Adib
- Adib, ¿Qué haces ahí desparramado niño holgazán? –
- Viajo ´umiy (1) –
- A sí, ¿Y como le haces? Si te veo ahí tirado en esa vieja alfombra leyendo todo el día – cuestionó la mujer – mejor deja de perder tiempo y ve por las cabras que las he visto cerca de los manzanos. – ordenó mientras se secaba las manos en el delantal.
Señal que Adib interpretó correctamente como previa a una medida de acción directa más explicita y contundente. Sus orejas guardaban aun el recuerdo de la última vez que tal cosa había sucedido.
Con toda la presteza de que fue capaz cerró el libro, cuidando antes de marcar la página que estaba leyendo, y enroscó la vieja alfombra poniéndola bajo su brazo, justo antes de que la progenitora, con cara de pocas pulgas, llegara hasta al lugar donde estaba.
Lo logró justo a tiempo.
Ya fuera de la casa, pasado el peligro, volvió a abrir el libro y siguió leyendo mientras caminaba distraídamente hacia el huerto, solo que sin advertir que se dirigía al mercado.
Las historias eran atrapantes, valientes caballeros luchaban contra los invasores mongoles, poniendo a salvo infinidad de desvalidas damas, parando con sus veloces e intrépidas espadas las flechas más mortales, saltando de aquí para allá, en fantásticas cabriolas, para esquivar las llamas de los humeantes dragones.
Todo esto mientras sus pies esquivaban las imperfecciones del camino y sus oídos recibían, como gritos de guerra enemigos, los insultos de los ocasiónales caminantes a los que esquivaba fracciones de segundo antes de chocar.
Ruidos de cada uno de los bazares, en los que dueños y clientes regateaban por centavos como si de tesoros se tratara, ambientaban las aventuras que se iban desgranado con el correr de las páginas, ya completamente olvidado de las cabras y sus amenazas al huerto de manzanas.
Sin advertirlo llego a la plaza del mercado y casi se cae al chocar contra la fuente.
¡El foso del castillo estaba lleno de agua! Pensó sorprendido, el liquido elemento no es algo que sobre en su desértico país.
- He niño, fíjate por donde vas – le gritó una anciana a la que casi voltea al chocarla.
Horrorizado escuchó el maleficio que la dueña del castillo le dirigió y, sin saber qué hacer, trato de salir del foso, “fuente” en que se había metido. Pero ¿Cómo?.
Y de pronto el “Como” llegó sin apenas pasar por su mente, pues, como si tuviera vida propia, la alfombra se desenrolló y se puso bajo sus pies, elevándose luego un par de metros sobre la tierra.
Al principio se asusto y temió caer, pero pronto comprobó que la alfombra era estable y no corría peligro alguno, es más, pasado el sofocón le encontró la vuelta al artilugio y comenzó a disfrutarlo.
¡Qué distinto era todo desde la altura! Ahí estaba el castillo con su foso, las tiendas de los aldeanos en torno a ella y la Sahira (2) que enojada lo increpaba.
En un alarde de valentía, sabiéndose seguro en las alturas, giró en redondo e hizo un rasante sobre la bruja, pero esta no solo no se amilano, si no que, tomando unas manzanas mordidas de una canasta que había a su lado, comenzó a arrojárselas…
¡Manzanas envenenadas! Pensó sobresaltado, tratando de esquivarlas. Pero no pudo, una le impacto de lleno y lo volvió a la realidad.
- ¡Adib! ¡No te dije que fueras a cuidar las cabras! ¡Mira lo que han hecho con las manzanas! ¡Bájate ya de esa alfombra! – gritó desaforada, para luego murmurar –
Que si no te matas te mato yo –
© Omar R. La Rosa
Córdoba (Arg) - 14 Ago 2022
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En árabe
(1) Mi madre
(2) Bruja
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