El cordobe errante
Un día de
niebla en Córdoba no es precisamente algo común, por eso, cuando se da, no es
de extrañar que cualquier cosa sea posible…
Esa noche
había comenzado completamente diáfana con el cielo repleto de brillantes estrellas y
nada hacía prever que algo pudiera alterar el turno de guardia de la policía
caminera en el puente Pilar de la autopista Córdoba – Rosario.
Pasada las
12 de la noche ya casi nadie circulaba por la ruta y la guardia se tornaba
aburrida, por lo que el oficial Rodríguez se acomodo lo mejor que pudo, en el
asiento del acompañante, y le encargo al agente Fabeldichter que mantuviera los ojos bien abiertos y el
oído atento, por si alguien llamaba por radio o algo pasaba mientras él se
entregaba a la ardua tarea de meditar no se qué grave problema que lo tenía
preocupado, cosa que quizás lo llevara a mantener los ojos cerrados,
ensimismado en sus pensamientos, durante algún tiempo.
Fabeldichter,
pensó Rodríguez, ¡que apellido!, ¿de dónde seria?, ¿Alemán tal vez?¿seguro que
algún abuelo de este venia en el Graff Spee, o como se llamara el barco ese que
los piratas habían hundido en el río de la Plata, toda la zona de Villa
Belgrano y La Cumbrecita estaba llena de tipos que decían descender de los
cosos esos.
Y,
meditando en este intríngulis apelativo, fue entrando de lleno en su etapa de
meditación, por lo que no pudo ver ni oir nada de lo que Fabeldichter vivió
aquella noche, que hizo, a la postre, al
agente desistir de su carrera policíaca.
Según se
desprende de las notas del departamento de psicología aplicada de la policía de
Córdoba, refrendadas por el eminente psicólogo profesor Bajkopisarz esa noche, pasadas las 00:30 hs aproximadamente, comenzó a descender una
espesa niebla sobre el tramo de autopista custodiado por el oficial Rodríguez y
el agente Fabeldichter, cosa que no se pudo comprobar, pues en el observatorio
meteorológico de Pilar no hay registro de que tal evento sucediera esa
noche. Como sea, el citado Fabeldichter
dice que, ante el evento meteorológico relatado, y como norma de seguridad,
decidió encender las balizas de la patrulla y las de los conos en la ruta, pero
que no pudo llevar adelante la tarea por producirse un fallo general del
sistema eléctrico del móvil.
Sin
embargo, con encomiable celo profesional, orgullo del cuerpo policíaco, no pudo
dejar las cosas así, en condiciones que podían ser peligrosas para algún
distraído conductor que acertara a pasar por el lugar a esas horas, por lo que
bajo de la unidad policíaca, con sumo cuidado de no hacer ruido ni nada que
pudiera perturbar las profundas meditaciones del oficial Rodríguez, y camino
por la ruta hacia la baliza más alejada de la unidad a fin de encender algún
fuego o algo que la hiciera visible.
En ese
menester se encontraba cuando percibió el inconfundible ruido de un rastrojero
diésel, o de lo que hubiera sido un inconfundible ruido a rastrojero si
Fabeldichter no hubiera sido tan joven como para no saber que era un rastrojero
diésel. Como sea, luego de unos minutos que parecieron horas, en los cuales el
extraño ruido fue aumentando de intensidad, algo apareció de entre las brumas,
un vehículo visiblemente viejo y desvencijado que apenas tenía una pobre
iluminación, lo que lo hacía, a todas luces (valga el contrasentido),
peligroso, por lo que Fabeldichter procedió a darle voz de detenerse.
Pero el
vehículo no se detuvo, y paso, no raudamente porque eso le era imposible, por
sobre la posición que ocupaba el agente, que tuvo que hacerse al costado de un
salto, para evitar ser atropellado. Fabeldichter, hombre joven, recién egresado
de la escuela de policía, no podía creer lo que había visto, y no era que lo
sorprendiera casi ser atropellado, si no que, a la pasada, iluminado por su
linterna, había creído ver que nadie iba al volante del cacharro ese.
Sin hacerse
repetir la emoción saco el arma reglamentaria y salió corriendo en la misma
dirección que el vehículo. Aunque la niebla no dejaba ver más allá de la mano
extendida, el ruido del motor parecía indicar
que, al final, el vehículo se había detenido unos metros más adelante.
Cautelosamente
se acerco por atrás, de apoco vio la caja de carga, con un farol caído que
apenas se veía en la niebla, nada se movía, todo parecía quieto y,
efectivamente, parecía no haber nadie. Con el arma apuntando abrió la puerta, o
lo que debía ser la puerta y miro dentro del habitáculo, al contrario que el
exterior, el interior estaba en perfecto estado, parecía original, hasta tenía
una placa de DINFIA, pero todo estaba vacío, nadie estaba allí. Sospechando
alguna clase trampa se alejo rápidamente, en vano miro para todos lados, pues
la cerrazón era total, y volvió a mirar dentro, nada, solo el monótono ruido
del motor. Efectivamente, pensó, eso debía haber pasado, algún desprevenido
chacarero se debía haber bajado a orinar, dejando el motor en marcha, y el
vehículo se le había ido. Ya vería el idiota ese cuando apareciera, poner en
peligro así la vida de un policía. Había que apagar el motor para que no pasara
de nuevo.
¿Pero cómo?
No había llaves, ni nada, que él pudiera distinguir, que sirviera para detener
el motor. Por lo que se metió en la cabina y se sentó del lado del conductor,
para buscar mejor. Al principio no se dio cuenta, tan ocupado estaba tratando
de detener el cacharro, pero de pronto cayó en la cuenta que había otro sonido
en la cabina, y se le heló la sangre. Se
quedo muy quieto, el arma amartillada y escucho, si, no había duda, una mujer
sollozaba…atrás de él.
De un
golpe, rápido como un rayo, para sorprenderla, se dio vuelta iluminando con la
linterna, y la vio, ahí estaba ella, no sabía cómo, entre el respaldo del
asiento y la pared de atrás, hecha un ovillo, como tratando de no ser vista.
Cuando pudo
recuperar el habla le pregunto quién era, pero la muchacha no le respondió, se
la veía asustada y demacrada, blanca como un papel, de piel casi transparente.
¿Una cautiva? Se pregunto, a lo mejor la pobre chica era una esclava en manos
de una red de trata de blancas que se había subido a esa cosa en un intento de
escapar de sus captores, o quizás el granjero que, seguramente, era el dueño
del rastrojero, la había raptado y la llevaba ahí. Extendió la mano para
agarrarla pero la muchacha lo esquivo.
Ven - le
dijo, soy de la policía- ya nada te puede pasar. Ella abrió los ojos muy grande
y dijo -vete antes que llegue - - ¿antes que llegue quien? – pregunto y quiso
agarrarla por la fuerza, pero su mano la atravesó de lado a lado y se lastimo
al golpearse con la pared.
-El cordobe
errante- musito ella.
Fabeldichter
no sabía qué hacer ni que pensar, lenta, cautamente se aparto de la joven, que
pareció desdibujarse entre la niebla, con intensión de llamar al oficial Rodríguez,
aun a sabiendas de lo peligroso que era interrumpir las meditaciones de un
superior.
Pero no
pudo hacerlo, algo le golpeo por detrás, dejándolo tirado sobre la tierra
mojada. En la semi inconsciencia en que quedo pudo ver unos pies, en alpargatas
desflecadas, que subían al rastrojero, lo ponía en movimiento y luego lo detenía,
le pareció distinguir la figura de la muchacha que había visto instantes antes
bajar del vehículo, momentáneamente detenido y caminar hacia él, en compañía
del hombre que seguramente lo había golpeado... y quedo desvanecido
completamente.
Al día
siguiente, cuando el sol interrumpió la meditación del oficial Rodríguez, encontró
al agente Fabeldichter recostado sobre el volante de la unidad, completamente
desvanecido y al oficial Nesavitljiv, su relevo, mirándolo desde afuera, con
cara de pocos amigos. Tipo jodido el Nesavitljiv ese, capaz de "botonear" todo.
¿Por qué serian tan jodidos los cosos estos? ¿Tan mal la habrían pasado en sus
países que no pueden ver un criollo tranquilo?
Omar R. La Rosa
@ytusarg
Córdoba – Argentina
22 de Noviembre 2017
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