Rayos
La tensión en el laboratorio alcanzaba niveles que excedían largamente la escala de cualquier instrumento que se pudiera utilizar para medirla.
Llevaban años, decenas de años, desarrollando el experimento que daría inicio en segundos.
Si el mismo resultara exitoso, como todos descontaban, se habrían acabado los problemas de suministro de energía y los daños ecológicos producidos en su generación.
En él se conjugaban varias ramas de la física, la astronomía, las matemáticas probabilísticas, la filosofía e infinidad de ramas de la ingeniería que habían colaborado, cada una desde su perspectiva de saber, a concretar este momento sublime.
Por primera vez una raza inteligente procedería a crear una estrella.
Desde los primeros experimentos exitosos de fusión nuclear controlada que no se hacía nada tan revolucionario.
Por su puesto existían riesgos, encender una estrella no era algo inocuo.
Esto, en cierta manera, había retrasado el experimento, hasta que alguien halló la solución lógica, solución que siempre había estado ahí, a la vista de todos, todo el tiempo, pero nadie la había advertido hasta que alguien lo hizo por primera vez.
Lo lógico era encender la estrella lejos del planeta. Esto, en el universo, implica dos cosas distancia y tiempo.
Por lo tanto, luego de planteada la solución vino un largo periodo de cálculos, revisados una y mil veces, hasta que se determinaron la coordenadas espacio temporales que permitirían a los científicos intervinientes ver y estudiar, el encendido de la estrella.
Se ubico una zona vacía del espacio, a unos cien mil de años luz de ellos.
Se programó el agujero de gusano, cuya tecnología aun era incipiente, pero si suficientemente conocida, como para que el reactor llegara hasta el lugar previsto y se apuntaron todos los instrumentos a la zona vacía.
Si el experimento tenia éxito la estrella aparecería en el cielo nocturno como por arte de magia para el 30 de Diciembre, como todos esperaban.
Si no, bueno a seguir trabajando.
Pero eso no pasaría, todo el mundo tenía mucha fe en el trabajo realizado, todos menos un par de matemáticos, siempre hay alguno, que alertaban de lo grande y riesgoso del espacio de incertidumbre que representaban los cien mil años luz que tardaría en llegar la información del encendido.
Por su puesto, como corresponde nadie los escucho.
¿Dónde estarían todos si se escuchara a los agoreros de la derrota que tanto abundaban cada vez que alguien hacia algo innovador?. Seguro que aun en las cavernas.
En la mañana del 30 una mitad de la humanidad, la que estaba directamente frente al lugar donde la estrella debería haber nacido cien mil años atrás, pudo ver el encendido de la misma como un brillante estallido en el cielo.
La otra mitad solo noto los fuegos de las auroras que estallaron en los cielos, aun a plena luz del día, en todas las latitudes, incluso en el ecuador.
De pronto, las comunicaciones inalámbricas cesaron completamente, las aves migratorias cayeron a tierra extraviadas, y en el mar los grandes mamíferos encallaron completamente desorientados.
Pasaron varios días hasta que hubo alguna certeza de lo ocurrido.
El experimento había sido un completo éxito, la estrella se había encendido, como estaba previsto, pero lo había hecho un con “un poco más” de potencia que la prevista, con un estallido de rayos gamma, que irradió La Tierra por varias horas esterilizando la cara expuesta a ella.
¿Qué remedio? Se cuestionó alguien mirando al espectacular atardecer mientras destensaba su arco, esta noche tampoco habría cena
Se encogió de hombros y miro al cielo una vez más, mientras se introducía en la caverna en que se había refugiado con otros como él y que ahora era su hogar.
© Omar R. La Rosa
El sol apagado y otros cuentos (antología de cuentos de ciencia ficción)
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