Pelota
Maldito el día que se me ocurrió la idea.
Como siempre pasa con las cosas verdaderamente malas, al
principio parecía una buena idea.
Todo empezó una vez que volví caminando del trabajo y, por
casualidad, pase frente a esa veterinaria del demonio.
Un hermoso local, muy bien puesto, con carteles vistosos de
marcas de alimentos para mascotas y una hermosa muchacha con un canasto con
cuatro cachorros que estaba regalando.
-
No son puros de raza – se disculpo mientras
ponía la desgracia ante mis ojos.
-
¿Por eso no se venden? – pregunte lo obvio
tontamente
Los ojos de la chica, los ojos del cachorro y que no tuviera
costo sellaron mi destino.
Al llegar a casa fue toda una fiesta, mi mujer me dio un
beso y los chicos no paraban de reír y jugar con el diablillo que movía la cola
tan fuertemente que daba la impresión se le iba separar del cuerpo en cualquier
momento.
La primera señal de lo que sería mi desgracia se dio esa
misma noche. Tontamente yo me había ocupado de preparar una cucha para el
animalito, en el patio, bajo techo, al lado del asador. Ahí estaría calentito,
a resguardo y dormiría bien.
Bueno, eso pensé yo. Pero no mi familia que sostenía que un
animalito tan chiquito podía tener miedo si se lo dejaba solito en el fondo del
patio (esto es a no más de 10 metros de la casa, que no es precisamente
grande), mientras “el animalito” que sin duda entendía perfectamente de que se
hablaba, ponía cara de circunstancia y hasta emitía algún que otro gemido, por
si alguien (yo) tenía alguna duda de lo mal que lo pasaría si se lo sacaba de
la casa.
Fue en ese momento que cometí el segundo gran error, y cedí.
Esa noche “el animalito” durmió adentro…aunque en realidad debería decir, lloro
adentro, pues no dejo de quejarse en toda la noche.
“Pobrecito extraña a la mamá” me decían todos.
Y debe ser que extrañaba mucho porque recién se durmió a la
madrugada, unos 40 minutos antes de que me tuviera que levantar para ir a
trabajar…sin casi haber pegado un ojo.
Al regresar, en vez de irme a la cama descansar, como deseaba
con todo el cuerpo, tuve que acompañar a los chicos a comprar el “ajuar” de la
bestia.
Que necesita un collarcito con una chapita con su nombre,
mira si se escapa y se pierde.
Que necesita una cunita (¿para que si duerme con nosotros?
Un hueso de cuero para morder, un plato para la
comida….comida
¿y porque no los llevaste vos?
No seas desalmado, mira como te esperan, a parte se me hace
tarde para ir al gimnasio…
Y ahí sali yo con la expedición.
Por supuesto, la lista se fue agrandando a medida que
recorriamos el negocio, a lo ya mencionado se agregaron dos autitos (no se para
que un perro puede necesitar dos autitos), un chupete, una muñeca chiquita y ¡UNA
PELOTA amarilla! de esaas que se usan para jugar tenis.
¿Cómo iba a saber yo que con esto ultimo estaba comprando un
elemento de tortura?
No señor no había forma de que los supiera, me declaro
inocente al respecto. De hecho recién empecé a darme cuenta de la verdaera
naturaleza del artilujio un par de meses después, cuando en una calurosa tarde
de verano, mientras me disponía a sentarme con mi cerveza abajo del único árbol
de nuestro patio, una cosa amarilla y redonda me golpeo haciéndome derramar
parte del preciado liquido.
Ni tiempo de maldecir tuve, inmediatamente atrás de la
pelota paso “el animalito” loco de alegría saltando, en pos del juguete, sobre
mi mano que desesperadamente trataba de retener el vaso con los restos de mi anhelada
cerveza helada.
A pedido de la multitud familiar, contra mi más profundo
deseo, en vez de agarrar al peludo y revolearlo del otro lado de la tapia,
tueve que tomar la pelota y lanzarsela para que siguiera corriendo tras ella.
Por unos instantes me esperance pensando que ya me dejaria
en paz. Cerre los ojos y me recoste sobre mi sillon, tomando impulso para
levantarme e ir a la cocina por otra cerveza, o eso queria. Porque al abrirlos
lo que vi no fue el camino hacia la casa si no la cara del perro, con la pelota
entre los dientes, chorreando baba esperando que se la quite para volver a
tirarsela.
Al parcer de la bestia, yo tiraba la pelota mejor que
cualquier otra persona, por lo que deberia ser yo quien siguiera haciendolo….
Y aquí estoy ahora. No se cuanto tiempo a pasado, pero es
mucho. Estamos en invierno y hace frio, por lo que nadie quiere salir al patio
a jugar con el perro, que con canina insistencia insiste en dejar la pelota
justo en la puerta de entrada a la casa, de manera tal que, como me acaba de
pasar, uno no pueda pasar sin pisarla.
¿Sirve de algo recoradar los improperios pronunciados ante
tal percanse?¿para que?. Lejos de salir a ver si me habia lastiamdo o algo asi
lo unico que paso es que me pidieron que lo haga jugar un rato.
Dale que vos venis de afuera y estas acostumbrado al frio
¿Puede uno acostumbrarse al frio?
No se, pero ya llevo un cuarto de hora aca afuera tirando la
maldita pelota.
Para colmo se levanto viento, la puerta se cerro con mis
llaves adentro, mi señora esta al telefono (la escucho claramente), los chicos
estan viendo dibujos animados con el televisor a un volumen más que moderado…
Ya estoy resignado, tengo una sola forma de poder entrar a
casa, hacer que el perro se canse y empiese a ladrar para entrar, a el seguro
lo van a escuchar….pero el muy desgraciado parece no querer hacerlo….ahi regresa de nuevo con la maldita pelota amarilla en la
boca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario