sábado, 28 de diciembre de 2019

Chocolates (relatontito de Navidad)


Bueno, pensó Salvador, ya casi es hora de irse, será cuestión de dar una última mirada, controlar que todo esté cerrado y hasta dentro de un par de días.
Apagó la computadora y salió de la oficina, listo a marcharse.
-          Angustias, ¿Usted aún aquí? –
-          Huy, es cierto, mire no más la hora que es – respondió la mujer fingiendo una sorpresa que no tenia.
-          ¿Usted tampoco tiene a donde ir verdad? – comentó Salvador con un dejo de tristeza.
-          Pues no  
-          Se nos hace difícil a los que no tenemos familia –
-          Es que sí, aunque peor la tienen algunos con unas familias que ni le cuento –
-          Jejeje, si seguro – y tomó asiento junto a ella.
-          ¿Cómo eran sus navidades, de chica, digo, de antes… bueno usted me entiende –
-          No se preocupe, que una tiene los años que tiene, aunque en este trabajo nunca se sabe –
Ambos rieron juntos.
-          Que le puedo decir, yo vivía en un pueblo pequeño, donde nunca pasaba nada ni nada alcanzaba, supongo que como en todos lados, pues bien, los recuerdos que tengo son sencillos pero agradables. ¿Y usted?, debe haber sido duro el orfanato –
-          No crea, no tanto, a pesar de todo tenía una familia, con muchos hermanos…eso sí, tampoco sobraba nada, las pobres monjas se la deberían de ver en figurillas para preparar una cena de navidad, pero de una u otra forma ahí estaba. – hizo una pausa, como recordando, para continuar con algo de ensoñación.
-          Mire lo que son las cosas, ahora que recuerdo hubo una noche muy especial, tendría yo unos 7 u 8 años, y, nunca supe cómo, alguien depositó chocolates al pie del pesebre, ¡Un chocolate!, ¿Se da cuenta? Esa cosa tan tonta que hoy puede comprar por unas monedas en cualquier tienda…creo, sin lugar a dudas, que esas fueron las mejores navidades de nuestras vidas…-
-          Sí, visto a la distancia, con que poco que éramos felices ¿Verdad? – sonrió Angustias.
-          Quizás tenga razón Alonso y el problema de esta época es que tenemos de todo –
-          Bien puede ser, en fin, ¿Vamos? – invitó Salvador.
-          ¿Eh?, no, no, vaya nomás Salvador, yo termino unas cosillas aquí y luego salgo –
-          Bueno, no se demore.- saludó el ministro, agregando - Que pase una feliz Navidad –
-          Igualmente Jefe –

Seguro que sí, ahora sabía que aunque estuviera sola esa noche tendría una linda Navidad, y sonrió feliz.
Cuando escuchó que Salvador se había ido, sacó del fondo del cajón de la derecha una cajita que ella atesoraba mucho, retiró su contenido y se marchó…a comprar chocolates en la tienda de la esquina….

¡Que de eso se trata la Navidad!
FELIZ NAVIDAD
Omar R. La Rosa
22 de Diciembre de 2019
Córdoba, Argentina


jueves, 12 de diciembre de 2019

Vida, el amor es más fuerte


VIDA
Joven, más bien pequeña de físico, de frágil apariencia, deambulaba como un colibrí saltando de un lugar a otro, llenando el ambiente con los reflejos de su luz.
Pero desde hace unos días ya no lo hace, antes bien parece haberse achicado, si esto fuera posible, sus colores brillantes se han opacado, solo sus ojos conservan el brillo que le es propio, pero no se los puede ver, tan baja lleva la cabeza
Es joven y le pasan cosas que no sabe entender, como ese niño que le crece sin saber de dónde le vino.
-          ¿Qué he de hacer? -  Se pregunta sin respuesta.
-          Fácil niña, vas y aborta – le dice la propaganda del gobierno
-          Es gratis, es tu derecho – le dice una mujer con un pañuelo verde en la muñeca
-          No quiero una loca en casa – piensa le dirá su padre, si lo encontrara
-          Aborta niña, es fácil y te sacas el problema de encima – repite Herodes desde las brumas del pasado
-          ¡Una boca más que alimentar! – piensa diría su madre si se enterara
-          Sácate eso de en sima, el estado te protege mujer –
-          ¿Matar a mi hijo? Si es tan fácil como dicen, ¿Por qué esta pena que me achica el corazón? -
-          ¿Qué he de hacer? –
Con la cabeza triste y llevando sobre sus hombros el peso de toda la humanidad, sus pasos la alejan, sus pasos la acercan y sin saber cómo se encuentra sola en el camino.
De pronto, sin saber tampoco como alguien camina a su lado
-          ¿Qué tienes? –
-          Me duele el hijo que viene –
-          ¿Por qué? Un hijo siempre es una bendición –
-          Pero estoy sola. Debería hacerle caso al doctor y abortar –
-          ¿Y qué dice el padre? –
-          No sé, no le he preguntado, me han dicho que es mi cuerpo y me decisión. A parte no lo conozco –
-          ¿El niño no tiene padre? – como toda respuesta ella bajo aun más su cabeza.
El se paro, se le puso en frente, la detuvo, con suavidad le tomo el mentón y le hizo levantar la vista.
Sus ojos se cruzaron, el mundo se detuvo y las estrellas comenzaron a alinearse.
El sonrió, ella volvió a sonreír
-          Ahora ya tiene – afirmo él muy seguro, al tiempo que le extendía la mano para saludarla, presentándose.
-          Me llamo José y soy carpintero –
-          Yo soy Maria, y aun no sé bien quien soy –
-          Pues, la madre del niño más hermoso que pueda existir –
Y juntos continuaron el camino…de la vida.

(c) Omar R. La Rosa
Córdoba -  Argentina
12 de Diciembre de 2019



sábado, 30 de noviembre de 2019

Metano Ruso (Cambio Climático 2)


Metano Ruso

(cambio climático 2)

-          ¡Chicos, adentro! – llamo la “mat'”
-          Pero, mamá, si aun hay luz –
-          Adentro a cenar – y no había más que decir
A regañadientes, como todos los chicos, entraron en la casa. Cansados de tanto jugar, felices, y molestos por tener que dejar de hacerlo. El verano parecía haberse adelantado, augurando muchas horas de juegos y no querían perderse ninguna.
El abuelo, sentado en su silla mecedora junto a la ventana, cerró el libro y lo dejo a un costado, la mortecina luz ya no alcanzaba para sus cansados ojos.
Los niños, viendo esto, corrieron a su lado pidiéndole que les cuente una historia. El anciano, encantado por el pedido simulo algún disgusto, había que guardar las formas, para luego de un par de “por fis” acceder a la demanda infantil.
-          Saben que estas tierras no siempre fueron así…- comenzó su relato, mirando a los chicos, acomodados a sus pies, en almohadones tejidos por la abuela
-          Hubo una época en que todo el año era verano, las casas no tenían chimeneas y el bosque era muy distinto, lleno de enormes plantas, gigantescos animales pastaban en ellos, enormes tigres los cazaban y enjambres de insectos cubrían los cielos…-
Los niños engancharon inmediatamente con la historia, sus jóvenes cabecitas trabajaban a “mil por hora” imaginando los fabulosos paisajes que el abuelo describía, tan extraños para ellos, perdidos en la inmensidad la Siberia actual
-          Todo era idílico, un paraíso en la Tierra – sentenció el anciano señalándolos con el dedo –
-          Pero era un lugar prohibido, los elfos, muy celosos ellos, no querían compartir el lugar con nadie, ni siquiera con el pequeño Iván, un niño así – y puso la palma de la mano hacia abajo, a una altura de un metro sobre la alfombra – más o menos del tamaño de ustedes –
-          El pobre Iván había llegado hasta allí huyendo de los “kolduny”, los brujos malos que asustan a los niños que no se duermen de noche – pontifico impostando la voz, para acentuar el carácter huraño de los mismos.
-           El pequeño Iván, sin saber qué hacer, se les acerco, pero los muy malos lo corrieron con sus artes mágicas, haciendo brotar el fuego de sus calderos, para quemar al pobre niño. – todo esto dicho con voz muy gruesa, dando un carácter aun más tétrico a la narración
-          ¿Y qué paso con Iván abuelito? – pregunto compungida la pequeña Dasha
-          Que Dios, nuestro Señor – y se santiguo al mencionar el nombre divino – desde su altura vio lo que pasaba y envió a San Esteban a poner las cosas en su lugar.
Cuando el santo llego y vio lo que pasaba ordeno a los elfos que cesaran en sus encantos y apagaran sus fuegos o los cubrirá de hielo eterno para que no quemaran más a nadie –
-          Si, si, y desde entonces el fuego de los elfos está enterrado bajo el suelo de la tundra esperando que la maldad de los hombres lo libere para cobrar venganza – completó el hombre que acababa de entrar en la casa, mientras se quitaba el abrigo.
-          Papa, papito – los niños se abalanzaron sobre él saludándolo
-          Papá, no les llenes más la cabeza a los chicos con esas supersticiones –
-          No son supersticiones, es tradición, mi abuelo me lo contó a mí, y a él se lo contó el suyo, hay que repetirlo lo para que no se olvide, no vaya a ser que el fuego sea liberado –
Todos rieron y fueron cenar, no fuera cosa que la madre se enojara, eso sí era una amenaza real.
Luego de la cena el padre tomo sus cigarrillos y salió a fumar al patio, le tenían prohibido hacerlo en la casa
Camino unos pasos alejándose de la cabaña, y se adentro entre los primeros pinos, que, debido a lo benigno de la estación estaban llenos de brotes verdes.
Los miro preocupado, eso no era normal, recordaba que cuando niño a esa altura del años aun pendían los carámbanos de las ramas
Siguió alejándose un poco más, hundiendo los tacos de las botas en el blando suelo, que se había puesto como esponja, lejos de su dureza habitual. Esto se tornaba incomodo al caminar.
Cuando llego al pequeño claro respiro profundo, pero frunció la nariz, últimamente un olor como a plantas podridas parecía inundar el lugar, era un olor molesto, como si toda la tundra estuviera descomponiéndose. Pero se soportaba.
Resignado saco un fósforo de la caja, encendió el cigarrillo que tenia entre los labios y lo arrojo displicentemente al suelo.
Desde la casa escucharon la sorda explosión, asustados salieron al patio a ver qué pasaba, allí no más, a menos de 50 metros, la tierra ardía, se había desatado un incendio
-          ¡Nikolai Petrov! – llamó la madre alarmada, buscando al padre
-          ¿Dónde se habrá metido este hombre, nunca esta cuando se lo necesita? –
-          Vamos, vamos, no se queden ahí mirando, hay que apagar ese fuego – ordenó haciéndose cargo de la situación, ya arreglaría después con su marido.
Omar R. La Rosa
Córdoba - Argentina 
30 Noviembre 2019


viernes, 29 de noviembre de 2019

La Militante (Cambio Climático 1)


La Militante

(Cambio Climático 1)

Estaba cansada, todo el día en marchas de protesta contra el cambio climático resultaba agotador, para colmo había sido un día caluroso, inusual dirían los abuelos, recordando épocas  pasadas que ella no había vivido.
Los vendedores bebidas heladas deben haber hecho una buena diferencia ese día, pensó  mientras habría la puerta de su departamento, dejando escapar un aliento de aire acondicionado, frio y reparador.
Se quito la ropa transpirada y la coloco en la maquina lavadora, que automáticamente se puso a trabajar para dejarla limpia y seca antes de la hora de salir.
Como el aire estaba frio se coloco un grueso suéter y unas medias tejidas, luego, con hambre, fue a la cocina a buscar algo para comer. En la heladera estaban los restos de la cena de la noche anterior, prácticamente intacta, pues ella era toda la cena que le había interesado a “la visita”…sonrió, ella tampoco había tocado la comida. Sin en embargo no había sido una velada del todo satisfactoria. Un rictus de desagrado le cruzo el seño y, sin pensarlo arrojo a la basura la frustrada cena.
Se sintió mejor, pero seguía con hambre, por lo que busco nuevamente y, al no encontrar nada que le gustara recurrió a los alimentos congelados. Miro entre las cosas del congelador, eligió una y la puso en el micro ondas. Mientras se calentaba fue al baño a prepararse una ducha. Abrió el agua caliente y espero a que el vapor caldeara algo el lugar, desnuda, parada ante el espejo, se dedico a quitar una pestaña rebelde antes de que el mismo se empañara.
Cuando estuvo a punto de meterse bajo la ducha sonó el teléfono. Por el tono de llamada era la pesada de esa que organizaba las marchas….pensó en no atender, pero se arrepintió, si no lo hacia capaz que no la invitaban a la reunión de la noche, donde habría varios extranjeros muy interesantes…
Así como estaba, envuelta en una toalla grande, por que estaba fresco, fue a tomar el teléfono y se entretuvo en la conversación, durante la cual se mostro de lo más amable y comprometida con la causa, mientras la ducha seguía dejando correr el agua caliente.
Cuando por fin término se ducho, y fue comer algo, pero tuvo que volver encender el microondas porque la comida ya estaba fría.
Mientras tomaba el almuerzo encendió la pantalla, pero, en vez de poner una serie, no tenia tiempo para una maratón, decidió ver las noticias. En una de esas las cámaras la habían tomado y se la podría ver militando en la marcha contra el cambio climático.
El cambio climático, ¡que horror!, el reportero de turno mostraba impactantes imagines de mujeres lavando sus escasas ropas en un exiguo hilo de agua amarronada, mismo donde se veía, unos pasos más atrás, a un perro y un niño bebiendo.
Compungida agrego un cubo de hielo a la bebida que ya no estaba a la temperatura adecuada, mientras la lavadora terminaba de centrifugar.
La próxima nota mostraba un grupo de refugiados que habían tenido que huir de su país por el aumento del nivel del mar, pelear por una ración sintética, de las que repartía la ONU como paliativo al hambre general.
¡Que horror! Se volvió a repetir mientras mordisqueaba una ensalada de palmitos. ¡Que estaba a dieta y no podía excederse en nada!.
Y así, ensimismada, reflexionando y auto convenciéndose que había que continuar la lucha contra el cambio climático, siguió pasando canales, mientras la lavadora iniciaba el ciclo de secado en calor. No había tiempo que perder, en cualquier momento la pasarían a buscar y tendría que vestirse adecuadamente.
De pronto acertó a dar con una nota sobre las manifestaciones de la mañana. Las imágenes la volvieron a la realidad, ¡que calor que hacia!. Recordando como había transpirado se arropo en el suéter que se había vuelto a poner para atemperar el frio del aire acondicionado.
Los próximos minutos los pasó mordisqueando algo y pasando canales, comprobando que apenas se la veía. Esto la enojo bastante, si quería que se viera lo fuertemente militante que era debía hacer algo…quizás protestar con el pecho desnudo…no, eso ya lo hacían otras, tenia que buscar otra cosa que llamara la atención.
En eso estaba cuando sonó el móvil. Era el compañero que la pasaba a buscar para ir a la marcha de la tarde.
Apurada fue la lavadora a buscar el conjunto que había puesto a lavar. Normalmente no hubiera usado dos veces la misma ropa, por más que le gustara, pero el grupo en que participaría era bastante radical y no era cuestión de caer mal con un cambio de atuendo.
Por suerte la maquina había terminado su trabajo y la ropa, aunque aun calentita por el secado, estaba lista para ser usada.
Al salir, dejando una luz encendida, para no sentirse tan sola si se le hacia tarde para volver, el calor del pasillo la golpeo con toda su crudeza.
Por suerte, abajo, el compañero la esperaba con el motor de su deportivo último modelo en marcha, con el aire acondicionado al máximo.
Él la saludo con un beso en la mejilla, que “inconscientemente” roso sus labios, haciendo subir algo la temperatura, mientras pisaba a fondo el acelerador y el motor, que rugiendo y exhalando CO2 impulsaba el auto raudamente hacia adelante. Tenían que apurarse, estaban llegando tarde. 
Mientras se dirigían al nuevo punto de reunión adelantaron a un grupo de refugiados que, a duras penas, caminaban  en la misma dirección, bajo el abrasador sol.
El cambio climático estaba ahí no más, la lucha continuaba.
Omar R. La Rosa
Córdoba - Argentina
29 Noviembre 2019


domingo, 10 de noviembre de 2019

Dime Belfegor


-          Dime Belfegor, (demonio de la pereza) ¿a que son más sensibles los hombres? – preguntó distraídamente mientras daba los últimos retoques al programa que estaba compilando.
El perezoso demonio bostezo ostensiblemente, se estiro, dejo escapar un par de flatulencias y luego, con gran cansancio contestó
-          A mi –
-          Jajaja, si…aparte de ti –
-          Bueno, cualquiera de mis hermanos lo hacen bastante bien, aunque no se para que se esfuerzan tanto –
-          Está bien, te lo diré yo, a la adulación –
Belfegor pareció meditar unos instantes para luego aceptar
-          A Lucifer (demonio de la soberbia) le da resultado –
-          Seguro que sí, pero él está muy ocupado con todos los ignorantes que controla, por eso he hecho esto, mira – y girando la pantalla hacia su interlocutor ejecuto el programa.
Este, desganado al principio, acorde a su naturaleza, se fue interesando conforme el programa que corría mostraba sus capacidades.
-          Muy bueno. Supongo que no sirve solo para adular –
-          O no, claro que no, también le será útil a Asmodeo (Lujuria) o Satanás (ira) y ni que hablar de Leviatan (envida) y todos los demás – acepto orgulloso de su creación.
-          Vamos debemos entregarlo a los hombres –
-          ¿Cómo harás eso? –
-          Con la ayuda de Mammon, el ya tiene los candidatos seleccionados – y, sin decir más, cerro el ordenador, retiro el dispositivo de almacenamiento y se dirigió a paso veloz hacia la superficie.
Desde su sillón Belfegor lo miró irse, volvió a bostezar y continúo con su ardua tarea de explorarse el ombligo.

-          Calla, eres un idiota – le dijeron en la cara y todos los compañeros del comité se burlaron de él.
-          Menos mal que a este no lo escucha nadie más que nosotros – escucho que comentaban a sus espaldas, cuando se iba.
Era afrentoso, ya verían esos necios quien era él, ¡Quiénes eran los verdaderos idiotas!
¿Pero como se los demostraría? Una sensación de ahogo le entro al considerar el camino que tenia por delante. Un arduo recorrido tratando de lograr adhesiones, de conversar, argumentar, convencer, para lograr los recursos necesarios para hacer llegar su idea a los votantes…No seria tan grave si no fueran todos tan estúpidos, cerrados en sus propias ideas…
Caminando desanimado llego hasta su buffet, allí la secretaria lo aguardaba
-          Tiene visitas doctor – le advirtió atajándolo en la entrada
-          ¿De que se trata? –
-          No se bien, dice ser alguien que le viene a ofrecer un negocio o algo así..- y, dándole la tarjeta de presentación que tenia en la mano menciono el nombre del visitante.
-          Un tal Man Mon o algo así –
Tomo la tarjeta y la miro extrañado, no conocía a nadie con ese nombre, ¿Quién seria?. Bueno, había una solo forma de saberlo, se dijo a si mismo, abriendo decididamente la puerta de su oficina.
Para su sorpresa el visitante ni si quiera lo miro, permaneció impávido en su butaca, mirando vaya a saber a donde.
Tocio, como para llamar la atención y entonces si, el hombre se dio vuelta y lo miro.
¿Cómo describirlo? Tanto podía ser el típico abuelo de barba blanca y gafas redondas, como un avezado “pirata” de la más turbia bolsa de valores. Seguro no desentonaría en wall street o en la city londinense.
Aunque tenia la vista puesta en él, no dijo ni una palabra.
-          Buenos días señor Man…Mon – saludó al final, dudando en la pronunciación del nombre
-          Bue..nos días…dog..tor – balbuceó el hombre en un mal español.
-          Y bien. Usted dirá – pidió él mientras se sentaba en su lado del escritorio
-          ¿A que debo su inesperada visita? –
-          Ahhh, mi, nosotros tener solución para vos. Nuestro represengtante explicar a usted – y se hizo a un lado para que el aludido pudiera explayarse sobre la solución propuesta.
¿Representante? ¿Por donde habría entrado ese joven rubio? Juraría que no estaba en la oficina cuando él entro.
El joven se levantó y, muy locuazmente, le explico las bondades del programa que le ofrecían. Él no podía creer lo que veía…si aquello hacia lo que decían, era oro en polvo para un hombre como él…”oro en polvo”…¿Cuánto costaría aquello?
-          Nada doctor – contesto el joven a la respuesta no hecha.
-          ¿Cómo dice? –
-          Así es señor, es gratis, solo le pedimos que lo use y lo difunda, cuantos más usuarios tengamos mejor para todos -
Una sombra de duda le cruzo la cabeza, algo tan bueno a sus propósitos, ¿gratis?...pero no era hombre de dudar mucho, eso era algo que sus detractores le criticaban. Confundían arrojo con necedad. Ya les enseñaría ….y sin pensarlo más firmó el contrato que le entregaran.
-¿Entendió bien? El secreto esta en mantener “viva” la pagina, conseguir muchos seguidores, que a su vez repitan sus palabras en sus muros personales…si usted logra eso vera como en poco tiempo su mensaje llegara a miles o millones de personas…-
-…millones de personas. Millones de potenciales votantes – sonaba a sus oídos como canto de sirena.
- Una cosa más doctor. Tendría que armar un grupo de trabajo, poner gente a seguir su pagina, a contestar sus preguntas y retrucar a los que se le opongan, los tiene que destruir, inventar noticias sobre ellos, aunque sean falsas … - el joven se dio cuenta que se estaba extralimitando, le estaba diciendo a un político como hacer su trabajo proselitista.
El hombre mayor, el con cara de abuelo, le tomo discretamente el brazo y, sin decir palabra, lo saco de la oficina. Antes de salir saludo discretamente al político, pero este no lo noto, tan entretenido estaba con el programa que le habían dejado.
En silencio tomaron el ascensor y bajaron. En algún lugar del trayecto el joven descendió o algo así, porque al final del recorrido llego solo Manmon.
-          ¿Y? – quiso saber el programador cuando lo vio aparecer por el centro de cómputos.
-          ¡Qué calor que hace aquí – acotó el recién llegado
-          Si, es que los servidores disipan mucha potencia. Ya tendremos de nueva generación, nos prometieron que son mucho más eficientes –
-          Bueno, pero no se haga muchas ilusiones, este programita suyo es un caño, en poco tiempo tendrá que ampliar el negocio –
-          Bien, bien - se regocijó el programador
-          Dígame, ¿la idea de dar voz a los idiotas ha sido suya? –
-          Bue, en cierta manera… - dijo con falsa humildad
-          Me imagino que el jefe se lo reconocerá – aventuro mientras hacia los “cuernitos” con los dedos de la mano derecha.
-          Espero, es algo muy útil para casi todos en la organización…salvo para uno – y miro donde Belfegor bostezaba ostensiblemente mientras cambiaba los canales del televisor apretando aburridamente el botón del control remoto.
-          No  logro vencer su pereza –

Omar R. La Rosa
Córdoba - Argentina 
21 Julio 2019








viernes, 11 de octubre de 2019

Conquista


Como todas las mañanas, el sol ilumino el cielo con una suave luz gris plata, oculto tras la niebla que subía por los faldeos de la cordillera, trayendo aromas de mar y ocultando las playas que se recostaban sobre lo que, años después, se conocería con el nombre de océano Pacifico.
Algunos hombres, semidesnudos, recorrían las playas, mariscando mientras intercambiaban palabras.
Su piel dorada y porte ágil indicaba a las claras que eran guerreros de las tribus invasoras provenientes, según se decía, del otro lado de las cordilleras, de los salvajes piases selváticos que se sabe hay por allí. Habían llegado sirviendo a los Incas cuando estos bajaron de las montañas para someter a los pueblos del bajo y se habían quedado, con orden del Inca, para sofocar cualquier intento de rebelión.
De esto habían pasado varios años ya, varios años de tener que trabajar para pagar los tributos impuestos, de llorar a los guerreros muertos en batalla, a las mujeres violadas y asesinadas, sin poder moverse del lugar en que estaban sin una autorización del Inca, autorización que nunca llegaba; de vivir prácticamente esclavos anhelando una sola cosa, expulsar al invasor.
Así habían sido los últimos años y así parecía que seguiría siendo siempre….sin embargo algo había cambiado últimamente, por alguna razón que no entendían, los hombres que recorrían las playas ya no lo hacían tan tranquilos y orgullosos como antes, ahora andaban como alertas, como si esperaran la llegada de algún enemigo que los pudiera atacar en cualquier momento. ¿Pero quién podría ser?. Ellos seguro que no, los pocos jóvenes que se habían salvado de las matanzas de la conquista no alcanzaban para hacer frente a los invasores y los que habían nacido después aun no estaban en condiciones de ir a la guerra…..sin embargo algo había, se respiraba en el aire.
¿Sería verdad que el Inca había muerto? ¿Qué el imperio no tenia emperador y que dos hermanos estaban en guerra por la posesión del mundo?. No había forma de saberlo, Cuzco estaba muy lejos, y aunque no lo estuviera, aunque estuviera a la vuelta del cerro que se veía al final de la playa, ellos tampoco lo podrían saber, si no se los contaban, porque no podían abandonar su aldea sin permiso.
Sea como sea, algo pasaba, se notaba en el aire, en el andar intranquilo de los hombres que caminaban por la playa, atentos, conversando en voz baja, rompiendo apenas el silencio ese que era vida, mientras durara, y que dejo de serlo cuando la primera flecha, con un suave silbido, rasgo el aire y la garganta de uno de los caminantes.
Una vez roto, como si estuviera ofendido, el silencio desapareció completamente. Ruidos, golpes y gritos de guerra inundaron la playa hasta casi acallar el mar que, impertérrito, completamente ajeno a las cosas de los hombres, continuaba en su eterna tarea de lamer el continente.
Fueron pocos minutos de fragor, luego el silencio volvió mientras el mar se teñía de rojo con la sangre de los caídos. Los vencedores no eran los mismos que caminaban por la playa cuando el sol salió. Su piel era más cobriza, si esto era posible, pero su contextura no era ágil, como los otros, si no pesada, de cuerpos fuertes, acostumbrados a los rigores de los climas de altura, sin lugar a dudas eran hombres de las montañas, ellos ya los conocían, tenían noticias de ellos porque antaño habían comerciado con ellos, cambiando pescados frescos, por lana.
Pero no se hacían ilusiones, si bien no eran el mismo tipo de hombres, estos no eran comerciantes eran soldados y como tales se portaban. Cambiarían de collar, pero seguirían siendo perros. Y así fue, los recién llegados, vaya uno a saber por qué razón, asumieron que, puesto que sus enemigos tenían base en el lugar, la gente del lugar también eran enemigos, y como tales los trataron.
En vano fue recibirles a la entrada de la villa con los brazos abiertos, expresando sumisión al verdadero Inca. Los guerreros exigían tributo y el tributo era lo poco que les quedaba, algo de maíz, unos pescados, sus mujeres y su sangre.
El tiempo siguió pasando, los soles se ocultaron repetidas veces tras el horizonte marino tiñendo de gualda las tardes y todo siguió más o menos igual, pero más pobres y sufridos, con menos maíz, menos pescado y más cuentas por saldar, pero sin poder decir nada, sin animarse a decir nada.
Sin embargo seguía habiendo algo en el aire, como esa sensación extraña que aparece en el Alma en los raros días que el cielo llora sus gotas de lluvia. Era cuestión de esperar y tener paciencia, la cosa cambiaria de nuevo, porque por más que el Inca amara su imperio inmutable, con las cosas firmemente atadas, cada una en su lugar, todo, absolutamente todo, alguna vez cambiaba…y volvía a cambiar y volvería a hacerlo….
Sumido en estos pensamientos, con la vista perdida en el horizonte del atardecer, mirando sin ver, no vio las blancas velas que se recortaban contra el sol y todo siguió igual en su mundo…por lo menos por un tiempo más.

viernes, 4 de octubre de 2019

El Extraño Viaje de don Pedro Perez



El Extraño Viaje de don Pedro Perez
Índice:
Capitulo 1 Retorno                                                                                                                              
Capitulo 2 – Inicio del viaje                                                                                                              
Capitulo 3 – Primeras acciones. Morcilla                                                                                         
Capitulo 4 – Carla                                                                                                                           
Capitulo 5 – Preso                                                                                                                           
Capitulo 6 – Claudia                                                                                                                       
Capitulo 7 - Drones                                                                                                                         
Capitulo 8 - Teorías                                                                                                                         
Capitulo 9 - Bandos                                                                                                                          
Capitulo 10 -  Trafico Humano                                                                                                       
Capitulo 11 – Presentaciones                                                                                                            
Capitulo 12 – Escape                                                                                                                        
Capitulo 13 – Explicación                                                                                                                 
Capitulo 14 - Reunirse                                                                                                                     
Capitulo15 – Cruce                                                                                                                           
Capitulo 16 – Análisis                                                                                                                     
Capitulo 17 - Cambios                                                                                                                       
Capitulo 18 - Interrogatorio                                                                                                              
Capitulo 19 - ¿Qué hacer con Pedro?                                                                                              
Capitulo 20 – Inicia el viaje                                                                                                              
Capitulo 21 – Neurosiquiatrico                                                                                                      
Capitulo 22 – Cartas sobre la mesa                                                                                                
Capitulo 23 - Comentarios                                                                                                              
Capitulo 24 - Relatividad                                                                                                                
Capitulo 25 - Escaramuza                                                                                                               
Capitulo 26 - Paso                                                                                                                           
Capitulo 27 - Secuestro                                                                                                                   
Capitulo 28 – El-Biutz                                                                                                                    
Capitulo 29 - Lucha                                                                                                                        
Capitulo 30 - Regreso                                                                                                                                 Capitulo 31- Náufragos                                                                                                                   
Capitulo 32 - Fatalidad                                                                                                                   
Capitulo 33 - Despertares                                                                                                                
Capitulo 34 - Esclavo                                                                                                                      
Capitulo 35 - Aclaraciones                                                                                                              
Capitulo 36 - Encuentro                                                                                                                  
Capitulo 37 – “Accidente”                                                                                                              
Capitulo 38 - Partidas                                                                                                                                Adenda                                                                                                                                           








A modo de prologo:


“Dos partículas que, en algún momento estuvieron unidas, siguen estando de alguna manera interrelacionadas, sin importar la distancia que las separe.
Aunque se hallen en extremos opuestos del universo la conexión entre ellas es instantánea”.

 Paul Dirac, (premio nobel de física 1933)  entrelazamiento cuántico o conexión cuántica.
(d + m) Y  = 0
Nota:
Sin ser fundamentales en el presente relato, se mencionan en este libro personajes y hechos relacionados con otras historias del escribiente. Las ecuaciones de Perez se plantean en Oscillantis Via. El profesor Marcos Álvarez y la espía Clementina “Sofía” González se presentan en Operación Reloj


El escribiente






El extraño Viaje de Don Pedro Pérez


(Córdoba de la Nueva Andalucía, 1610)
-        Rápido padre Miguel, ¡padre Miguel! –
-        ¿A que tanto alboroto Luis? -
-        ¡Venga, venga que Don Pedro está recuperando la conciencia!! –
Sin hacerse repetir la noticia el padre Miguel cerró el breviario que estaba leyendo, tomo la vasijilla con agua bendita y salió corriendo tras el muchacho que había llegado con la nueva.
En el cielo el sol había iniciado ya su curva descendiente, por lo que el padre Miguel calculó que Don Pedro había pasado casi 72 hs inconsciente. Era un verdadero milagro  que estuviera regresando a la vida. Nadie podía decir a ciencia cierta que le había pasado. En su cuerpo no había rastros de golpes ni lastimaduras, ni se sabía que hubiese hecho algún exceso o consumido algo que le hubiera podido meter en ese transe, por lo que entre la gente del pueblo se hablaba, sin mucha duda, de un embrujo.
Se sabia que Don Pedro había estado frecuentando las tolderías de los comechingones en busca de un indio que decía haberse cruzado con un grupo de guerreros de una tribu, que él no conocía, que iban vestidos de forma muy extraña y que hablaban una lengua similar a la de los cristianos, aunque con palabras tan extrañas que no los había podido entender.
-        Seguro que son súbditos de la Ciudad de los Cesares –
Había dicho don Pedro a unos amigos, pero ya nadie creía seriamente en esa leyenda, por lo que el comentario no despertó mayor interés. Ya todos sabían que muchas veces los indios se aprovechaban de la codicia de algunos españoles para, tentándolos con este tipo de cuentos, hacerlos partir lejos de sus tierras.
Sin embargo era posible que la idea haya quedado dando vueltas en la mente de don Pedro, hijo segundón de una importante familia extremeña que, empobrecido por las leyes de mayorazgo, había decidido, como tantos otros, pasar a las Américas en busca de fortuna, luego de una accidentada estadía en el norte de África.
Así pues la mañana que desapareció, aproximadamente 2 meses atrás,  todo el mundo supuso que había partido a lomos de su caballo, el “pescuezo” famoso animal que le pertenecía,  hacia las sierras con el propósito de encontrar la fortuna de una ciudad que ya había hecho desparecer a miles de valientes en la inmensidad de estas tierras del fin del mundo.
No se volvió a tener noticias de él hasta hacia ya tres días, en que reapareció, inconsciente, abrazado al cuello de su caballo.

Con mucho esfuerzo Pedro Perez abrió los ojos, la cabeza le dolía tremendamente y sentía el cuerpo como si le hubiesen dado una tunda de palos.
Poco a poco tomo conciencia del lugar donde estaba, el familiar aroma a lavandas de las sabanas, la penumbra de la habitación y el inconfundible sonido de las campanas le hicieron comprender que, al fin, estaba de regreso en su casa, que esa parte de la aventura había concluido y que podía tomarse un descanso. Volvió a serrar los ojos, pero esta vez para dormir.
Cuando el padre Miguel llego, hacia unos instantes que se había despertado y, con gran esfuerzo, había comenzado a tomar una sopa que le había alcanzado una de las criadas, luego de sentarse en la cama.
-        Pedro, hijo, que gusto de tenerte con nosotros nuevamente -
-        Padre.... que increíble...- dijo mientras, extendiendo la mano, le tomaba el brazo.
-        No me va a creer lo que he vivido estos últimos años. Por Dios, si hasta  pensé que nunca os volvería a ver. -
-        Nosotros también temimos por ti, has estado desaparecido como tres meses y ya no sabíamos que pensar. -
-        ¿Tres meses?.- Repitió Pedro extrañado, como si hablara con alguien que no esta en su sano juicio.
-        Tres meses. - repitió el padre Miguel, mientras sus ojos se encontraban con los de Pedro y advertía ese envejecimiento de la mirada que llega tan solo con los años  y la experiencia de muchos días vividos, aunque el resto del rostro no dijese lo mismo.
-        Tres meses... la frase se mantuvo flotando en el aire mientras ambos tomaban conciencia de que algo no andaba bien.
-        Bueno hijo – Dijo el padre Miguel en su característico tono conciliador.
-        Come, come y descansa, ya habrá tiempo de que cuentes tus aventuras, que sin duda serán varias e interesantes. De momento demos gracias a Dios que te tenemos de vuelta con nosotros. -
Y, apartándose del costado de la cama hizo una seña a los demás para que lo acompañaran fuera de la habitación, de modo que Pedro quedo solo con la criada que lo atendía, terminó su comida y se volvió a dormir.
-        ¿Pasa algo padre?. -
-        Ya veremos Luis, ya veremos – Fue la enigmática respuesta.
En el oeste el sol ocultaba sus últimas luces tras las sierras, mientras en la torre de la Iglesia Mayor las campanas llamaban a la oración.

Al día siguiente amaneció lloviendo. Lo que, si bien era una bendición, pues indicaba que por fin terminaba la temporada  de seca, también era un toque de alarma pues había que estar atento a las crecientes del río, y sobre todo de la cañada, ese arroyo voluble que solía desbordarse en situaciones como aquellas, generando infinidad de problemas.
Efectivamente, a medio día no solo que seguía lloviendo si no que la cañada ya traía tanta agua que había empezado a salirse de madre.
El padre Miguel, junto con varias autoridades más, habían abandonado el cabildo y se habían dirigido a las márgenes más cercanas, donde con  varios sacos de tierra a modo de muro de contención se trataba de controlar la crecida, para ver como evolucionaba la situación.
Allí se encontraron con don Pedro, que abandonando su reposo, había concurrido a ver el espectáculo.
-        Buenos días Don Pedro, ¿Cómo se encuentra hoy?. –
-        Mucho mejor padre. Creo que ya estoy completamente repuesto. No hay como las sopas de Doña Juana para reponer fuerzas. - concluyó sonriente.
-        Dime Pedro - le consultó el vicario, tomándolo del brazo y apartándolo discretamente
-        ¿Dónde has estado todo este tiempo? –
-        Lejos, muy lejos y a la vez tan cerca que casi se podría decir que durante una gran parte de mi viaje no me he movido de aquí – Dijo don Pedro mientras su mirada se perdía en el caudaloso cause de la cañada.
El padre Miguel quedó muy intrigado ante semejante respuesta. Como intuyo que la cosa era grave se animó a preguntarle en que pensaba en aquellos momentos en que su alma parecía estar a una eternidad de su cuerpo.
-        Pienso en este río, Padre, en este río que normalmente se puede cruzar sin mojarse los pies y que ahora esta tan crecido que podría llevarse un galeón, si hubiera alguno por aquí. Sabe, en donde he estado este río ha sido dominado por los lugareños. Lo han puesto en un canal a cal y canto, de modo que ya no se desborda más y se ha transformado en un hermoso paseo….-
-        ¿La cañada hecha un paseo? Hay que tener imaginación para eso -
-        Pues la hemos tenido, Padre. No nosotros, si no los que nos seguirán –
A cada palabra el cura se ponía más inquieto, aquello iba tomando un cariz que seria mejor no se hiciera publico, menos con el inquisidor real dando vueltas.
-        Padre, si no fuera que lo que debo hacer es muy grabe le pediría confesión, pero no puedo cargarle a usted con esto, pues no se si no le será necesario compartir el secreto, en fin, como sea, es importantísimo que por lo menos de momento no le comente a nadie lo que tengo que contarle. –
-        Cuéntame, me parece que tu historia será de lo más interesante. - afirmó Miguel, entendiendo que, aunque no quisiera, iba a formar parte de aquel misterio. Él le había prometido a don Rodrigo Pérez, padre de Pedro, cuidar de su hijo en cuanto le fuera posible, así que ambos se alejaron conversando río arriba, lejos de la indiscreta presencia de los demás vecinos.

Comenzó así el relato de la portentosa aventura de don Pedro Pérez, natural de Extremadura, vecino de Córdoba de la Nueva Andalucía en aquel año de Nuestro Señor Jesucristo de 1610, decimo segundo año del reinado del excelentísimo señor don Felipe III.



-        Mi viaje comenzó aquella mañana de Junio en que, después de la helada, se me ocurrió ir hasta el río Primero a ver cómo estaban los caballos. –   relató Pedro
-        Al llegar a los corrales vi que el zaino no estaba y, siguiendo sus huellas, fui adentrándome hacia las sierras, bordeando el río. Lo encontré al llegar a la isla que esta a un par de leguas al oeste de aquí, estaba pastando tranquilamente y, como no se veía a nadie cerca me fui a buscarlo, pero cuando estaba por agarrarlo lo vi.
El hombre estaba allí, en cuclillas, junto al río, como si estuviera viendo algo.
Al principio pensé que seria algún indio que había venido a cuatrerear así que desenvaine mi espada y me le acerqué con cuidado. Pero cuando llegue hasta él note que no era ningún natural, si no una mujer que bien parecía una de los nuestras, aunque estaba vestida como hombre y de forma muy extraña, de alguna manera me recordó a los mamelucos, esos esclavos infieles que sirven al sultán, pues tenía unos pantalones angostos como los que usan esas gentes, con una camisa de magas largas a cuadros, como si fuera escocés, y unos zapatos como jamás vi en mi vida, algo así como dicen que son los mocasines que usan los indios de Norteamérica, pero cerrados con cordones y de un material extraño con unas suelas rarísimas que casi no hacían ruido al caminar.
Cuando la mujer me vio se sorprendió y, asustada, empezó a mirar para todos lados como buscando ayuda. Yo me percate del gesto, manteniéndome en guardia entre a mirar para todos lados a ver si veía a quien pudiera ayudarla, pero no vi a nadie. 
En este descuido ella aprovecho y cruzó con rapidez el río, subiendo por la barranca norte, hacia el monte. Yo la seguí sin pensarlo dos veces, y en dos zancadas estuve en la orilla. Corriendo tras ella  subí la cuesta, pero al llegar a la sima me encontré con algo extraño, había allí como un camino, que hoy no existe, cubierto con una sustancia de color negro, dura y firme, como si fueran lozas volcánicas, pero sin junta visible alguna. -
Aseveró mirando al padre Miguel por primera vez desde que comenzara a hablar, luego continuó el relato.
-        Como la mujer había desaparecido decidí dar media vuelta para buscar el caballo y volver a la ciudad, pero cuando lo hice me quede helado por lo que vi.
No había allí nada que yo conociera, el río y la isla parecían los mismos, pero no lo eran, ya no estaban los pajonales, las orillas de la isla tenían defensas de piedra, había un puente que la unía a la orilla sur y algo así como un faro en la punta oeste. El río mismo había cambiado, en la orilla sur se veía una calzada similar a la de la orilla norte y tras ella una construcción extraña, parecida a un caldero de bruja gigante, con torres de lo más extrañas, finas como los alminares de los infieles y con cables que se unían a ellas sin finalidad imaginable,  que echaba abundantes nubes de humo blanco por lo que parecían chimeneas y hacían un ruido fuerte y poderoso, como mil enjambres de abejas. –
-        Válgame Dios - murmuro el cura mientras se santiguaba.
-        Me encontraba paralizado - Continuó relatando Pedro - sin saber que hacer, cuando de pronto, tras de mi reapareció la mujer, acompañada por tres hombres, vestidos igual de extraño, todos me miraban y señalaban mientras hablaban entre ellos. Con gran resolución levante mi espada y tome el crucifijo con firmeza, dispuesto a vender cara mi alma a aquellos diablos, que es lo que  me parecieron en ese momento padre, que venían con la que, a esas alturas, yo creía era la bruja que me había llevado hasta allí con su magia. -
Hizo una pausa para tomar aire y evitar un charco que se interponía en el camino, para luego continuar.
-        Antes que pudiera hacer nada, cuatro hombres más aparecieron en apoyo de los otros. Una pelea en esas condiciones dejaba de ser heroica para convertirse en estúpida, pensé entonces que lo mejor sería huir. Encare el río y salte.
Cuando llegue al agua el paisaje había vuelto a cambiar, otra vez el río era el río y la isla la isla. Ahí estaba el “pescuezo” pastando y el mal llevado mestizo ese, el Jacinto, el sanavirón (1) que se las da de brujo, que me miraba con su boca desdentada abierta en una mueca que podía significar cualquier cosa, mientras sus ojos se reían a todas vistas.
-        Salu señor – me saludó el desgraciado en ese dialecto de palabras sin terminar que chapucean cuando tratan de hablar nuestra lengua.
-        ¿Qué haces tú aquí? – le interrogue, más por oír mi voz que porque me interesara nada del zaparrastroso ese.
-        Io vivo acá – me contestó con desparpajo mientras indicaba la tapera que tenia tras los yuyales, cerca del agua. Y se me quedó mirando como esperando le contara  algo y, como no le dijera nada, me pregunto
-        ¿Su ecelencia encontró la ciuda de lo Cesare?-
La pregunta me intrigó muchísimo, pero decidí ignorarlo, así que, sin decir más, me acerque al caballo, tomándolo por el cuello le puse un lazo y comencé a traérmelo de vuelta.
Cruce el río y comencé a trepar la margen sur, sin dejar de mirar cada tanto hacia la isla donde Jacinto seguía parado con su vista fija en mi. Fue así que no advertí, hasta que llegue arriba, que otra vez el río había vuelto a cambiar.
Esta vez era todo un caos, había allí muchísima gente, casi todos ataviados con casacas color celeste (2). Algunos llevaban banderas, otros hacían sonar redoblantes y otros se esforzaban por arrancar roncos sonidos de unas que parecían trompetas, pero de lo más extrañas, también de color celeste. Por ultimo había muchos con pinturas de guerra en sus caras y unas expresiones de lo más hurañas, que, de no haber sido yo hombre de guerra con muchas batallas en cima, hubiese sufrido de verdadero terror ante aquellos guerreros.
Era obvio, como digo, que todas aquellas huestes se preparaban para la guerra, pues, no solo estaban ataviadas como os he contado, si no que proferían feroces gritos y entonaban cantos y marchas que hacían referencia a lo que le harían a los contrarios, y que yo no repito aquí por no ser palabras aptas para los oídos de los hombres de Dios. –
La chanza no agrado mucho al padre Miguel, pues era universal su fama y por todos conocido el “florido” lenguaje que solía utilizar cuando se enojaba, a tal punto que los soldados solían ir a consultarlo cuando salían de expedición. Por si era necesario, al entrar en batalla, contar con los últimos adelantos de la prosa del insulto.
-        Sin embargo, - continuó - también era obvio que aquella mesnada no tenia orden ni capitán que la dirigiera, pues, más allá de los esfuerzos que algunos, que parecían sargentos, intentaban hacer para poner orden a los cánticos, no se veía a nadie que los condujera.
De pronto vi, a unos 50 metros de donde yo estaba, a un principal de a caballo, y me dirigí hacia él por saber de que se trataba aquello. Pues tantos hombres, e incluso algunas mujeres y niños, seguro estarían por hacer algo grande.
Al pasar junto a un soldado de cabellos negros enrulados un niño reparo en mí y le dijo. – Papá, papá, ¡míralo al Jerónimo!(3)– en una evidente chanza que no alcancé a comprender. Ambos se rieron de mí, así como todos los que, habiendo escuchado al niño, se daban vuelta para mirarme. ¡Tamaña insolencia no la iba a dejar yo en balde! Así que arremetí contra aquella chusma para dispersarla. Pero no llegue a dar ni siquiera dos pasos cuando el de a caballo se interpuso en mi camino evitando que diera su justo castigo a aquellos bellacos. Sin embargo, lejos de agradecer a su jefe el que me detuviera, los bestias comenzaron a insultarlo y a arrojarle todo tipo de proyectiles, como tomates y naranjas podridos, de las cuales llevaban grandes cantidades, no se bien con que fines, hasta piedras arrancadas del pavimento o de las tapias de los alrededores.
El de a caballo, no se amedrento y avanzando con el animal encaró la turba, mientras otros compañeros se acercaban en su ayuda. Yo monte en el zaino, y, aunque sin aperos, no dude en acudir en ayuda del caballero. Pero el muy sotreta, en ves de agradecerme el gesto, me encaró y me ordenó que desmontara y le entregara mi espada. No entendí nada, pero, viendo llegar a sus compañeros si comprendí que no era bien venido, así que azuzando el caballo salí de allí lo más rápido que pude. En mi huida me pareció ver entre la multitud la cara del Jacinto, apoyado contra un poste para no caerse de la risa. De no haberme encontrado en trance tan arriesgado habría vuelto a dar cuentas de él -
Hizo una pausa para recobrar el aliento, pues el solo recuerdo de lo sucedido había bastado para acelerar su pulso. Luego continúo.
-        Como decía, salí de allí a todo galope, pero sin dirección fija, pues no tenía ni idea de adonde me encontraba. Creo que tome rumbo al sur, abriéndome paso entre toda esa chusma ataviada de celeste, que, en esta parte se dirigía hacia el río, como si en algún lugar de por ahí cerca se estuvieran reuniendo todos. Cabalgue unas trescientas / trescientas cincuenta varas (unos trescientos cincuenta / cuatrocientos metros) y de pronto desemboque en una avenida en la que vi aparecer por primera vez esos carros sin caballos que casi me matan.-
-        ¿Qué? ¿carros sin caballos? – Dijo el padre Miguel, más por no quedarse callado que porque tuviera algo que decir – Serian jinrikisha, como los de Cipango –
-        ¿Cipango?, ¿cuando ha estado usted allí?-
-        No yo no, sabes bien hijo que Gracias a Dios, aunque he viajado mucho, nunca he salido de los dominios de su majestad, que bien grandes son para que haga falta salir de ellos. Solo repetía lo que han comentado otros hermanos de la orden que si han estado allí.-
-        Si, dicen que allí hay muchas maravillas, pero seguro que ninguna como las que vi, es más, dudo que esos pueblos, que se dice han sido muy avanzados en otras épocas, puedan algún día hacer algo siquiera parecido a lo que os estoy contando.- Sentencio erróneamente.
-        Bien, como os contaba, esa avenida estaba atestada de carros sin caballos, ni hombre o bestia alguna que tirara de ellos, si no que tenían en su interior algún artilugio que los movía, con muchísimo ruido, a toda velocidad por la avenida. Eran muchísimos, y todos, a más del ruido que ya os he dicho, al pasar junto a mi hacían sonar algo así como una trompeta, pero fortísima, a la vez que quienes los conducían se dirigían a mi con gestos e insultos. ¡Que gentes tan brutas!, si no hubieran sido tantas…. Pero que iba a hacer, el pobre caballo se asustó y salió corriendo despavorido hacia las sierras, generando un caos entre los conductores de aquellos vehículos, que ya a estas alturas habían empezado a chocarse entre ellos, lo que aparto un poco su atención de mi, dándome un respiro.
-        Cabalgue así varias leguas, o eso me pareció a mi, por aquella avenida que en la que, en cada esquina había un cartel con el nombre de Colón. Qué tenían que ver aquellas gentes con el gran almirante como para poner su nombre en todas las esquinas fue algo que tarde bastante en comprender.
-        ¿Que has averiguado? – Volvió a terciar el padre
-        Algo tan inverosímil como lo que os seguiré contando. Os decía que el caballo había salido corriendo hacia las sierras, y habíamos hecho por lo menos una legua cuando, de pronto, escuche que una voz conocida me gritaba. -

Notas:
(1)   Etnia local de las sierras de Córdoba, a la llegada de los españoles <<
(2)   Color de la casaca del club Atlético Belgrano, que tiene su estadio cerca de la mencionada isla, en el barrio Clínicas de la ciudad de Córdoba <<
(3)   En referencia a Jerónimo Luis de Cabrera que, aparte de fundador de la ciudad, se ha transformado en un personaje de la ciudad. Hasta hubo caricaturas con su figura. <<