Ituzaingo 300, 3er
piso oficina 3.
La dirección era correcta, pero ¿Dónde estaba la puerta 3?
-
Ahí
- le indico una señora - ¿no la ve
acaso? –
Pues no, no la veía, ahí solo había un dibujo de una puerta
con un 3 en el frente
-
Ah,
estos jóvenes – protestó la señora al tiempo que tomaba el picaporte y abría la
puerta
-
Gracias
– atinó a decir el tontamente mientras la mujer se hacía a un lado para dejarle
pasar.
Con precaución ingreso, el interior era “algo extraño”
parecía algo así como un cuadro, como si toda la estancia hubiese sido hecha a
fuerza de pincel y oleo. Si hasta la textura lo parecía. Incluso la perspectiva
engañaba ¿o no? Todo lo que no estuviera al alcance de la mano se veía como en
un plano.
Con algo de temor golpeo las manos para anunciar que estaba
allí.
Solo respondió el aletear de las aspas del ventilador de
techo, que apenas mitigaba el calor reinante.
Volvió a llamar, esta vez saludando en voz alta. Entonces
noto la presencia de la joven que lo observaba desde el marco de una puerta lateral.
Con una
tímida sonrisa ella respondió levantando una mano a modo de saludo.
-
¿Qué
desea señor? – su voz era suave y delicada, a tono con su imagen
Como toda respuesta él le ofreció el papel que traía en la
mano.
Ella lo tomo y leyó, luego lo doblo y se lo guardo en el
pecho. La oficina pareció expandirse, de pronto, a la luz de los ojos de la
joven, la habitación cobro dimensiones, se lleno de colores reales y texturas
agradables. El se sintió muy cómodo. Ella también.
Juntos entablaron conversación y conversando acordaron
detalles. El tiempo transcurrió sin que lo notaran. Sin darse cuenta él se
quedo allí junto a ella. Su vida transcurrió en una agradable rutina no exenta
de emociones, como cuando la estancia recibió nuevas vidas, como cuando esas vidas
crecieron y marcharon, como cuando el reloj le dijo, una mañana, que ya había
consumido la mayor parte de su tiempo. Como la mañana que noto que la estancia
volvía parecer un cuadro.
No fue algo que pasara de un día para otro, no. Fue algo
paulatino. En todo el tiempo que llevaba con ella el lugar había cambiado, ya
no era esa habitación de la primera vez, estaba como distinta, con más cosas,
con menos cosas. Cosas que antes estaban ya no se veían y otras que seguro no
habían estado ahora estaban muy presentes.
Ella seguía caminando por aquí y por allí, dando profundidad
a todo, pero él se sentía cada vez más periférico. Era como que la “planitud”
lo absorbía, que cuando ella no estaba todo volvía a ser como había sido antes
de conocerla, las cosas volvían a verse en dos dimensiones. Y ella estaba cada
vez menos, ocupada en otras cosas ignorando su presencia.
No es que lo hiciera adrede, simplemente le salía así. Como
que vibraba en otra frecuencia.
El tiempo, tirano, siguió pasando y la puerta 3 del tercer
piso de la calle Ituzaingo al 300 volvió lentamente a parecer el dibujo que él había
visto la primera vez.
Hasta que un día el administrador del edificio decidió
pintarlo de nuevo. Entonces vinieron los obreros, pusieron trapos y lonas por
todos lados. Trajeron tachos de pintura, brochas, rodillos, pinceles y pintaron
todo.
De pronto la puerta 3 del tercer piso de la calle Ituzaingo
al 300 fue cubierta de cal y una hermosa pared blanca la reemplazo dejándolo a
él encerrado en lo que ya no era ni siquiera un cuadro.
Días después un artista dibujo otra puerta y, al poco tiempo
la misma señora recibía otro joven que venía con un papel en la mano buscando
la misma dirección
Ituzaingo 300, 3er piso oficina 3.
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