viernes, 2 de marzo de 2018

Clase de baile


Clase de Baile

Desde casi el suelo, rodilla en tierra, mano al piso, levanto la cabeza más mirando la actitud de los demás que tratando de orientarse.
Uno a uno poso su mirada en cada uno de los presentes, sin decir palabra, mortificado.
Cerró momentáneamente los ojos y conto…uno, dos, tres….
Antes de llegar a 10 respiró profundo y se incorporo. Un intento de aplauso se congelo ante su sola mirada.
Con disimulo movió sus manos sobre su cuerpo, como si se quitara el polvo y volviendo a respirar esbozó una sonrisa, más desafiante que divertida. Volvió a intentarlo…aquello no podía ser más difícil que un pase de florete, pensó para sus adentros.
Pero lo era.
Por alguna razón no lo conseguía, le era imposible coordinar sus pasos, y, con cada fracaso, la sensación de vergüenza y humillación que lo invadían se lo hacía más difícil….hasta que por fin alguien se apiado de él e impuso silencio…
Y eso fue mágico, fue como si sus oídos, libres en la ausencia de sonido, dejaran libre la parte de su mente que necesitaba para lograrlo.
Dentro de su cabeza era como que una orquesta propia tocara solo música para él y su cuerpo, sincronizado, empezó a lograr los movimientos requeridos…era como en batalla….y un, dos, tres, al fondo, retirada, media vuelta y a empezar de nuevo….¡Lo estaba logrando!...
Hasta que la música volvió y la sincronización se perdió.
Soltó un juramento que dejo a todos paralizados
-        ¡No puedo hacerlo!, la música me pierde!! ¡necesito silencio para concentrarme! –
-        Pero eso no se puede Alonso – Protesto Irene
-        ¿Por qué? –
-        Pues, porque se baila con música - le aclaró Amelia tomándole la mano mientras los altavoces volvían a vibrar al ritmo de una bachata
-        Vamos animo, inténtalo de nuevo – Lo alentó Pacino que se movía con mucha más soltura tomando la mano de Angustias que giraba como un trompo siguiendo la música.
-        Que la gala es en las oficinas de Santo Domingo y este ministerio tiene que estar a la altura – Sentencio Ernesto, que saboreaba un delicioso ron con hielo acodado en la barra.
-        ¿O prefiere ir a la gala de Buenos Aires? Ahí se baila tango – desafío Salvador con una sonrisa picara.
-        ¿Qué remedio? – se dijo así mismo el soldado
-        ¡Música! – pidió.
Y todo empezó de nuevo. Si había aprendido a pelear con la espada, y después de tantas batallas seguía vivo, también aprendería a bailar bachata. 

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