sábado, 21 de mayo de 2022

Gajes, toda profesión los tiene.

 Una tiene su trabajo, como cualquier otra, y, como a cualquier otra a una también le pasan cosas “raras” inexplicables. Gajes del oficio que le dicen.

A mí me pasó hace uno días, uno de esos días en que no estás con todas las ganas, pero hay que trabajar igual y los clientes no tienen la culpa. Ellos pagan lo que cuesta y es justo que reciban por lo que pagan, para eso se es profesional ¿no?.

Pero ese día en verdad no tenía ganas de trabajar. En mi interior rezaba, aunque digo que soy atea, para que no venga nadie. Me dolería volver a casa sin un peso, pero, si los clientes no vienen…no sería por mi culpa.

Pero los clientes si vienen, eso tiene este trabajo, la demanda parece inagotable. Siempre hay quien nos requiere.

Lo primero que me llamo la atención fue la forma en que el cliente se presento, apenas un par de golpecitos en la puerta, como con vergüenza, y el tiempo que quedo en espera. ¡Porque se quedo esperando hasta que le dije que pasara! Eso solo ya me puso sobre alerta, el tipo era raro.

Su aspecto era decepcionante, nada especial, más bien un pobre tipo. No siempre es así, hay veces en que los clientes bien podrían ser la mercancía y en esos casos el trabajo hasta parece premio, pero con este iba a ser un verdadero trabajo.

En fin a lo mío, lo haría tan profesional como sabia, en poco tiempo estaría listo y ya.

Me le acerque con paso felino, para desvestirlo, pero el tipo no me dejo, se aparto antes de que lo tocara. Esto me puso más nerviosa. A punto estuve de dar la alarma, no lo hice no sé por qué.

Quizás sea porque llegue a ver sus ojos, bajo el sobrero que aun no se había quitado. No recuerdo haber visto tanta pena y cansancio como en esos ojos, y eso que he visto más ojos de los que hubiera deseado.

Ahí nos quedamos los dos, parados, uno frente al otro, yo desnuda, dispuesta al trabajo, el aun sin desvestirse.

Entonces extendió sus brazos hacia mí, en un intento de abrazarme. Instintivamente hice un paso atrás, pero luego me arrepentí y fui hacia él. Lo bueno del lugar donde trabajo es la seguridad, un simple grito y dos “ángeles de la guardia” aparecerían para defenderme si fuera necesario.

Pero no hizo falta.

-          He pagado por toda la noche – me dijo avergonzado al tiempo que me llevaba a la cama con él.

Zas, pensé, un pesado. Resignada me recosté junto a él, sin dejar de abrazarlo…entonces él se acomodo sobre mi pecho, me dio un pequeño beso y…nada más, ¡se durmió en mis brazos!

Así, sin más, y no me ofendió para nada (que un cliente se te duerma no hace bien a tu reputación), y es que era tanta la ternura que brotaba de aquel hombre vestido, acostado a mi lado, durmiendo sobre mi pecho como una criatura…


Pase un largo rato sin saber qué hacer, tan solo atine a quitarle el sombrero y acariciar su cabeza, como se acaricia a un niño…una sonrisa afloro en sus labios y…en mi corazón.

Debo haberme quedado dormida yo también, porque de pronto me desperté sobresaltada, al notar que la cama estaba vacía y la luz del amanecer filtraba por la ventana.

Extrañada me incorpore y en vano lo busque por la habitación. Lo único que quedaba de aquel hombre era su recuerdo y una flor de papel, primorosamente plegada, en el lugar de la cama que había ocupado.

Gajes del oficio, ya lo dije, nunca me había pasado algo así.

Sulpicia (la menor)

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