En la orilla
- ¿Todo bien Señor? –
- Sí, de maravillas, gracias – sonrió el turista, tomando la bebida y ofreciendo una moneda al camarero.
- ¿Para el viaje? – preguntó este con sorna.
- Jajaja, ni que lo necesitara – carcajeó él, sentándose en la reposera.
- Me imagino – aceptó divertido el camarero – Se lo ve de buen humor señor, si me permite que se lo diga –
- Seguro que sí, ¿cómo no estarlo? – rio el aludido, mientras incorporándose le ponía amistosamente la mano sobre el hombro – mira, mira como esta – dijo indicando hacia la orilla del rio, donde un hombre de aspecto desgarbado caminaba con paso cansino.
- Sí, es raro verlo así, casi tanto como verlo a usted descansando –
- No, no, no te confundas, no estoy descansando, solo que el negocio va mejor de lo habitual y me puedo tomar algún que otro respiro…junto a alguna de las chicas – y guiño un ojo, pícaro.
- ¿Me lo puede explicar? Si me disculpa, la gente que viene por aquí sigue siendo más o menos la misma, con el crecimiento correspondiente al aumento de la población. –
- Estas viendo cantidad, no calidad – le aclaró el otro – por eso yo soy el jefe y tu solo un barquero –
Contrariamente a lo esperable, el “barquero” lejos de ofenderse se sintió alagado. No todos los días se podía conversar de tú a tú con un jefe. Pues, si bien él no tenía un jefe, éste lo era de muchos.
- Mira – continuó explicando – ¿ves todos esos que están del otro lado del Estigia esperando pasar? ¿Ves sus caras? ¿Qué ves? –
No había mucho que decir. Él llevaba eones transportando almas de “aquel lado” a “este lado”.
Estaba acostumbrado a ver todo tipo de expresiones, desde odio hasta resignación. Desde gestos decididos hasta pánico sin medida, o incluso alegría, pero ahora veía algo nuevo…como esos engendros muertos antes de tener vida.
- ¿Qué me dices? ¡niños muertos antes de nacer! ¡Y matados por sus propias madres! – se felicitó – y ahí, ves, esos son humanos que podrían haber vivido algo más, pero los he convencido de que “¿para qué sufrir? Matate y ya, es tu derecho” – y estalló en una sonora carcajada, henchido de orgullo.
- No sabes las horas que llevo invertidas en convencer a todos que el flaco ese no existe, que es todo mentira – se quejo mirando de reojo al tipo que caminaba por la rivera.
De un trago se consumió toda la bebida y devolvió el vaso.
- Bueno, te dejo, ahí llegan las nuevas – se disculpó indicando hacia el lugar donde acababa de aparecer un grupo de jóvenes parcas – tengo una nueva línea de negocios que me hará ampliar la facturación y necesito personal nuevo –
Mientras que lo veía retirarse no pudo menos que aceptar la maquiavélica simpleza de la maniobra del tipo. Hacer que las victimas vean su desgracia como un derecho y a sus victimarios como los defensores de esos derechos.
¡Sencillamente genial!
En fin, nada de eso era asunto de él.
Parsimoniosamente repaso la mesa, junto los restos y volvió a la barra.
De caminó paso al lado del pobre flaco, que caminaba mansamente por la orilla.
- No te preocupa todo lo que pasa –
Como toda respuesta el aludido le miro con una suave sonrisa en los ojos, mientras tendía la mano a un par de recién llegados.
Uno la tomo agradecido, el otro se la negó dándole vuelta la cara.
- No pasara nada que no tenga que pasar – susurró mansamente.
No, no le preocupaba para nada. Sin dudas estaba seguro de lo que sucedía.
- En fin – se dijo a si mismo
Era el hijo del manda más, y, hasta donde él sabía, el único que había vuelto a la otra orilla.
Eso era lo que más enojo le había causado al parroquiano que acaba de retirarse. El flaco había regresado y les había contado a todos que había otra vida después de la muerte…
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