viernes, 13 de julio de 2018

Operación Reloj

Operación Reloj
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Prologo

Los hechos que se relatan en esta novela pudieron haberle pasado al profesor de física de la Universidad Nacional de Córdoba don Marcos Álvarez, si el mismo no fuera un personaje ficticio.
Suceden a principios del siglo XX a comienzos de la I.G.M
El relato inicia en la tranquila ciudad (¿aldea?) de Córdoba en el centro de la republica Argentina, y nos lleva hasta el lejano sur del país, teniendo su punto culmine

 en la batalla de Malvinas, en diciembre de 1914, todo en una alocada carrera por alcanzar un misterioso invento, (pretendido por británicos, alemanes, norteamericanos y algunos extraños no del todo identificados) y a la mujer que lo lleva.

  

Todos los personajes mencionados en este relato viven exclusivamente en la imaginación del autor y cualquier coincidencia con personas reales es simplemente eso.
Si bien lo hechos históricos que se cuentan, como las personas que intervinieron en ellos, son reales, dado que los personajes son inventados, jamás interactuaron con ellos y todos los diálogos y acciones en común que se relatan son solo fantasía…o al menos eso se supone.
El escribiente




Índice

Capítulo 1 - Marcos Álvarez            2
Capítulo 2 – Sofía                          13
Capítulo 3 - Los Británicos            22
Capítulo 4 – Radio                         28
Capítulo 5 – Coordenadas             33
Capítulo 6 – Coordenadas 2          37
Capítulo 7- Periodista                    41
Capítulo 8 – Secuestro                   48
Capítulo 9 - Jacinto                        54
Capítulo 10 – Paquete                   60
Capítulo 11 – Contacto                 65
Capítulo 12 – Marinos                  70
Capítulo 13 - Atentado                 74
Capítulo 14 – Pelea                       80
Capítulo 16 – El Libro                   92
Capítulo 19 – Oscilaciones         109
Capítulo 20 – Encuentros           115
Capítulo 22 - Accidentes            124 
Capítulo 24 – Batallas                      135
Capítulo 25 – Circunstancias           141
Capítulo 26 - Luis Agote                 146
Capítulo 27 – Nunciatura                 151
Capítulo 28 - Informador                 157
Capítulo 31 – Combate                    173
Capítulo 33 – Mensajes                    183
Capítulo 34 – Extraños                     188
Capítulo 35 - Partida                        193
Capítulo 36 - Mensaje Perdido         200
Capítulo 37 – Cacería                       206
Capítulo 39 - Travesía                      217
Capítulo 40 - Punta Arenas              223
Capítulo 41 – Huida                         228
Capítulo 42 – Respuestas                 233
Capítulo 45 – Futuro                       250
Adenda                                            257

La figura del profesor Marcos Álvarez era cualquier cosa menos la de un catedrático a cargo del departamento de física de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) de principios del siglo XX.
Cualquiera que lo viera caminar por la antigua Calle Ancha, desde hacía poco llamada avenida Velez Sarfield, o por la más modesta calle Caseros, podría haber pensado que ese señor de porte amable y algo desalineado, de anteojos redondos y gorra era alguno de esos gringos que, desde fines del siglo XIX, habían poblado a montones las, hasta poco tiempo atrás, desiertas extensiones de las pampas.
Si alguien se cruzaba con él al final del día, cuando el cansancio de la jornada desalineaba aun más su aspecto, podría haber pensado que era un colono al que solo le faltaba el arado o que hacia minutos no más había arribado a la estación Central proveniente del puerto, a donde habría llegado desde la conflictiva Europa, en la tercera clase por supuesto.
En la Córdoba anterior a la reforma del 18 (1), sus modos y maneras informales no le hacían muy popular entre sus colegas, aunque todos entendían que un profesor de física podía y hasta debía ser algo excéntrico, después de todo tanto lidiar con experimentos y matemáticas avanzadas tenía que tener alguna consecuencia.
Infinidad de temas ocupaban su atención, siendo el apelativo de Físico tan solo la descripción correspondiente a la cátedra que dictaba. Aunque bien cierto era que las ciencia físicas eran las que más le atraían.
Una tarde de invierno, al terminar una hora de clase, se le acerco el ordenanza y le dijo que una joven lo esperaba en la sala.
-        ¿Una joven? ¿y dice que está sola?  -
-        Si profesor, es algo extraño, normalmente no la hubiera dejado entrar, pero me entregó esta carta para usted – dijó mientras se la entregaba – y me rogó que le pidiera la atienda, que era un asunto importante. Como su hora estaba por terminar pensé que quizás usted la quisiera entrevistar y me tome la libertad de hacerla pasar a la sala. Espero no haberme equivocado profesor.-
-        Está bien Calisto, aún tengo una media hora antes de la próxima clase – excusó al ordenanza con la mano mientras sus ojos se concentraban en la nota que acababan de entregarle.
Lo leyó un par de veces, era un mensaje muy breve, solo unas pocas palabras…Lo guardó en su bolsillo y se encaminó a la sala donde lo esperaban.
Allí una joven mujer se puso en pie al verlo entrar, se le acerco e intercambiaron unas palabras.
Él se quedo meditando unos instantes, mientras ella lo miraba con ojos ansiosos, luego le dijo algo, ella asintió, le saludó formalmente y se retiró tan discretamente como había llegado.
Antes de ir a su próxima clase se tomó un té en la cafetería de la sala de profesores, tiempo que aprovecho para pensar en la entrevista. Tenía sobrada experiencia en distintas lides, y sabía que unos ojos como los de aquella muchacha eran peligrosos.
Por la tarde, al concluir su horario laboral, se fue a su casa, a unas pocas cuadras de la facultad y ya en ella volvió a leer la nota que le habían traído.
Dudo unos instantes sobre qué hacer y al final decidió salir. En ese momento, en pleno invierno, con los días tan cortos, llegaría de noche pero no demasiado y la nota parecía indicar cierta urgencia.
En la cochera estaba una de sus últimas creaciones, un prototipo de automóvil, de fabricación propia, que había terminado de armar con algunas piezas que le había fabricado un piamontés medio loco, radicado en Colonia Caroya, que era todo un genio para las máquinas.
Reviso la presión de los neumáticos, el aceite del motor, que el tanque de combustible tuviera suficiente como para ir y venir  y que estuviera bien el nivel de  agua del radiador, (usar un motor refrigerado por agua había sido una muy conveniente decisión suya, pues en verano con el calor cordobés, la refrigeración por aire solía ser insuficiente). Dio varias vueltas a la manija hasta que el motor arranco, se subió en al auto, se acomodó las antiparras, se ajustó el abrigo, la gorra, y se puso en marcha dispuesto a recorrer los escasos 3 km que había hasta el observatorio.
A pesar de que el frío y la hora hacían que hubiera pocos transeúntes en ese momento, no pudo evitar generar el acostumbrado revuelo en todos lados. Los autos eran tan raros que la gente se detenía a verlos pasar, los caballos se espantaban, los perros le ladraban y la policía miraba con ojos desaprobadores esa máquina que se desplazaba por sí misma a velocidades que la hacían, a todas luces, muy peligrosa. Ya le habían advertido seriamente que, si llegaba a causar algún daño, por más profesor universitario que fuera, iría a parar a la cárcel, además de hacerse cargo de todos los gastos que ocasionara. Por eso trataba de usarlo lo menos posible, pero la situación lo ameritaba esta vez.
Desde la entrada se oía el traqueteo del motor de un generador eléctrico, lo que le hacía suponer que lo que le había contado la chica no era fantasía. El profesor González sin duda estaría trabajando en los talleres del observatorio, ya que seguramente no estaría haciendo observaciones, pues el cielo prácticamente nublado no era apropiado para usar el telescopio.
Dejo el coche en el patio trasero, cerca del apeadero, se ajusto el abrigo para paliar el frío que se iba haciendo intenso y se dirijo a la entrada.
La puerta estaba entreabierta y pasó por ella sin inconvenientes, en el cuarto de abajo no había nadie, ni nadie respondió a su llamado. Se encaminó a las escaleras, para subir a la sala de observación, que también estaba vacía. La ventana de observación estaba abierta y el telescopio en posición, dio una rápida mirada por el objetivo y fácilmente identificó la gran nube de Magallanes en un pedazo de cielo que prontamente se cubrió. A un costado estaba preparada la cámara de alta exposición con su placa ya en posición, y todo parecía indicar que una observación estaba pronto a comenzar, quizás la gente del observatorio tenía noticias de que el clima mejoraría, o simplemente esperaban que así sucediera. Como fuera, no había nadie en la estancia. Empezó a preguntarse donde estarían todos y si había sido una buena idea ir sin avisar.
Se asomó por la venta y aguzó el oído tratando de escuchar algún sonido que indicara presencia humana, pero nada, solo el chistido de una lechuza en vuelo, un búho de canto solitario y algún que otro grillo, nada más. Tampoco se veía nada allá abajo, por lo menos dentro del amarillento circulo de luz que proyectaba una lámpara colgada de un poste en un costado del patio.
Descendió a la planta baja y dio una vuelta alrededor del edificio, se dirigió al establo, allí había dos caballos y un coche de tiro, los animales estaban descansados, señal de que hacía tiempo que estaban allí, tampoco se veían señales de que alguno hubiese salido recientemente, por lo que el profesor debía andar por ahí, en algún lado.
Salió al patio y volvió a llamar inútilmente, en voz alta, pero nada. Cuando pasó bajo el farol este parpadeó y se apagó, segundos después se detuvo el generador. Prestó atención y notó que también los ruidos de la noche habían cesado, el silencio era total, ni siquiera una brisa alteraba la calma, algo estaba pasando, sin dudas.
La sensación de alarma lo invadió y eso no le gustó, sabia por experiencia, aunque no pudiera explicarlo, que de alguna manera era capaz de detectar el peligro antes de que este se manifestara y que no era bueno ignorar esta sensación. Precavidamente metió su mano bajo el brazo izquierdo, tanteo la Luger P08 que había comprado en su último viaje y que desde entonces lo acompañaba siempre que salía, luego fue al auto y de la guantera saco una linterna, no era muy cómoda ni demasiado eficiente, pero, en medio de la negra oscuridad que se había precipitado en el observatorio, era más que útil.
Volvió al edificio e ingresó nuevamente en la habitación del piso inferior.
En la completa oscuridad de la noche nublada, apenas rasgada por la escasa luz de la linterna que a duras penas le permitía evitar los obstáculos del lugar, le pareció ver un tenue resplandor azulado saliendo detrás de  la puerta que daba a la cocina y se dirigió hacia allí. Con sigilo apartó la puerta lo suficiente para poder mirar en el interior de la misma llegando a ver una figura desaparecer….por la pared que daba al oeste. Inmediatamente se escuchó el motor del generador volver a ponerse en marcha e, instantes después, la energía eléctrica retornó.
En ese momento se escuchó una voz que lo saludaba desde la puerta.
-        Buenas noches, ¿con quién tengo el gusto? -
Con la mano en el bolsillo de la campera, aún empuñando la Lugger, se dio vuelta a ver a quien le hablaba y saludo.
-        Buenas noches, doctor  Marcos Álvarez a su servicio, ¿usted señor?- interrogo.
El otro no contesto inmediatamente, antes bien ingresó y observó, con cierto nerviosismo, el interior de toda la estancia, así como el de los cuartos vecinos. Luego, habiéndose cerciorado que no había nadie más, le tendió la mano a modo de saludo y se presentó -
-        Profesor González, encargado del turno - saludó ya más tranquilo.
-        Profesor González, un gusto conocerle personalmente -
-        Lo mismo digo doctor – saludó y luego interrogo - ¿Ha notado algo extraño al ingresar aquí? -
-        Nnn no - mintió no muy convincentemente - ¿Qué debería haber notado? -
-        Nada en particular, supongo que el corte de luz fue solo una falla del generador - reflexionó – pero, pase, pase usted, ¿Se toma unos mates? – invitó.
-        Por su puesto, le agradezco - aceptó - ¿Profesor en qué? Seré curioso - interrogó mientras lo seguía a la cocina.
-        Astronomía, doctor, y usted ¿en que es su doctorado? -
-        En física -
El profesor calentó el agua para el mate en una pava negra que después colocó en la salamandra que calentaba la estancia donde estaban. Cebó y tomó el primer mate, como corresponde a toda persona educada, y luego le convido el siguiente, que Marcos tomó con gusto. El agua caliente resulto reconfortante en aquella noche fría que amenazaba nieve.
-        Es una suerte que haya venido justo ahora doctor-
-        No tiene nada de fortuito, he de confesarle que la nota que me hizo llegar me ha dejado intrigado ¿de qué se trata?-
-        ¿Qué nota?- Preguntó el otro
-        La que me hizo llegar hoy a la facultad- aclaró Marcos- en manos de una bella señorita, dicho sea de paso -
-        ¿Una señorita rubia? - se preguntó a si mismo del Profesor - ¿Más bien menudita, de grande ojos celestes y no más alta que su hombro? -
-        Sí, ¿la conoce supongo? -
-        Eh…no. No conozco nadie con esa descripción. -
-        Pero ella me entregó una nota a nombre suyo profesor -
-        Ah, ¿sí?, Que raro ¿no?, yo no escribí nada. Pero, bueno, de todos modos es una suerte que usted esté aquí, ¿quizás pueda ayudarme con algo? -
El doctor Marcos Álvarez se sentía verdaderamente desconcertado, ¿Qué estaba pasando allí? La curiosidad le llevo seguir adelante, y preguntó.
-        ¿De qué se trata profesor? -
-        Es una larga historia - aclaró el profesor González - ya le contare los detalles, pero ya que esta aquí ahora, venga no me vendrá mal su consejo profesional -
-        Usted dirá -
-        Deme un minuto, ya regreso con algo que me gustaría que vea, pero lo traeré aquí, lo tengo en mi oficina pero está muy frío allí - y salió por la puerta
Pasados varios minutos el profesor no regresaba y se empezó a inquietar, por lo que decidió ir a buscarlo. Salió de la estancia donde estaba ignorando donde se encontraría la oficina del profesor.
Por las dudas lo llamo un par de veces, pero nada, ni una respuesta. Otra vez la sensación de peligro se activó en su interior, por lo que volvió a tomar su Lugger y se encaminó hacia la escalera que llevaba a la sala de observación, pues durante un breve corte de luz, que se produjo en el momento,  había vuelto a ver el extraño resplandor azulado que había visto instantes atrás.
Subió cautelosamente hasta llegar al piso superior. Apuntando con el arma se asomó y escudriñó la sala con cuidado. No se veía nada raro allí, solo un escritorio, una par de sillas, una pizarra llena de fórmulas, una placa para observación de fotos y…¡un par de piernas saliendo de atrás del escritorio!.
El profesor González estaba allí, tirado inconsciente, con un fuerte golpe en la cabeza.
-        Profesor, profesor - le susurró mientras lo tocaba - ¿Qué le ha pasado? -
-        Que se lo ha llevado, al final me lo ha robado el hijo de perra ese - maldijo mientras se frotaba la cabeza
-        ¿Qué se ha llevado? ¿quién? - Interrogó Marcos
-        Lo que quería que viera. Ha sido el mal nacido del inglés ese - Contestó, sin que Marcos entendiera nada.
Con algo de trabajo el profesor se incorporó y se dirigió hacia la pared, tocándola la escudriño detenidamente, como buscando algún resquicio o algo oculto. Al cavo de un rato desistió y, bajando los brazos dijo
-        Nada, nunca encuentro nada, no sé como lo hace - luego mirando a Marcos Álvarez continuó.
-        De esto se trata, este es el misterio que me tiene a mal traer, si no fuera un científico diría que estoy siendo hostigado por un fantasma -
-        ¿Cómo es eso? -
-        Pues, como lo oye, y no estoy loco. Desde hace un par de meses estoy viviendo esta pesadilla. Todo empezó cuando encontré el cuaderno ese lleno de formulas raras, en los sótanos de la  Compañía de Jesús, durante una investigación sobre un tema histórico que ya ni recuerdo. Soy historiador aficionado - Comenzó a explicarse. - En ese momento me llamó la atención porque parecía ser muy viejo, sin embargo, ya desde sus primeras páginas aparecía lleno de formulas que incluían operaciones de cálculo diferencial de muy alto nivel, obviamente no era un libro sagrado ¿Qué hacia un libro así en un lugar como ese?, en fin me interesaba tenerlo pero no podía sacarlo de la biblioteca sin que me lo impidieran, y seguramente no me lo prestarían, por lo que pase varios días copiándolo -
Tocándose la cabeza, y mirando el pizarrón lleno de formulas que cubría una de las paredes, continuó.
-        Ve - dijo indicando las formulas - en esto he estado trabajando, hasta aquí - con el dedo marcó una zona del pizarrón - estas formulas son tal cual las copie del cuaderno, lo que sigue son mis deducciones, pero las conclusiones a las que llego no me convencen, son inverosímiles… - concluyó -  y ahora no podré cotejarlas con las de la copia que hice del cuaderno, no lo tengo más y no he llegado a comparar mis conclusiones con las del tal Pérez ese que parece haber sido el autor del cuaderno original -
-        Pues, ¿Por qué no va nuevamente a la biblioteca y consulta el original? -
-        Porque no está más - aclaró con fastidio - alguien lo saco del lugar donde lo había dejado y cuando pregunte todo el mundo dijo no saber nada, no cabe duda que ha sido un error el que yo lo encontrara, y lo han vuelto a ocultar -
-        ¿Quiénes? -
-        Si lo supiera, mi amigo, tendría resuelta una gran parte de este misterio -
-        ¿Me permite? - consulto Marcos, indicando que quería analizar el pizarrón
-        Adelante - dijo el profesor haciéndose cortésmente a un lado.
El doctor Marcos Álvarez se paró frente al pizarrón y comenzó a estudiar las ecuaciones. Efectivamente no se podía dar crédito a lo que se leía. Con permiso del profesor copio la pizarra en su libreta de notas.  Luego, prometiendo estudiar el caso y reencontrarse el sábado por la tarde para discutir lo que fuera, se retiró y regresó a su casa.
(1)   Reforma universitaria de 1918<


El resto de la semana fue particularmente ajetreado. Las noticias que llegaban de Europa eran preocupantes, las nubes de guerra batían tambores y había muchos lazos con la gente de allí. Quien más quien menos tenia algún pariente o amigos en el viejo continente y acudían a él en la esperanza de que pudiera saber algo a través de la radio de onda corta que tenia montada en su casa de la calle Caseros al 200.
El país, aunque neutral en el conflicto que se avecinaba, no escapaba a las vicisitudes del mismo, los lazos comerciales y culturales, amén de los filiales, hacían que la población, tomara partido por uno u otro grupo y presionaban al gobierno para que apoyara al contendiente de su bando.
La tarde del sábado volvió a sacar su automóvil y poner rumbo al observatorio. Sin embargo hizo el viaje en vano, pues al llegar se dio con que el profesor no estaba. Un telegrama de Mendoza lo había llevado a partir hacia esa ciudad a toda prisa, le informaron, y no se esperaba que regresara antes de un par de semanas. En vano trato de averiguar algo más pues nada supieron informarle, la persona que lo atendió no tenía más noticias.
Decepcionado emprendió el regreso, si bien no conocía suficientemente al profesor González como para saber qué tipo de persona era, no lo creía del tipo de los que se van sin avisar, menos teniendo una cita acordada con otras personas.
Decidido a averiguar algo más del tema pasó por el correo antes ir a su casa y envió un telegrama a algunos amigos mendocinos que lo pudieran ayudar.
Cuando llego, al abrir el portón del garaje para ingresar al patio de la casa, le llamo la atención que el perro no saliera a ladrarle. ¿Dónde se habría metido?.
Luego de ingresar detuvo el motor. Antes de cerrar el portón, se asomo a la vereda y lo llamó, pero nada. A esa hora no se veía a nadie, solo un par de transeúntes y nada más. ¿Qué extraño?
Se quedó unos minutos apoyado en la pared del frente, pensando, y luego entro a la casa, pero no lo hizo como de habría hecho de costumbre, por la puerta principal, si no por la del patio que …estaba abierta…cuando el recordaba perfectamente haberla cerrado. La duda se hizo certeza, alguien había entrado a la casa.
Con sigilo, en la semipenumbra del atardecer invernal, sin encender ninguna luz y sin hacer ruido dejo a tras la cocina y se dirigió a la sala. Fue allí donde los encontró. Eran dos hombres jóvenes, rubios, de pelo corto, hombros anchos y caras de pocos amigos, junto a una mujer joven y menudita, era la misma que le había entregado la nota días atrás, en la facultad.
-        Buenas tardes doctor - saludó la mujer - ya dudábamos de que fuera a entrar a la casa -
-        Buenas tardes - saludo él, más por costumbre y cortesía que porque pensara que lo fueran
-        ¿Qué hacen aquí?¿Quiénes son ustedes?¿Qué quieren? -
-        Muchas preguntas juntas doctor – le retrucó la chica, mientras los dos jóvenes la franqueaban, y le pregunto - ¿Qué ha pasado con el profesor González? -
-        ¿No entiende mi español? - volvió a preguntar la chica, al ver que él no le respondía.
-        Sí, le entiendo perfectamente - contestó el secamente - lo que no entiendo es porque le interesa a usted eso y que tengo que ver yo -
-        Las razones de mi interés no son de su incumbencia - respondió con mal tono - y usted es la última persona que sabemos estuvo con él -
-        ¿Sabemos?, ¿Quiénes? -
-        Vamos doctor, no pretenda saber más de lo conveniente y cuéntenos que ha sido del profesor -
-        Pues, no tengo ni idea. No está en el observatorio y no supieron informarme de a donde se ha ido -
Los extraños se miraron entre ellos, ella les dijo algo en voz baja, en alemán y parecieron estar de acuerdo.
-        Muy bien – asintió - ¿llego a ver el cuaderno de notas? -
-        ¿Qué cuaderno? - preguntó haciéndose el tonto.
Uno de los grandotes dio un paso adelante, como con intención de tomarle el brazo, provocando que él se pusiera automáticamente en guardia.
-        Vamos doctor, mantengamos esta charla dentro de los límites de la cortesía y los buenos modales - pidió ella mientras con una seña le indicaba al grandote que se tranquilizara.
-        Disculpe a mis compañeros, no entienden bien el idioma y son muy celosos, me cuidan en todo momento  – sonrió -  no quieren que me pase nada y se preocupan cuando alguien parece burlarse de mi - concluyó acentuando el concepto. Era mejor que contestara amablemente o no podía asegurar contenerlos.
-        Bueno, ¿lo vio o no lo vio? -
-        No, no vi nada - dijo la verdad
-        ¿Por qué? -
-        Pues, porque lo robaron antes de que pudiera verlo -
-        ¿Tiene idea de cómo? -
-        No, ni la menor idea -
-        Bueno - reflexiono ella para sí misma - Entonces no llego a ver nada, es una pena, nos hemos equivocado con usted. - y dirigiéndose a sus compañeros en alemán - lassen Sie uns nicht noch mehr Zeit verschwenden hier;  Gott weiß, dass sie mit dem Lehrer tun, wenn sie nicht bald gefunden (vamos no perdamos más tiempo aquí, solo Dios sabe que harán con el profesor si no lo encontramos  pronto) -
Si bien Marcos no hablaba alemán, sabía lo suficiente para entender lo que ella dijo. Intrigado decidió arriesgarse.
-        ¿Qué puede pasarle al profesor? -
-        Ah, veo que entiende el alemán - dijo ella con una nota de sorpresa
-        Muy poco - se excuso él - lo suficiente como para deducir que, según usted, el profesor puede estar en peligro -
Ella ya se había levantado y encaminado a la puerta de salida, se detuvo, se dio la vuelta y lo encaró.
-        ¿Es que no piensa invitarnos con un té si quiera? - y le regaló una sonrisa.
-        Aún no ha dicho ni hecho nada que justifique esa atención. Más bien lo contrario - retrucó Marcos
-        Doctor, con ese carácter nunca se va casar - se burlo ella y, haciendo una seña a los grandotes para que se sentaran, se dirigió a la cocina y puso agua a calentar.
La situación, de carácter grotesco, lo superaba, por un lado tenía dos “gorilas” a los que sería muy difícil vencer y por otro, preparando té en su cocina, a una muchacha que difícilmente soportaría con éxito un viento de Agosto y cuya educación y buenos modales desentonaban con sus actos. Todos dentro de su casa sin haber pedido permiso.
Cuando el agua estuvo caliente ella se dirigió, sin dudarlo, como si conociera perfectamente la casa y sus cosas, a la parte superior de la alacena y tomó dos tasas, luego acercando un banquito y parándose en el alcanzo el paquete de té, que estaba unos estantes más arriba, fuera del alcance de su talla.
Cuando tuvo el té preparado le alcanzo una tasa a él, sobre la mesa de la cocina y otra para ella. Los dos hombres seguían impávidos en la sala.
-        Están de servicio - aclaró ella viendo que él los miraba.
¿En servicio? ¿Militares?
-        Muy buen té señorita….- dijo luego de probar la infusión, dejando la frase sin terminar, esperando que ella le diera su nombre.
-        A los fines de nuestra relación puede llamarme Sofía…- y le tendió la mano
-        Por lo que deberé esforzarme para conocer su verdadero nombre mein liebes Fräulein - contesto él al tiempo que se inclinaba exageradamente y le besaba la mano.
-        Como corresponde, caballero - dijo retirando la mano
-        J'accepte le défi - contestó galantemente en francés - de todos modos eso no nos dice nada de su presencia aquí señorita…”Sofía”-
-        Her doctor, no es lo que yo hago aquí lo que tiene importancia, lo que importa es saber si pudo entender algo de lo que encontró el profesor González -
-        Ya le he dicho que no he llegado a ver siquiera el cuaderno “ese” a que se refieren -
-        Y nosotros que le creemos pero, vera, hemos entrado aquí apenas usted se fue, dicho sea de paso haría bien en educar mejor a su perro, lo más difícil ha sido hacer que deje de lamerme la mano y jugar con mis compañeros -
En eso tenían razón, ozen (ruidoso), el animal que le había regalado el vasco que traía la leche todas las mañanas, era ruidoso, como lo indica su nombre, pero nada más.
-        ¿Qué han hecho con él? -
-        Nada, no se preocupe, ya se lo devolveremos, es un animal de gran pedigrí - se rió irónica, en obvia alusión a la profusión de razas que se advertían en el mencionado ozen.
-        Como le decía, salvada la dificultad canina - y volvió a sonreír - tuvimos tiempo de sobra para “husmear” - completo la frase sacando de su bolsillo la libreta de notas en que había copiado las ecuaciones del pizarrón del observatorio.
Al ver su cuaderno trato de recuperarlo, pero se vio obligado a tomar asiento nuevamente, impelido por una manaza que se poso bruscamente sobre su hombro y lo empujo hacia abajo. Los muchachos estaban atentos, sin dudas, y se movían rápido.
-        Vamos doctor, no se enoje, no le pasara nada, solo queremos saber su interpretación de lo que escribió aquí - pidió Sofía. - apreciamos su opinión, por eso nos pusimos en contacto con usted -
-        Pues, si tanto aprecian mi opinión, podían haberla solicitado de una forma un poco más “formal”- comentó, haciendo la seña de las comillas con los dedos.
Ella se colocó frente a él, con su cara muy cerca de la de él, de modo que sus ojos se cruzaron frente a frente, entonces le preguntó.
-        Antes de leer esto - Movió la mano con el cuaderno - ¿Qué hubiese dicho si le hacíamos una petición formal? -
Muy buena pregunta, no cavia duda de la respuesta y, muy a su pesar, contesto
-        Primero, me hubiese sorprendido muchísimo y luego, posiblemente, le hubiese pedido al ordenanza que les indicara el camino de la puerta de salida -
-        ¿Entonces? -
-        ¿Entonces? – meditó - entonces debo pensar que no estaba tan equivocado con las ideas que le comente al joven ese, en Berna, en 1904 -
-        Correcto doctor, eso lo hemos investigado, y lamentamos que en la publicación de la teoría que hizo famoso a ese joven al año siguiente ni siquiera lo haya mencionado, siendo que la idea era suya.-
Hizo una pausa, como reflexionando - Justamente, primero habíamos pensado que ese joven era nuestro hombre, pero por fortuna encontramos unos borradores perdidos donde aparecía su nombre, lo investigamos y por eso estamos aquí - dijo, como al pasar, Sofía - pero, dígame, ahora, a la luz de estas notas, ¿Qué piensa? -
-        Qué tendremos que replantearnos todo lo que sabemos de física - sentenció.
-        ¿Solo eso? -
-        Pues, en principio si, ¿qué más quiere saber? - se hizo el tonto, aún no sabía que pensar de esa chica y sus “amigos”.
-        ¿Para qué puede servir? ¿Existe algún posible uso? - insistió ella con alguna impaciencia.
-        ¿Cómo cual? - pregunto cautamente
-        Viajes - fue la contestación lacónica
-        ¿Viajes? - se preguntó, confirmando que por lo menos tenían idea de que era todo eso – No me imagino cómo se harían, pero, si se desarrollará la técnica necesaria, no veo impedimento teórico para que se puedan hacer…, por lo menos hasta lo que se ahora -
-        Ellos están trabajando en eso - susurró, y luego, dirigiéndose a sus compañeros- Herren, ist alles für heute. (Señores es todo por hoy) - luego le devolvió el cuaderno al doctor – es suyo. Ya lo hemos copiado - se dio media vuelta y se dirigió a la puerta de calle, seguida por los muchachos.
Al llegar a la puerta se detuvo, saco una pequeña tarjeta de su cartera, se la entrego y le dijo.
-        Volveremos en unos días, luego de hacer algunas averiguaciones más, me preocupa el profesor González. Si me llega a necesitar antes puede dirigirse a esa dirección - le dijo indicando la tarjeta.
Al abrir la puerta para salir, apareció ozen, muy contento, corriendo a la par de un chico que le daba galletas. Sería necesario adiestrar a ese perro.


Ni bien quedó solo se encerró en su escritorio, frente a su pizarra, a trabajar en las fórmulas. Sospechaba que allí había mucho más que lo que se había insinuado en la charla con “Sofía”.
Cuando quiso acordar le sorprendió la madrugada del domingo dormido sobre sus papeles. Se despertó al medio día cuando escuchó los golpes en la puerta.
Sobre saltado se levanto y fue a ver qué pasaba. Al abrir lo vio al turco Amed, que venía a ver que le pasaba, ¿por qué había faltado al partido de futbol en el club?. Le conto que lo habían estado esperando hasta último momento y que, como no llego, pusieron en su reemplazo al “franchute” ese, el contador del banco que no la ve ni cuadrada, porque no había otro. Para colmo para los otros jugo uno nuevo, un técnico recién llegado de Londres, que era una pared, con él en la defensa no había forma de llegarles al arco. Un desastre total, los gringos del ferrocarril los habían pasado por encima.
Luego de las disculpas del caso y de explicar que un problema teórico lo tenía develado el turco, mirándolo con sincera amistad, se preocupó por su salud, no era bueno trabajar tanto. Pero, ¿Qué le iba a hacer? Ahí no más lo ayudo a preparar unos mates y se lo llevó para la quinta del doctor Rodríguez, donde estaban haciendo el asado. Que la pérdida de un partido no les iba a aguar el almuerzo.
Ya en la calle, antes de llegar a la puerta de entrada, los atacó el aroma de la carne asada. Los asados del domingo eran todo un acontecimiento, normalmente mientras ellos jugaban el partido en la cancha de Alta Córdoba, en la quinta del abogado, Cipriano, el capataz de la estancia del dr. Rodríguez, eximio asador cuya fama alcanzaba niveles nacionales (se comentaba que hasta lo habían llevado a Bs As para hacer un asado en una recepción muy importante que dio doctor Alvear, a la sazón presidente de la Nación) prendía el fuego y preparaba el costillar que todos comerían al medio día y que religiosamente pagaban los perdedores…este domingo, ellos. Que Marcos no hubiese jugado el partido no lo eximia de sus obligaciones.
La mesa se colocaba bajo uno enorme aguaribay, si el calor apretaba o en medio del patio cuando no era así, como ese frío día, para aprovechar el calorcito del sol.
Alrededor de la mesa ya estaban todos sentados, degustando unos exquisitos salames de la bodega de don Rodríguez…los últimos de la carneada del años pasado, unos que se habían “salvado” dentro de un tarro con grasa olvidado en un rincón del sótano. Para los de este año aún faltaban un par de semanas largas.
Saludaron a todos, recibieron los saludos de todos y las pullas de varios, y se sentaron en un par de lugares milagrosamente vacios. Por suerte, o no, quedaron justo frente a los británicos recién arribados, ahí estaba el técnico recién llegado, un verdadero gigante, igual que los “muchachos” que lo habían visitado la noche anterior, era como que Europa estuviera sacando sus “chicos” a pasear…normalmente eso no era bueno. Junto a él estaba un hombre algo más normal, después supo que era un ingeniero en comunicaciones, natural de Glasgow, en lo profundo de Escocia y, según dijeron, llegados a Córdoba hacia algo menos de una semana para trabajar en el telégrafo del ferrocarril.
El asado, como de costumbre, estuvo insuperable y el vino excelente. Luego de pasado el almuerzo, algunos se levantaron y se retiraron, ya a echar una siestita en alguna de las habitaciones dispuestas al efecto o bajo alguna planta o a tomar unos amargos al lado del fogón donde, en la “negra”, colocada sobre los restos de las brazas donde se hizo el asado, se mantenía caliente el agua.
Entre amargos se desgranaba la charla amena, a veces no del todo coherente, generalmente por culpa del exceso etílico, pero siempre agradable.
El ingeniero Guillermo Fuchs, suizo de nacimiento, se acerco a Marcos alegre de verlo
-        ¿En qué andas Marcos?- le preguntó – hace semanas que no te veo y me preocupas -
-        No tienes porque Guillermo, no te fallare, me he comprometido contigo y los demás suizos para la ceremonia de fundación del Tiro Federal de Córdoba (1). Allí estaré -
-        Por favor amigo, nuestro mejor tirador local no puede estar ausente - rio, y siguió indagando sobre las tareas que tenían tan absorto al amigo, sospechando algún asunto de polleras, lo que no sería extraño.
En otro lado los recién llegados observaban todo con curiosidad, era la primera vez que estaban en el país y, a pesar de que tenían referencias de todo, todo les llamaba la atención. El mate por supuesto no era excepción, esta infusión tan típica, infaltable en cualquier reunión gaucha, que la gente prepara mecánicamente siguiendo particularidades propias de cada cebador, es un misterio que necesita explicación, y esa explicación, a los británicos, se las estaba brindando uno de los telegrafistas, italiano él, que actuaba de cicerone a los efectos didácticos.
Sobre una tabla había armado un despiece con las partes que se utilizaban para la infusión, una pequeña calabaza hueca agujereada por uno de sus lados, generalmente llamada mate, en cuyo interior se colocaba la yerba mate, normalmente proveniente del Paraguay o de la provincia de Corrientes; el pequeños sorbete, llamado bombilla, con un extremo cubierto por una maya, que se colocaba en el interior de la mencionada calabaza, etc.
En un mal Inglés, con abundantes ademanes, el pobre hombre trataba de explicar que la bombilla se colocaba en el mate, al que previamente se le había colocado la yerba mate hasta algo más de las 2/3 partes de la capacidad total del mismo, pues había que dejar lugar para que la yerba “se hinchara” al colocarle el agua. Al hecho de agregar el agua caliente se le conocía como “cebar” el mate, y que, una vez este estaba cebado, había que colocar el extremo libre de la bombilla entre los labios y sorber por él, de esta manera el agua colocada en el mate llegaba a la boca, llevando con ella el gusto de la yerba. Pero había que hacerlo con cuidado, pues de lo contrario se podían quemar la boca. Recomendación inútil, pues nunca nadie le prestaba atención hasta que comprobaba, por si mismo, la verosimilitud de la advertencia.
En esa etapa estaba el grandote cuando llego Marcos a la ronda. Los gestos que hacia el técnico eran grotescos y graciosos, y todos miraron para otro lado, para disimular las sonrisas que la inevitable torpeza producía.
-        Tranquilo hombre, nadie le apura, el mate se toma tranquilo- dijo conciliador
-        Shit!- insultó el inglés
-        Let's go friend, a brave man like you do not worry about something so trifling (Vamos amigo, un valiente como usted no se preocupara por algo tan nimio) - dijo el escocés en ingles a su coetáneo y luego, en atención a los demás, tradujo en un perfecto castellano.
-        ¿Dónde aprendió tan bien el idioma? - preguntó interesado Marcos, que ya había notado esto durante el almuerzo.
-        En Madrid, he trabajado varios años allí, Adair Mac Logan - volvió a presentarse extendiéndole la mano y dando lugar a una animada charla sobre viajes y lugares de donde habían trabajado y cosas así, mientras degustaban los amargos. El grandote no. Se excuso y se fue a caminar por allí mientras el escocés, mucho más adaptable, se integraba a la ronda sin dificultad.
-        Me han dicho que usted tiene un equipo de radio doctor -
-        Así es, lo he armado yo, tiene algunas falencias, pero funciona bastante bien- dijo él- ¿usted también experimenta con la radio?-
-        Cuando tengo tiempo, que no es muy normal, si. Me fascina la posibilidad de acercar al mundo por medio de las ondas de radio. ¿Ha pensado usted que una parte suya viaja de un lugar a otro del mundo montada en las oscilaciones radio magnéticas que emite su equipo? -
No, nunca lo había pensado así, pero, en rigor de verdad era así.
-        ¿Se imagina si alguna vez pudiéramos viajar así, como nuestra voz, que variando la frecuencia de transmisión pudiéramos llegar a un lugar u otro? ¿Que no podríamos hacer? -
El italiano, que era persona instruida pero poco dada a fantasear, esbozó una sonrisa y disimuladamente, para que el escocés que al fin y al cabo era parte de la patronal, no lo viera, hizo el gesto universal que indica embriaguez.
-        Así es amigo, pero esas cosas están muy lejos aún, si es que son posibles -
-        No crea doctor - empezó a hablar el escocés, y luego cambio de tema - pero, cuénteme, que alcance tiene su equipo -
-        El transmisor no mucho, tengo poca potencia, pero el receptor es muy sensible, en días buenos puedo sintonizar sin mayores problemas cualquier estación del mundo -
-        Qué interesante - comento el escocés, insinuando que deseaba conocer el mencionado equipo
-        Si lo desea puede venir a visitarme y le muestro el equipo y lo que puede hacer -  claudico invitando el doctor Marcos Álvarez
-        Le agradezco doctor, será un gusto visitarlo - Satisfecho de haber logrado su cometido.
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(1)   Tiro Federal de Córdoba fundado 23 de Junio de 1914 <­


El lunes luego de dictar clases en el primer curso de la mañana, al ir hacia la sala de profesores, el ordenanza le alcanzó un par de telegramas que le habían traído minutos antes. Los tomó y los fue leyendo mientras caminaba. Nada, nadie sabía nada del profesor González, definitivamente no se encontraba en Mendoza, por alguna razón alguien estaba mintiendo. Esa tarde debería volver al observatorio a tratar de obtener alguna otra información.
Sin embargo no pudo ser, pues ni bien llegado a su casa, apareció el escocés con su amigo inglés.
Inútil fue tratar de excusarse, los dos estaban decididos a quedarse. Como no fue capaz de inventar una excusa efectiva y, por supuesto, no quería comentar sus verdaderos motivos ni ser descortés, no tuvo más remedio que atenderlos.
Sabedor de que el mate no era una bebida del todo agradable para los visitantes, les convido con un par de tazas de té, que dio pie a una charla intrascendente mientras se calentaban los tubos de vacío y comenzaba a funcionar el radio.
De a poco las ondas que llegaban a la antena comenzaron a hacerse inteligibles en los circuitos del receptor, produciendo palabras en el parlante. Varios ajustes de los controles permitieron mejorar la sintonía, haciendo posible escuchar a un operador, aparentemente Inglés, comentando el último discurso del zar Nicolás II.
-        Se acercan tiempos difíciles doctor- comentó Mac Logan.
-        Eso parece señor - Coincidió Álvarez - la gente parece haberse vuelto loca -....


    Omar R. La Rosa
@ytusarg
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