lunes, 4 de mayo de 2020

Kultru - dos chicos, un abuelo y un gato "especial" todo lo necesario para salvar el mundo


Kultru
 primer premio concurso de ciencia ficción infantil Deus Est Machina abril 2020

            El día, largo y ocupado los había agotado y pasada la cena, el sueño los venció con facilidad.
            El frío de la noche invernal y el tibio abrazo de las sábanas contribuyeron a la confortable sensación de seguridad que envolvía sus sueños.
            A los pies de la cama de Pablo, Moqueño, el gato, se había hecho un ovillo. Matías lo vió peo no se quejó ni protestó, era seguro que entrada la noche, cuando Pablo dormido empezara a patalear, el gato iría a su cama.
            Moqueño(1) estaba con ellos desde muy chiquito, cuando una noche apareció entre las hortensias del patio, sin que nadie supiera muy bien cómo. Desde el comienzo fue un gato muy “particular”, más bien “torpe”, de allí su nombre, al que, aun hoy, pasado el tiempo, seguía haciendo honor.
            En el cielo la luna llena se ocultaba tras un manto de nubes que lentamente lo cubría todo, empujadas por el viento sur, con lo que la noche se tornó desapacible y con olor a nieve.
            En la sala el reloj de péndulo dio las 2 de la mañana y las campanadas resonaron por toda la casa. Moqueño las escuchó en medio de su cuarto sueño, se dio vuelta y se acomodó como para comenzar el quinto cuando escuchó unos golpecitos en la ventana. A desgano abrió un ojo y miró hacia fuera.
Cuando lo hizo casi se muere, así de grande fue el susto que se dio. Cerró los ojos, se los restregó con ambas manos y volvió a mirar, pero nada había cambiado, ahí afuera, del otro lado de la ventana seguía estando la figura de él, el Mensajero.
            No podía ser otro, aunque nunca lo había visto no tenía dudas de ello, sobradas veces había escuchado hablar de él a los otros gatos, en esas noches en que la luna llena inunda con su magia el paisaje y se dan esas largas conversaciones gatunas que tanto inquietan a quienes sufren de insomnio.
            Todos los gatos saben cómo es el Mensajero y, aunque la mayoría de ellos pasa sus nueve vidas sin verlo, ninguno tiene dudas de que existe y que, si uno es visitado por él... que el Dios de los gatos lo guarde.
            Y ahí estaba él, del lado de afuera de la ventana, esperándolo. Sabia que no podía, no debía hacerlo esperar, así que, aunque temeroso, se levantó y saltó por la ventana... que estaba cerrada!!!.
El ruido del golpe y el consiguiente desparramo de gato fueron memorables. Afuera el Mensajero cerró los ojos y se agarró la cabeza. No podía creer que le hubiesen encomendado ir ha buscar a ese “desastre” de gato. ¿Acaso no habría un error? ¿Seria ese, en verdad, el hijo perdido de esos dos grandes que habían sido Micifuz y Micifusa?.
En la pieza Matías se despertó asustado con el ruido, pero cuando lo vio a Moqueño se tranquilizó y le abrió la ventana. Agradecido el gato salió, y, mirando al niño, se alejó siguiendo al Mensajero.
Este avanzó rápidamente por el tejado seguido de cerca por Moqueño, hasta llegar al borde que el Mensajero saltó, como buen gato, sin ninguna dificultad.
No podríamos decir lo mismo de Moqueño, en toda su vida jamás había logrado aquel salto, varias veces lo había intentado y siempre había quedado corto, por lo que prefería el camino más largo que lo llevaba por el patio, ya que, aunque tenia que pasar muy cerca del lugar donde solía dormir Perroter, el perro guardián de la casa, para él era mucho más seguro.
Sin embargo, era una vergüenza hacer ese recorrido con el Mensajero mirando, así que tragó saliva, tomó coraje, carrera..., y se lanzó al vacío con todas las fuerzas que tenia, apretando las mandíbulas dispuesto a soportar el seguro golpe que vendría.
Mas no pasó eso, contra lo que creía se despegó del tejado y limpiamente comenzó a cruzar el aire, volando como un pájaro.
Allí, abajo, Perroter alzó la vista y ahogó un ladrido de asombro. No podía creer lo que veía, arriba, sobre su cabeza, se deslizaba grácilmente la figura de Moqueño. ¿Moqueño?, no lo podía creer, ¿Desde cuándo ese gato saltaba así?. Pero era cierto, ahí estaba, primero las manos, luego la nariz, orejas, panza y cola, pasaron sobre él, extendidas cuan largo eran salvaron el espacio existente entre el tejado y la pared del vecino.... pero no se posaron sobre el techo, como debía ser, si no que siguieron, hasta que se perdieron de vista.
Las orejas de Perroter se pararon alertas, tratando de escuchar el final del salto...lo que llegó unos instantes después, cuando el inequívoco ruido de un cuerpo estrellándose contra la enredadera confirmó el fin de la hazaña gatuna.
En fin, todo seguía igual, se dijo a sí mismo el perro. Resignado dio la consabida vuelta, se acostó y cerró los ojos dispuesto a continuar el sueño interrumpido.
Mientras tanto, desde lo alto, desde las pesadas nubes, un pequeño copo de nieve inició su lento descenso, seguido por miles de otras pequeñas imitaciones de paracaidistas, cual silencioso ejercito invasor.
(1)   Nota: cuando alguien hace alguna torpeza, en buen “cordobés”, se suele decir que “se echa un moco”, cuando esto se reitera el individuo en cuestión es un “moquero”, Moqueño es una distorsión de este término)<<volver

A la mañana siguiente, cuando despertaron, los chicos no podían creer lo que veían, sobre el patio, contrastando contra el plomizo cielo, se destacaban los montículos de nieve acumulados lenta y pacientemente durante la noche.
Aquello era completamente desusado en la ciudad. Podía ser que, durante el invierno, nevara algo en la sierras, todos los años lo hacia, entonces, sobre todo si era en fin de semana, podía ser que toda la familia hiciera una excursión y mientras papá y mamá tomaban mate en la camioneta ellos jugaban en la nieve, pero en la ciudad nunca había pasado, por lo menos ellos no recordaban haber visto nevar en toda sus vidas. Por su puesto eso no era mucho tiempo, pero cuando bajaron encontraron a mamá mirando por la ventana y se enteraron que ella tampoco recordaba haber visto nevar allí, y eso si ya era mucho tiempo.
Luego de insistir mucho y abrigarse bien mamá los dejo salir a jugar un ratito antes de ir a la escuela.
En el colegio la nieve era el comentario de todos los chicos, de las maestras, las porteras, los transportistas escolares, la radio, va de todo el mundo, sobre todo porque no dejaba de nevar. En las ventanas se habían formado pequeños montículos y sobre las ramas de los árboles comenzaban a formarse largas plumas blancas.
El cielo estuvo gris toda la mañana, y para la hora de la salida en algunos lugares la nieve se había acumulado tanto que empezaba a causar problemas, sobre todo por que la ciudad no estaba preparada para este clima.
Cuando llegaron a casa se encontraron a la mamá, la abuela y el abuelo tomando mate y viendo el informe del tiempo en la T.V. Un grupo de meteorólogos, frente a planos de radar y fotos satelitales trataban de explicar el inusual fenómeno que no solo no amainaba si no que daba la impresión de querer continuar.
Unos decían que era fruto del calentamiento global, que se caracterizaba por la brusquedad de los cambios climáticos, con veranos cada ves más cálidos e inviernos cada vez más cortos y fríos, otros decían que tan solo se trataba de una corriente de aire polar muy fuerte que había chocado contra una masa de aire húmedo de origen subtropical que estaba estacionada más al oeste que de costumbre y que..... 
Los chicos se aburrieron de escuchar tantas explicaciones, así que tomaron rápidamente la leche y se fueron a jugar con los otros niños del barrio, a los que era imposible mantener en sus casas, a pesar de los regaños de las madres.
A la hora de la cena la nevada continuaba, y ya comenzaba a causar preocupación en la gente, se hablaba de que en algunos barrios humildes varios techos se habían desplomado por el excesivo peso acumulado, debiendo evacuarse a sus ocupantes. El viento sur, que seguía soplando insistentemente había hecho bajar la temperatura y se estimaba que descendería varios grados por debajo del cero durante el transcurso de la noche. En las calles el hielo acumulado y la impericia de los conductores había causado varios accidentes, alguno de ellos de gravedad y el alto consumo eléctrico había producido apagones en varios lados.
En casa los abuelos se iban a quedar a dormir porque mamá no quería quedarse sola ya que papá no podía regresar porque los caminos de montaña habían sido cerrados antes de que él pudiera salir.
Después de comer mamá dejó entrar al perro al lavadero, para que no pasara frío y para que cuidara mejor la casa y los chicos empezaron a preocuparse por que no encontraban al gato por ningún lado.
-        Bueno,- decía la abuela - ya aparecerá, los gatos son así, por ahí desaparecen y nadie sabe donde están por dos o tres días. Pero después vuelven.- queriendo tranquilizarlos.
-        Pero hace mucho frío – se quejó Matías.
-        No te preocupes cariño, seguro que esta bien – lo consoló mamá.
-        ¿Qué pasa? –  preguntó el abuelo, apartando la vista de la televisión, dándose por enterado de la charla.
-        Nada abuelo, que no aparece el Moqueño por ningún lado y los chicos se preocupan por él –
-        ¿El gato gris no está? – volvió a preguntar el abuelo con tono de preocupación.
-        No papá, nadie lo ha visto desde anoche en que Matías le abrió la ventana para que saliera-
-        Así que ese gato ha desaparecido justo cuando en la ciudad esta cayendo la nevada más grande que se conozca, en tiempo de luna llena.....hummm.. – comentó el abuelo, sin terminar la frase, absorto en algún pensamiento que se le había ocurrido mientras se encaminaba a la pieza de los chicos y se sentaba frente a la computadora.
Todos miraron a la abuela para que les explicara que bicho había picado al abuelo, pero esta no supo que decir y tan solo comentó.
  Que se yo, a veces tiene unas salidas raras..- se excusó mientras encogía de hombros.
-        ¡Kultru! – se escuchó decir de pronto al abuelo y todos salieron corriendo a ver que podía ser eso.

            Luego de bajar del techo los dos gatos corrieron a través de un callejón oscuro y torcieron en una esquina que Moqueño no recordaba haber visto con anterioridad aunque, a medida que se introducían en el nuevo camino, sentía que avanzaba por senderos familiares.
            El Mensajero iba adelante conduciéndose con gran seguridad, saltando ágilmente de una piedra a una rama, de una rama al sendero, y así. Moqueño lo seguía como mejor podía.
            De a poco el paisaje fue cambiando, lo primero notable fue que la noche se hizo más oscura, y no por falta de estrellas, si no de lámparas. De pronto habían desaparecido todos los faroles, el terreno se torno más llano y el aire se puso más húmedo y cálido. En el cielo la luna apareció entre las nubes y a lo lejos un perro aulló como si se tratara de un lobo.
            Caminaron y caminaron durante un espacio de tiempo que a Moqueño le pareció una eternidad, subieron y bajaron de árboles que él no había visto nunca, con grandes hojas y altísimas copas, cruzaron dos o tres arroyos y un río, este ultimo por un árbol caído que tenia sus raíces en una orilla y su copa en la otra. Contra el fondo, que ahora se antojaba selvático, infinidad de luciérnagas danzaban al compás de la brisa nocturna y, como música de fondo, en los lejanos charcos se oía el croar de las ranas.
Durante todo ese tiempo Moqueño no fue capaz de juntar valor para interrogar al Mensajero sobre su misión. Una gran inquietud lo embargaba, haciéndole buscar ansiosamente una salida a esa tensa situación.
            Esto y el cálido clima hicieron despertar el espíritu cazador de Moqueño que comenzó a apurar el paso, achatar las orejas y sentir un irrefrenable impulso de tomar una presa de las muchas que se adivinaban en la oscuridad de la espesura, tanto lo acicateo este instinto que, sin dudar ni consultar se lanzó al ataque, pasando veloz junto al Mensajero e internándose entre unos pajonales a la caza de lo que parecían un par de luciérnagas....
            El Mensajero lo vio desaparecer entre los matorrales, sin inmutarse, continuando su paso vivo sin prestar atención a las excentricidades de su peculiar compañero.
            Unos segundos después se escuchó un portentoso gruñido, como de león, y al paso apareció Moqueño junto al Mensajero, extrañamente blanco y con el corazón palpitándole tan fuertemente que parecía salírsele por la boca, mientras las dos supuestas luciérnagas lo seguían mirando desde la oscura protección del bosque.
            El Mensajero continuó adelante sin decir nada, y por su puesto, Moqueño lo siguió, hasta que se detuvo frente a una puerta en una casa baja, que más bien parecía una choza y sin decir palabra le indicó que entrara. Obediente, Moqueño así lo hizo.
            Afuera el Mensajero dio media vuelta y se fue, quien sabe a donde, con la cabeza baja y una cara de indudable preocupación.
            Adentro el ambiente era oscuro, pero no tanto como para que un gato no pudiera ver, la habitación, sencilla, tenía una gruesa alfombra en el centro, una chimenea encendida en una pared con un caldero sobre el fuego, una mesa, dos sillas, un taburete y sobre él una canasta dentro de la cual había una vieja gata que lo miraba fijamente.
-        ¿Tú eres Kultru, el matador de Tru?- le preguntó sin más.
Moqueño miró para todos lados, para confirmar a quien se dirigía la señora, y luego de comprobar que no había más nadie allí, trago saliva, pues se le había hecho un nudo en la garganta y preguntó.
 - ¿Kultru matador de qué? -
Desde el patio llego el gruñido de un perro y el viento pareció traer el sonido de una lejana y fantasmal carcajada que les heló la sangre.
-        Mi Dios, ya ha empezado – dijo la gata – Vamos, no hay tiempo que perder y aún tienes mucho que aprender –
De un salto, inesperado en una “señora” de tantos años, la gata bajo de su canasta y empujando a Moqueño lo llevó hacia una puerta que daba a lo que parecía ser la entrada a un sótano.


-        ¿Kultru? - Preguntaron todos.
-        Kultru, - aclaró el abuelo, mientras indicaba la imagen de un viejo documento que aparecía en la pantalla de la computadora -  ven la copia de este viejo libro, aquí se habla de la vieja leyenda del Kultru, por supuesto, como toda leyenda nadie sabe cuánto tiene de verdad.-
Como todos permanecieron callados, el abuelo continuó contando la historia.
-        Dicen los viejos – e hizo un silencio, mirando seriamente a Matias y Pablo que se reían. Cuando se calmaron continuó.
-        Dicen los viejos que hace muchos años atrás, cuando el cometa Halley apareció en el cielo –
-        ¿Un cometa? ¿Qué? – Preguntó Pablo intrigado.
-        Un cometa, un objeto espacial que da vueltas en torno al sol en órbitas muy excéntricas que lo llevan hasta más allá de la nube de Oort(2) … -
-        ¿Nube de Oort? ¿qué es eso? –
-        ¿No saben eso? ¿Pero que les enseñan en la escuela ahora? – se quejó el abuelo ante la falta de conocimientos infantiles.
-        ¡Papá! – le retó la madre de los chicos.
-        Bueno, está bien. La nube de Oort es el lugar en los limites exteriores del sistema solar donde se encuentran la mayoría de los cometas que giran alrededor del sol…y se supone que es el lugar en que viven los Tru…- esto último lo dijo bajando la voz, con un acento muy misterioso.
-        ¿Los Tru? ¿Qué es eso abuelo? – se animó a preguntar Matias, como correspondía a un hermano mayor.
-        Los Tru son unos seres misteriosos parecidos a esferas brillantes que, cuando pueden escapan de su confinamiento y atacan cualquier planeta que se les cruce –
-        ¡Papá! ¡que los chicos después sueñan! –
-        Como quieras, pero es la verdad. Ya don Percival Lowe (3), los había visto, cuando enfocó su telescopio a Marte por primera vez –
-        ¿Y por qué no dijo nada? –
-        Si, si dijo, pero la gente se fijo más en sus canales que en unos bichos raros que nadie más vio –
-        ¿Y qué pasa cuando viene Tru? – se animó a preguntar Pablo.




Mientras en el lejano y oscuro sótano Moqueño empezaba su extraño entrenamiento.
A pesar de que la falta de visión no era una de sus cualidades, le costó un buen rato acostumbrase a la penumbra. Durante el tiempo que sus ojos tardaron en adaptarse varias veces sintió, divertido, unas cosas como vientos que le tocaban los bigotes, al punto tal de hacerlo estornudar.
El Mensajero, escondido en la cima de un armario, perdido en la oscuridad, no podía creer lo que veía, la mayoría de los gatos huían despavoridos en una situación así, donde no podían ver a quien los tocaba, pero ¡Moqueño se reía!.
            De apoco recuperó la visión, y pudo advertir que, delante de él, había como “arañas” que colgaban del techo balanceándose en delgados hilos adheridos al techo. Torpemente se aproximó a la más cercana y extendiendo la mano derecha la tocó. La “araña” se defendió con una descarga eléctrica que hubiese hecho retirar rápidamente la mano de cualquier otro gato, pero Moqueño no era cualquier otro gato. En un acto reflejo cerró la zarpa y atrapó la “araña” que, asustada, volvió a generar otra descarga eléctrica, aunque menos fuerte, pues tenía descargadas sus baterías por la descarga anterior.
Molesto el gato sacudió la mano tratando de quitarse el bicho de encima, pero como tenia la zarpa cerrada no lo logró, lo que hizo que se molestara más y sacudiera todo el cuerpo, enredándose con el hilo de la “araña” de la derecha, que le propino otra descarga que hizo que el gato volviera a saltar, cayendo contra otra araña que en la que también se enredo…Al final de varios saltos no quedaba ya ninguna araña en pie, ante la asombrada mirada de la instructora y el Mensajero.
-          ¿Cómo lo ha hecho?. ¡Las destruyo todas al primer intento! – comentaron asombrados entre ellos.
-          Pasemos a la siguiente etapa – aceptó la vieja gata, indicándole a Moqueño que la siga, cosa que él hizo a los tumbos mientras se desenredaba de los hilos de las arañas.
Al cruzar la puerta se encontraron ante el próximo desafío.
-          Aquí tienes que salvar este obstáculo para obtener…- empezó a explicar la vieja sin poder terminar porque Moqueño ya estaba en acción.
Efectivamente, el gato, que venía tras la gata muy concentrado en limpiarse los restos de las arañas no vio hasta último momento que esta se había detenido para explicarle el próximo paso. Para poder esquivarla hizo un brusco movimiento a izquierda, sobre el borde el precipicio que allí comenzaba.
Sin punto de apoyo comenzó a caer, apenas sostenido por los restos de los hilos de araña que aun no había logrado quitar de su cuerpo. Esto hizo que, en vez de estrellarse contra el suelo se balanceara con tanta fuerza que el hilo al final se rompió, permitiendo que Moqueño saliera despedido hacia adelante, alcanzado el borde de enfrente.
Al llegar, en un acto reflejo propio de todos los gatos, se impulsó con las patas delanteras, calzó las traseras y saltó, con tan mala suerte que, contrariamente a lo deseado, el salto lo impulsó hacia atrás, golpeando contra un botón que sobresalía de la pared, activando un mecanismo que puso en movimiento varias ruedas y engranajes liberando una trampa de la que cayó un botellón que, en su desesperación por la nueva caída, el gato manoteo empujándolo fuertemente contra la mesa de enfrente.
Por simple aplicación de la tercera ley de Newton (4), esa que dice que a toda acción corresponde una reacción igual y contraria, el gato cambió su trayectoria desplazándose en sentido contrario al que traía, yendo a caer parado unos pasos más atrás, ante la mirada azorada de la instructora que, con la boca abierta por el asombro, contemplaba como el botellón oscilaba hasta terminar de caer vertiendo todo su contenido en el plato…donde se esperaba que fuera vertido. Y todo sin necesidad de explicárselo al gato.
¡Este animal era un verdadero portento! ¡Qué agilidad! ¡Qué reflejos! ¡Cuánta precisión! Sin duda era él “Kultru”, digno hijo de Micifuz y Micifusa.




Y así, mientras Moqueño seguía su entrenamiento, ante el asombro de su instructora, en La Tierra los Tru comenzaban a actuar.
Nadie los veía, tal como dijera el abuelo, pero ellos estaban ahí, se los sentía en el cada vez más frío aire. En la casa, poco preparada para esas temperaturas tan propias de latitudes mucho más altas, el calefactor apenas alcanzaba a caldear el ambiente.
A los chicos les causaba gracia ver las volutas de vapor que se formaban frente a sus bocas cuando hablaban, pero la abuela, friolenta como la mamá, no compartía la alegría.
En tanto el abuelo, encerrado en el taller de papá desde la mañana, no daba señales de vida.
-          ¿Le pasara algo? – preguntó preocupada la mamá, mientras daba vueltas a la polenta que estaba cocinando, para que no se pegue en el fondo de la olla.
-          ¿Podemos ir a ver mamá? –
-          Bueno, pero no molesten, y vengan rápido que el almuerzo ya casi está –

Con cuidado abrieron la puerta del taller, algo hinchada por la humedad.
El sólo entrar allí era una aventura, por lo general no podían estar ahí sin la presencia del papá. “Que hay muchas cosas peligrosas” decía él, aunque no había cosa que le gustara más que que los chicos lo fueran a visitar a su taller. De hecho aprovechaba esas oportunidades para enseñarles a usar alguno de los equipos que tanto atesoraba.
En silencio, para no molestar, caminaron hacia donde se adivinaba el abuelo, en la silla de espaldas a la puerta.
Pero allí no había nadie. Asombrados vieron la campera y los pantalones, como si estuvieran con alguien dentro, pero sin nadie, frente a un aparato raro conectado a varios instrumentos.
-          El osciloscopio esta prendido – se pavoneó Matias al reconocer el instrumento que, en su pantalla mostraba unas hermosas elipses entrelazándose entre ellas, más adelante, cuando creciera se enteraría que eran curvas de Lissajous (5), pero aun no, lo que no importaba porque Pablo, más chico que él, ni siquiera sabía que ese instrumento era un osciloscopio.
-          ¿Dónde estará el abuelo? – preguntó este, agachándose y espiando bajo el banco, como si el viejo pudiera estar allí.
-          ¡Abuelo! – llamaron al unísono mientras iban a buscarlo a distintos lugares del taller, que tampoco era tan grande para que tuviera muchos lugares donde esconderse.
-          ¿¡Qué les pasa!?¿por qué gritan? – les reconvino el abuelo, desde la silla sentado frente al osciloscopio.
Los chicos giraron a la vez, como si fueran uno solo, y se quedaron con la boca abierta, pasmados, mirando al abuelo ahí mismo, donde hacia unos instantes no había nadie.
-          ¿Qué les pasa? ¿Qué me miran así?, ni que estuvieran viendo un fantasma –
-          Guau, ¿Cómo hiciste eso abuelo? –
-          ¿Cómo hice qué? – preguntó este intrigado, para luego, descartando la duda continuar.
-          Bah, no importa, después me cuentan, ahora llegan justo para darme una mano –


Lejos, muy lejos de ahí Moqueño terminaba su entrenamiento e iniciaba el regreso.

Siguiendo las indicaciones del abuelo Matias y Pablo se ubicaron a los lados del extraño objeto al que estaba conectado el osciloscopio y tomaron sendos pulsadores.
-          ¿Qué es esto abu? – preguntó Matias.
-          Un contenedor –
-          ¿Y que contiene? – indagó Matias.
-          Pirolita –
-          Piro ¿Qué? ¿Qué es eso? –
-          Pirolita, un mineral rarísimo con unas propiedades muy particulares –
-          ¿Y qué hace? –
-          Bueno, eso no es muy fácil de explicar, pero, digamos que vibra en distintas frecuencias –
-          ¿Fecurensias?¿Qué es eso abu? – preguntó Pablo
-          Frecuencias che, frecuencias (6), la cantidad de veces que una cosa se mueve por minuto, como cuando Perroter se rasca la pulgas – aclaró Matias.
-          ¿Qué? –
-          Claro abuelo, yo conté las veces que el perro mueve la pata en un minuto. Lo hace como 10 veces. – explicó Matias, que sabia bastante del tema – eso quiere decir que se rasca a con una frecuencia de 10 veces por minuto – explicó doctoralmente.
El abuelo no pudo menos que reír pensando que el nieto pintaba para ingeniero o algo así.
-          Bueno, como les digo, este material vibra de manera particular, anulando o potenciando la vibraciones propias de otros cuerpos. Así, si vibra a la misma frecuencia pero completamente opuesta a la de otra cosa, la anula, haciéndola desaparecer… -
-          Ah, por eso no te vimos recién – arriesgó Pablo, dejando pasmados a todos.
-          ¿Eh? Jajaja, sí, sí Pablo seguro que fue por eso. Pero bueno, eso no es lo importante, lo importante es que cuando oscila exactamente igual que el otro cuerpo lo potencia, a eso se lo llama entrar en resonancia – Por su puesto nadie entendió nada, pero los dos asintieron.
-          Bueno, ¿ven la figura de la pantalla? – los dos dijeron que si con la cabeza.
-          Van a tirar suavemente de los comandos que tienen hasta que logremos que se transforme en un círculo –
-          ¿Y qué pasará entonces? –
-          Las dos frecuencias estarán en resonancia y la trampa estará armada –
-          ¿Trampa para los Tru? –
-          Sí –
-          ¡Genial! – contestaron los dos a coro.



Un gran silencio se hizo en el taller, mientras se sintonizaba la trampa, por alguna razón que nadie se molestó en explicar, las luces disminuyeron hasta casi desaparecer…mientras la figura de Lissajous se redondeaba.
Cuando la circunferencia de la curva fue casi perfecta apareció a la vista el primer hilo. Su brillo iridiscente resaltó en la penumbra, marcando una imperceptible línea desde el techo hasta…una pequeña esfera de color entre rosado y morado cuyo brillo aumentaba y descendía al ritmo del giro de la imagen del osciloscopio…como si se estuviera sincronizando con ella.
-          Mirá abuelo – dijo Pablo con un grito ahogado.
-          Shhh, - chistó el abuelo poniéndose un dedo sobre la boca.
-          Están llegando –
-          ¿Quiénes? –
-          Los Tru –
Efectivamente, de a poco fueron apareciendo otras “pelotitas” colgadas de sus respectivos hilos, buscando la pantalla del osciloscopio y empezando a variar su brillo al compás de los giros de la figura del monitor.
-          ¿Qué vamos a hacer abuelo? – pregunto Matias mientras trataba de mantener firme el comando que le había dado el abuelo.
-          Cuando estén todos aquí soltamos los comandos y los atrapamos a todos –
-          Abu – gimió Pablo.
Los Tru más cercanos a él parecieron oírlo, porque giraron lentamente sobre sus hilos, como si lo miraran, al tiempo que se “desincronizaban” alterando las variaciones de sus brillos.
-          Shsss – volvió a pedir silencio el abuelo – es muy importante no distraerlos. –
-          Pero abuuuu – se volvió a quejar Pablo casi al borde del llanto.
-          Me duelen las manos – y las abrió, soltando de golpe el control que tenia.
Lo que sucedió a continuación fue terrible.
La figura del osciloscopio se liberó, dejando de ser un círculo casi perfecto para transformarse en un 8 que se retorcía sobre sí mismo y los Tru se “desconectaron” violentamente, saltando de un lado para otro, rebotando contra las paredes, columpiándose alocadamente como hamacas movidas por un huracán, golpeando y rompiendo todo lo que chocaban mientras se iluminaban y apagaban con tanta fuerza que tanto dejaban todo a oscuras como encandilaban con sus brillos.
-          ¡Qué hacemos ahora abuelo! –
-          ¡Bajo la mesa! – ordenó el anciano mientras, tomando a los chicos, se metía bajo el banco de trabajo para evitar que algún “Tru” los golpeara.
En el taller la “tormenta” desatada se ponía cada vez peor.
-          ¿Qué va a pasar abu? –
-          No se Mati, esperemos se calme pronto y que no salgan de acá –
-          ¿Por? –
-          Imagínate este mismo lío en toda la ciudad –
-          Uhhh –
-          Eh, ¿Qué haces? – gritó de pronto Matias, mirando a Pablo, que, saliendo de debajo de la mesa se dirigía a la ventana.
-          No, no abras. ¡que no se escape ninguno! – gritó el abuelo desesperado.
Pero Pablo ya había abierto.
De pronto los Tru parecieron notar que la ventana se había abierto, como respondiendo a una orden que solo ellos escuchaban, dejaron de moverse y se orientaron hacia el lugar por donde entraba el aire fresco.
Por un instante la escena pareció congelarse, como en una foto.
Bajo la mesa el abuelo y Matias, con cara de desesperación, contemplando impotentes la escena. Colgando de sus hilos los Tru, todos quietos, sin variar su brillo, mirando hacia la ventana. Y a un costado de la ventana abierta, Pablo, aun agarrándola, y, en ella….Moqueño, observando todo.
Nota.: Lo que sigue en a continuación en este relato pasó en una fracción de segundo, pero lo relatáremos en cámara lenta, para que los hechos se puedan ver adecuadamente.
Bastó una simple mirada para que el gato fijara su atención en el Tru más cercano. Veloz “como un gato” le tiró un zarpazo para agarrarlo, pero este se balanceó levemente esquivándolo y haciéndole perder el equilibrio.
Moqueño empezó a caer despatarradamente hacia el interior del taller, estirando patas y manos, tratando de agarrarse de cualquier cosa que le permitiera evitar el golpe que sin duda se daría.
Fue así que manoteo al siguiente Tru, que distraído contemplando lo que hacía su compañero, no vio venir al gato y no logró evitarlo.
El Tru alcanzado se movió asustado, arrastrando consigo al gato, que se le había enganchado. En su vuelo Moqueño chocó contra un segundo Tru, cercano al anterior, el que a su vez también se movió, presa del pánico, llevando consigo al gato y al otro Tru, moviéndose todos hacia arriba y adentro, donde la cantidad de Tru era mayor….
Ufff, resumiendo, de un momento para otro la situación se volvió espeluznante. En un amasijo imposible de describir gato y “Trus” revotaban con otros Tru, enredándose a todos hasta formar una madeja que colgaba del único y último hilo que, al final, no soportó todo el peso y se rompió, dejando caer a todos…sobre la caja de la trampa.
Allí los Tru, asustados, liberaron parte de su energía en forma de una descarga eléctrica que hizo saltar al gato hacia arriba.
Siguiendo una gran parábola, Moqueño voló por sobre la trampa hasta llegar a la mesa donde estaban los controles de la misma, cayendo sobre ellos, activándola.


-          Mira nena, está saliendo el sol – comentó emocionada la abuela, parada en la puerta de la cocina.
-          ¡Por fin dejo de nevar! – acordó la mamá, junto a la abuela, secándose las manos con el delantal.
-          ¿Dónde estarán los chicos y el abuelo que no vienen? – se preguntó preocupada.
-          Mejor los voy a buscar – dijo al tiempo que, feliz, mirando al cielo que se despejaba, se encaminó al taller.
Al llegar ahí tuvo que hacer un poco de fuerza para abrir la puerta, que se encontraba levemente obstruida por algunas cosas caídas en el pisó.
-          ¿Qué pasó aquí? – preguntó desconcertada mientras contemplaba el revuelto interior del taller.
-          Nnnada ma – balbuceó Pablo mientras, la miraba sonriente levantando al gato hacia ella.
-          Es que Moqueño acaba de salvar al mundo – aclaro orgulloso del animal.
-          El gato salvó al mundo, como no – rezongó, sin prestar atención a la afirmación del más pequeño.
-          Vamos, vamos a comer que la polenta se enfría. Y después acomodan todo antes de que llegue el papá y se enoje – advirtió enfadada.
Después, mirando al abuelo.
-          Papá, no te puedo dejar solo – le reconvino.
-          Es que, pasó todo muy rápido – se disculpo este.
-          Si claro – le miró con seriedad.

A gran distancia de allí la vieja gata y el Mensajero también vieron salir el sol.
-          Al final lo ha logrado, ese tonto gato ha salvado al mundo –
-          Así parece, al menos por ahora –
-          Y tú que no le tenias fe –
-          ¿Yo? Pero si es hijo de Micifuz y Miciifuza… -



Y ambos rieron recostados enroscándose al sol.

© Omar R. La Rosa
Córdoba – Argentina
16 de Abril de 2020
Año de la cuarentena






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