A
última hora de la tarde paso por el lavadero a recoger su flamante BMW.
Al
ingresar en el vehículo respiro profundamente, el penetrante aroma a cuero y
los embriagantes perfumes de un auto nuevo actuaban como bálsamo para su
torturado espíritu.
La
sensación duro solo unos segundos, era un hombre práctico, un profesional en lo
suyo y ese tipo de desvaríos no eran propios ni convenientes.
Puso
en marcha y el rugiente el motor, oculto bajo el capot, transmitió toda su
potencia al grupo tractor, precipitando raudamente el auto hacia su destino.
Hermosa
maquina, se volvió a repetir, orgulloso de poseerla, que su buen trabajo le
había costado.
Por
su puesto, la ciudad en que trabajaba distaba mucho de ser la más adecuada para
el lucimiento del auto, ¿Qué remedio? Los intereses de sus clientes estaban
allí, y allí había que cuidarlos.
Llegado
a destino apareció el clásico inconveniente, ¡No había lugar donde aparcar!
Maldita ciudad, si nadie respeta nada, ¿Cómo iban a respetar los carteles de
prohibido estacionar?
Pero,
la dinámica de su trabajo ya estaba en marcha, y no se iba a detener por una tontera
así. No lo dudo, estacionó en doble fila y rio a modo de desafío. ¡Pobre del
que se le ocurriera decirle algo! Aunque, en aquella ciudad, nadie cuestionaba
esas cosas.
Al
cerrar el auto la alarma se conectó automáticamente y se desentendió de él.
A
grandes pasos subió los escalones del lúgubre lugar. En el primer entrepiso
encontró el objeto de su trabajo, un hombre de unos 40 años que se había creído
más inteligente que su jefe, con derecho a quedarse con lo que no le
correspondía.
Cuando
el tipo lo vio entrar le mudo el semblante.
Por
supuesto, aunque se sabía en peligro de muerte no estaba entregado.
Siguió
un breve intercambio de disparos, al cabo del cual los dos esbirros con que el
desgraciado había creído protegerse yacían inertes y él, erguido triunfante se
preparo a terminar su trabajo, ante la desesperación del sujeto.
Fue
justo en ese momento que la alarma de su amado BMW comenzó a sonar estridente,
desesperadamente.
La
distracción fue de una fracción de segundo, suficiente para brindarle un escape
a su víctima.
A
la carrera, insultando a todo el mundo llego hasta su querido auto, para
encontrarlo con la luneta trasera destruida y el auxilio desaparecido.
¡Qué
ciudad de m…, llena de mal nacidos!¡No hay códigos!¡Esto no era vida!.
Pensó
en salir tras los rateros…pero el trabajo estaba primero.
Resignado
e indignado dejo el auto donde estaba y corrió en busca de la presa escapada.
¡Había que seguir trabajando!. La reparación no sería gratis.
©
Omar R. La Rosa
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