sábado, 25 de abril de 2020

Tursimo Antartico - Colección Relatos del Fin del Mundo


Turismo Antártico


Colección: Relatos del Fin del Mundo

Dentro del buque el rolido era importante.
La potente marejada se imponía a las maquinas, que bajo cubierta rugían furiosas intentando oponérsele.
Los hombres de mar, acostumbrados a  los avatares de la  marcha, poco y nada se molestaban, pero los científicos, para los cuales aquello era un ocasional traslado, la pasaban mal. Todos estaban en sus camastros, literalmente atados para no caer, luchando desesperadamente para que no se les escapara el alma del cuerpo con cada arcada.

Por fin, al final de la jornada, llegaron a la pequeña  isla que era su destino y, entrando en la profunda bahía, protegidos de los incesantes vientos del oeste, encontraron la tranquilidad que sus estómagos necesitaban.
Les llevo toda la noche reponerse.
A la mañana siguiente, luego de una larga jornada sin poder ingerir nada, estaban hambrientos y dieron rápido fin al fuerte desayuno que les ofrecieron.
Recién después estuvieron en condiciones de desembarcar, con sus pertrechos e instrumentos, para armar el campamento en el cual pasarían el tiempo que les insumiría la realización de las investigaciones previstas  sobre el cambio climático.
No había sido fácil obtener permiso para ello.La isla donde estaban era en realidad el cráter semisumergido de un volcán activo, del cual asomaban sobre el agua sus escarpados contornos.
La fragilidad del ecosistema y las frecuentes erupciones habían llevado a la prohibición casi total de realizar actividades allí.
Una vez terminada la instalación el barco que los había llevado se retiró a continuar con sus tareas de aprovisionamiento de las distintas bases antárticas que debía visitar, con la promesa, certeza, de volver por ellos al cabo de un mes.

Ya en completa soledad comenzaron a hacer las mediciones que los habían llevado hasta allí. Todo marcho bien hasta la tarde, en que un fuerte temblor sacudió la bahía…y muchos se cuestionaron sobre la cordura de estar allí…pero, científicos al fin, la razón primo, sabían que seria así y los estudios descartaban cualquier posible erupción, los calculos de las tensiones acumuladas en la zona de subducción así lo afirmaban…a demás, el barco no volvería hasta dentro de un mes…salvo que lo llamaran de urgencia, y, aun en ese caso su regreso llevaría su tiempo.
Terminada la primera semana los temblores ya habían pasado a formar parte del paisaje diario y lo único que hacían era generar algún comentario jocoso cuando alguno algo más fuerte de lo común hacia que algo o alguien cayera.
Todo siguió su curso tal cual estaba previsto y así habría seguido, de no haber sido por lo acaecido esa extraña mañana. Como de costumbre se hallaban tomando y catalogando muestras cuando lo vieron aparecer, acercándose hacia ellos, caminando sobre la negra arena del cráter, en esa franja estrecha donde la humedad del mar la hace firme y fácil de recorrer.
La sorpresa fue generalizada, ¿Quién podría ser ese hombre?¿Cómo habría llegado hasta allí?¿Con que intención? Ante esta ultima duda el grupo se alerto, no tenían armas, a nadie se le había ocurrido que pudieran ser necesarias allí. Como aferrándose a una esperanza tomaron sus pequeñas picas con más fuerza.
Cuando el extraño estuvo a su lado, les alcanzo el hedor que exhalaba, hedor que completaba su estrafalario atuendo de botas de cuero, pantalones de lana, suéter tejido de grueso hilo y sacón de pesado paño…Parecía un ballenero de fines del siglo XIX, o como se los mostraba en las películas.
Por un instante pareció que iba a pasar de largo, como si no los hubiese visto, pero después de alejarse un par de pasos se detuvo, pareció pensarlo, se dio la vuelta y los encaro.
Pipa en mano les preguntó se tenían fuego…asombrados tardaron en responder, hasta que uno saco un encendedor y prendió la llama, que el hombre aprovecho para encender el tabaco.
Con fruición aspiró el humo, dándole una profunda bocanada y expirando una perfecta voluta con una expresión de felicidad pocas veces vista. Luego, con tranquilidad, metió su dedo en la cazoleta para apagarla, después la volvió a meter en su bolsillo y comenzó a irse.
Antes de que lo hiciera le ofrecieron el encendedor, como regalo, pero el lo rechazó con amabilidad, diciendo una sola palabra “metano” mientras hacia un gesto que daba a entender que había peligro allí.
Se dio vuelta y siguió su camino por la playa, dándoles la espalda. De pronto el suelo volvió a temblar, esta vez con mucha fuerza. Todos corrieron a cuidar los instrumentos. Cuando el temblor paso volvieron a mirar. El extraño ya no estaba.
Pero el mensaje era claro, el metano atrapado bajo el permafrost, se estaba liberando a causa de su derretimiento por culpa del calentamiento global.
Extrañados todos volvieron a su trabajo, no podían retrasarse y ya habían perdido mucho tiempo. Por su puesto esa noche, durante la cena, lo sucedido acaparó todas la conversaciones hasta altas horas.
A la mañana siguiente la trasnochada les pasó factura. Cuando por fin salieron de las carpas, como una hora después de lo habitual, se encontraron con buque fondeado al final de la cala, del cual bajaban varios botes con gente. Preocupados salieron a la carrera hacia ellos, gritándoles para que no bajaran a tierra allí. Tenían experimentos en marcha y los podían dañar.
Si los escucharon no les hicieron caso. Sin apenas mirarlos los turistas, ¿Qué otra cosa podían ser? Se dedicaron  a caminar de aquí para allá sacándose “selfies” y pisoteando todo sin consideración alguna.
De pronto una mujer cabo un pequeño hoyo en la floja arena de la playa, que prontamente se inundo con el agua caliente que abundaba en la entrañas del volcán, se sacó la ropa y se metió en él…a tomar un baño termal…eso se había puesto de moda años atrás y estaba estrictamente prohibido, por lo peligroso.
Al ver esto la piel se les erizo, lo que hacia la mujer, que flotaba divertida en el agua, era suicida. Apuraron el paso para llegar hasta el contingente y tratar de advertirlos, pero cuando estuvieron a unos pasos, sin aliento, advirtieron que no les iba a ser fácil hacerse entender, ninguno de ellos sabia chino.
Descorazonados dieron la vuelta alejándose. Fue ahí que el grito les llego, ahogado, como quien grita bajo el agua. Todo el mundo miro hacia donde instantes antes había estado la turista nadando, en su lugar solo se vieron los restos de una gigantesca burbuja de metano que acababa de estallar.


(c) Omar R. La Rosa
24 de Abril 2020
Córdoba - Argentina
@ytusarg


sábado, 18 de abril de 2020

Lampi - Colección Relatos del Fin del Mundo


Lampi
Colección: Relatos del fin del mundo

Un primer copo de nieve cayó sobre el ala de su sombrero, anunciando silenciosamente el reinicio de la nevada.
Llevaba ya dos horas precipitando con intermitencias, y amenazaba hacerlo toda la jornada.
-          Que remedio – se dijo ajustándose el poncho para mitigar en algo el frio y dando animo al zaino para que apure el tranco.  
Tras él los otros tres integrantes de la partida le seguían a corta distancia. Las armas enfundadas en mantas para evitar que se hielen y fallen en caso de ser necesarias.
Al cabo de otras dos horas, cuando debía  ser el mediodía y ya llevaban 4 andando, hicieron un alto para hacer un fuego y tomar unos mates con galleta.
Encendieron la pequeña fogata al reparo de un gran ñire(1) que ayudaba a disipar el humo reduciendo el peligro de ser vistos por los prófugos que perseguían.
Pobres desgraciados, esperaban poder encontrarlos antes que fuera demasiado tarde. No era raro que los infelices, en su vano intento de huir del presidio, se perdieran durante una nevada, e incapaces de seguir adelante o regresar terminaran muertos de frio en algún hueco.
Terminada la pitanza, reconfortados con el mate caliente, siguieron al oeste, esta vez bordeando el canal. La nieve había amainado y el frio se hacia sentir más.
A poco de andar unas figuras se divisaron junto al mar, por precaución desenfundaron las armas, pero no las mostraron, pues podían ser yámanas y era mejor no asustarlos.
Efectivamente, 3 mujeres deambulaban semidesnudas por la playa, mariscando según su costumbre, mientras unos metros más arriba, al pobre reparo de unas rocas, 4 hombres se calentaban al calor de un mísero fuego.
Cuando estuvieron junto a ellos les interrogaron sobre los prófugos que buscaban, pero negaron saber nada de ellos. Resignados les dejaron unas galletas secas, que tanto apreciaban, y siguieron por la playa hacia los montes.
Al pasar junto a las mujeres una miro lascivamente al que llevaba la bolsa de galletas, el soldado, con el acuerdo tácito del sargento, metió la mano en el morral y le dio una, tratando que los hombres, que los observaban desde su reparo, no lo vieran. Sin embargo uno de ellos lo noto e inmediatamente profiriendo un grito se levanto para evitar que las hembras se quedaran con la preciada galleta, pero (2)
estas fueron más rápidas y se engulleron hasta la más pequeña miga antes que el macho llegara.
Por precaución los soldados apuraron el paso, lo que menos necesitaban era una gresca familiar.
- Lampi (negro) - dijo con temor una de las indias mientras se alejaban
- ¿Lampi? – indagó el sargento, pero nadie contestó. No tenía sentido insistir.
Lampi”, la temerosa palabra quedo flotando en el aire como un presagio. Pero ellos estaban allí para encontrar a los prófugos no para prestar atención a las supercherías de una india.
Sin hablar siguieron camino, introduciéndose en el monte, dejando atrás la playa.
La nieve volvió a caer con más fuerza.
Fue una media hora después cuando lo oyeron por primera vez, un grito aterrador que rasgó el silencio como una navaja afilada desgaja la piel.
Automáticamente desfundaron las armas y deteniendo las cabalgaduras prestaron atención. Unos segundos después un par de estampidos llegaron de la misma dirección que el grito. A no dudar, algo malo estaba pasando. Temiendo lo peor espolearon los caballos y se dirigieron hacia el lugar intuido.
Al trote treparon la pequeña cuesta deteniéndose al llegar a la sima, desde allí pudieron observar la tragedia en toda su magnitud, la mancha roja era clara, aunque la copiosa nevada no tardaría en taparla.
El claro era pequeño y no permitía ver mucho más allá del círculo de sangre. Con cautela descendieron hacia él, prestando atención a las cercanas ramas bajo cuya espesura algo podía estar acechándolos.
Uno de los soldados fue el primero en dar la alarma, a la derecha, unos pocos pasos más allá, se veía la punta de un fusil. Con cuidado se desplegaron rodeando el arma, temiendo lo que pudiera estar tras ella…y lo que estaba atrás, aunque no era de temer, asustaba.
La culata y el gatillo seguían firmemente asidos por la mano que los había tomado, pero poco más…el “brazo” terminaba unos palmos más allá, algo por debajo del codo. Del resto del cuerpo ni rastro.
Sea lo que fuera que hubiese pasado había pasado hacia poco, pues el caño del arma aun no estaba congelado.
La nieve seguía cayendo con fuerza y no había forma de seguir rastro alguno, todo era sistemáticamente cubierto por el blanco manto.
Dudaron unos minutos sobre qué hacer, pero no había mucho que pensar. Flemáticamente tomaron el rifle, que se veía operativo y de nada le servía a quien fuera su dueño, como tampoco le servía el resto de brazo, que dejaron a un costado tapándolo con nieve, más por prurito que por utilidad.
La marcha continuo, pero ahora todo el mundo estaba alerta. Por puro instinto siguieron hacia la frontera, en general todos los prófugos trataban de alcanzarla, en la vana ilusión de recuperar la libertad tras ella.
Unas ramas rotas, al ingresar de nuevo al monte unos cincuenta metros más adelante, les dieron un rastro impensado. Prestando atención bajo unas ramas, que hacían cobijo a la nieve, vieron una mancha de sangre aun fresca y decidieron seguirlo. Un poco más adelante, enterrada en el pegajoso barro encontraron una bota.
Era una del presidio, sin dudas su dueño era uno de los prófugos.
¿Qué podía haber pasado para que su dueño la dejara allí? Todos sabían que sin calzado estaban condenados, el pie se congelaba y ya no era posible seguir andando.
Un poco más adelante en otra rama un rastro de tela indicaba que el pobre desdichado había pasado por allí, sin duda huyendo despavorido, porque de otro manera no se explicaba la falta de cuidado al andar.
¿Qué podía asustar así a un preso? Todos eran hombres rudos que precisamente no habían ido a parar al presidio por ser temerosos.
La espesura del bosque no permitía avanzar a caballo, por lo que desmontaron y siguieron a pie, dejando los animales en el pequeño claro con uno de los soldados al cuidado, pues el nerviosismo de los mismos hacia peligroso dejarlos solos.
A duras penas avanzaron entre la hojarasca y las ramas bajas que dificultaban el paso.
Ya habían perdido de vista los caballos cuando un disparo sonó a sus espaldas haciéndolos girar en seco, fue ahí que lo vieron, el pobre hombre, muerto de miedo, acurrucado bajo un tronco caído, con los ojos desorbitados, los miraba con desesperación.
Uno de ellos se quedo junto al desgraciado, mientras los otros dos siguieron a la carrera, si esto fuera posible, en auxilio del compañero de guardia.
Al llegar al claro vieron al soldado parado junto a un caballo muerto. El pobre animal tenía una fea herida en el vientre.
-          Tuve que sacrificarlo – fue el único comentario que hizo el guardia.
-          ¿Qué pasó? –
El paisano se encogió de hombros en universal gesto de ignorancia.
-          No sé sargento, estaba mirando para donde ustedes se habían ido y de pronto este se desplomo despanzurrado – indicando con ambos brazos hacia donde estaba el infortunado jamelgo.
Un frio de helado les corrió por la nuca, y no por causa de la nieve. Con las armas amartilladas formaron un círculo, espalda contra espalda, mirando hacia el bosque.
-          Tenemos que salir de aquí antes que anochezca – alguien dijo lo obvio
-          Vamos por el preso y salgamos de acá –
No tuvieron que andar mucho, el soldado dejado en custodia venia con el recluso acuesta.
-          Este no camina, apenas respira. No sé si nos llega vivo sargento –
-          No sé si nosotros regresamos vivos –
-          ¡Guarde silencio recluta! – ordenó el sargento. Lo peor que les podía pasar era que el miedo los ganara.

Como pudieron acomodaron al preso en uno de los caballos y apuraron el paso alejándose del lugar.
Cuando llegaron a la playa ya era noche. En vano buscaron a los indios con los que se cruzaron a la ida, ya no estaban, solo los desechos abandonados daban noticia de su campamento.
Sobre los rescoldos dejados lograron encender un fuego, que esta vez hicieron tan grande como pudieron, lo que no fue fácil dada la humedad de la leña.
Esa noche nadie pego un ojo, el oído atento en vano, tratando de escuchar cualquier sonido que pudiera llegarles a través de la mortaja nevada.
Al día siguiente ni bien la luz lo permitió, reanudaron el regreso a Ushuaia, donde llegaron casi entrada la noche.
--- o ---
-          ¿Y qué fue lo que pasó? –
-          ¿Cómo saberlo? – respondió el sargento dando una profunda chupada al mate
-          Nosotros no vimos ni escuchamos nada más y el pobre Rufino, si es que vio algo, jamás recupero la cordura. Aun hoy, por piedad alguien le deja una vela encendida cuando cae la noche, porque ni bien nota que está oscuro empieza a llorar que da pena verlo -
-           Hombre tan rudo, preso por matar a dos tipos en duelo… –
-          ¿Dos duelos? –
-          No, se vatio a duelo al mismo tiempo con dos gringos de esos que andan como locos tras el oro y los mato a los dos. No pudo escapar y lo trajeron para acá –
-          ¿Qué habrá visto para volverse tan gallina? –
-          El “Lampi”… - aventuró tímidamente un novato que había estado escuchando la charla.
Todos se miraron y nadie dijo nada. No había nada que decir, nadie sabía.
© Omar R. La Rosa
Córdoba - 29 de Febrero 2020
@ytusarg
Notas:
(2) bibliografía: Tierra del Fuego – Recuerdos e impresiones  de un viaje al extremo austral de la Republica – de Jose Manuel Eizaguirre – ed. Zagier & Urruty – Ushuaia – Tierra del Fuego – Argentina.  <<volver





El estornudo - como pudo haber cambiado la historia.


El estornudo

Una mudanza es siempre un incordio.
Ahí estaba Angustias, parada en la puerta de su oficina. Todo lleno de cajas sin abrir.
Las puertas temporales todas acomodaditas, una tras la otra, numeradas, esperando el momento de ser instaladas.
Todo lleno de tierra.

Plumero en mano se puso a acomodar quitando el polvo

-          ¡Achust¡ -
El inevitable estornudo le llego de improviso haciéndola retroceder, golpeando con fuerza contra una de las puertas del tiempo.
Sin abrir los ojos pudo oír como golpeaban unas contra otras al caer, como en un domino.
Cuando el estruendo ceso se animo a ver
-          Madre mía ¿quién pondrá orden esto? – se angustio viendo el desaguisado que había armado.
En el pasillo había un desparramo de puertas sin número y de números sin puertas
-          ¿Cómo hare para poner el número correcto en cada puerta antes que lleguen las patrullas? – se cuestiono desesperada.

© Omar R. La Rosa
Córdoba – Argentina
29 de Febrero de 2020







miércoles, 1 de abril de 2020

Como todos los días


Como todos los días

Como todos los días, ahí parado estoico frente al mar, el farero cumplía su rito ancestral de mantener viva la llama que evitaba los naufragios.
Como todos los días, aunque ya no hiciera falta, subía los interminables escalones hasta la punta del faro y controlaba que la antorcha funcionara como era debido, que su luz saliera límpida y prístina, manteniendo vivo el recuerdo de los peligros que acechan a quien vive en la oscuridad.
Como todos los días, con infinito amor y paciencia limpiaba la suciedad que se iba acumulando.
Como todos los días, consciente de que poco a poco perdía la batalla contra la corrupción y el olvido, hacia su mejor esfuerzo para que la memoria no se perdiera.
Como todos los días contemplaba como la soledad le ganaba, como sus compañeros se iban yendo y como el enemigo, siempre presente, hacia lo imposible para que no tuviera reemplazos.
Como todos los días pasaba un largo rato apoyado contra la pared del edificio, oteando el horizonte, viendo en su interior los aviones que salían rumbo a las islas, contando los que partían y contando los que volvían, que siempre eran menos.
Como todos los días veía a los soldados embarcando hacia las islas, y como todo los días esperaba ansioso su regreso, no el de los que ya habían vuelto si no el de los que aun permanecían allí.
Como todos los días…manteniendo viva la luz de la memoria, esperando, mientras la llama de la vida se mantuviera encendida en su corazón.

En honor y memoria de los héroes de Malvinas.
Omar R. La Rosa
Córdoba - Argentina
– 2 de Abril de 2020