domingo, 9 de abril de 2023

 

En la orilla

 

Amablemente se acerco al turista que contemplaba las parcas a orillas del Estigia.

-          ¿Todo bien Señor? –

-          Sí, de maravillas, gracias – sonrió el turista, tomando la bebida y ofreciendo una moneda al camarero.

-          ¿Para el viaje? – preguntó este con sorna.

-          Jajaja, ni que lo necesitara – carcajeó él, sentándose en la reposera.

-          Me imagino – aceptó divertido el camarero – Se lo ve de buen humor señor, si me permite que se lo diga –

-          Seguro que sí, ¿cómo no estarlo? – rio el aludido, mientras incorporándose le ponía amistosamente la mano sobre el hombro – mira, mira como esta – dijo indicando hacia la orilla del rio, donde un hombre de aspecto desgarbado caminaba con paso cansino.

-          Sí, es raro verlo así, casi tanto como verlo a usted descansando –

-          No, no, no te confundas, no estoy descansando, solo que el negocio va mejor de lo habitual y me puedo tomar algún que otro respiro…junto a alguna de las chicas – y guiño un ojo, pícaro.

-          ¿Me lo puede explicar? Si me disculpa, la gente que viene por aquí sigue siendo más o menos la misma, con el crecimiento correspondiente al aumento de la población. –

-          Estas viendo cantidad, no calidad – le aclaró el otro – por eso yo soy el jefe y tu solo un barquero –

Contrariamente a lo esperable, el “barquero” lejos de ofenderse se sintió alagado. No todos los días se podía conversar de tú a tú con un jefe. Pues, si bien él no tenía un jefe, éste lo era de muchos.

-          Mira – continuó explicando – ¿ves todos esos que están del otro lado del Estigia esperando pasar? ¿Ves sus caras? ¿Qué ves? –

No había mucho que decir. Él llevaba eones transportando almas de “aquel lado” a “este lado”.

Estaba acostumbrado a ver todo tipo de expresiones, desde odio hasta resignación. Desde gestos decididos hasta pánico sin medida, o incluso alegría, pero ahora veía algo nuevo…como esos engendros muertos antes de tener vida.

-          ¿Qué me dices? ¡niños muertos antes de nacer! ¡Y matados por sus propias madres! – se felicitó – y ahí, ves, esos son humanos que podrían haber vivido algo más, pero los he convencido de que “¿para qué sufrir? Matate y ya, es tu derecho” – y estalló en una sonora carcajada, henchido de orgullo.

-          No sabes las horas que llevo invertidas en convencer a todos que el flaco ese no existe, que es todo mentira – se quejo mirando de reojo al tipo que caminaba por la rivera.

De un trago se consumió toda la bebida y devolvió el vaso.

-          Bueno, te dejo, ahí llegan las nuevas – se disculpó indicando hacia el lugar donde acababa de aparecer un grupo de jóvenes parcas – tengo una nueva línea de negocios que me hará ampliar la facturación y necesito personal nuevo –

Mientras que lo veía retirarse no pudo menos que aceptar la maquiavélica simpleza de la maniobra del tipo. Hacer que las victimas vean su desgracia como un derecho y a sus victimarios como los defensores de esos derechos.

¡Sencillamente genial!

En fin, nada de eso era asunto de él.

Parsimoniosamente repaso la mesa, junto los restos y volvió a la barra.

De caminó paso al lado del pobre flaco, que caminaba mansamente por la orilla.

-          No te preocupa todo lo que pasa –

Como toda respuesta el aludido le miro con una suave sonrisa en los ojos, mientras tendía la mano a un par de recién llegados.

Uno la tomo agradecido, el otro se la negó dándole vuelta la cara.

-          No pasara nada que no tenga que pasar – susurró mansamente.

No, no le preocupaba para nada. Sin dudas estaba seguro de lo que sucedía.

-          En fin – se dijo a si mismo

Era el hijo del manda más, y, hasta donde él sabía, el único que había vuelto a la otra orilla.

Eso era lo que más enojo le había causado al parroquiano que acaba de retirarse. El flaco había regresado y les había  contado a todos que había otra vida después de la muerte…

 

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