ISABEL
-
Mirad
– indico Amelia discretamente, casi sin moverse, indicando solo con los ojos hacia
el hombre que caminaba por el pasillo del ministerio, del otro lado de la
ventana del bar
-
¿Quién
es? – Preguntó Pacino
-
Javier
Olivares – solto muy suelta de cuerpo, haciendo que Pacino casi se atragante
con la “cruasán” que estaba comiendo
-
¿Y
tú de donde lo conoces? –
-
Nos
cruzamos con él durante las invasiones inglesas a Buenos Aires – aclaro Alonso,
como si se tratara de lo más normal del mundo. (1)
-
¿Y
cuando habéis estado allí ustedes?¿Que habéis ido a hacer tan lejos? –
-
No
es una pregunta fácil de contestar – dudo Amelia
-
Es
que por esa época empezó a escribir “el escribiente” –
-
¿Quién?
–
-
El
escribiente, creo que es un ingeniero Argentino que tiene algunos tornillos
algo flojos – aclaro Alonso, haciendo una inconfundible seña con el dedo en la
cien.
-
Si, casi lo mata al pobre Javier.- aporto Amelia
con bastante enfado
-
Con
una bala inglesa, ¿podéis creer semejante despropósito? –
-
Di
que estaba Julián con nosotros, que si no, no se –
-
Julián
¿Qué habrá sido de él? -
En eso estaban cuando escucharon tras
ellos una voz arto conocida.
-
Hahn,
por fin los encuentro – exclamo Angustias al verlos
-
¿A
que tanta alharaca mujer? –
-
Pues,
a que acabo de encontrar esto en mi escritorio soldadote – contesto golpeando a
Alonso en el pecho con el sobre que traía en mano
-
¿Qué es? – consulto Amelia amablemente
-
¿Cómo
iba yo a saberlo? El sobre esta a vuestro nombre – dijo algo despechada mientras
comenzaba retirarse
-
Y
muy bien cerrado por cierto – aclaró innecesariamente.
-
Os
dejo que con esto de la próxima reapertura esta todo el ministerio patas para
arriba –
-
¿Qué dice?, lee, lee – urgió Pacino mientras
apuraba el capuchino
Amelia leyó, y releyó, luego guardo silencio unos segundos
mientras dejaba caer las manos
– Nos llama la reina –
-
Tan
pronto, si no hace un par de meses que hemos estado con los reyes-
-
No,
no la reina Leticia. La reina Isabel…primera –
-
¿Cómo?
–
-
Si
mira, mira – y les mostro la carta que tenia en las manos, escrita sobre un
trabajado pergamino, de fines del siglo XV sin lugar a dudas.
Pacino y
Alonso leyeron la carta juntos
-
¿Y
esto? – pregunto Pacino indicando el ultimo renglón de la nota
-
Debe
ser una broma –
-
Pues,
si es de doña Isabel, mejor mantener la compostura – sentencio Alonso siempre reverente
para con la realeza.
Poco más
quedo por hacer, más que prepararse para la misión. La que encararon casi subrepticiamente,
pues en el desastre en que se había convertido el ministerio era difícil encontrar
alguna autoridad.
Mas, si lo pedía
la reina Isabel, y la carta tenía su sello real, no había dudas, al fin de cuentas
se trataba de la primera secretaria del ministerio de la historia.
Luego de
cruzar la puerta se encontraron en los jardines de la Alhambra…vestidos como
embajadores Borgoñones
-
Por
aquí, por favor – la voz del sacerdote que se les acerco los trajo al tiempo en
que estaban
-
La
reina os espera en la sala sur – índico mientras los conducía hacia allí.
Entraron
reverentemente en una discreta habitación, exquisitamente amueblada, sin nada
superfluo, solo unos grandes tapices en las paredes, una pequeña mesa, algunas
sillas y una poltrona junto a la ventana que daba a un jardín, por la cual
entraba la cálida luz de un suave día de abril.
La reina se
encontraba en ella, aparentemente ensimismada en sus labores de mano, junto a
la doncella de compañía que tejía a su lado.
Displicentemente
termino de ajustar un nudo que acababa de hacer en el bordado en que trabajaba,
corto el hilo con una tijera, elevo el trabajo a la altura de sus ojos, para
contemplarlo mejor a la luz del día, y luego, satisfecha, lo dejo sobre la
pequeña banqueta que tenia a sus pies.
Mientras
tanto los tres permanecían de pie, a un costado, en respetuoso silencio.
-
Buenos
días – los saludo la reina poniéndose de pie y caminando hacia ellos
-
Así
que vosotros soy la patrulla de que tanto se habla. Es un gusto conocerlos
señores, señora – saludo al tiempo que tendía la mano.
-
Señora,
nos alaga con sus referencias – contesto Amelia mientras hacia una graciosa
reverencia
Alonso y
Pacino, por turno, se acercaron a besar la real mano.
-
Por
favor tomad asiento – invito la reina indicando las sillas alrededor, y luego, dirigiéndose
a la criada.
-
Por
hoy es suficiente querida, te puedes retirar – La doncella no se hizo repetir
la invitación.
Una vez
solos la reina fue directo al grano.
-
Nos
complace mucho saber que las actividades del ministerio se reanudaran pronto en
vuestra época –
-
Si
querida, lo sé, me he visto obligada a hacer alguna gestión al respecto –
comento girando la cara como para mirar alguna inexistente arruga de su manga.
-
Pero
bueno, ya estáis aquí y eso es lo importante. ¿Habéis traído lo que os
encargue? -
-
Majestad
– acepto Alonso inclinando la cabeza en signo de afirmación al tiempo que extendía
la mano con la bolsa que trajeran del siglo XXI.
Luego la
reina, acorde a su personalidad, sin dar vueltas, entro de lleno en la razón de
la reunión.
Expuestos
los motivos concluyo.
-
…espero
que las falencias de mi educación no os haya impedido entender lo que se
necesita de ustedes, tantos años en el futuro que asusta – concluyó persignándose
El tema había
sido expuesto con meridiana claridad y así se lo hicieron saber.
-
¿Me
permitís una consulta que puede parecer indiscreta? - preguntó de pronto Pacino, ante el asombro de
Alonso y Amelia
-
Si
joven, por favor no tengáis pruritos, preguntad – animó Isabel
-
Siempre
nos han dicho que el último ministerio es en el que vivimos y que no se puede
alterar el futuro…-
-
Ahhh,
si, le entiendo caballero ¿vos pensáis que lo que os pido va contra las reglas
del ministerio? –
-
No,
no majestad, por favor –
-
No
os alarméis, por favor. Si, se que lo que os pido puede parecer eso, pero en
realidad no lo es – aclaro la reina para luego agregar
-
Debéis
saber que el tiempo no debe es alterarse, pero poder se puede –
-
Una
sutil diferencia, casi semántica – musito Amelia solo para oídos de sus amigos
-
Así
es señora – acepto la reina que la había escuchado.
-
Comprendemos
señora –
-
Bueno,
ya es momento- dijo dando por terminada la reunión
- Pero antes de partir, sin decirme nada de lo que para ustedes es
historia, por favor que en eso he dado mi palabra de no indagar, contadme como es la vida
en vuestro tiempo –
-
En
muchos cosas más o menos igual –
-
En
otras muy distinta señora, con deciros que en el siglo XXI los hombres debemos
aceptar ordenes de las mujeres – Comento Alonso con alguna amargura sin darse
cuenta que todos, incluyendo Isabel, le clavaron los ojos.
Cuando tomo conciencia de esto enrojeció como un tomate
-
Disculpad
majestad – tartamudeo de manera tal que la reina soltó una carcajada que alivio
la tensión
-
No
os turbéis señor, a mi marido, el rey, le pasa como a usted –
-
El
rey, ¿sería posible que lo conociéramos? – aventuro Pacino, que llevaba tiempo observando
algo extraño tras el tapiz que cubría la pared norte.
-
Lamentablemente
el rey está en campaña, pero me dejo saludos para ustedes -
-
A,
sabía que vendríamos –
-
¿Saber?
Él ha sido quien me sugirió vuestros nombres para esta misión –
-
¿Nos
conoce? ¿cómo? –
-
A
señora, eso no lo sé, sabéis que juntos gobernamos las Españas, pero así como
él no interviene en los asuntos de Castilla yo me guardo de hacerlo en los de Aragón
–
-
Pero,
¿No os llama la atención que sepa de nosotros? –
-
Pues,
de todas las cosas que no sé del rey, esta es la de menos señora – acotó con un
guiño de complicidad hacia Amelia.
-
Que
vamos a hacer, aunque en general son muy simples, a veces los hombres tienen
cosas difíciles de entender… –
Y no se dijo más, con amabilidad los acompaño en persona hasta
la puerta de paso al ministerio. Parada junto a ella se quedo mirándolos partir.
Al regresar al cuarto el rey la esperaba con una sonrisa de
oreja a oreja y en la mano un jarro de humeante bebida.
Ella la tomo y la degusto con alguna precaución
-
Ciertamente
muy agradable mi señor – acepto al cabo de unos instantes, cuando la bebida le
reconforto en la tarde que ya mostraba el frio de los últimos días del invierno
-
Habéis
visto que valía la pena “pasarse por
alto las reglas” aunque sea un poquito –
-
Señor
a veces me asustáis, temo me llevéis por el camino del pecado –
-
¿Pecado
disfrutar de un cappuccino? Por favor no exageréis – la reconvino tomándola
entre sus brazos. Ella sin más acepto el mimo, al tiempo que volvía a sorber la
bebida.
-
El
estaba allí, tras el tapiz – aseguró Pacino ya en el pasillo del ministerio
-
Que
no – tercio Alonso
-
¡Que
si! –
-
Y
si así fuera, ¿Por qué se mantendría oculto? –
-
Quién
sabe, quizás aun no firmo contrato -
Y siguieron subiendo las escaleras que les permitían salir
del túnel de las puertas.
El escribiente
09 Junio 2019
Córdoba – Argentina
Omar R. La Rosa
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