Hubo una vez un humilde equipo de barrio al que le toco en
suerte enfrentarse en épico partido de fútbol con uno de la capital.
Los vecinos del barrio se alborotaron todos, por un lado
estaba la excitación de jugar contra un grande, el sueño, la ilusión de
ganarles de hacerles tragar el orgullo, de demostrarles lo que valían sus
jugadores, pibes que no solo no recibían sueldos astronómicos por jugar al
futbol, si no que trabajaban todos los día en lo que les tocara, porque no recibían
casi nada del club, que era un club chico, aunque podía ser grande, pero claro,
las malas administraciones…
Por otro lado estaba el miedo, la certeza de que nos iban a
pasar por arriba, que no sería un partido justo, si hasta se decía que el árbitro
estaba del lado de ellos, que no permitiría que pierdan, pues eso sería muy
humillante y atentaría contra el negocio del futbol.
Y en el medio estaban ellos, los pibes que tenían que salir
a la cancha, a pelear, a defender la camiseta, a vender cara la derrota, si esa
era la suerte.
Y salieron a la cancha, e hicieron su mejor esfuerzo, tanto
que hasta hicieron el primer gol. Pero claro, de verdad el árbitro estaba
vendido, y los otros eran poderosos en serio, tanto que al final ganaron y se
quedaron con todo.
Los muchachos, vencidos regresaron al barrio…y ¿Qué encontraron
allí?
Nada, solo algún perro solitario que, moviendo la cola, se
acerco a recibirlos, pero que, cuando vio que no tenían nada para darle también
se fue.
Al caminar por la calle las vecinas miraban para otro lado,
los viejos del bar hacían como que no los veían, y los chicos de las esquinas escondían
las birras para no tener que convidarles, eran unos perdedores y nadie quiere
serlo ni tener nada que ver con los que pierden.
Poco les importaba que el negro Sosa casi se quiebra del
patadon que le metió el 3 de ellos cuando estaba a punto de entrar solo al área.
A nadie le importaba que el arquerito Ramirez, que apenas cubría
el arco, hubiese parado solo más de 10 tiros de gol o que los otros hubiesen
jugado con profesionales.
Ni siquiera en el club los reconocieron, a los dirigentes
tampoco les convenía que los identificaran con los perdedores, así que los
escondieron por un tiempo y luego los olvidaron
Paradójicamente los que si reconocieron su valía fueron los
adversarios, ellos si se dieron cuenta de la verdad, y se preocuparon mucho.
Esos pibes, casi sin medios, les habían hecho partido. Por su puesto no podían ganarles,
pero no fue el paseo que ellos pensaron que venían a dar, no fue un
entrenamiento más, tuvieron que esforzarse para lograrlo, y aun así no pudieron
evitar algún que otro gol en el propio arco.
Esos pibes eran un mal ejemplo, ¿Qué pasaría si de pronto se
daban cuenta que con mejores medios, con entrenamiento, profesionalizándose les
podían ganar? No, no señor eso no podía pasar, era muy peligroso para ellos.
Entonces hicieron lo que tenían que hacer, giraron unos
cuantos cheques a los dirigentes del club y a las chusmas del barrio para que
mantuvieran viva la derrota, para que recordaran a los chicos con asustados,
llorosos y deseosos de volverse a casa cuanto antes, no fuera cosa que se les
ocurriera hacerles partido de nuevo…
…y de eso se trata hoy, de recordar no solo la derrota, si
no de recuperar la memoria, que los pibes se jugaron todo en ese partido, que
hasta dejaron la vida en el campo y que nosotros los hemos ninguneado…
¿Qué hubo lagrimas y dolor? No cabe duda, pero también hubo heroísmo
y gloria, y orgullo de defender los colores propios, a pesar de la dirigencia y
las viejas chusmas.
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