sábado, 18 de noviembre de 2023

Desafío, que los limites estan para correrlos

 

Desafío

Llego al final del camino, se detuvo y, cruzando las piernas sobre la montura se quedó oteando el horizonte.

Tras él, a derecha e izquierda, la inmensidad de la llanura que acababa de atravesar haciéndola suya. Frente a él el gran rio y toda aquella tierra que no le pertenecía...

El sol, ocultándose tras el horizonte, cedió su luz a las sombras y todos los que lo acompañaban armaron el campamento donde pasarían la noche.

Él no se movió, solo siguió con la vista puesta en la otra orilla.

Ya noche cerrada, él seguía en su contemplación, sin que nadie osara interrumpirlo, hasta que ella, la concubina preferida, tomo ánimo y caminó hacia donde estaba el real jinete. Era su prerrogativa y su deber.

Las estrellas brillando en el cielo anunciaban el frio que se avecinaba.

- ¿En qué piensas sire? – casi susurro cuando estuvo a su lado.

Si la escucho no se inmuto. Por un instante continuó impávido, mientras el corazón de ella suspendía los latidos en una tensa espera.

Sin decir palabra, como tampoco las decía ese hombre tan imponente, que ella podía controlar cuando lograba cubrirlo con sus brazos, apoyando en sus senos la regia cabeza.

- En el rio – hablo él al final.

- ¿Qué quieres hacer? –

- Cruzarlo –

- ¿Por qué? –

- Porque para eso están los ríos, para ser cruzados –

- …también se los puede navegar – se atrevió a cuestionar, cuidando dejar caer los ojos, en ese gesto tan típico que ella sabía él no podía resistir.

- ¿Ves algún barco a mi rededor? – indago él en medio de una risotada.

No, no había ningún barco. La decisión estaba tomada.

Al día siguiente el Rin cedió ante sus tropas y el fin de un imperio comenzó a desencadenarse.

© Omar R. La Rosa

 

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