miércoles, 15 de agosto de 2018

El vendedor

El vendedor

Se levanto no muy temprano, como todas las mañanas. No hacía falta madrugar, el centro comercial no abría hasta las 10:00 hs.

Desayuno algo liviano, no porque se cuidara especialmente si no porque la heladera estaba vacia. Aun faltaba para el cierre de la tarjeta y la posibilidad de ir al supermercado a reponer alimentos. 

Luego se puso la ropa adecuada y salió a trotar. Era una sana rutina, correr media hora por el interior del barrio le permitía mantener el estado físico, que cuando uno pasa los 40 no es muy fácil, y saludar a los vecinos que salían para sus trabajos y no podían evitar verlo corriendo. Sabía que eso les causaba un cierta envidia, y le daba una patina de estatus muy conveniente. ¿Qué hace el loco ese para poder estar corriendo a estas horas?

Él se había encargado de mantener el conveniente misterio y, cuando alguno lo había visto atendiendo el local del centro donde trabajaba, había dejado entrever que podía ser de él. Nunca una certeza, siempre ese sano halo de misterio. En este mundo la apariencia lo es todo, aunque a veces no tuviera para comer, no por eso lo iba a estar pregonando.

Terminada la carrera se daba una ducha, vestía su mejor camisa, subía a su BMW y lo ponía en marcha. Brunn, brunnn, que lindo que rugía ese motor. Era como tener un potro salvaje dispuesto a salir disparado como una flecha. Una vez, en la autopista, se había permitido dejarlo ir…pero, aunque no se lo confesara ni a sí mismo, era un lujo caro, que no se podía permitir, esa maquina rugía como dragón y consumía como dragón.

Llego al estacionamiento del centro comercial…y, luego de dar una vuelta discreta y ostentosamente, para que cualquier posible caminante no perdiera oportunidad de verlo, seguía de largo, hasta la casa de un amigo que vivía a un par de cuadras de allí, que le permitía guardar el auto bajo un paraíso en el patio trasero, oculto de la vista. No era un buen lugar, no había vez que no encontrara una deposición de ave en su bonito auto, eso era malísimo para la pintura, por lo que invariablemente antes de regresar a su casa, debía lavar el auto. Era cansador, pero tenía dos ventajas, al entrar al barrio todos lo veían volver en un auto impecable y era estacionamiento gratis.

Toda esta rutina a veces se le hacía cansadora, pero tenía bien claro lo de las apariencias y sabía para sí que algún día se le presentaría la oportunidad de hacer el negocio de su vida. Algún día alguien se haría presente, alguien que lo identificaría como un igual, y podría tener la charla que lo llevaría de verdad a ese mundo al que estaba seguro pertenecer, pero que aun no lo contaba entre sus filas. Sí señor, ese día llegaría y allí podría demostrar sus habilidades de vendedor nato y eso lo sacaría de esa “sastrería” que tanto odiaba. Solo era cuestión de perseverar y no perder la compostura.

Como digiera una celebre conductora de la televisión, “Como te ven te tratan, si te ven mal te maltratan, si te ven bien te contratan” (sic)

Asi que, a poner buena cara y a soportar lo mejor posible a los clientes. Siempre eran un problema, casi nunca sabían lo que querían, a lo sumo tenían una “baga idea” y había que esforzarse en convencerlos de que lo que les ofrecía era lo que querían. Era un trabajo duro y agotador, pero las comisiones de ventas eran una parte importante del sueldo…por eso no era cuestión de perder tiempo con todos los que entraban al local.

En los años de trabajo que llevaba había desarrollado un “instinto” le llamaba él, para saber quienes eran tipos de guita y quienes pobres ratones encandilados por las vidrieras que jamás podrían comprar ni un par de zapatos allí.

De alguna manera todos los dependientes participaban de ese juego, incluso el nuevo, que al principio atendía por igual a todos, pero que luego se había amoldado, ni bien aprendió que el monto de las comisiones tenia que ver con el monto de las ventas.

Y así transcurrían los días. Esa mañana la actividad había sido escasa, entro una sola clienta que parecia importante y por su puesto la atendió él. Era una rubia despampanante, cuerpo torneado a gimnasio y cama solar, ropa cara y perfume importado. Toda una presa. Por lo que buscaba dedujo prontamente que tenia que “lavar alguna culpa” seguro que con algún amante, porque no la podía imaginar casada, no ese tipo de mina. Por su puesto este solo pensamiento subió los precios, ya que tenia que pagar por algo, que lo hiciera.

Le llevo una buena hora decidirse. Varias veces le pidió que se probara tal o cual prenda, literalmente lo usaba de maniquí. Un par de veces se metió en el probador mientras el se cambiaba hasta que se decidió y quedo bien claro como quería pagar.

Eso estaba muy bien, pero no dejaba comisiones y después había que cubrir el faltante de caja. Así que la despidió lo más discretamente posible, no por que le importara nada de ella, si no porque podía ser que la dama contara “su versión” al posible destinatario del regalo, y él no quería tener problemas con el tipo.

Cuando la mujer se fue entro un tipo, por el reflejo en el espejo automáticamente lo clasifico como”ratón”. Ropa vieja, zapatos de cadena de supermercados, pantalón de segunda marca y pullover lleno de “pelotitas”. Ni se digno a saludarlo, sin mirarlo siquiera se metió en la trastienda y lo ignoro. Bastante había tenido con la rubia, necesitaba tomar algo.

El pobre hombre se quedo esperando un rato, y como nadie lo atendió al final se canso y se fue.

Y esa tarde no paso nada más digno de mención. Llegado el horario paso por el bar, como de costumbre, siempre se juntaba ahí con un selecto grupo de otros vendedores a comentar las vicisitudes de la jornada mientras tomaban unas cervezas y comían unos saladitos (que algunas veces eran toda su cena)

Cuando entro todos lo miraron con cara de “estar esperando que contara algo” pero ¿que iba a contar?¿lo de la rubia? Convenientemente alterada esa seria una buena historia que acrecentaría su fama de galán, pero siempre había posibilidad de decir algo indebido que después alguien comentaría indebidamente, por lo que opto por hacerse el tonto.

Todos se quedaron esperando, pero no insistieron, si no contaba sus motivos tendría, así que la charla derivo a temas triviales como el fútbol o la política, hasta que llego la hora de pagar.

Allí, como si todos se hubieran puesto de acuerdo, la cuenta le llego a él y nadie hizo intento de sacar la billetera o colaborar.

Desconcertado se quedo tontamente mirando, esperando algún comentario, con la cuenta en la mano.

Fue el morocho de la tienda de electrónica el que rompió el hielo. Ese tipo no le caía bien, parecía un negro barato. No era una expresión racista, solo es que existe una clara diferencia entre un negro con plata y uno sin plata, y este tenía toda la pinta de ser de los últimos.

-          Vamos, no te hagas el tonto, que flor de comisión habrás ganado hoy –

-          ¿Qué? –

-          Vamos todos vimos como “don Gabriel” entro al negocio y salio sin paquetes. Seguro habran trabajado toda la tarde para completar el pedido que les hizo –

-          ¿Don Gabriel? - Musito tontamente para si, mientras caia en cuenta del error que había cometido dejándose llevar por las apariencias. Don Gabriel era uno de los mayores desarrollistas de la ciudad, dueño, entre otras cosas de ese centro comercial.

-          He, si, si -  dijo, retomando el hilo de misterio que tan bien manejaba -pero pidió que seamos discretos, por favor, no digan nada a nadie de esto. Vayan vayan yo pago.

Todos asintieron y uno a uno se retiraron cada uno a su lugar

-          ¿Tu no vienes? – pregunto el ultimo

-          Eh, si, en un rato. Quiero disfrutar un poco más de la noche – aclaró, mientras una gota de sudor le caía por la espalda. La tarjeta no tenia fondos ¿Cómo pagaría?

Aun no lo sabia, pero no podía permitir que el otro  lo supiera. Habia que  mantener las apariencias…

-          ¡Viejo estúpido!, como va a andar vestido así. ¿No sabe que como te ven te tratan? – y una lagrima le corrió por la mejilla mientras el moso, a su lado, esperaba el pago.

 

 

© Omar R. La Rosa

Córdoba – Argentina

5 de Agosto de 2018



domingo, 5 de agosto de 2018

Pelota, una mala idea


Pelota
Maldito el día que se me ocurrió la idea.
Como siempre pasa con las cosas verdaderamente malas, al principio parecía una buena idea.
Todo empezó una vez que volví caminando del trabajo y, por casualidad, pase frente a esa veterinaria del demonio.
Un hermoso local, muy bien puesto, con carteles vistosos de marcas de alimentos para mascotas y una hermosa muchacha con un canasto con cuatro cachorros que estaba regalando.
-          No son puros de raza – se disculpo mientras ponía la desgracia ante mis ojos.
-          ¿Por eso no se venden? – pregunte lo obvio tontamente
Los ojos de la chica, los ojos del cachorro y que no tuviera costo sellaron mi destino.
Al llegar a casa fue toda una fiesta, mi mujer me dio un beso y los chicos no paraban de reír y jugar con el diablillo que movía la cola tan fuertemente que daba la impresión se le iba separar del cuerpo en cualquier momento.
La primera señal de lo que sería mi desgracia se dio esa misma noche. Tontamente yo me había ocupado de preparar una cucha para el animalito, en el patio, bajo techo, al lado del asador. Ahí estaría calentito, a resguardo y dormiría bien.
Bueno, eso pensé yo. Pero no mi familia que sostenía que un animalito tan chiquito podía tener miedo si se lo dejaba solito en el fondo del patio (esto es a no más de 10 metros de la casa, que no es precisamente grande), mientras “el animalito” que sin duda entendía perfectamente de que se hablaba, ponía cara de circunstancia y hasta emitía algún que otro gemido, por si alguien (yo) tenía alguna duda de lo mal que lo pasaría si se lo sacaba de la casa.
Fue en ese momento que cometí el segundo gran error, y cedí. Esa noche “el animalito” durmió adentro…aunque en realidad debería decir, lloro adentro, pues no dejo de quejarse en toda la noche.
“Pobrecito extraña a la mamá” me decían todos.
Y debe ser que extrañaba mucho porque recién se durmió a la madrugada, unos 40 minutos antes de que me tuviera que levantar para ir a trabajar…sin casi haber pegado un ojo.
Al regresar, en vez de irme a la cama descansar, como deseaba con todo el cuerpo, tuve que acompañar a los chicos a comprar el “ajuar” de la bestia.
Que necesita un collarcito con una chapita con su nombre, mira si se escapa y se pierde.
Que necesita una cunita (¿para que si duerme con nosotros?
Un hueso de cuero para morder, un plato para la comida….comida
¿y porque no los llevaste vos?
No seas desalmado, mira como te esperan, a parte se me hace tarde para ir al gimnasio…
Y ahí sali yo con la expedición.
Por supuesto, la lista se fue agrandando a medida que recorriamos el negocio, a lo ya mencionado se agregaron dos autitos (no se para que un perro puede necesitar dos autitos), un chupete, una muñeca chiquita y ¡UNA PELOTA amarilla! de esaas que se usan para jugar tenis.
¿Cómo iba a saber yo que con esto ultimo estaba comprando un elemento de tortura?
No señor no había forma de que los supiera, me declaro inocente al respecto. De hecho recién empecé a darme cuenta de la verdaera naturaleza del artilujio un par de meses después, cuando en una calurosa tarde de verano, mientras me disponía a sentarme con mi cerveza abajo del único árbol de nuestro patio, una cosa amarilla y redonda me golpeo haciéndome derramar parte del preciado liquido.
Ni tiempo de maldecir tuve, inmediatamente atrás de la pelota paso “el animalito” loco de alegría saltando, en pos del juguete, sobre mi mano que desesperadamente trataba de retener el vaso con los restos de mi anhelada cerveza helada.
A pedido de la multitud familiar, contra mi más profundo deseo, en vez de agarrar al peludo y revolearlo del otro lado de la tapia, tueve que tomar la pelota y lanzarsela para que siguiera corriendo tras ella.
Por unos instantes me esperance pensando que ya me dejaria en paz. Cerre los ojos y me recoste sobre mi sillon, tomando impulso para levantarme e ir a la cocina por otra cerveza, o eso queria. Porque al abrirlos lo que vi no fue el camino hacia la casa si no la cara del perro, con la pelota entre los dientes, chorreando baba esperando que se la quite para volver a tirarsela.
Al parcer de la bestia, yo tiraba la pelota mejor que cualquier otra persona, por lo que deberia ser yo quien siguiera haciendolo….
Y aquí estoy ahora. No se cuanto tiempo a pasado, pero es mucho. Estamos en invierno y hace frio, por lo que nadie quiere salir al patio a jugar con el perro, que con canina insistencia insiste en dejar la pelota justo en la puerta de entrada a la casa, de manera tal que, como me acaba de pasar, uno no pueda pasar sin pisarla.
¿Sirve de algo recoradar los improperios pronunciados ante tal percanse?¿para que?. Lejos de salir a ver si me habia lastiamdo o algo asi lo unico que paso es que me pidieron que lo haga jugar un rato.
Dale que vos venis de afuera y estas acostumbrado al frio
¿Puede uno acostumbrarse al frio?
No se, pero ya llevo un cuarto de hora aca afuera tirando la maldita pelota.
Para colmo se levanto viento, la puerta se cerro con mis llaves adentro, mi señora esta al telefono (la escucho claramente), los chicos estan viendo dibujos animados con el televisor a un volumen más que moderado…
Ya estoy resignado, tengo una sola forma de poder entrar a casa, hacer que el perro se canse y empiese a ladrar para entrar, a el seguro lo van a escuchar….pero el muy desgraciado parece no querer hacerlo….ahi regresa de nuevo con la maldita pelota amarilla en la boca.