendo una cita acordada con otras personas.
Decidido
a averiguar algo más del tema pasó por el correo antes ir a su casa y envió un
telegrama a algunos amigos mendocinos que lo pudieran ayudar.
Cuando
llego, al abrir el portón del garaje para ingresar al patio de la casa, le
llamo la atención que el perro no saliera a ladrarle. ¿Dónde se habría metido?.
Luego
de ingresar detuvo el motor. Antes de cerrar el portón, se asomo a la vereda y
lo llamó, pero nada. A esa hora no se veía a nadie, solo un par de transeúntes
y nada más. ¿Qué extraño?
Se
quedó unos minutos apoyado en la pared del frente, pensando, y luego entro a la
casa, pero no lo hizo como de habría hecho de costumbre, por la puerta
principal, si no por la del patio que …estaba abierta…cuando el recordaba
perfectamente haberla cerrado. La duda se hizo certeza, alguien había entrado a
la casa.
Con
sigilo, en la semipenumbra del atardecer invernal, sin encender ninguna luz y
sin hacer ruido dejo a tras la cocina y se dirigió a la sala. Fue allí donde
los encontró. Eran dos hombres jóvenes, rubios, de pelo corto, hombros anchos y
caras de pocos amigos, junto a una mujer joven y menudita, era la misma que le
había entregado la nota días atrás, en la facultad.
-
Buenas
tardes doctor - saludó la mujer - ya dudábamos de que fuera a entrar a la casa -
-
Buenas
tardes - saludo él, más por costumbre y cortesía que porque pensara que lo
fueran
-
¿Qué
hacen aquí?¿Quiénes son ustedes?¿Qué quieren? -
-
Muchas
preguntas juntas doctor – le retrucó la chica, mientras los dos jóvenes la
franqueaban, y le pregunto - ¿Qué ha pasado con el profesor González? -
-
¿No
entiende mi español? - volvió a preguntar la chica, al ver que él no le respondía.
-
Sí,
le entiendo perfectamente - contestó el secamente - lo que no entiendo es
porque le interesa a usted eso y que tengo que ver yo -
-
Las
razones de mi interés no son de su incumbencia - respondió con mal tono - y
usted es la última persona que sabemos estuvo con él -
-
¿Sabemos?,
¿Quiénes? -
-
Vamos
doctor, no pretenda saber más de lo conveniente y cuéntenos que ha sido del
profesor -
-
Pues,
no tengo ni idea. No está en el observatorio y no supieron informarme de a
donde se ha ido -
Los
extraños se miraron entre ellos, ella les dijo algo en voz baja, en alemán y
parecieron estar de acuerdo.
-
Muy
bien – asintió - ¿llego a ver el cuaderno de notas? -
-
¿Qué
cuaderno? - preguntó haciéndose el tonto.
Uno
de los grandotes dio un paso adelante, como con intención de tomarle el brazo,
provocando que él se pusiera automáticamente en guardia.
-
Vamos
doctor, mantengamos esta charla dentro de los límites de la cortesía y los
buenos modales - pidió ella mientras con una seña le indicaba al grandote que
se tranquilizara.
-
Disculpe
a mis compañeros, no entienden bien el idioma y son muy celosos, me cuidan en
todo momento – sonrió - no quieren que me pase nada y se preocupan
cuando alguien parece burlarse de mi - concluyó acentuando el concepto. Era
mejor que contestara amablemente o no podía asegurar contenerlos.
-
Bueno,
¿lo vio o no lo vio? -
-
No,
no vi nada - dijo la verdad
-
¿Por
qué? -
-
Pues,
porque lo robaron antes de que pudiera verlo -
-
¿Tiene
idea de cómo? -
-
No,
ni la menor idea -
-
Bueno
- reflexiono ella para sí misma - Entonces no llego a ver nada, es una pena,
nos hemos equivocado con usted. - y dirigiéndose a sus compañeros en alemán - lassen
Sie uns nicht noch mehr Zeit verschwenden hier;
Gott weiß, dass sie mit dem Lehrer tun, wenn sie nicht bald gefunden (vamos no perdamos más tiempo aquí, solo
Dios sabe que harán con el profesor si no lo encontramos pronto) -
Si
bien Marcos no hablaba alemán, sabía lo suficiente para entender lo que ella
dijo. Intrigado decidió arriesgarse.
-
¿Qué
puede pasarle al profesor? -
-
Ah,
veo que entiende el alemán - dijo ella con una nota de sorpresa
-
Muy
poco - se excuso él - lo suficiente como para deducir que, según usted, el
profesor puede estar en peligro -
Ella
ya se había levantado y encaminado a la puerta de salida, se detuvo, se dio la
vuelta y lo encaró.
-
¿Es
que no piensa invitarnos con un té si quiera? - y le regaló una sonrisa.
-
Aún
no ha dicho ni hecho nada que justifique esa atención. Más bien lo contrario -
retrucó Marcos
-
Doctor,
con ese carácter nunca se va casar - se burlo ella y, haciendo una seña a los
grandotes para que se sentaran, se dirigió a la cocina y puso agua a calentar.
La
situación, de carácter grotesco, lo superaba, por un lado tenía dos “gorilas” a
los que sería muy difícil vencer y por otro, preparando té en su cocina, a una
muchacha que difícilmente soportaría con éxito un viento de Agosto y cuya
educación y buenos modales desentonaban con sus actos. Todos dentro de su casa
sin haber pedido permiso.
Cuando
el agua estuvo caliente ella se dirigió, sin dudarlo, como si conociera
perfectamente la casa y sus cosas, a la parte superior de la alacena y tomó dos
tasas, luego acercando un banquito y parándose en el alcanzo el paquete de té,
que estaba unos estantes más arriba, fuera del alcance de su talla.
Cuando
tuvo el té preparado le alcanzo una tasa a él, sobre la mesa de la cocina y
otra para ella. Los dos hombres seguían impávidos en la sala.
-
Están
de servicio - aclaró ella viendo que él los miraba.
¿En
servicio? ¿Militares?
-
Muy
buen té señorita….- dijo luego de probar la infusión, dejando la frase sin
terminar, esperando que ella le diera su nombre.
-
A
los fines de nuestra relación puede llamarme Sofía…- y le tendió la mano
-
Por
lo que deberé esforzarme para conocer su verdadero nombre mein liebes Fräulein -
contesto él al tiempo que se inclinaba exageradamente y le besaba la mano.
-
Como
corresponde, caballero - dijo retirando la mano
-
J'accepte
le défi - contestó galantemente en francés - de todos modos eso no nos dice
nada de su presencia aquí señorita…”Sofía”-
-
Her
doctor, no es lo que yo hago aquí lo que tiene importancia, lo que importa es
saber si pudo entender algo de lo que encontró el profesor González -
-
Ya
le he dicho que no he llegado a ver siquiera el cuaderno “ese” a que se
refieren -
-
Y
nosotros que le creemos pero, vera, hemos entrado aquí apenas usted se fue,
dicho sea de paso haría bien en educar mejor a su perro, lo más difícil ha sido
hacer que deje de lamerme la mano y jugar con mis compañeros -
En
eso tenían razón, ozen (ruidoso), el animal que le había regalado el vasco que traía
la leche todas las mañanas, era ruidoso, como lo indica su nombre, pero nada
más.
-
¿Qué
han hecho con él? -
-
Nada,
no se preocupe, ya se lo devolveremos, es un animal de gran pedigrí - se rió
irónica, en obvia alusión a la profusión de razas que se advertían en el
mencionado ozen.
-
Como
le decía, salvada la dificultad canina - y volvió a sonreír - tuvimos tiempo de
sobra para “husmear” - completo la frase sacando de su bolsillo la libreta de
notas en que había copiado las ecuaciones del pizarrón del observatorio.
Al
ver su cuaderno trato de recuperarlo, pero se vio obligado a tomar asiento
nuevamente, impelido por una manaza que se poso bruscamente sobre su hombro y
lo empujo hacia abajo. Los muchachos estaban atentos, sin dudas, y se movían
rápido.
-
Vamos
doctor, no se enoje, no le pasara nada, solo queremos saber su interpretación
de lo que escribió aquí - pidió Sofía. - apreciamos su opinión, por eso nos
pusimos en contacto con usted -
-
Pues,
si tanto aprecian mi opinión, podían haberla solicitado de una forma un poco
más “formal”- comentó, haciendo la seña de las comillas con los dedos.
Ella
se colocó frente a él, con su cara muy cerca de la de él, de modo que sus ojos
se cruzaron frente a frente, entonces le preguntó.
-
Antes
de leer esto - Movió la mano con el cuaderno - ¿Qué hubiese dicho si le
hacíamos una petición formal? -
Muy
buena pregunta, no cavia duda de la respuesta y, muy a su pesar, contesto
-
Primero,
me hubiese sorprendido muchísimo y luego, posiblemente, le hubiese pedido al
ordenanza que les indicara el camino de la puerta de salida -
-
¿Entonces?
-
-
¿Entonces?
– meditó - entonces debo pensar que no estaba tan equivocado con las ideas que
le comente al joven ese, en Berna, en 1904 -
-
Correcto
doctor, eso lo hemos investigado, y lamentamos que en la publicación de la
teoría que hizo famoso a ese joven al año siguiente ni siquiera lo haya
mencionado, siendo que la idea era suya.-
Hizo una pausa, como
reflexionando - Justamente, primero habíamos pensado que ese joven era nuestro
hombre, pero por fortuna encontramos unos borradores perdidos donde aparecía su
nombre, lo investigamos y por eso estamos aquí - dijo, como al pasar, Sofía -
pero, dígame, ahora, a la luz de estas notas, ¿Qué piensa? -
-
Qué
tendremos que replantearnos todo lo que sabemos de física - sentenció.
-
¿Solo
eso? -
-
Pues,
en principio si, ¿qué más quiere saber? - se hizo el tonto, aún no sabía que
pensar de esa chica y sus “amigos”.
-
¿Para
qué puede servir? ¿Existe algún posible uso? - insistió ella con alguna
impaciencia.
-
¿Cómo
cual? - pregunto cautamente
-
Viajes
- fue la contestación lacónica
-
¿Viajes?
- se preguntó, confirmando que por lo menos tenían idea de que era todo eso –
No me imagino cómo se harían, pero, si se desarrollará la técnica necesaria, no
veo impedimento teórico para que se puedan hacer…, por lo menos hasta lo que se
ahora -
-
Ellos
están trabajando en eso - susurró, y luego, dirigiéndose a sus compañeros-
Herren, ist alles für heute. (Señores es todo por hoy) - luego le devolvió el
cuaderno al doctor – es suyo. Ya lo hemos copiado - se dio media vuelta y se dirigió
a la puerta de calle, seguida por los muchachos.
Al
llegar a la puerta se detuvo, saco una pequeña tarjeta de su cartera, se la
entrego y le dijo.
-
Volveremos
en unos días, luego de hacer algunas averiguaciones más, me preocupa el
profesor González. Si me llega a necesitar antes puede dirigirse a esa
dirección - le dijo indicando la tarjeta.
Al
abrir la puerta para salir, apareció ozen, muy contento, corriendo a la par de
un chico que le daba galletas. Sería necesario adiestrar a ese perro.
Ni
bien quedó solo se encerró en su escritorio, frente a su pizarra, a trabajar en
las fórmulas. Sospechaba que allí había mucho más que lo que se había insinuado
en la charla con “Sofía”.
Cuando
quiso acordar le sorprendió la madrugada del domingo dormido sobre sus papeles.
Se despertó al medio día cuando escuchó los golpes en la puerta.
Sobre
saltado se levanto y fue a ver qué pasaba. Al abrir lo vio al turco Amed, que
venía a ver que le pasaba, ¿por qué había faltado al partido de futbol en el
club?. Le conto que lo habían estado esperando hasta último momento y que, como
no llego, pusieron en su reemplazo al “franchute” ese, el contador del banco
que no la ve ni cuadrada, porque no había otro. Para colmo para los otros jugo
uno nuevo, un técnico recién llegado de Londres, que era una pared, con él en
la defensa no había forma de llegarles al arco. Un desastre total, los gringos
del ferrocarril los habían pasado por encima.
Luego
de las disculpas del caso y de explicar que un problema teórico lo tenía
develado el turco, mirándolo con sincera amistad, se preocupó por su salud, no
era bueno trabajar tanto. Pero, ¿Qué le iba a hacer? Ahí no más lo ayudo a
preparar unos mates y se lo llevó para la quinta del doctor Rodríguez, donde
estaban haciendo el asado. Que la pérdida de un partido no les iba a aguar el
almuerzo.
Ya
en la calle, antes de llegar a la puerta de entrada, los atacó el aroma de la
carne asada. Los asados del domingo eran todo un acontecimiento, normalmente
mientras ellos jugaban el partido en la cancha de Alta Córdoba, en la quinta
del abogado, Cipriano, el capataz de la estancia del dr. Rodríguez, eximio
asador cuya fama alcanzaba niveles nacionales (se comentaba que hasta lo habían
llevado a Bs As para hacer un asado en una recepción muy importante que dio
doctor Alvear, a la sazón presidente de la Nación) prendía el fuego y preparaba
el costillar que todos comerían al medio día y que religiosamente pagaban los
perdedores…este domingo, ellos. Que Marcos no hubiese jugado el partido no lo
eximia de sus obligaciones.
La
mesa se colocaba bajo uno enorme aguaribay, si el calor apretaba o en medio del
patio cuando no era así, como ese frío día, para aprovechar el calorcito del
sol.
Alrededor
de la mesa ya estaban todos sentados, degustando unos exquisitos salames de la
bodega de don Rodríguez…los últimos de la carneada del años pasado, unos que se
habían “salvado” dentro de un tarro con grasa olvidado en un rincón del sótano.
Para los de este año aún faltaban un par de semanas largas.
Saludaron
a todos, recibieron los saludos de todos y las pullas de varios, y se sentaron
en un par de lugares milagrosamente vacios. Por suerte, o no, quedaron justo
frente a los británicos recién arribados, ahí estaba el técnico recién llegado,
un verdadero gigante, igual que los “muchachos” que lo habían visitado la noche
anterior, era como que Europa estuviera sacando sus “chicos” a pasear…normalmente
eso no era bueno. Junto a él estaba un hombre algo más normal, después supo que
era un ingeniero en comunicaciones, natural de Glasgow, en lo profundo de Escocia
y, según dijeron, llegados a Córdoba hacia algo menos de una semana para
trabajar en el telégrafo del ferrocarril.
El
asado, como de costumbre, estuvo insuperable y el vino excelente. Luego de
pasado el almuerzo, algunos se levantaron y se retiraron, ya a echar una
siestita en alguna de las habitaciones dispuestas al efecto o bajo alguna planta
o a tomar unos amargos al lado del fogón donde, en la “negra”, colocada sobre
los restos de las brazas donde se hizo el asado, se mantenía caliente el agua.
Entre
amargos se desgranaba la charla amena, a veces no del todo coherente,
generalmente por culpa del exceso etílico, pero siempre agradable.
El
ingeniero Guillermo Fuchs, suizo de nacimiento, se acerco a Marcos alegre de
verlo
-
¿En
qué andas Marcos?- le preguntó – hace semanas que no te veo y me preocupas -
-
No
tienes porque Guillermo, no te fallare, me he comprometido contigo y los demás
suizos para la ceremonia de fundación del Tiro Federal de Córdoba (1). Allí estaré -
-
Por
favor amigo, nuestro mejor tirador local no puede estar ausente - rio, y siguió
indagando sobre las tareas que tenían tan absorto al amigo, sospechando algún
asunto de polleras, lo que no sería extraño.
En
otro lado los recién llegados observaban todo con curiosidad, era la primera
vez que estaban en el país y, a pesar de que tenían referencias de todo, todo
les llamaba la atención. El mate por supuesto no era excepción, esta infusión
tan típica, infaltable en cualquier reunión gaucha, que la gente prepara
mecánicamente siguiendo particularidades propias de cada cebador, es un
misterio que necesita explicación, y esa explicación, a los británicos, se las
estaba brindando uno de los telegrafistas, italiano él, que actuaba de cicerone
a los efectos didácticos.
Sobre
una tabla había armado un despiece con las partes que se utilizaban para la
infusión, una pequeña calabaza hueca agujereada por uno de sus lados,
generalmente llamada mate, en cuyo interior se colocaba la yerba mate,
normalmente proveniente del Paraguay o de la provincia de Corrientes; el
pequeños sorbete, llamado bombilla, con un extremo cubierto por una maya, que
se colocaba en el interior de la mencionada calabaza, etc.
En
un mal Inglés, con abundantes ademanes, el pobre hombre trataba de explicar que
la bombilla se colocaba en el mate, al que previamente se le había colocado la
yerba mate hasta algo más de las 2/3 partes de la capacidad total del mismo,
pues había que dejar lugar para que la yerba “se hinchara” al colocarle el
agua. Al hecho de agregar el agua caliente se le conocía como “cebar” el mate,
y que, una vez este estaba cebado, había que colocar el extremo libre de la
bombilla entre los labios y sorber por él, de esta manera el agua colocada en
el mate llegaba a la boca, llevando con ella el gusto de la yerba. Pero había
que hacerlo con cuidado, pues de lo contrario se podían quemar la boca.
Recomendación inútil, pues nunca nadie le prestaba atención hasta que
comprobaba, por si mismo, la verosimilitud de la advertencia.
En
esa etapa estaba el grandote cuando llego Marcos a la ronda. Los gestos que
hacia el técnico eran grotescos y graciosos, y todos miraron para otro lado,
para disimular las sonrisas que la inevitable torpeza producía.
-
Tranquilo
hombre, nadie le apura, el mate se toma tranquilo- dijo conciliador
-
Shit!-
insultó el inglés
-
Let's
go friend, a brave man like you do not worry about something so trifling (Vamos
amigo, un valiente como usted no se preocupara por algo tan nimio) - dijo el escocés
en ingles a su coetáneo y luego, en atención a los demás, tradujo en un
perfecto castellano.
-
¿Dónde
aprendió tan bien el idioma? - preguntó interesado Marcos, que ya había notado
esto durante el almuerzo.
-
En
Madrid, he trabajado varios años allí, Adair Mac Logan - volvió a presentarse
extendiéndole la mano y dando lugar a una animada charla sobre viajes y lugares
de donde habían trabajado y cosas así, mientras degustaban los amargos. El
grandote no. Se excuso y se fue a caminar por allí mientras el escocés, mucho
más adaptable, se integraba a la ronda sin dificultad.
-
Me
han dicho que usted tiene un equipo de radio doctor -
-
Así
es, lo he armado yo, tiene algunas falencias, pero funciona bastante bien- dijo
él- ¿usted también experimenta con la radio?-
-
Cuando
tengo tiempo, que no es muy normal, si. Me fascina la posibilidad de acercar al
mundo por medio de las ondas de radio. ¿Ha pensado usted que una parte suya
viaja de un lugar a otro del mundo montada en las oscilaciones radio magnéticas
que emite su equipo? -
No,
nunca lo había pensado así, pero, en rigor de verdad era así.
-
¿Se
imagina si alguna vez pudiéramos viajar así, como nuestra voz, que variando la
frecuencia de transmisión pudiéramos llegar a un lugar u otro? ¿Que no
podríamos hacer? -
El
italiano, que era persona instruida pero poco dada a fantasear, esbozó una
sonrisa y disimuladamente, para que el escocés que al fin y al cabo era parte
de la patronal, no lo viera, hizo el gesto universal que indica embriaguez.
-
Así
es amigo, pero esas cosas están muy lejos aún, si es que son posibles -
-
No
crea doctor - empezó a hablar el escocés, y luego cambio de tema - pero,
cuénteme, que alcance tiene su equipo -
-
El
transmisor no mucho, tengo poca potencia, pero el receptor es muy sensible, en
días buenos puedo sintonizar sin mayores problemas cualquier estación del mundo
-
-
Qué
interesante - comento el escocés, insinuando que deseaba conocer el mencionado
equipo
-
Si
lo desea puede venir a visitarme y le muestro el equipo y lo que puede hacer - claudico invitando el doctor Marcos Álvarez
-
Le
agradezco doctor, será un gusto visitarlo - Satisfecho de haber logrado su
cometido.
---------------
El
lunes luego de dictar clases en el primer curso de la mañana, al ir hacia la
sala de profesores, el ordenanza le alcanzó un par de telegramas que le habían
traído minutos antes. Los tomó y los fue leyendo mientras caminaba. Nada, nadie
sabía nada del profesor González, definitivamente no se encontraba en Mendoza,
por alguna razón alguien estaba mintiendo. Esa tarde debería volver al
observatorio a tratar de obtener alguna otra información.
Sin
embargo no pudo ser, pues ni bien llegado a su casa, apareció el escocés con su
amigo inglés.
Inútil
fue tratar de excusarse, los dos estaban decididos a quedarse. Como no fue
capaz de inventar una excusa efectiva y, por supuesto, no quería comentar sus
verdaderos motivos ni ser descortés, no tuvo más remedio que atenderlos.
Sabedor
de que el mate no era una bebida del todo agradable para los visitantes, les
convido con un par de tazas de té, que dio pie a una charla intrascendente
mientras se calentaban los tubos de vacío y comenzaba a funcionar el radio.
De
a poco las ondas que llegaban a la antena comenzaron a hacerse inteligibles en
los circuitos del receptor, produciendo palabras en el parlante. Varios ajustes
de los controles permitieron mejorar la sintonía, haciendo posible escuchar a
un operador, aparentemente Inglés, comentando el último discurso del zar Nicolás
II.
-
Se
acercan tiempos difíciles doctor- comentó Mac Logan.
-
Eso
parece señor - Coincidió Álvarez - la gente parece haberse vuelto loca -....
Omar R. La Rosa
@ytusarg
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