Camino de Emaus.
Parte final
Continuación de "Barrabas".
El sol de primavera ya se adivinaba en el horizonte mientras
Pacino y Amelia desayunaban en la fonda en la cual estaban alojados junto con
Alonso.
Pobre Alonso, la crucifixión le había afectado mucho.
Costaba creer que se quedara parado al pie de la cruz sin atinar a hacer nada, él,
tan de armas tomar, de pronto se comportaba de esa manera tan extraña que
resultaba desconocido.
Desde aquella tarde en el Gólgota ya no era el mismo. Casi no
comía, no hablaba, no dormía, no se movía
más allá de lo estrictamente necesario, estaba en un estado que comenzaba a
preocupar a todos.
Sobre este tema cavilaban Amelia y Pacino mientras
terminaban la pitanza, cuando apareció Alonso, viniendo de la zona de
habitaciones. Nadie que lo viera reconocería en él al bravo soldado de los
tercios, hombre de guerra curtido en los campos de Flandes mientras servía al
rey y en mil peripecias a través del tiempo, desde que ingresara en el
ministerio.
Vestía un simple sayo de tela burda atado a la cintura con
un cordel. Como todo calzado llevaba unas simples sandalias, nada más alejado
de sus omnipresentes botas.
-
Alonso – Saludo Amelia sorprendida, con una leve
inclinación de cabeza
-
¿Cómo va compañero? – pregunto Pacino
-
¿Compañeros? – se pregunto él.
-
No, ya no más. Hasta aquí llego yo. – Aclaro
negando con la mano.
-
¿Qué dices pedazo de hombrote? –
-
Lo que oís, hasta acá he llegado. Ha sido un
gusto conoceros compañeros. De aquí en más seguís sin mi –
-
No puedes abandonar, debes acompañarnos de
regreso a España – intento ordenar Amelia
-
Lamento decepcionaros señora, pero ya no tenéis
poder sobre mí persona. Soy un hombre muerto y nada podéis ya contra mi –
-
Pero ¿¡que dices!? – le increpo Pacino al tiempo
que intentaba darle una palmada en la espalda. Alonso la evito violentamente amenazando
-
No me toquéis –
-
Vamos Alonso, ¿Qué te esta pasando? – pregunto
dando un paso atrás, si no con temor, si con precaución.
-
Nada solo que el hombre que conocíais ya no
existe. – filosofo – Toda mi vida serví a mi rey y a mi Dios, el primero era un
hombre y poco se puede esperar de los hombres, pero el segundo…el segundo…- y
no dijo más, una nota de angustia le atenazo la garganta ahogando las palabras.
En silencio, sin decir otra palabra salió a la calle y desapareció
de la vista.
-
Espera, ¿A dónde vas? – Pidió Amelia tendiendo
la mano hacia él en un vano intento de retenerlo.
-
¿Qué hacemos? – pregunto angustiada, mirando a
Pacino con desesperación.
-
Pues, seguir tu plan, tratar de llegar a España
y conseguir ayuda del ministerio. –
-
Tienes razón, solos no podremos hacer mucho.
Vamos – acepto al tiempo que se incorporaban.
-
Disculpa que insista ¿Estás segura de lo que
hacemos? – dudo el policía.
-
Ya te he dicho que no, pero ¿Qué otra cosa podemos
hacer? – cuestiono
-
Si, tienes razón, de alguna forma tenemos que
salir de aquí –
-
Así es, por suerte en esta época ya existe
Hispania, si llegamos hasta ella tenemos alguna posibilidad que desde el
ministerio nos den una mano – anhelo Amelia
-
Espero que ya sepan lo de la explosión y nos
estén buscando –
-
Esperemos -
-
Repacemos el plan ¿lo tienes claro verdad?– pidió
al salir de la taberna.
-
Por su puesto, ¿Qué crees? –
Como toda
respuesta Amelia levanto una ceja y le miro significativamente
-
Bueno, vale. Tú eres la hija de un comerciante
hispano, que es enviada a casa de regreso por su padre y yo soy el sirviente
encargado de protegerte. ¿Conforme? –
-
Bueno, adelante, y recuerda, no hables, déjame a
mí, tú no conoces la lengua. – advirtió Amelia mientras, a sus espaldas, Pacino
hacia una morisqueta burlona que por suerte ella no vio.
-
Tenemos que averiguar cómo ir de aquí a algún
puerto desde el cual podamos seguir viaje a Grecia, o, con un poco de suerte a
la misma Roma, ya allí veremos cómo seguimos a España –
-
Si no recuerdo mal en esta época las
comunicaciones dentro del imperio eran bastante buenas – comento Pacino, más
para hacer notar que sabia algo del momento que por otra cosa.
-
Ojala así sea – deseo Amelia
-
Si, será algo incomodo, pero nada más. Lo que me
preocupa en serio es Alonso – comento volviendo al tema que los ocupaba.
-
Pobre, la crucifixión de Jesús lo ha dejado muy
mal. No recuerdo haberlo visto nunca así, ni siquiera cuando descubrió la
verdad sobre su abuelo –
-
Espero lo supere.-
-
No sé, es un hombre algo “rígido”, que de pronto
ha visto como las bases de sus valores se derrumbaron ante sus ojos –
-
Bueno, es que creo que todos esperábamos ver a
Jesús resucitado…y hasta aquí nada que sepamos – comento Pacino con un dejo de
decepción en la voz.
Sin más apuraron
el paso para llegar al palacio del gobernador con tiempo para ser atendidos.
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A media mañana
Alonso se encontraba sobre el camino, saliendo de Jerusalén al norte.
Al poco de
estar en el se le acerco otro caminante que iba en su misma dirección
-
Buenos días, ¿le acompaño? –
Como toda
respuesta Alonso alzó los hombros en claro gesto de que le daba lo mismo.
-
¿Para donde va? – pregunto el compañero luego de
caminar a su lado una decena de metros
-
A donde mis pasos me lleven – fue la lacónica
respuesta
-
Entonces, ¿de donde viene? – volvió a preguntar
el otro, que obviamente tenia ganas de hablar, cosa que el soldado español no
tenia, por lo que se limito a indicar con el pulgar por encima de la espalda,
apuntando hacia Jerusalén.
-
¿Y antes? –
Alonso se paro
en seco y encaro al “pesado” ese para ponerlo en su lugar. Pero no pudo, por
alguna razón el hombre le inspiro compasión, apego, empatía…no sabia, y en vez
de dejarlo parado con alguna salida destemplada se escucho a si mismo contándole
la verdad
Y fue como
romper la compuerta de un embalse, una vez las palabras empezaron a salir ya no
las pudo parar.
Mientras
caminaban el otro escuchaba atentamente y solo muy de vez en cuando interrumpía
para hacer alguna pregunta pertinente
-
…y resulto que mi abuelo era todo lo contrario
de lo que mi padre me había hecho creer…-
-
Bueno, es que muchas veces los hijos suelen
idealizar a los padres, aunque no siempre, otras veces los demonizan con igual
facilidad –
-
Pues el mío idolatraba al suyo. Contando sus
ideas de él me hizo creer en todo eso del honor, el sacrificio y esas cosas que
en este mundo a nadie le importan –
-
¿Y a ti? –
-
A mí si me importan, he puesto mi vida en juego
por ellas…- casi grito.
Y así,
conversando de esto y aquello siguieron levantando polvo en el camino.
-
…pero lo que más me ha jodido ha sido esta
semana. Ver como la canalla pedía a gritos ¡y le daban!, la liberación de un
asesino confeso mientras nadie hacia nada para evitar el suplicio de un hombre
bueno y justo …. – solo recordar las escenas le hacían hervir la sangre
-
…Es que así tenía que ser para que se cumplieran
las escrituras…- explico el circunstancial compañero de camino.
-
Las escrituras, las escrituras…siempre lo mismo.
Cuando no saben que decir es eso o aquello de la voluntad de Dios o…todos dicen
lo mismo, pero ¿Quién conoce en verdad la voluntad de Dios? – Le increpo
-
No se, yo seguro que no – se atajo el otro
-
¿Entonces? – cuestiono.
En vez de
contestar el otro pareció cambiar de tema. Viendo unas rocas a la vera del
camino, unos pasos más adelante, le invito a sentarse, al tiempo que sacaba un
pequeño obre y le convidaba.
-
Me dices que eres soldado – comento mientras recibía
el obre que le devolvían.
-
Era, cuando estaba vivo – soltó con amargura
Alonso, secándose una gota de rojo vino que le caía de la comisura del labio.
-
Cierto que ahora estas muerto- acepto con
condescendencia el compañero de camino, para luego preguntar
-
Pero dime, si estás muerto ¿entonces quien
levantaba polvo con tus sandalias mientras caminábamos? –
Alonso fijo momentáneamente
su vista en las huellas dejadas.
-
Está bien ¿y que si soy soldado? –
-
Nada, solo curiosidad. ¿has participado en
alguna batalla? –
-
¡¿Qué si peleado alguna batalla?! Miles, para
que sepáis señor y siempre en primera línea – desafió con orgullo
-
¿Y te han herido alguna vez? –
-
Por su puesto, mira aquí y aquí y… - conto
mostrando las cicatrices que lucia.
-
¡Qué bárbaro! – exclamo el otro – y seguro que habrás
visto morir mucha gente –
-
Más de las que quisiera –
-
¿Algún compañero? –
-
Varios – se entristeció
-
¿Y qué hiciste ante eso? Digo, cuando te
hirieron o viste morir algún camarada.- comento tratando de verlo a los ojos.
Como Alonso siguiera con la vista baja y nada dijera insistió
-
Te habrás vuelto a tu casa, supongo. Por lo
menos yo lo hubiera hecho. Supongo que todos harían lo mismo, pudiendo hacerlo –
-
¡No, todos no!. ¡Solo los cobardes huyen del campo
de batalla! – se enfureció y, poniéndose tieso, levanto la vista, haciendo
contacto visual con su interlocutor.
Entonces este
sonrió, sabiendo que el soldado había entendido. Luego, poniéndose de pie dijo
-
Debo irme, ahí se acercan Cleofas y su compañero,
debo acompañarlos a Eamus –
Alonso seguía
tieso aun sentado en la piedra al costado del camino.
-
Vamos Alonso, levántate y anda – le dijo Él tendiéndole
la mano para ayudarlo a incorporarse.
Al tomarla
Alonso noto la yaga en su palma.
-
Ya has resucitado. Ahora ve, tu gente te
necesita – saludo el hombre y se alejo para seguir camino con los recién llegados,
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-
¿Cómo que no nos va a ayudar? - Salto Pacino
ante el oficial romano, olvidando el consejo de Amelia
-
Quid
dicis labore sudatum est? (¿Que dices escoria?) – Espeto el soldado
con mal talente
-
Veniam in me domine, et non intellegetis et
linguae (Disculpe señor, no entiende el idioma) – se excuso Amelia al tiempo que, tomando del brazo
con fuerza a Pacino, lo sacaba al patio
-
¡¿Qué has hecho insensato?!-
-
¿Qué qué he hecho? ¿¡No has visto como se te
insinuaba ese!?. No nos pensaba ayudar solo quería aprovecharse de ti – seguía
enojado
-
¿Y te crees que no se defenderme sola? –
Cuestiono Amelia mas enojada que él
-
Si, como te “defendiste” de Lope – gruño para si
-
¿Qué dices? –
-
Nada, nada -
-
En fin. Ahora no solo no nos ayudaran si no que
hasta corremos peligro de que nos encarcelen –
-
Por muy romano que sea no le voy a permitir
tomarse esas libertades –
-
Te estás comportando como Alonso… -
-
¡Alonso!. Sera mejor que volvamos a ver como
sigue, mientras se nos ocurre otra salida –
Al llegar a la
posada lo encontraron esperándolos ya vestido como de costumbre
-
Vamos – les urgió
-
Tenemos que volver a España –
-
No es posible, aquí no hay puertas – dijo Amelia
-
Si, si que la hay – y dirigiéndose a Pacino
-
¿Recuerdas cuando vinimos con el emperador?
(1) – En esa misión Amelia no había
participado, por lo menos no directamente.
-
Cierto – Recordó Pacino y acompañado de Amelia
siguieron a Alonso hasta el templo donde encontraron la puerta, tal como la
recordaran
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Ya en la cafetería del ministerio Alonso contaba por enésima
vez su aventura. Amelia prestaba atención, pero su semblante expresaba
consternación.
-
Y tu hablaste con ese hombre sin problemas –
- - Así es, tal como dije –
-
Pero tú no sabes arameo ¿o sí? –
-
No, para nada, conversamos en la preciosa lengua
de Cervantes, que para eso Dios nos la ha dado –
-
Sí, nos la dio Dios…pero casi 1500 años después
de tu “conversación” –
En eso apareció Angustias invitándolos a pasar a la oficina
del jefe, que los recibiría en ese momento.
Estaban de vuelta en casa de nuevo.
Córdoba – Argentina
17 de Abril 2019
Omar R. La Rosa
El Escribiente
@ytusarg
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