sábado, 20 de junio de 2020

El duende - que no son los años...

                Los duendes, gnomos, o como quiera que se los llame han sabido, sin que nosotros sepamos cómo, ganarse un lugar destacado en la literatura universal. Prácticamente no hay cultura que no los nombre.

                A juzgar por la infinidad de descripciones y experiencias existentes, serian seres muy reales, indefectiblemente bajitos, de caracteres más o menos hoscos, muy escurridizos y tremendamente propensos a gastar bromas, más bien pesadas, a quienes se crucen en su camino.

                Sin embargo no hay ninguna prueba científica que respalde su existencia. Antes bien, la comunidad letrada parece tener una opinión bastante uniforme (cosa rara en si misma) sobre que tales cosas no existen y que todas las fechorías  y andanzas que se les atribuyen tienen explicaciones lógicas completamente carentes de magia.

                Se sostiene que su aparición en el acerbo cultural de la humanidad se produjo en una época muy remota y mucho más primitiva que la actual (cosa que está en duda, esa del primitivismo) donde el hombre, en su ignorancia, atribuía a seres mágicos todas aquellas cosas que lo afectaban y que no comprendía. Bajo este punto de vista es muy lógico que algún hombre prehistórico o no tanto, que caminara por un bosque, selva, cañadón, montaña, etc., que sintiera ruidos de origen desconocido pensara en seres fantásticos como causantes de los mismos, o que creyera verlos en lo que simplemente era el natural juego de luces y sombras de cualquiera de esos lugares o que supusiera que perdidas o accidentes cuya explicación no acertaba a obtener, se debiera al accionar de estas extrañas criaturas.

                Desde este mismo punto de vista es perfectamente explicable que estos mismos seres no hayan vuelto a aparecer en los tiempos actuales ya que hoy prácticamente no quedan selvas, es muy difícil que alguien se pierda en un bosque y los ruidos de las ciudades, si bien no menos inquietantes tienen explicaciones por todo conocidas y, si se los menciona en algún lugar, es tan solo como referencia a los tiempos pasados, por lo tanto es perfectamente lógico afirmar que LOS DUENDES NO EXISTEN.

                O por lo menos eso pensaba yo, que ya soy un hombre grande, que ha vivido varios años, ha cursado una carrera universitaria y ha formado una familia.

                Permítanme explicarme con más detalle. Todo empezó a pasar de apoco, muy suavemente, de modo que tarde mucho en darme cuenta de lo que estaba sucediendo, hasta que, de pronto, y sin saber cómo, empecé a advertir cosas raras que pasaban en mi propia casa…

                Lo primero que me llamo la atención fue la sistemática desaparición de objetos más bien pequeños, de mi mesa de trabajo, así pasaba que, por ejemplo, si una noche antes de irme a dormir separaba los componentes necesarios para algún prototipo que pensaba armar al día siguiente, sucedía que, al levantarme y regresar al trabajo, mate en mano, la bandeja o no estaba donde yo creía haberla dejado, o faltaban componentes, o estaban esparcidos por todo el taller, como si alguien se hubiese tomado el trabajo de seleccionarlos, sacándolos de sus gavetas, para después olvidarlos y dejarlos en cualquier lado en vez de ponerlos en la bandeja correspondiente, o al revés, como que los hubiesen sacado de la bandeja sin llegar a devolverlos a las gavetas…

                También me pasaba guardar algún documento en el que hubiera estado trabajando en algún directorio específico de mi computadora para después, al ir a buscarlo, encontrar dicho directorio vacio…y así infinidad de pequeñas cosas, más bien inofensivas, aunque muy molestas. Estas cosas normalmente no le quitarían el sueño a nadie, pero, como ya he dicho, soy ingeniero, y como tal mi mente es incapaz de descansar ante un misterio. Si no sabe qué pasa, si no le es posible elaborar una teoría que explique lo que sucede, se pone a trabajar, aun contra mi voluntad y no encuentra sosiego hasta dar con la respuesta buscada.

                Así fue como, aun contra lo que mi ego sugería, comencé a manejar la idea de que estaba sufriendo los embates de la edad. Por lo tanto comencé a realizar todos los chequeos que los distintos médicos me fueron sugiriendo. Me sacaron sangre, me hicieron radiografías, escanearon todo mi cuerpo, me auscultaron y me volvieron a sacar sangre….mientras todo seguía igual, nada cambiaba, es más, ahora a parte de las cosas comunes, empezaron a faltar, esconderse o extraviarse los informes médicos, historias clínicas, radiografías, etc., que resultaban muy difíciles y trabajosas de restituir, todo para escuchar siempre más o menos lo mismo, “está bien, tan solo tiene el desgaste propio de la edad”…lo cual era “tranquilizador” pero no resolvía el misterio.

                En fin, como dicen, el hombre es un animal de costumbre y, así como una vez me tuve que acostumbrar a usar anteojos para leer (cuando se me acabo el largo de los brazos y tuve que aceptar que la presbicia me había ganado), me tuve que acostumbrar a ser más cuidadoso con mis cosas y a aceptar, sin enojarme mucho, que cada tanto algo desapareciera y vuelva a aparecer, generalmente cuando ya no servía para nada, en lugares que debería haber revisado pero que no podía asegurar haber hecho, y así todo bien.

                Todo bien…hasta los otros días en que, al abrir cuidadosamente un cajón en busca de no sé qué cosa, y caérseme encima una caja con diagramas…entre los cuales estaban ¡los estudios médicos que había perdido unos meses atrás!…escuche lo que, sin lugar a dudas, era una risa.

                Bueno mañana me toca hacerme una audiometría, pero no albergo muchas esperanzas, cada vez pienso más que el Juancito tiene razón cuando con su media lengua me dice: ito lelo (hombrecito abuelo) con una sonrisa divertida señalando hacia lugares donde mis ojos no son capaces de ver nada.

                En algún lado leí que los niños pueden ver cosas que los adultos no vemos y que los adultos, cuanto más envejecemos, mas nos parecemos a los niños. Así que, por las dudas, he colocado cámaras de vigilancia en mi taller y cada tanto, en la oscuridad de  la noche, y con el mayor de los sigilos abro la puerta y hecho una mirada.

                Pues cada vez estoy más seguro de que en mi taller HAY UN DUENDE y que algún día, como Juancito, lo voy a poder ver.

© Omar R. La Rosa

Córdoba – Argentina


 


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