Abrahel
Estaba empezando a preocuparse. Ya llevaba como una semana
soñando lo mismo y eso no estaba bien.
No es que el sueño fuera feo, antes bien lo contrario. Al
principio sólo había visto una luz azul, pero luego,
fijando la vista, había empezado a distinguir detalles, y así se dió cuenta que
esa lucecita era una diminuta mujer, hermosa por todos los lados, solo que de
no más de 3 cm de altura.
Luego del segundo o tercer sueño empezó a oír su voz y
resultó que era la voz más dulce que jamás hubiera escuchado. Y le hablaba a
él, que era un hombre gris, muy inteligente, eso sí, pero para nada guapo. Por
lo menos eso le decían todos y él lo creía a pies puntillas…estaba llegando a
los 50 y en todo ese tiempo había conocido y estado con una sola mujer, su
esposa.
-
Si me agarras soy tuya guapetón – le dijo una
vez incitándolo a tocarla
-
¿Quién eres? – le preguntó una vez luego de
juntar coraje para hablarle, aunque no para intentar tocarle.
-
Me llaman Abrahel y dicen que soy hija de Asmodeo, pero
yo no lo creo – le informó ella, al tiempo que se le insinuaba lascivamente.
-
¿Y qué haces aquí? –
-
Te busco a ti –
-
¿Pa…para qué? – titubeó.
-
¿Aún no te das cuenta? – preguntó ella
acariciando su cuerpo sensualmente, tomándose los pechos, ofreciéndoselos
-
Pero antes tienes que tomarme – desafió.
Sin saber porque, ni como, ni de donde, vio como sus manos
se acercaron hacia ella…pero, justo en el momento de tocarla…zas, desapareció.
Durante las próximas apariciones la escena se repetió, era
como que a ella le divirtiera ver al viejo hombre tratar de tomarla, porque si
al principio había habido algún prurito de seguro ya no lo había.
-
Vamos, más rápido cariño – le pedía ella cada
vez que se le escapaba, al tiempo que se reía con esa risa cantarina que sólo
las genios tienen.
Porque de eso estaba seguro, Abrahel, o como se llamara, era
una genio…¿Qué otra cosa podía ser si no?
-
Vamos cariño, vamos, no me hagas enojar. Ardo
por ti, y si me padre se entera me castigará, debes tomarme pronto o me enojaré mucho, y no sé de que soy capaz cuando me pongo mal – pero no se enojaba, se excitaba
y lo excitaba.
De esto hacía ya una semana, el juego empezaba a ponerse
cansador. ¿Para qué lo provocaba si después se le escapaba? Porque estaba
seguro que jamás seria suficientemente rápido para ella.
Esa mañana la había visto antes de afeitarse, estaba sentada sobre el marco del espejo.
Tontamente trató de tomarla. Ella desapareció antes de que
sus dedos pudieran acercarse a la lucecita azul
-
Estas muy viejo – se mofó.
-
Eres muy
lento, ya me aburres – se estaba
enojando.
-
¡Practica!, la próxima vez que falles no sé si
te perdonaré - dijo enfurruñada, dió media vuelta y desapareció.
A media tarde se quedó solo en el laboratorio, era viernes y
no quedaba gran cosa por hacer, por lo que autorizó al ayudante a retirarse
temprano.
Fue pasada las 17:00 hs, cuando él ya estaba por apagar todo
para irse de fin de semana, que sonó el teléfono. Era uno de los gerentes que
le pedía hiciera un cambio del cartucho de combustible del reactor nuclear de
ensayo en que trabajaban. Algún experimento había resultado mal y quería
repetirlo el sábado a primera hora, por lo que la pila debía ser recargada.
Con parsimonia, sin apuro, como que no era la primera vez
que haría el trabajo, se encaminó al depósito, retiró el cartucho y lo colocó en el contenedor…los movimientos eran en cámara lenta, debían serlo porque
tenían que ser precisos…ves, no es que sea lento por estar viejo, es un “vicio”
laboral, se dijo, como hablando con la genio.
Fue entonces que vio la luz azul de
nuevo, no llegó a durar un segundo, sólo lo suficiente para que él la viera, y
la vio.
Extendió la mano lo más rápido que
pudo, y ¡esta vez llego a tocarla!.
Durante esa fracción de segundo,
que a él le parecieron horas, sus dedos se posaron sobre ella, la pequeña luz
azul danzó entre sus dedos, mientras absorto la veía transformarse, perder su
graciosa figura femenina y desprenderse una a una sus ropas etéreas para dejar
al descubierto su dura naturaleza metálica.
El horror calo en él al comprender
que la había alcanzado demasiado tarde.
Se quedó sentando sin saber qué
hacer, preso de un terrible dolor, aunque nada le doliera, por última vez había
sido muy lento.
No tenía sentido preguntarse por
qué pasó lo que pasó, podía ser por el enojo de Abrahel, porque no había podido
tomarla antes de comenzar a brillar o por el escape de radiación, durante la
micro reacción accidental del reactor nuclear.
No estaba seguro de eso, pero de lo
que no había duda era que, aunque aun respirara, ya estaba muerto.
8 Junio 2019
Córdoba –Arg.
Omar R. La Rosa
Inspirado en la noticia del accidente del reactor nuclear del centro
atomico Constituyentes que le costara la vida a Osvaldo Rogulich en 1983
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