Se levanto no muy temprano, como todas las mañanas. No hacía falta madrugar, el centro comercial no abría hasta las 10:00 hs.
Desayuno algo liviano, no porque se cuidara especialmente si no porque la heladera estaba vacia. Aun faltaba para el cierre de la tarjeta y la posibilidad de ir al supermercado a reponer alimentos.
Luego se puso la ropa adecuada y salió a trotar. Era una sana rutina, correr media hora por el interior del barrio le permitía mantener el estado físico, que cuando uno pasa los 40 no es muy fácil, y saludar a los vecinos que salían para sus trabajos y no podían evitar verlo corriendo. Sabía que eso les causaba un cierta envidia, y le daba una patina de estatus muy conveniente. ¿Qué hace el loco ese para poder estar corriendo a estas horas?
Él se había encargado de mantener el conveniente misterio y, cuando alguno lo había visto atendiendo el local del centro donde trabajaba, había dejado entrever que podía ser de él. Nunca una certeza, siempre ese sano halo de misterio. En este mundo la apariencia lo es todo, aunque a veces no tuviera para comer, no por eso lo iba a estar pregonando.
Terminada la carrera se daba una ducha, vestía su mejor camisa, subía a su BMW y lo ponía en marcha. Brunn, brunnn, que lindo que rugía ese motor. Era como tener un potro salvaje dispuesto a salir disparado como una flecha. Una vez, en la autopista, se había permitido dejarlo ir…pero, aunque no se lo confesara ni a sí mismo, era un lujo caro, que no se podía permitir, esa maquina rugía como dragón y consumía como dragón.
Llego al estacionamiento del centro comercial…y, luego de dar una vuelta discreta y ostentosamente, para que cualquier posible caminante no perdiera oportunidad de verlo, seguía de largo, hasta la casa de un amigo que vivía a un par de cuadras de allí, que le permitía guardar el auto bajo un paraíso en el patio trasero, oculto de la vista. No era un buen lugar, no había vez que no encontrara una deposición de ave en su bonito auto, eso era malísimo para la pintura, por lo que invariablemente antes de regresar a su casa, debía lavar el auto. Era cansador, pero tenía dos ventajas, al entrar al barrio todos lo veían volver en un auto impecable y era estacionamiento gratis.
Toda esta rutina a veces se le hacía cansadora, pero tenía bien claro lo de las apariencias y sabía para sí que algún día se le presentaría la oportunidad de hacer el negocio de su vida. Algún día alguien se haría presente, alguien que lo identificaría como un igual, y podría tener la charla que lo llevaría de verdad a ese mundo al que estaba seguro pertenecer, pero que aun no lo contaba entre sus filas. Sí señor, ese día llegaría y allí podría demostrar sus habilidades de vendedor nato y eso lo sacaría de esa “sastrería” que tanto odiaba. Solo era cuestión de perseverar y no perder la compostura.
Como digiera una celebre conductora de la televisión, “Como te ven te tratan, si te ven mal te maltratan, si te ven bien te contratan” (sic)
Asi que, a poner buena cara y a soportar lo mejor posible a los clientes. Siempre eran un problema, casi nunca sabían lo que querían, a lo sumo tenían una “baga idea” y había que esforzarse en convencerlos de que lo que les ofrecía era lo que querían. Era un trabajo duro y agotador, pero las comisiones de ventas eran una parte importante del sueldo…por eso no era cuestión de perder tiempo con todos los que entraban al local.
En los años de trabajo que llevaba había desarrollado un “instinto” le llamaba él, para saber quienes eran tipos de guita y quienes pobres ratones encandilados por las vidrieras que jamás podrían comprar ni un par de zapatos allí.
De alguna manera todos los dependientes participaban de ese juego, incluso el nuevo, que al principio atendía por igual a todos, pero que luego se había amoldado, ni bien aprendió que el monto de las comisiones tenia que ver con el monto de las ventas.
Y así transcurrían los días. Esa mañana la actividad había sido escasa, entro una sola clienta que parecia importante y por su puesto la atendió él. Era una rubia despampanante, cuerpo torneado a gimnasio y cama solar, ropa cara y perfume importado. Toda una presa. Por lo que buscaba dedujo prontamente que tenia que “lavar alguna culpa” seguro que con algún amante, porque no la podía imaginar casada, no ese tipo de mina. Por su puesto este solo pensamiento subió los precios, ya que tenia que pagar por algo, que lo hiciera.
Le llevo una buena hora decidirse. Varias veces le pidió que se probara tal o cual prenda, literalmente lo usaba de maniquí. Un par de veces se metió en el probador mientras el se cambiaba hasta que se decidió y quedo bien claro como quería pagar.
Eso estaba muy bien, pero no dejaba comisiones y después había que cubrir el faltante de caja. Así que la despidió lo más discretamente posible, no por que le importara nada de ella, si no porque podía ser que la dama contara “su versión” al posible destinatario del regalo, y él no quería tener problemas con el tipo.
Cuando la mujer se fue entro un tipo, por el reflejo en el espejo automáticamente lo clasifico como”ratón”. Ropa vieja, zapatos de cadena de supermercados, pantalón de segunda marca y pullover lleno de “pelotitas”. Ni se digno a saludarlo, sin mirarlo siquiera se metió en la trastienda y lo ignoro. Bastante había tenido con la rubia, necesitaba tomar algo.
El pobre hombre se quedo esperando un rato, y como nadie lo atendió al final se canso y se fue.
Y esa tarde no paso nada más digno de mención. Llegado el horario paso por el bar, como de costumbre, siempre se juntaba ahí con un selecto grupo de otros vendedores a comentar las vicisitudes de la jornada mientras tomaban unas cervezas y comían unos saladitos (que algunas veces eran toda su cena)
Cuando entro todos lo miraron con cara de “estar esperando que contara algo” pero ¿que iba a contar?¿lo de la rubia? Convenientemente alterada esa seria una buena historia que acrecentaría su fama de galán, pero siempre había posibilidad de decir algo indebido que después alguien comentaría indebidamente, por lo que opto por hacerse el tonto.
Todos se quedaron esperando, pero no insistieron, si no contaba sus motivos tendría, así que la charla derivo a temas triviales como el fútbol o la política, hasta que llego la hora de pagar.
Allí, como si todos se hubieran puesto de acuerdo, la cuenta le llego a él y nadie hizo intento de sacar la billetera o colaborar.
Desconcertado se quedo tontamente mirando, esperando algún comentario, con la cuenta en la mano.
Fue el morocho de la tienda de electrónica el que rompió el hielo. Ese tipo no le caía bien, parecía un negro barato. No era una expresión racista, solo es que existe una clara diferencia entre un negro con plata y uno sin plata, y este tenía toda la pinta de ser de los últimos.
- Vamos, no te hagas el tonto, que flor de comisión habrás ganado hoy –
- ¿Qué? –
- Vamos todos vimos como “don Gabriel” entro al negocio y salio sin paquetes. Seguro habran trabajado toda la tarde para completar el pedido que les hizo –
- ¿Don Gabriel? - Musito tontamente para si, mientras caia en cuenta del error que había cometido dejándose llevar por las apariencias. Don Gabriel era uno de los mayores desarrollistas de la ciudad, dueño, entre otras cosas de ese centro comercial.
- He, si, si - dijo, retomando el hilo de misterio que tan bien manejaba -pero pidió que seamos discretos, por favor, no digan nada a nadie de esto. Vayan vayan yo pago.
Todos asintieron y uno a uno se retiraron cada uno a su lugar
- ¿Tu no vienes? – pregunto el ultimo
- Eh, si, en un rato. Quiero disfrutar un poco más de la noche – aclaró, mientras una gota de sudor le caía por la espalda. La tarjeta no tenia fondos ¿Cómo pagaría?
Aun no lo sabia, pero no podía permitir que el otro lo supiera. Habia que mantener las apariencias…
- ¡Viejo estúpido!, como va a andar vestido así. ¿No sabe que como te ven te tratan? – y una lagrima le corrió por la mejilla mientras el moso, a su lado, esperaba el pago.
© Omar R. La Rosa
Córdoba – Argentina
5 de Agosto de 2018
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