Amelia
estaba embelesada, jamás había soñado con presenciar una de las disertaciones
de Albert Einstein, pero Salvador le había permitido viajar a la época en la
que el gran físico visito España y ella se había ingeniado para obtener la
invitación a la presente charla.
El hombre era un personaje, de
eso no cabía duda. En estos momentos, tras un pequeño atril, con un pizarrón lleno
de formulas a sus espaldas concluía su disertación:
- …como vemos, el tiempo se puede
interpretar como una manifestación de las leyes de la termodinámica…- y,
mirando fijamente al publico - por lo tanto se lo puede entender como una
magnitud de un solo sentido. Dicho de otra manera, pretender viajar al pasado
seria violar este principio de la física. Y, como todos saben, los principios
de la física, a diferencia de los de los hombres, no se pueden violar. Las
leyes físicas se cumplen si o si, no importa el abogado que las interprete –
termino con una chanza hacia los especialistas en leyes, que todos los
presentes festejaron
- Profesor – Se animo ella a
levantar la mano
- Si – contesto él, extrañado de
que fuera una mujer quien le interrogara
- Y si se encontrara algún caso
donde la ley no se cumpliera – preguntó Amelia con toda malicia, simulando inocencia.
- Pues, señorita, en ese caso
posiblemente usted se haría acreedora a un premio Nobel y todos los demás
deberíamos ponernos a estudiar para escribir otra ley – sonrió el físico, con
algo de sorna.
- Ha sido una pregunta muy
inteligente señorita… - el joven quedo esperando que ella le dijera su nombre.
- Amelia Folch, ¿con quién tengo
el gusto? –
- O, disculpe – se excusó él por
no haberse presentado – Ignacio Ramón Yerbe de la Fuente Jiménez Salgado –
Ella se quedo mirándolo asombrada
de tanta prosapia
-
Pero puede llamarme Ignacio Salgado no más – sonrió
él respondiendo a su turbación.
-
Pocos hombres pueden entender y explicar el concepto
de “flecha del tiempo” como este señor ¡Qué grandes son alemanes!, siempre tan
racionales, nada que ver con los nuestros.- afirmo enfáticamente, para luego
continuar, como si fuera él quien estuviera en el estrado:
-
Ciencia, esa es la base del progreso, no las fantasías
esas como el Anacronópete del chiflado Gaspar…¿Gaspar Rimbau? ¡Vaya loco!. Pretender
hacerle creer a la gente que es posible viajar en el tiempo – concluyó muy
ufano y pagado de si mismo.
Amelia se limito a sonreír,
mientras le daba la espalda para aplaudir entusiasmada a Albert Einstein.
En la
oficina Salvador no podía creer lo que escuchaba
-
Como usted ve, aquí está bien claro, los viajes
en el tiempo son imposibles – indicó el agente de hacienda señalando en la
tablet un párrafo de las leyes de la termodinámica donde el concepto se
mostraba claramente.
-
Pero, pero, nosotros lo hacemos – balbuceo el
secretario del ministerio.
-
Entonces me podrá mostrar los fundamentos
físicos del viaje en el tiempo. No es tan difícil, ¿los tiene o no los tiene? –
-
Pues…- dudo Salvador
-
Bueno, ¿ve?. Mire, si usted logra mostrarme los
fundamentos científicos del viaje en el tiempo yo mismo lo propondré para el
novel de física…mientras tanto me temo que he de recomendar se cancele la
financiación para este ministerio –
-
Usted no puede hacer eso –
-
O si, si que puedo. Con el debacle económico en
que nos encontramos después de la pandemia ¿usted se cree que recomendare
desviar recursos tan necesarios en salud, estimulo, educación…- movió la mano
indicando que se refería a infinidad de otras cosas – para asignarlos a un
ministerio de “ciencia ficción” –
-
Pero, si usted mismo ha visto que es posible –
Salvador no salía del asombro que le causaba este hombre con sus argumentos.
-
Si, y los milagros existen, ¡por favor!. Estamos
en una época ilustrada, la ciencia ha dejado de lado todas esas supercherías.
Si no hay pruebas científicamente fundamentadas no hay presupuesto. ¡Buenos
Días! – se levanto y se fue, destemplado como había llegado.
Ni bien se quedo solo Salvador
hizo pasar a Angustias, que, como correspondía había estado escuchando tras la
puerta.
-
¿Se da cuenta Angustias? – preguntó retóricamente
Salvador – Hemos pasado por no sé cuantos reyes y ninguno nos cuestiono que existiéramos.
A nadie se le ocurrió siquiera hacernos comparecer ante la Inquisición y mire
que habrían tenido tela para cortar con eso…pero no, todos entendieron la importancia
de este ministerio, y ahora viene el mocito este, con sus ínfulas cientificistas
a cuestionarnos…-
-
Bueno jefe, no se altere, le hace mal –
-
¡Pero como no me voy a alterar! – y respirando
profundamente, recostándose contra el respaldo de su sillón…
-
Si, tiene razón, por favor tráigame un tilo
¿quiere? – cedió.
Cuando Angustias salió, tomo el teléfono
y llamó.
-
Hola ¿Amelia? –
-
… -
-
¿Cómo está usted? ¿sus cosas? –
-
… -
-
Me alegra, Bueno disculpe que la moleste, no
quiero interrumpir su retiro. La llamo porque necesitamos urgentemente su ayuda
–
-
….. –
-
¿Se acuerda de la conferencia esa que dio
Einstein a la que usted asistió? Esa donde decía que los viajes en el tiempo no
eran posibles –
-
…. –
-
Si, si esa. ¿Y del muchacho ese “tan amable” que
me comento conoció allí? –
-
…. –
-
Bueno, el pesado ese. Resulta que hoy nos ha
visitado un bisnieto del susodicho y es de vital importancia para la vida de
este ministerio que el señor Jiménez Salgado no escuche esa conferencia –
-
…. –
-
Claro, no me cabe duda que Alonso o Pacino podrían
cumplir muy bien la misión, pero me temo que la solución que le darían podría
ser bastante más traumática que la que espero usted pueda darle. –
-
….. –
-
Si, le agradezco, confío en que sus métodos serán
igual de efectivos y mucho más diplomáticos -
Nota del escribiente:
¿Lo lograra?...tendremos que esperar a ver si hay quinta
temporada.