Desafío
Llego
al final del camino, se detuvo y, cruzando las piernas sobre la montura se
quedó oteando el horizonte.
Tras
él, a derecha e izquierda, la inmensidad de la llanura que acababa de atravesar
haciéndola suya. Frente a él el gran rio y toda aquella tierra que no le
pertenecía...
El sol,
ocultándose tras el horizonte, cedió su luz a las sombras y todos los que lo
acompañaban armaron el campamento donde pasarían la noche.
Él no
se movió, solo siguió con la vista puesta en la otra orilla.
Ya
noche cerrada, él seguía en su contemplación, sin que nadie osara
interrumpirlo, hasta que ella, la concubina preferida, tomo ánimo y caminó
hacia donde estaba el real jinete. Era su prerrogativa y su deber.
Las
estrellas brillando en el cielo anunciaban el frio que se avecinaba.
- ¿En
qué piensas sire? – casi susurro cuando estuvo a su lado.
Si la
escucho no se inmuto. Por un instante continuó impávido, mientras el corazón de
ella suspendía los latidos en una tensa espera.
Sin
decir palabra, como tampoco las decía ese hombre tan imponente, que ella podía
controlar cuando lograba cubrirlo con sus brazos, apoyando en sus senos la regia
cabeza.
- En el
rio – hablo él al final.
- ¿Qué
quieres hacer? –
-
Cruzarlo –
- ¿Por
qué? –
-
Porque para eso están los ríos, para ser cruzados –
-
…también se los puede navegar – se atrevió a cuestionar, cuidando dejar caer
los ojos, en ese gesto tan típico que ella sabía él no podía resistir.
- ¿Ves
algún barco a mi rededor? – indago él en medio de una risotada.
No, no
había ningún barco. La decisión estaba tomada.
Al día
siguiente el Rin cedió ante sus tropas y el fin de un imperio comenzó a desencadenarse.
© Omar
R. La Rosa
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