La corrección
Conviene empezar esta
historia, como toda historia, entendiendo que muchas veces la misma depende más
de quien la escucha que de quien la cuenta, porque el que la cuenta sabe
perfectamente lo que quiere decir, pero difícilmente conoce lo que quiere oír
quien la escuche ni su forma de hacerlo.
Dicho esto no hace falta aclarar que
los años 80 del pasado siglo XX fueron cualquier cosa menos tranquilos (ahora
que lo pienso, los 80 del XIX tampoco lo fueron, habrá que prestar atención a
eso, por si significa algo). En fin, la cosa es que en los primeros años de esa
década imperaba en el país un gobierno al que no le agradaba que la gente se
reunirá sin permiso. Esto, lejos de ser óbice a esta historia, la
contextualiza.
Por aquellos días se planteaba el
sistema de cupos para poder ingresar, previo examen, a la facultad que uno
eligiera. Ingeniería en mi caso.
Un requisito previo a los exámenes
era la realización de un cursillo de nivelación. Cosa que todos debíamos hacer.
Las materias a cursar eran física y
matemática, y a veces eran dictadas por profesores que no tenían ni la
idoneidad ni el compromiso necesarios.
Ese era el caso de nuestro curso con
el profesor de física.
-
Che, ¿Qué hacemos? Otra vez
el chanta este de física no vino – recuerdo haber dicho en alguna oportunidad,
aunque lo podía haber dicho cualquiera de mis compañeros.
-
Sí, este tipo nos está cagando la vida, ¿si no da la materia,
como vamos a estudiar? – acotó preocupado un chico que normalmente no hablaba.
-
¿Qué hacemos?- se cuestiono otro.
-
Quedémonos a estudiar – aventuró alguien y luego, mirando a
uno del grupo desafío – Che, chueco, ¿te animas a explicarnos los problemas de
la guía? –
-
…Sí, pero no sé si estarán bien, no los he comprobado – se
excusó el apelado “chueco”.
-
¿Están seguros, che?, ¿acá nos vamos a quedar? – preguntó alguien
del fondo del aula, con algún resquemor.
-
Claro, ¿Por qué no?-
-
Porque en la dirección saben que el profe no vino y nosotros
deberíamos volvernos a las casas, no podemos quedarnos solos acá –
-
¿Y? –
-
Y, si el rector de se enoja, si se le da por pensar que somos
una reunión de zurdos y llama a las “marías(1)” –
-
No, no va a ser tan
bolu…–
-
Nunca se sabe –
-
Pero no che, si no hacemos quilombo ¿Qué problema puede
haber? –
-
Dale, no perdamos tiempo que los exámenes son en pocos días.
Saca los cuadernillos…–
El chueco, tiza en mano, paso al frente y el pizarrón comenzó a llenarse de símbolos y formulas.
-
Así es la cosa, ¿no?, todo
el mundo tranquilo – comentó el rector haciendo referencia a la sepulcral paz
que reinaba en el establecimiento educativo al tiempo que se acercaba a la
ventana para mirar el interior del colegio.
Fue ahí, tras ese acto pueril, que el
horror se pinto en su rostro ante la magnitud del delito que acaba de
presenciar, ahí, ahí no más, en el aula del cursillo de ingreso, frente a su
mismísima ventana. Como veinte jóvenes, solos, prestando atención a las
consignas que otro joven escribía en el pizarrón…
-
Venga – ordenó perentoriamente a su ayudante – y llame a la
guardia, urgente –.
Sin decir más salió de la oficina
cual huracán de pasillo.
En el camino se le acoplo un alférez y dos soldados, “fal”(2)
al ristre.
Al llegar al aula, sin
muchos preámbulos, pidió a uno de los soldados que empuje la puerta, entrando
bruscamente en ella ni bien la puerta cedió al fuerte golpe.
Había que hacerlo así de ese modo,
violentamente, como le habían instruido, para que nadie tuviera tiempo de
destruir ni alterar posibles pruebas o indicios de la actividad subversiva que
se desarrollara allí, eran tiempos difíciles y había que actuar en
consecuencia.
El desbande fue general, no sin
cierto temor, los alumnos se alejaron de la pizarra, dejando a la vista,
completamente desvalido, al portador de la tiza frente a la misma la prueba de
sus pecados.
El rector se paro frente a él, lo
contemplo larga y calladamente mientras las facciones se le suavizaban, luego
miro con más detalle lo escrito en el pizarrón y los músculos de la cara
volvieron a tensársele, al tiempo que una arruga pronunciada se formaba en su
entrecejo, el catedrático que era le afloro por todos los poros,
inevitablemente, volvió a mirar al alumno, y le quito la tiza sin ningún miramiento.
-
Siéntese – le ordenó, mientras los militares permanecían
apuntando a todo el curso.
Luego, con la suavidad y firmeza que
caracteriza a un superior, (o a quien se cree tal), se paro frente al pizarrón,
meneo la cabeza un par de veces, corrigió un par de cosas, volvió a mirar y
esta vez asintió, satisfecho, dio media vuelta y se fue tal como había venido,
sin siquiera saludar.
Todos se quedaron con los
ojos abiertos de par en par, mirando estupefactos, las correcciones realizadas.
Y si, tenía razón, la solución tal
cual la habían planteado ellos estaba mal. El problema se solucionaba con las
correcciones a la formulas hechas por él.
-
Bravo el viejo ¿no? –
-
Exagerado – dijo otro
-
Si, mira que venirse con custodia a para cambiar un par de
signos –
-
Son unos “pelos duros” – mascullo un tercero, y nadie lo
desdijo.
-
En fin, sigamos, ya cambiara –
(1)
Se llamaba así a los
grupos de tareas de las fuerzas armadas que patrullaban las calles en tres
camionetas que siempre iban juntas, con una baliza azul en el techo, como si
fueran las tres “marías”
(2)
Fal: fusil argentino liviano
Basado en hechos reales
© Omar R. La Rosa
@ytusarg #ytusrelatos
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